—Debo encontrar a Sevet —repitió a modo de explicación, mientras Rashgallivak gruñía de dolor tumbado en el suelo de madera.
—¿Dónde está la sustituía? —dijo Tumannu—. La pobre no cuenta ni siquiera con tres minutos de antelación.
—¿Duele? —le preguntó Gulya a Rashgallivak—. Quiero decir, ¿qué es el dolor, cuando meditas sobre ello?
Kokor se internó en la oscuridad, dirigiéndose a la Villa de los Pintores. Le palpitaba el muslo encima de la rodilla, en la zona con que había golpeado la entrepierna de Rashgallivak. Tal vez se le hiciera un moretón y tuviera que maquillarse las piernas con una capa espesa. Qué fastidio.
Padre ha muerto. Debo ser yo quien avise a Sevet. Que nadie la avise primero. Y asesinado. La gente hablará de esto durante años. El blanco del luto me sentará muy bien. Pobre Sevet. Su cutis parece rojo como una remolacha cuando se viste de blanco. Pero no se atreverá a dejar el luto mientras yo lo lleve. A lo mejor decido llevar luto por el pobre papá durante años y años.
Kokor reía para sus adentros mientras caminaba.
De pronto comprendió que no estaba riendo, sino llorando. ¿Por qué lloro?, se preguntó. Porque Padre ha muerto. Ésa debe de ser la causa de mi conmoción. Padre, pobre Padre. Debo de haberle amado, porque estoy llorando sin premeditación, sin que nadie me esté mirando. ¿Quién hubiera creído que yo lo quería?
—Despierta. Tía Rasa nos necesita. ¡Despierta! Luet no comprendía por qué Hushidh le susurraba con tanta urgencia.
—Ni siquiera estaba dormida —murmuró.
—Claro que sí —dijo su hermana Hushidh—. Estabas roncando.
Luet se incorporó.
—Graznando como un ganso, sin duda.
—Rebuznando como un asno —puntualizó Hushidh—, pero te quiero tanto que a mí me suena a música.
—Por eso ronco —sonrió Luet—. Para brindarte música por la noche. —Cogió la bata y se la puso.
—Tía Rasa nos necesita —insistió Hushidh—. Ven deprisa.
Salió de la habitación deslizándose como si bailara, con la bata flotando detrás. Cuando llevaba zapatos o sandalias Hushidh caminaba con pesadez, pero descalza se desplazaba como en un sueño, como una pluma en la brisa.
Luet siguió a su hermana abrochándose la túnica. ¿Por qué quería hablarles Rasa? Con todos los problemas recientes, Luet temía lo peor. ¿Era posible que Nafai, el hijo de Rasa, no hubiera escapado de la ciudad? El día anterior Luet lo había conducido por senderos prohibidos hasta el lago que sólo podían ver las mujeres. Pues el Alma Suprema le había dicho que Nafai debía verlo, flotar allí como una mujer, como una vidente, como Luet misma. Así que lo llevó al lago, y Nafai no fue muerto por su blasfemia. Lo condujo por la Puerta Privada y por el Bosque sin Sendas. Había creído que estaba a salvo, pero olvidaba que Nafai no habría vuelto al desierto, a la tienda de su padre, sin llevar el objeto que su padre le había pedido.
Tía Rasa aguardaba en su habitación, pero no estaba sola. La acompañaba un soldado. No era un hombre de Gaballufix, esos mercenarios, esos matones que se hacían pasar por milicianos Palwashantu. No, este soldado era un guardián de la ciudad.
Apenas se fijó en él cuando reconoció las insignias, porque Rasa parecía tan… no, no asustada. Era una emoción que Luet nunca le había visto. Tenía los ojos empañados por las lágrimas, el rostro desencajado, demacrado, exhausto, como si en su corazón guardase sentimientos que su semblante no podía reflejar.
—Gaballufix ha muerto —dijo Rasa.
Eso explicaba muchas cosas. En los últimos meses Gaballufix había sido un enemigo, y sus matones sembraban el terror en las calles, y luego sus soldados, enmascarados y anónimos, sembraron más terror con la excusa de imponer el «orden» en Basílica. Pero, a pesar de ser un enemigo, Gaballufix también había sido el esposo de Rasa, el padre de sus dos hijas, Sevet y Kokor. Ella lo había amado, y los vínculos familiares no eran fáciles de romper para una mujer seria como Rasa. Luet no era descifradora como su hermana Hushidh, pero sabía que Rasa aún estaba ligada a Gaballufix, aunque detestara sus últimos actos.
—Lloro por su viuda —dijo Luet—, pero me alegro por la ciudad.
Hushidh estudió al soldado.
—Creo que este hombre no te ha traído la noticia.
—No —admitió Rasa—. Fue Rashgallivak quien me informó sobre la muerte de Gaballufix. Parece que Rashgallivak ha sido designado… el nuevo Wetchik.
Luet sabía que era un golpe devastador. Volemak, esposo de Rasa, ex Wetchik, ya no poseía propiedades ni derechos, ni el menor ascendiente en el clan Palwashantu. Y Rashgallivak, que había sido su mayordomo de confianza, ahora lo sustituía. ¿Acaso no había honor en el mundo?
—¿Cuándo obtuvo Rashgallivak este honor?
—Antes de la muerte de Gaballufix… Gab lo designó, y sin duda lo hizo de buen grado. Hay cierta justicia en el hecho de que Rash esté ahora al frente del clan Palwashantu, ocupando además el lugar de Gab. Rash asciende deprisa en este mundo, mientras otros caen. Roptat también ha muerto esta noche.
—No —jadeó Hushidh.
Roptat había sido el jefe del partido favorable a Gorayni, el grupo que intentaba impedir que Basílica participara en la inminente guerra entre Gorayni y Potokgavan. Con su muerte, quedaban pocas posibilidades de paz.
—Sí, los dos han muerto esta noche —dijo Rasa—. Los cabecillas de los dos partidos que han dividido la ciudad. Pero esto no es lo peor. Se rumorea que mi hijo Nafai es el asesino de ambos.
—No es cierto —dijo Luet—. No es posible.
—Eso pensé —asintió Rasa—. No os he despertado a causa del rumor.
Ahora Luet comprendía plenamente la agitación que se reflejaba en el semblante de Rasa. Nafai era el orgullo de Tía Rasa, un joven brillante. Además, Nafai también estaba íntimamente ligado con el Alma Suprema. Sus vicisitudes no sólo eran importantes para quienes le amaban, sino para la ciudad, tal vez para el mundo.
—Entonces, ¿este soldado trae noticias de Nafai?
—Me llamo Smelost —se presentó el soldado, y se levantó para hablarles—. Yo vigilaba la puerta. Vi que se aproximaban dos hombres. Uno de ellos apoyó el pulgar en la pantalla y el ordenador de Basílica lo reconoció como Zdorab, el tesorero de la casa de Gaballufix.
—¿Y el otro? —preguntó Hushidh.
—Enmascarado, pero vestido como Gaballufix. Zdorab lo llamó Gaballufix y me pidió que no lo obligara a apoyar el pulgar en la pantalla. Pero yo debía hacerlo, porque habían asesinado a Roptat, y procurábamos impedir la fuga del criminal. Nos habían dicho que Nafai, hijo menor de Rasa, era el culpable. Fue Gaballufix quien lo denunció.
—¿Ordenaste a Gaballufix que apoyara el pulgar en la pantalla? —preguntó Luet.
—Él se me acercó y me habló al oído, diciendo: «¿Y si quien hizo esta falsa acusación fuera el asesino?» Bien, algunos pensábamos eso… que Gaballufix acusaba a Nafai de haber matado a Roptat para ocultar su propia culpa. Este soldado, el que Zdorab llamaba Gaballufix, apoyó el pulgar en la pantalla y el ordenador mostró el nombre de Nafai.
—¿Qué hiciste entonces? —preguntó Luet.
—Violé mi juramento y desobedecí mis órdenes. Borré el nombre y lo dejé pasar. Creía que era inocente de matar a Roptat. Pero su salida quedó registrada, y también que yo le dejé ir sabiendo quién era. No le di importancia. Gaballufix había hecho la denuncia, y el tesorero de Gaballufix acompañaba al muchacho. Pensé que Gaballufix no podría protestar si su hombre estaba involucrado. Lo peor que podría ocurrir-me sería perder el puesto.
—Lo habrías dejado pasar de cualquier modo —dijo Hushidh—. Aunque el hombre de Gaballufix no le hubiera acompañado.
Smelost la miró un instante y sonrió a medias.