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—Muy dramático. Digo que no necesito nada de ti, pero tal vez desee algo, y tal vez lo desee tanto como para arrancarte los ojos, castrarte o hacerte algún otro favor antes de quemarte en la hoguera por traicionar a tu ciudad.

—Sí, quieres mucho a Basílica —masculló Rashgallivak.

—Tú me diste esta ciudad, idiota. Tu estupidez y tu brutalidad me la sirvieron en bandeja. Ahora es la joya más brillante que poseo. Sí, quiero mucho a Basílica.

—Sólo si puedes consérvala.

—Oh, te aseguro que conservaré esta joya. Ya sea usándola como adorno, o reduciéndola a polvo para tragármela.

—Eres muy valiente, bravo general. Sin embargo, tienes a Rasa bajo arresto domiciliario.

—Tengo muchos caminos para seguir —amenazó Moozh—. Y no veo ninguno que no conduzca a tu muerte inmediata. Así que tendrás que hacer algo mejor que decirme lo que ya sé.

—Te guste o no —dijo Rashgallivak—, yo soy el Wetchik legítimo y el jefe del clan Palwashantu, y aunque ahora nadie me profese mucho afecto, los desposeídos de extramuros acudirían a mí si vieran que gozo de tu favor y dispongo de algún poder. Podría serte útil.

—Veo que abrigas la patética esperanza de rivalizar conmigo por el poder.

—No, general. He sido mayordomo toda mi vida, he trabajado para construir y fortalecer la casa de Wetchik. Gaballufix me inspiró ambiciones que hasta entonces desconocía. He tenido tiempo suficiente para arrepentirme de ellas, para despreciarme por pavonearme como un gran líder, cuando en realidad he nacido para ser un criado. Sólo he sido feliz al servir a un hombre más fuerte que yo. Siempre me enorgullecí de servir al hombre más fuerte de Basílica. Hoy eres tú, y si me mantienes con vida y me utilizas, descubrirás que poseo muchas virtudes.

—¿Incluida una lealtad incuestionable?

—Sé que nunca confiarás en mí, pues para mi vergüenza traicioné a Wetchik. Pero sólo lo hice cuando Volemak estaba en el exilio y sin poder. Tú nunca te debilitarás ni fracasarás, así que puedes fiarte de mí.

Moozh no pudo contener una carcajada.

—¿Me estás diciendo que puedo confiar en tu lealtad porque eres demasiado cobarde para traicionar a un hombre fuerte?

—He tenido mucho tiempo para conocerme, general Vozmuzhalnoy Vozmozhno. No deseo engañarte, ni engañarme a mí mismo.

—Puedo poner a cualquiera al mando de esa chusma que se denomina Palwashantu. Incluso puedo conducirla yo mismo. ¿Por qué te necesito con vida, cuando puedo ganar mucho más con tu confesión pública y tu ejecución?

—Eres un general sagaz y un conductor de hombres, pero aún no conoces Basílica.

—La conozco tanto como para gobernarla sin haber perdido un solo hombre.

—Pues si eres tan listo, general Vozmuzhalnoy Vozmozhno, tal vez sepas por qué es importante que Shedemei me haya comprado hoy doce cajas de almacenaje.

—No juegues conmigo, Rashgallivak. Sabes que ignoro quién es Shedemei, ni para qué ha comprado esas cajas.

—Shedemei es una mujer, una destacada científica especialista en genética. Ha desarrollado algunas plantas que han tenido mucha aceptación, entre otras cosas.

—Será mejor que vayas al grano.

—Shedemei también es maestra en casa de Rasa, y una de sus sobrinas más amadas.

Ah. Conque Rashgallivak tal vez sabía algo que valía la pena. Moozh aguardó.

—Esas cajas se utilizan para transportar semillas y embriones a través de grandes distancias, sin refrigeración. Ella me dijo que iba a trasladar todo su laboratorio a una ciudad lejana, y que por eso necesitaba las cajas.

—Y no le crees.

—Es impensable que Shedemei traslade su laboratorio ahora. Es evidente que ya no hay peligro, y en circunstancias normales ella se enfrascaría en su trabajo. Vive para la ciencia y apenas se fija en el mundo que la rodea.

—Entonces crees que planea irse debido a Rasa.

—Rasa fue la fiel esposa de Wetch, es decir, Volemak, el ex Wetchik, durante muchos años. Él se marchó de la ciudad hace varias semanas, presuntamente obedeciendo una visión del Alma Suprema. Sus hijos regresaron a la ciudad e intentaron comprar el índice de Palwashantu a Gaballufix.

Rashgallivak hizo una pausa, como si esperara que Moozh hiciera alguna asociación, pero sabiendo que el general carecía de la información necesaria. Era una manera de sugerir que Moozh lo necesitaba. Pero Moozh no se prestó a este juego.

—Habla o cállate —ordenó—. Luego decidiré si te necesito o no. Si sigues creyendo que puedes manipularme, sólo demostrarás que no vales nada.

—Es evidente que Volemak aún sueña con gobernar Basílica. ¿Por qué otra razón iba a pedir el índice? Este sólo tiene valor como símbolo de autoridad entre los hombres de Palwashantu; les recuerda los antiguos tiempos en que las mujeres no gobernaban. Rasa es su esposa y una mujer poderosa. Si sola te resulta peligrosa, con su esposo formaría una pareja temible. ¿Quién más uniría la ciudad contra ti? Shedemei no se estaría preparando para este viaje si Rasa no se lo hubiera pedido. En consecuencia, Rasa y Volemak deben de tener algún plan que requiere cajas de almacenaje.

—¿Y en qué consistiría ese plan?

—Shedemei es una genetista destacada, como he dicho. Si desarrollara un hongo que propagara una enfermedad por Basílica, sólo los simpatizantes de Rasa y Volemak tendrían el fungicida para combatirlo.

—Un hongo. ¿Y crees que ésta sería un arma contra los soldados gorayni?

—Nadie ha usado nada parecido como arma. Ni siquiera yo lo pensaría. Pero ya comprenderás que tus soldados no podrían luchar si fueran víctimas de una picazón dolorosa e insoportable.

—Una picazón —repitió Moozh. Parecía absurdo, ridículo. Sin embargo, podía funcionar. Un picor persistente restaría capacidad de combate a sus soldados. Y no sería fácil gobernar la ciudad si semejante plaga afectara a la gente. Los gobiernos perdían autoridad cuando se veían impotentes contra la enfermedad o el hambre. Muchas veces Moozh había usado este recurso contra los enemigos del imperátor. ¿Era posible que Rasa y Volemak fueran tan astutos y malignos como para concebir una arma impensable? Usar a una científica como fabricante de armas… ¿cómo podía Dios permitir una práctica tan rastrera?

A menos…

A menos que Rasa y Volemak hayan aprendido, como yo, a oponerse a Dios. ¿Por qué iba a ser yo el único dotado con la fuerza suficiente para burlar los esfuerzos de Dios para atontar a los hombres que intentaban seguir la senda que conducía al poder?

Pero entonces, ¿no podía ser Rashgallivak una herramienta que Dios usaba para confundirlo? Hacía muchos días que Dios no intentaba impedir que actuara. ¿Era posible que Dios, al no haber podido dominar directamente a Moozh, intentara controlarlo haciéndole creer en conspiraciones absurdas e imaginarias? Las fantasías como la que exponía Rashgallivak habían destruido a muchos generales.

—¿Las cajas no podrían servir para otra cosa? —preguntó Moozh, evaluándolo.

—Desde luego —asintió Rashgallivak—. Yo sólo he señalado la posibilidad más extrema. Estas cajas también son muy útiles para transportar provisiones por el desierto. Volemak y sus hijos, sobre todo Elemak, el mayor, están más familiarizados con el desierto que la mayoría de nosotros. No le temen. Tal vez están planeando preparar un ejército. Tú sólo tienes mil hombres.

—El resto del ejército gorayni llegará pronto.

—Tal vez por eso Volemak necesitaba sólo doce cajas. No precisará provisiones para su pequeño ejército por mucho tiempo.

—Ejército —escupió Moozh—. Doce cajas. Te sorprendieron con una orden por joyas de muy alto valor. ¿Cómo sé que no te han sobornado para que me cuentes mentiras tontas y hacerme perder el tiempo?