La madre dejaba a la hija en manos de Rasa, quien a la vez estaba ligada con las generaciones del pasado por hebras de oro y plata. Y luego la misma mujer, la misma madre, dejaba otra hija, aún más brillante, en manos de Rasa. Ante sus ojos la segunda hija creció hasta convertirse en Luet, y ahora Hushidh vio lo que había visto esa misma noche: Luet y Nafai unidos. Pero ahora Hushidh no sólo reparaba en los vínculos de amor y lealtad, de necesidad y pasión que siempre veía, sino en esas hebras de oro y plata, más brillantes en Luet y Nafai que en los demás. Con razón los ojos de los dos brillaban con tal gracia y belleza, pensó Hushidh. Fueron creados por el Alma Suprema, como si los hubiera tallado en un metal perfecto y les hubiera insuflado la magia de la vida.
Hushidh se elevó como si volara sobre el pórtico, y vio que todas las parejas que se casaban tenían esas hebras. No tan brillantes y poderosas como en Luet y Nafai, pero las tenían. Tanto Mebbekew como Elemak tenían oro y plata; Dol tenía plata únicamente, y Eiadh oro, con un vestigio de plata.
¿Quién más? ¿A cuántos más has unido, Alma Suprema?
Se remontó a mayor altura sobre la ciudad, pero como era un sueño veía claramente a la gente en las calles y en las casas. Había brillantes estelas de oro y plata, muchas más que en ningún otro lugar del mundo. A esa ciudad de mujeres muchos mercaderes habían llevado no sólo sus mercancías, sino también su simiente; muchas mujeres habían ido en peregrinación y se habían quedado, al menos el tiempo suficiente para dar a luz un hijo; muchas familias habían enviado a sus hijos a estudiar; y ahora no había casi nadie en Basílica que no estuviera dotado para sentir la influencia del Alma Suprema en mayor o menor grado. Y los que tenían ese don no sólo sentían el Alma Suprema, sino también a los demás, aunque nunca advertían en qué medida. Con razón esta ciudad es sagrada, pensó Hushidh en el sueño. Con razón es conocida en todo el mundo por su belleza y su verdad.
Belleza y verdad, pero también aspectos más oscuros. La conexión con el Alma Suprema no significaba que una persona fuera buena o generosa. Y el conocimiento inconsciente del corazón ajeno conducía fácilmente a la explotación, la manipulación, la crueldad o el dominio. Hushidh vio a Gaballufix y advirtió que sus hebras eran tan brillantes como las de Rasa o Wetchik. Con razón él sabía conducir a los hombres de Palwashantu, intimidar a las mujeres, dominar a sus allegados.
En el sueño, Gaballufix salió de su casa, blandiendo la espada energética como si lo atacaran mil enemigos invisibles. Hushidh comprendía que era un efecto de su locura, y que el Alma Suprema lamentaba esos actos. Hacía tropezar a Gaballufix. El caía al suelo y quedaba allí tendido, aún reluciendo de oro y plata, pero inofensivo e indefenso.
Otro se acercaba: Nafai. Hushidh veía al esposo de Luet en su momento más terrible, cuando se erguía sobre el caído y rogaba al Alma Suprema que no le exigiera cometer ese acto. Pero cuando cortaba la cabeza de Gaballufix, no era una marioneta del Alma Suprema. Había escogido libremente el camino del Alma Suprema. Gaballufix había perecido, y Nafai se quedaba solo en la calle, reluciente y angustiado.
Hushidh sobrevoló la ciudad, mirando a las personas más relucientes. Shedemei, a solas en su laboratorio, llenando cajas portátiles con semillas y embriones. Un hombre que caminaba con Nafai hacia la puerta de la ciudad, llevando una esfera envuelta en un paño; tenía que ser Zdorab, de quien Nafai les había hablado, y Zdorab también brillaba con oro y plata. El esposo de Sevet, Vas. El esposo de Kokor, Obring. Los dos eran tan relucientes como las hijas de Rasa y Gaballufix. Todos reunidos en esa ciudad, en ese momento, y los mejores iban al desierto para reunirse con Wetchik. El Alma Suprema los había criado para eso, y ahora les pedía que abandonaran el mundo para trasladarse a otro lugar.
¿Qué serán nuestros hijos? ¿Y nuestros nietos?
Se elevó de nuevo sobre la ciudad, regocijándose al comprender el plan del Alma Suprema, cuando entrevió otra brillante cuerda de oro y plata. Quiso mirar, y como era un sueño descendió al instante y descubrió que la luz brotaba de la casa de Gaballufix, pero el hombre no era Gaballufix. Vestía un extraño uniforme, y el cabello aceitado le colgaba en rizos brillantes.
El general Vozmuzhalnoy Vozmozhno. Moozh. ¡También él era llevado allí! ¡También él figuraba en los planes del Alma Suprema!
Moozh se levantó y desenvainó la espada de metal. Entonces, ¿era como Gaballufix? ¿Agitaría los brazos en una fiebre asesina?
No. Al ver las cuerdas de oro y plata que lo unían con el Alma Suprema, las cortaba con la espada. Luego huía de ellas. Pero las hebras crecían de nuevo, entonces él volvía a cortarlas y huía. Esto se repetía una y otra vez, y Hushidh comprendía que Moozh odiaba su vínculo con el Alma Suprema.
Sin embargo estaba en la ciudad porque el Alma Suprema lo había conducido allí. Y Hushidh comprendió una vez más: el Alma Suprema, consciente de que el general la odiaba y se rebelaba contra ella, le había impulsado a no hacer lo que ella quería. ¡Con qué facilidad lo había engañado! ¡Con qué facilidad lo había guiado! Y en sueños Hushidh se rió.
Rió y comenzó a despertar; sintió que el sueño se alejaba de ella, sintió su cuerpo, arropado en una alfombra, sudando aunque el aire soplaba fresco.
En ese momento, cuando la vigilia ahuyentó el sueño, tuvo una visión repentina y diferente de las anteriores. Vio la imagen de su sueño anterior, el sueño en el que se había visto erguida en la aguja de roca con Issib flotando al lado, y él caía y ella caía tras él; le atravesó la mente en una imagen fugaz, y entonces vio algo nuevo: criaturas aladas, peludas como animales pero capaces de volar; aparecían en el cielo y cogían a Issib y Hushidh de los brazos y piernas, y batían las alas para impedir que se estrellaran contra las rocas y los llevaban arriba.
Este sueño inesperado y repentino la aterró, pues Hushidh sabía que no estaba dormida, y que no debía haber tenido un sueño tan claro y espantoso. ¿Acaso el Alma Suprema no le había mostrado ya todo lo que ella pedía? ¿Por qué ahora la llevaba de nuevo a esa vieja imagen?
Y una vez más, regresó a un momento anterior de sus sueños. Estaba con Issib delante de la tienda, con el bebé en el regazo de Issib y los niños reunidos alrededor de la silla flotante. En cuanto Hushidh reconoció la escena, ésta cambió; ya no estaban en el desierto, sino en un bosque exuberante, ante la puerta de una casa de madera en medio de un claro, y de repente unas ratas gigantescas salían de madrigueras y caían de las ramas de los árboles y se lanzaban contra ellos. Hushidh supo que querían robarles los hijos, para llevárselos y comerlos, y gritó aterrada. Las criaturas voladoras regresaron, bajaron del cielo para coger a sus hijos y rescatarlos de las zarpas de esas ratas voraces. Viendo lo que sucedía, ella cogió al bebé que estaba en el regazo de Issib y lo alzó sobre su cabeza, entonces una de las criaturas volantes bajó para rescatarlo. Hushidh rompió a llorar, temiendo haber salvado a sus hijos de un depredador para dárselos a otro. Sin embargo sabía. Había escogido, y cuando regresaron las criaturas, Hushidh levantó los brazos de Issib para que las criaturas se lo llevaran. Pero las ratas ya se lanzaban sobre ellos, y cien zarpas salvajes la aferraron y desgarraron…
Despertó al oír su propio grito, con un nudo de terror en el corazón. Estaba empapada de sudor. La noche era oscura, la brisa gélida, pero Hushidh no temblaba de frío. Aturdida y entumecida, se quitó la alfombra de encima y se dirigió hacia la abertura que conducía al ático.