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Cuando llegó a su habitación, veía bien y caminaba normalmente, pero aún estaba débil y aterrada, y no soportaba la soledad. La cama de Luet —Luet, que debía estar con ella para consolarla— estaba vacía, porque Luet había ido a otro lecho, y abrazaba a alguien que esa noche la necesitaba muchos menos que su hermana. Hushidh se acurrucó en su cama, alternando entre mudos temblores y jadeantes sollozos, temiendo que alguien la oyera desde otra habitación.

Pensarán que tengo celos de Luet, si me oyen sollozar. Pensarán que la odio por haberse casado antes que yo, y no es así… y mucho menos ahora, pues el Alma Suprema me ha mostrado el sentido de todo. Trató de evocar ese sueño —ella con sus hijos y su esposo en la entrada de la tienda— pero el sueño se transformó de nuevo y sintió terror de las ratas que salían de los agujeros y de los árboles, y su única esperanza eran las extrañas bestias voladoras…

Se encontró en el pasillo, huyendo de un miedo que arrastraba consigo al correr. Corrió hasta abrir la puerta de la habitación donde estaba Luet, pues no podía soportarlo, necesitaba ayuda, y sólo Luet podía ayudarla…

—¿Qué pasa?

En la aterrada voz de Luet parecía resonar el miedo de Hushidh. Luet estaba sentada en la cama, apoyándose la sábana en la garganta como si fuera un escudo. Nafai se levantó torpemente y se acercó a Hushidh, sin comprender quién era pero consciente de que si entraba un intruso era su deber cerrarle el paso…

—Shuya —dijo Luet.

—Oh, Luet, perdóname —sollozó Hushidh—. Ayúdame. ¡Abrázame!

Nafai la guió hacia el interior de la habitación. Luet se le acercó y la ayudó a sentarse en la cama desordenada. Hushidh dio rienda suelta a sus sollozos. Notó que Nafai caminaba por la habitación, cerraba la puerta, buscaba ropas para que ni él ni Luet tuvieran que avergonzarse cuando ella dejara de llorar y recobrase la compostura.

—Lo lamento, lo lamento —repetía Hushidh entre sollozos.

—No te preocupes —dijo Luet.

—Tu noche de bodas. Nunca debí… pero he tenido un sueño, era tan espantoso…

—Está bien, Shuya —dijo Nafai—. Sólo te pido que te calmes, pues si te oyen creerán que es Luet llorando a moco tendido en su noche de bodas, y quién sabe qué pensarán de mí. — Hizo una pausa—. Aunque, pensándolo bien, quizá debieras llorar un poco más fuerte.

Nafai hablaba con sereno buen humor, y Luet se rió de la broma. Era lo que Hushidh necesitaba para perder el miedo. Podía pensar en Luet y Nafai en vez de recordar el sueño.

—Nadie ha cometido jamás tal despropósito —dijo Hushidh, afligida y avergonzada, pero muy aliviada—. ¡Irrumpir en el cuarto de mi hermana en su noche de bodas!

—No has interrumpido nada —aseguró Nafai, y él y Luet se echaron a reír, como niños con un secreto absurdo.

—Lamento reírme cuando te sientes tan mal —dijo Luet—, pero debes entender. Ha sido un fiasco. —Los dos se rieron de nuevo.

—Es un talento adquirido —dijo Nafai—. Y a nosotros nos falta práctica.

Hushidh se contagió de ese buen humor, de la calma que creaban entre ambos. Era increíble que un par de jóvenes esposos, interrumpidos en su primera noche, recibieran y consolaran con tan buena voluntad a una hermana, pero así eran Lutya y su Nyef. Hushidh lloró de amor y gratitud. Eran lágrimas felices, no esas lágrimas desesperadas nacidas de la soledad y el terror.

—No lloraba por mí —dijo, pues ahora podía hablar—. Admito que sentía envidia y soledad, pero el Alma Suprema me envió un sueño benigno, me vi a mí misma con mi marido y nuestros hijos… —Entonces la asaltó un pensamiento que antes no se le había ocurrido—. Nafai, sé que estoy destinada a Issib. Pero debo preguntarte… él es… capaz, ¿verdad?

—Shuya, no podría ser menos capaz de lo que yo he sido esta noche.

Luet le pegó juguetonamente en la mano.

—Te lo está preguntando en serio, Nafai.

—Es tan virgen como yo —dijo Nafai—, y lejos de la ciudad apenas puede usar las manos. Pero no es paralítico y sus… reacciones involuntarias, en fin… funcionan.

—Entonces el sueño era cierto —observó Hushidh—. O puede serlo, al menos. Soñé con mis hijos. Con Issib. Eso podría cumplirse, ¿verdad?

—Si tú lo deseas —asintió tranquilo Nafai—. Si estás dispuesta a aceptarlo. Es el mejor de nosotros, Shuya, te lo aseguro. El más inteligente, el más bondadoso, el más sabio.

—Pues a mí me dijiste que tú eras el mejor —protestó Luet.

Nafai le sonrió con estúpida alegría.

Hushidh se sentía mejor, y comprendió que no era correcto quedarse allí; había recibido todo el consuelo que podía pedir a su hermana, y ahora debía regresar a su habitación para dormir sola. La sombra del sueño maligno se había desvanecido.

—Gracias a los dos —susurró—. Nunca olvidaré vuestra bondad de esta noche. —Se levantó y echó a andar hacia la puerta.

—No te vayas —pidió Nafai.

—Debo dormir —dijo Hushidh.

—Antes cuéntanos el sueño. Necesitamos oírlo. No el sueño benigno, sino el que te atemorizó tanto.

—Él tiene razón —terció Luet—. Aunque sea nuestra noche de bodas, el mundo está oscuro alrededor y debemos saber todo lo que el Alma Suprema revele a cualquiera de nosotros.

—Por la mañana —dijo Hushidh.

—¿Crees que podremos dormir, preguntándonos que sueño terrible ha afectado tanto a nuestra hermana? —preguntó Nafai.

Aunque Hushidh sabía que él había escogido cuidadosamente las palabras, agradeció la bondad y el afecto que demostraban. Aunque Nafai temiera o envidiara la estrecha relación que unía a las dos hermanas, no se resistía a ella, sino que procuraba incluirse, e incluir a Hushidh en la intimidad de su matrimonio. Era un acto generoso, en esa noche singular en que Nafai debía de creer que se estaban cumpliendo sus peores temores sobre Hushidh, quien había irrumpido en la alcoba nupcial llorando como una loca. Si él hacía semejante esfuerzo, Hushidh no podía menos que aceptar esa relación. A fin de cuentas era una descifradora. Conocía los lazos que unían a la gente, y le alegraría ayudarle a estrechar este vínculo.

Regresó y se sentaron en la cama, formando un triángulo con las piernas cruzadas, rodilla con rodilla, y Hushidh les contó sus sueños, de cabo a rabo. No omitió ningún detalle y confesó su resentimiento del principio para que ellos comprendieran cuánto agradecía la tranquilidad que le había enviado el Alma Suprema.

Dos veces la interrumpieron con asombro. La primera vez cuando ella les comentó que había visto a Moozh, y que el Alma Suprema lo guiaba valiéndose del rechazo del general. Nafai se rió maravillado.

—Moozh en persona, el sanguinario general goraym, huyendo del Alma Suprema por la senda que el Alma Suprema le ha trazado. ¡Quién lo hubiera dicho!

La interrumpieron por segunda vez cuando Hushidh habló de las criaturas aladas.

—¡Los ángeles! —exclamó Luet.

Hushidh recordó el sueño que Luet le había contado días atrás.

—Claro —dijo—. Por eso aparecieron en mi sueño… porque recordé que me habías hablado de esos ángeles y las ratas gigantes.

—No saques conclusiones —advirtió Luet—. Cuéntanos el resto del sueño.

Y así lo hizo, y luego guardaron silencio, reflexionando.

—Creo que el primer sueño, donde aparecías con Issib, viene de ti misma —dijo al fin Luet.

—También yo lo creo —asintió Hushidh—, y ahora que recuerdo que me contaste ese sueño con ángeles velludos…

—Silencio —dijo Luet—. No te adelantes. Después de esa primera visión que procedía de tu temor a casarte con Issib, rogaste al Alma Suprema que te revelara su propósito, y ella te mostró ese maravilloso sueño de las hebras de oro y plata que unían a la gente…