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—Obring —dijo Kokor—. ¡Debemos llevar a Obring!

Sevet irguió la barbilla y miró a su madre a la cara. Tenía los ojos arrasados en lágrimas, y había miedo en su rostro inquisitivo.

—Creo que Vas te acompañará, si se lo pides —dijo Rasa—. Es un hombre discreto y tolerante, y te ama mucho más de lo que mereces. —Las palabras eran frías, pero aun así Sevet las tomó como consuelo.

—¿Y qué hay de Obring? —insistió Kokor.

—Es un hombre débil —dijo Rasa—. Sin duda podrás convencerle de que vaya.

Entretanto, Mebbekew se había vuelto hacia Elemak.

—¿Tu esposad —preguntó.

—Esta noche Rasa celebrará la ceremonia para Eiadh y para mí.

El rostro de Mebbekew delató una poderosa emoción… ¿rabia, celos? ¿También Mebbekew deseaba a Eiadh, como el pobre Nafai?

—¿Te casarás con ella esta noche? —insistió Mebbekew.

—No sé cuándo levantará Moozh nuestro arresto domiciliario, y quiero que la boda se celebre con todos los ritos. Cuando estemos en el desierto no quiero que se cuestione mi matrimonio.

—Claro que podremos cambiar en cuanto expiren los contratos —intervino Kokor. Todos la miraron.

—El desierto no es Basílica —objetó Rasa—. Sólo seremos un grupo muy reducido. Los matrimonios serán permanentes. Acostúmbrate a la idea desde ahora.

—Absurdo —bufó Kokor—. No iré, y no puedes obligarme.

—No, no puedo obligarte —dijo Rasa—. Pero si te quedas, pronto descubrirás lo distinta que te resulta la vida cuando ya no seas la hija de Rasa, sino una mera cantante que es famosa por haber silenciado con su propia mano a una hermana que era aún más famosa.

—¡Eso no me molestará! —exclamó Kokor con tono desafiante.

—Entonces no quiero que vengas —replicó Rasa airadamente—. ¿De qué nos serviría una mujer sin conciencia en la terrible travesía que nos espera? —Eran palabras duras, pero Rasa sentía su decepción con Kokor como un veneno en la lengua—. He dicho todo lo que tenía que decir. Tenéis trabajo que hacer y opciones para escoger. Manos a la obra.

Los estaba despidiendo. Kokor y Sevet se levantaron y se marcharon de inmediato, Kokor irguiendo la nariz en un alarde de orgullo ofendido.

Mebbekew se acercó a Rasa (¿ese muchacho no podía caminar normalmente, sin parecer un fisgón o un espía?) para hacerle una pregunta.

—¿La boda de esta noche es una celebración privada?

—Todos los residentes de la casa están invitados a asistir —respondió Rasa.

—Quería decir… si yo me casara con alguien, ¿también celebrarías la ceremonia esta noche?

¿Casarte con alguien? Dolya puede haber sido indiscreta, pero me sorprendería muchísimo que te aceptara como esposo, Mebbekew.

Meb se enfureció.

—Euet te lo ha contado.

—Claro que me lo ha contado —replicó Rasa—. Media docena de criadas y Dolya misma me lo habrían dicho antes del anochecer. ¿Crees que alguien puede guardar semejante secreto en mi propia casa?

—Si la convenzo de que acepte a una basura como yo —dijo Meb sin disimular su sarcasmo—, ¿te dignarás incluirnos en la ceremonia?

—Sería peligroso llevarte al desierto sin esposa —comentó Rasa—. Dolya será esposa de sobra para ti, aunque no podría encontrar peor candidato.

Mebbekew estaba rojo de furia.

—No he hecho nada para merecer tanto desprecio.

—No has hecho más que ganártelo. Sedujiste a mi sobrina bajo mi propio techo, y ahora piensas en desposarla… y no creas que me dejo engañar. No deseas casarte con ella para reunirte con tu padre en el desierto, sino para usarla como licencia para quedarte en Basílica. Le serás infiel en cuanto nos hayamos ido y tengas tus papeles.

—Pues te juro ante los ojos del Alma Suprema que llevaré a Dolya al desierto, así como Elya se lleva a Eiadh.

—Ten cuidado cuando pongas al Alma Suprema por testigo de tus juramentos —advirtió Rasa—. Ella tiene modos de hacerte cumplir tu palabra.

Mebbekew iba a añadir algo más, pero cambió de idea y salió de la sala. Sin duda iría a adular a Dolya hasta que fuese ella misma quien le propusiera matrimonio a él.

Y dará resultado, pensó Rasa con amargura. Porque este muchacho, que tiene tan pocas virtudes, es hábil con las mujeres. ¿No he oído hablar de sus hazañas entre las madres de tantas muchachas de la Villa de las Muñecas y la Villa de los Pintores? Pobre Dolya. ¿Acaso la vida te ha dejado tan hambrienta que incluso aceptarás una pobre imitación del amor?-

Sólo quedaban Elemak y Nafai. \

—No deseo compartir mi ceremonia con Mebbekew —manifestó fríamente Elemak.

—Es trágico, pero en este mundo no siempre se cumplen nuestros deseos —dijo Rasa—. Quien desee casarse esta noche, se casará. No tenemos tiempo para satisfacer tu vanidad, y lo sabes. Tú mismo me lo dirías, si estuvieras ofreciendo un consejo imparcial.

Elemak estudió a Rasa unos instantes.

—Sí —admitió—. Eres muy sabia. —Y él también se marchó.

Pero Rasa lo comprendía, más de lo que él se imaginaba. Elemak la había evaluado y había llegado a la conclusión de que Rasa, tan poderosa en Basílica, no sería nada en el desierto. Se sometería a ella esta noche, pero una vez en el desierto se desahogaría humillándola. Bien, no me das miedo, pensó Rasa. Puedo soportar mucho más de lo que imaginas. ¿Qué significarán tus tormentos cuando sienta los padecimientos de mi amada ciudad, sabiendo que en mi exilio no puedo hacer nada por salvarla?

Ahora sólo quedaba Nafai.

—Madre —dijo—, ¿qué hay de Issib? ¿Y Zdorab, el tesorero de Gaballufix? Ellos necesitarán esposas. Elemak vio esposas para todos nosotros en su sueño.

—Entonces el Alma Suprema deberá proveer esposas para todos, ¿no crees?

—Shedemei vendrá —dijo Nafai—. Ella también tuvo un sueño. El Alma Suprema la traerá. Y Hushidh, ella forma parte de todo esto. Será para Issib, o para Zdorab.

—¿Por qué no se lo preguntas? —sugirió Rasa.

—Yo no —dijo Nafai.

—Según me contaste, el Alma Suprema predijo que un día guiarías a tus hermanos. ¿Cómo sucederá, si no tienes la fortaleza para enfrentarte a una niña dulce y generosa como Shuya?

—Para ti es dulce —objetó Nafai—. Pero para mí… y preguntarle semejante cosa…

—Ella sabe que habéis venido a buscar esposas, niño tonto. ¿Crees que no ha hecho sus cuentas? Es una descifradora… ¿crees que no ve las conexiones?

Nafai se avergonzó.

—No, no se me había ocurrido. Tal vez ella sepa más que yo acerca de todo.

—Sólo acerca de algunas cosas. Y todavía estás eludiendo la pregunta más importante.

—No. Sé que Luet es la mujer con quien debo casarme, y sé que se lo preguntaré. No necesitaba tu consejo para eso.

—Pues entonces no debo temer por ti, hijo mío —sonrió Rasa.

Los soldados llevaron a Rashgallivak a la habitación y, siguiendo las órdenes de Moozh, lo arrojaron brutalmente al suelo. Cuando se marcharon los soldados, Rashgallivak se tocó la nariz. No la tenía rota, pero le sangraba por el impacto contra el suelo, y Moozh no le ofreció nada para enjugarse la sangre. Como los soldados habían desnudado a Rashgallivak, no tenía con qué secarla.

—Sabía que te vería tarde o temprano —dijo Moozh—. No tuve que buscar. Sabía que llegaría el momento en que imaginarías que tenías algo para ofrecerme, y entonces vendrías para tratar de regatear por tu vida. Pero te aseguro que no necesito nada de ti.

—Pues mátame y terminemos con esto —replicó Rashgallivak.