Rashgallivak se enfadaría cuando encontrara una orden para uno de los joyeros de la Puerta del Mercado, en vez de las joyas mismas, pero Shedemei no pensaba llevar ni enviar semejante suma de fondos líquidos a un lugar solitario y abandonado. Era Rash quien necesitaba el dinero; que él corriera el riesgo. Al menos, había librado una orden contra un joyero que tenía un puesto fuera de la Puerta del Mercado, de modo que Rashgallivak no tendría que pasar por la guardia para cobrar su paga.
Rasa miró a su hijo y sus hijas, y a los dos hijos que Wetchik había tenido con otras esposas. No es el grupo más selecto del mundo, pensó. ¿Cómo voy a criticar a Volemak por haber fracasado con sus dos hijos mayores, cuando mis dos magníficas hijas me recuerdan mis defectos como madre? Y, para ser justa, estos jóvenes tienen sus virtudes. Pero sólo Nafai e Issib, los dos hijos que Volya y yo tuvimos juntos, han demostrado integridad, decencia y amor por el bien.
—¿Por qué no trajiste a Issib?
Elemak suspiró. Pobre muchacho, pensó Rasa. ¿La vieja te obliga a dar más explicaciones?
—No queríamos preocuparnos por su silla ni sus flotadores en este viaje —explicó Elemak.
—Es mejor quizá no tenerlo encerrado aquí con nosotros —añadió Nafai.
—No creo que el general nos tenga arrestados durante mucho tiempo —dijo Rasa—. Cuando me haya desacreditado por completo, no tendrá motivos para tomar medidas tan represivas. Está tratando de crearse una imagen de liberador y protector, y tener a sus soldados en las calles no le beneficiará en nada.
—¿Y luego nos iremos? —preguntó Nafai.
—No, echaremos raíces aquí, si te parece —se burló Mebbekew—. Claro que nos iremos.
—Quiero irme a casa —dijo Kokor—. Aunque Obring sea un pésimo marido, lo echo de menos. Sevet no dijo nada. Rasa miró a Elemak, quien sonreía vagamente.
—Y tú, Elemak, ¿también deseas irte de mi casa?
—Agradezco tu hospitalidad; siempre recordaremos tu casa como el último hogar civilizado en que vivimos durante muchos años.
—No hables por los demás, Elya —dijo Mebbekew.
—¿De qué habla? —preguntó Kokor—. Yo tengo una casa civilizada esperándome.
Sevet lanzó una risa estrangulada.
—En tu lugar, yo no presumiría de tener una casa civilizada —dijo Rasa—. Veo también que Elemak es el único que capta la situación.
—Yo también la entiendo —intervino Nafai.
Elemak miró a Nafai fijamente. Nafai, niño tonto, pensó Rasa. ¿Siempre tienes que decir palabras irritantes? ¿Crees que he olvidado que oíste la voz del Alma Suprema, que comprendes mucho más que tus hermanos? ¿No podías confiar en que yo recordaría tu valía, y guardar silencio ?
No, no podía. Nafai era joven, demasiado joven para ver las consecuencias de sus actos, demasiado joven para callar sus sentimientos.
—No obstante, será Elemak quien se encargue de explicar —precisó Rasa.
—No podemos quedarnos en la ciudad —dijo Elemak—. En cuanto los soldados dejen de vigilarnos, debemos escapar, y a toda prisa.
—¿Por qué? —preguntó Mebbekew—. Es Rasa quien está en apuros, no nosotros.
—Por el Alma Suprema, qué estúpido eres —se indignó Elemak.
Qué modo tan refrescante y directo de decirlo, pensó Rasa. Con razón tus hermanos te quieren con locura, Elya.
—Mientras Rasa esté arrestada, Moozh debe procurar que nadie sufra daño aquí. Pero ha dispuesto las cosas para que Rasa tenga muchos enemigos en la ciudad. En cuanto sus soldados se quiten de en medio, ocurrirán muchas cosas desagradables.
—Razón de más para irnos de casa de Madre —dijo Kokor—. Madre puede huir si quiere, pero ellos no tienen nada contra mí.
—Tienen algo contra todos —señaló Elemak—. Meb, Nafai y yo somos fugitivos, y Nafai está acusado de dos homicidios, uno de los cuales cometió. Kokor puede ser acusada de intento de homicidio contra su propia hermana. Sevet es una adúltera flagrante, pues estaba con el esposo de su hermana, e incluso pueden utilizar las leyes contra el incesto.
—No se atreverían —exclamó Kokor—. ¡Enjuiciarme a mí!
—¿Por qué no? —dijo Elemak—. Lo único que impidió tu arresto fue el gran respeto y amor que la gente sentía por Rasa. Bien, eso se ha perdido, o al menos se ha debilitado.
—Jamás me condenarían —insistió Kokor.
—Además, hace siglos que no se aplican las leyes de adulterio —objetó Meb—. El incesto entre parientes políticos repugna a la gente, pero mientras el hecho se produzca entre adultos que son dueños de sus facultades…
—¿Pero cómo es posible que ignoréis las leyes? —preguntó Elemak—. No, me olvidaba de que Nafai lo comprende todo.
—No —dijo Nafai—, sé que debemos ir al desierto porque el Alma Suprema lo ordenó, pero no sé de qué estás hablando.
Rasa no pudo contener una sonrisa. Nafai podía ser muy estúpido, pero su franqueza a veces resultaba conmovedora.
Sin proponérselo, Nafai había halagado a Elemak al reconocer humildemente que Elya poseía mayores conocimientos.
—Entonces, me explicaré —dijo Elemak —. Rasa es una mujer poderosa, incluso ahora, porque la gente más lúcida de Basílica no cree en los rumores. Moozh no se conformará con desacreditarla. Necesita controlarla por completo, o matarla. Para lograr lo primero, sólo necesita juzgar a uno de sus hijos por homicidio, y ella tendrá las manos atadas. Rasa es una mujer valiente, pero no creo que permita que sus hijos vayan a la cárcel tan sólo para que ella pueda hacer política. Y si demostrara ese grado de frialdad, Moozh elevaría las apuestas. ¿A cuál de nosotros mataría primero? Moozh es un hombre hábil. Haría sólo lo suficiente para comunicar claramente su mensaje. Creo que te mataría a ti, Meb, pues eres el más inútil y el que Padre y Rasa apenas echarían de menos.
Meb se levantó de un salto.
—¡Ya me tienes harto, imbécil!
—Siéntate, Mebbekew —dijo Rasa—. ¿No ves que te provoca para divertirse?
Elemak sonrió burlonamente y Mebbekew se sentó hecho una furia.
—Mataría a alguien en son de advertencia —continuó Elemak—. No lo harían sus soldados, naturalmente, pero Rasa sabría que él fue el responsable. Y si tenernos como rehenes no da resultado, Moozh ya ha preparado el terreno para asesinar a Rasa. Le resultaría fácil encontrar a algún resentido dispuesto a matarla por su presunta traición. Moozh sólo tendría que preparar la ocasión para que el asesino atacara. Sería muy fácil. El peligro comenzará para nosotros cuando los soldados abandonen las calles, así que debemos prepararnos para partir de inmediato, en secreto y para siempre.
—¡Irnos de Basílica! —exclamó Kokor con genuina consternación, al comprender la gravedad de las circunstancias.
Sevet también lo comprendía. Agachaba la cabeza, pero Rasa le vio lágrimas en las mejillas.
—Lamento que vuestro parentesco conmigo os cueste tan caro —dijo Rasa—. Pero durante todos estos años, queridas hijas, querido hijo, amados estudiantes, os habéis beneficiado del prestigio de mi casa, así como del gran honor del Wetchik. Ahora que las circunstancias se han vuelto adversas, debéis compartir el precio también. Es inconveniente, pero no injusto.
—Para siempre —murmuró Kokor.
—Para siempre, en efecto —asintió Elemak—. Pero yo, por mi parte, no pienso irme al desierto sin mi esposa. Espero que mis hermanos hayan tomado sus propias decisiones. Es la razón por la cual vinimos aquí.