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—Los vínculos están estrechamente entrelazados —dijo Hushidh.

—¿De qué hablas? —preguntó Nafai.

—Estamos atados al futuro por muchas hebras. El Alma Suprema siempre le ha dicho a Luet que desea que los seres humanos la sigan libremente. Pero creo que nos ha atrapado en una red muy tupida, y tenemos tantas opciones como un pez al que han sacado del mar.

—Tenemos opciones —dijo Nafai—. Siempre tenemos opciones.

—¿Ah, sí?

—No quiero hablar contigo, Hushidh. He venido aquí a hablar con Luet.

—Tenemos la opción de seguir al Alma Suprema o no —terció Luet, con una voz suave y tierna que contrastaba con el brusco tono de Hushidh—. Y si optamos por seguirla, no estamos atrapados en su red, sino que su cesto nos transporta hacia el futuro.

Hushidh sonrió vagamente.

—Siempre tan animosa, Lutya.

Una tregua en la conversación. «Si he de ser un hombre y un esposo, debo aprender a actuar con audacia, aunque tenga miedo.»

—Luet —dijo Nafai. Y luego rectificó—: Lutya.

~¿SÍ?

Pero Nafai no podía olvidar la mirada de Hushidh, que veía en él cosas que él no deseaba que viera.

—Hushidh —dijo—, ¿puedo hablar a solas con Luet?

—No tengo secretos con mi hermana —adujo Luet.

—¿Y también será así cuando tengas esposo? —preguntó Nafai.

—No tengo esposo —objetó Luet.

—Cuando lo tengas, espero que compartas con él tus sentimientos más íntimos, y no con tu hermana.

—Cuando tenga esposo, espero que no tenga la crueldad de pedirme que abandone a mi hermana, que es la única pariente que tengo en el mundo.

—Cuando tengas esposo —dijo Nafai—, él deberá querer a tu hermana como si fuera suya. Pero no quererla tanto como a ti, así que tú no deberás querer a tu hermana tanto como a él.

—No todos los matrimonios son por amor —puntualizó Luet—. Algunos son porque no queda más remedio.

Esas palabras le desgarraron el corazón. Luet lo sabía, por supuesto. Si el Alma Suprema se lo había dicho a él, naturalmente también se lo habría comunicado a ella. Y le estaba diciendo que no lo quería, que se casaría con él sólo porque el Alma Suprema lo ordenaba.

—Es verdad —admitió Nafai—. Pero eso no significa que marido y mujer no puedan tratarse con ternura y bondad, hasta que aprendan a tener mutua confianza. Eso no significa que no puedan estar resueltos a amarse, aunque no hayan escogido ese matrimonio libremente.

—Espero que hayas dicho la verdad.

—Prometo que será verdad, si tú me prometes lo mismo. Luet lo miró con una sonrisa triste.

—¿Es así como mi esposo me pedirá que sea su esposa?

Lo había hecho mal. La había ofendido, quizá lastimado, y desde luego defraudado. Ella aborrecía la ida de casarse con él. ¿Pero acaso no veía que a él jamás se le habría ocurrido obligarla? Con esa idea en mente, barbotó:

—El Alma Suprema nos ha escogido el uno para el otro, así que te pido que te cases conmigo, aunque tengo miedo.

—¿Miedo de qué?

—No de que me hagas daño. Me has salvado la vida, y antes salvaste la vida de mi padre. Tengo miedo de tu desdén. Tengo miedo de que siempre esté humillado ante ti y tu hermana, pues las dos veréis mis debilidades y me trataréis con desprecio. Tal como me veis ahora.

Nafai nunca había hablado con semejante franqueza, nunca se había sentido tan expuesto y vulnerable. No se atrevía a mirarles la cara por temor a ver el desprecio de las dos hermanas.

—Oh, Nafai, lo lamento —susurró Luet.

Esas palabras fueron el golpe que más había temido. Luet lo compadecía. Veía su debilidad, su miedo y su incertidumbre, y le tenía lástima. Sin embargo, en el dolor de ese momento decepcionante, Nafai sintió en lo más hondo una pequeña llama de alegría. Puedo hacerlo, pensó. He mostrado mis flaquezas a estas dos mujeres fuertes, y sigo siendo yo mismo, estoy vivo por dentro, y no estoy derrotado.

—Nafai, sólo he pensado en mi propio miedo —dijo Luet —. No se me ocurrió que también tú te sentirías así. De lo contrario no le habría pedido a Shuya que se quedara cuando tú viniste.

—No es muy agradable estar aquí, os lo aseguro —añadió Hushidh.

—Me equivoqué al hacerte decir estas cosas delante de Shuya —añadió Luet—. También me equivoqué al temerte. Debí saber que el Alma Suprema no te habría escogido si no fueras un hombre de buen corazón.

¿Ella tenía miedo de él?

—¿Por qué no me miras, Nafai? Sé que nunca me has mirado con esperanza o deseo, pero ahora que el Alma Suprema nos ha unido, ¿por qué no me miras, al menos con bondad?

¿Cómo podía erguir el rostro y mostrar sus ojos húmedos? Sin embargo, no podía defraudarla. La miró, y a pesar de sus lágrimas de alegría y alivio, de su gran conmoción, la vio como por primera vez, como si ella le hubiera mostrado el alma. Vio la pureza, de su corazón. Vio que ella se entregaba por completo al Alma Suprema, a Basílica, a su hermana, a él mismo. Vio que en su corazón ella sólo ansiaba construir algo hermoso, y que estaba dispuesta a hacerlo con el joven que tenía delante.

—¿Qué ves cuando me miras así? —preguntó Luet tímidamente.

—Veo a una mujer grande y gloriosa, y veo que no tengo motivos para tener miedo, porque nunca me harías daño a mí ni a nadie.

—¿Nada más?

—Veo que el Alma Suprema ha hallado en ti el ejemplo más perfecto de lo que debe ser la raza humana, si hemos de ser íntegros y no destruirnos de nuevo.

—¿Nada más?

—¿Qué puede ser más maravilloso que las cosas que he mencionado?

Ahora los ojos se le habían despejado y veía que Luet estaba al borde del llanto, pero no por alegría.

—Nafai, pobre tonto, hombre ciego —dijo Hushidh—, ¿no ves lo que ella desea que veas?

No, no lo sé, pensó Nafai. No sé decir lo correcto. No soy como Mebbekew, no soy listo ni hábil, ofendo a los demás cuando hablo, y ahora mismo acabo de hacerlo, aunque me he expresado con sinceridad.

La miró indeciso. Ella lo observaba con avidez, ansiando que Nafai le dijera… ¿qué? Él la había elogiado francamente, con alabanzas que no habría dirigido a ninguna otra mujer, y para Luet no significaba nada porque quería algo más, algo que él ignoraba. Nafai la hería con su silencio, le apuñalaba el corazón, pero no podía evitarlo.

Luet era frágil, joven, aún menor que él. Nafai nunca había pensado en ello. Siempre parecía muy segura de sí misma, porque era una vidente, y él siempre la había tratado con respeto. Nunca había sospechado que fuese tan vulnerable. Su cutis luminoso apenas la cubría, sus huesos eran menudos. Un simple guijarro puede herirla, y ahora la veo magullada por piedras que yo le tiro sin querer. Perdóname, Luet, niña tierna, niña suave. Temía mucho por mí, pero no he resultado tan vulnerable, aunque pensaba que Hushidh y tú me despreciaríais. Mientras que tú, a quien creía tan fuerte…

Impulsivamente se arrodilló y la estrechó en sus brazos como si fuera una chiquilla desconsolada.

—Lo lamento —susurró.

—No lo lamentes, por favor —dijo ella con voz aguda, la voz de una niña que no quiere que la vean llorando, y Nafai sintió que las lágrimas le empapaban la camisa, sintió ese cuerpo que temblaba con callados sollozos.

—Lamento que debas conformarte con un esposo como yo —prosiguió Nafai.

—Y yo lamento que debas conformarte con una esposa como yo. No la vidente, no la criatura gloriosa que imaginabas. Sólo yo.

Al fin Nafai entendió lo que ella le había pedido, y no pudo contener una carcajada, porque sin saberlo acababa de dárselo.