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Además, no he venido aquí para prestarme a un juego, para competir en ingenio con el general Vozmuzhalnoy Vozmozhno. He venido para darle la oportunidad de unirse a nosotros en nuestro viaje a la Tierra. ¿Cómo podré convencerlo si no le digo la verdad?

—Nafai —dijo Moozh—. Siéntate, por favor.

Nafai se sentó. Vio un mapa desplegado sobre la mesa del general. La costa occidental. En un rincón del sudoeste del mapa se encontraba el arroyo donde Padre, Issib y Zdorab aguardaban en sus tiendas, oyendo los parloteos y ladridos de un grupo de mandriles. ¿El Alma Suprema estará mostrando a Padre lo que hago ahora? ¿Issib tendrá el índice, y estará preguntando dónde estoy?

—Supongo que no te has entregado porque te remordía la conciencia y deseabas ser juzgado por el asesinato de Gaballufix para purgar tu culpa.

—No, señor. Esta noche me he casado. No deseo la cárcel, un juicio ni la muerte.

—¿Te has casado? ¿Y antes del alba has salido a la calle a confesar un crimen? Muchacho, me temo que no eres feliz en tu matrimonio, si tu esposa no puede retenerte siquiera por una noche.

—He venido a causa de un sueño —explicó Nafai.

Ah… ¿un sueño tuyo, o de tu esposa?

—Un sueño tuyo, señor. Moozh aguardó, impertérrito.

—Creo que una vez soñaste con un hombre que tenía una criatura velluda y voladora en el hombro, y una rata gigante que le aferraba la pierna, y que hombres, ratas y ángeles acudían a adorar a los tres, tocándolos con…

Pero Nafai no continuó, pues Moozh se había levantando y lo taladraba con esos ojos acongojados y peligrosos.

—Se lo confié a Plod, y él se lo contó al intercesor —dijo Moozh—. Si tú lo sabes, has hablado con un cortesano del imperátor. Así que basta de engaños y dime la verdad.

—Señor, no sé quiénes son Plot y el intercesor, ni ha sido un cortesano del imperátor quien me ha contado tu sueño. Me lo ha revelado el Alma Suprema. ¿Crees que el Alma Suprema no conoce tus sueños?

Moozh se sentó de nuevo, pero su actitud había cambiado. Había perdido el aplomo, la seguridad.

—¿Acaso eres la forma que Dios ha cobrado ahora? ¿Eres su encarnación?

—¿Yo? —preguntó Nafai—. Ya ves lo que soy… un muchacho de catorce años. Tal vez un poco corpulento para mi edad.

—Demasiado joven para casarte.

—Pero con edad suficiente para hablar con el Alma Suprema.

—En esta ciudad hablar con el Alma Suprema parece ser una profesión. Pero en tu caso, es evidente que Dios te responde.

—No hay nada místico en ello. El Alma Suprema es un ordenador, un ordenador potente, capaz de auto regenerarse. Nuestros antepasados lo instalaron hace cuarenta millones de años, cuando llegaron al planeta Armonía huyendo de la devastación de la Tierra. Introdujeron modificaciones genéticas en sí mismos y en su descendencia futura para que nosotros, al cabo de tantas generaciones, respondamos en los niveles cerebrales más profundos a los impulsos del Alma Suprema. Luego programaron el ordenador para interrumpir todo razonamiento, todo plan de acción que condujera a la alta tecnología, las comunicaciones instantáneas o el transporte rápido, de modo que el mundo fuera vasto e inabarcable, y las guerras sólo consistieran en conflictos locales.

—Hasta mi llegada —señaló Moozh.

—Tus conquistas han superado en gran medida los límites que normalmente permitiría el Alma Suprema.

—Porque yo no soy esclavo de Dios —dijo Moozh—. El poder que Dios, o del ordenador, si lo prefieres así, ejerce sobre otros hombres es más débil en mí, y yo lo he resistido y doblegado. Estoy aquí porque soy demasiado fuerte para Dios.

—Sí, el Alma Suprema nos advirtió que pensabas así. Pero en realidad la influencia del Alma Suprema es mayor en ti que en la mayoría de la gente. Quizá tan fuerte como en mí. Si no te resistieras, si escucharas su voz, el Alma Suprema podría hablarte y no sería preciso que yo te comunicara este mensaje.

—Si el Alma Suprema te ha dicho que es más fuerte en mí que en la mayoría de la gente, tu ordenador miente —declaró Moozh.

—No, mira, el Alma Suprema no se interesa en la vida de los individuos, salvo por el hecho de que está ejecutando una especie de programa de crianza para tratar de engendrar personas como yo, y como tú. No me gustó cuando me enteré de ello, pero es la razón por la cual vivo, o al menos la razón por la cual se unieron mis padres. El Alma Suprema manipula a la gente. Es su función. Te ha manipulado la conciencia desde el principio y deseabas ser juzgado por el asesinato de Gaballufix para purgar tu culpa.

—No, señor. Esta noche me he casado. No deseo la cárcel, un juicio ni la muerte.

—¿Te has casado? ¿Y antes del alba has salido a la calle a confesar un crimen? Muchacho, me temo que no eres feliz en tu matrimonio, si tu esposa no puede retenerte siquiera por una noche.

—He venido a causa de un sueño —explicó Nafai.

—Ah… ¿un sueño tuyo, o de tu esposa?

—Un sueño tuyo, señor. Moozh aguardó, impertérrito.

—Creo que una vez soñaste con un hombre que tenía una criatura velluda y voladora en el hombro, y una rata gigante que le aferraba la pierna, y que hombres, ratas y ángeles acudían a adorar a los tres, tocándolos con…

Pero Nafai no continuó, pues Moozh se había levantando y lo taladraba con esos ojos acongojados y peligrosos.

—Se lo confié a Plod, y él se lo contó al intercesor —dijo Moozh—. Si tú lo sabes, has hablado con un cortesano del imperátor. Así que basta de engaños y dime la verdad.

—Señor, no sé quiénes son Plot y el intercesor, ni ha sido un cortesano del imperátor quien me ha contado tu sueño. Me lo ha revelado el Alma Suprema. ¿Crees que el Alma Suprema no conoce tus sueños?

Moozh se sentó de nuevo, pero su actitud había cambiado. Había perdido el aplomo, la seguridad.

—¿Acaso eres la forma que Dios ha cobrado ahora? ¿Eres su encarnación?

—¿Yo? —preguntó Nafai—. Ya ves lo que soy… un muchacho de catorce años. Tal vez un poco corpulento para mi edad.

—Demasiado joven para casarte.

—Pero con edad suficiente para hablar con el Alma Suprema.

—En esta ciudad hablar con el Alma Suprema parece ser una profesión. Pero en tu caso, es evidente que Dios te responde.

—No hay nada místico en ello. El Alma Suprema es un ordenador, un ordenador potente, capaz de auto regenerarse. Nuestros antepasados lo instalaron hace cuarenta millones de años, cuando llegaron al planeta Armonía huyendo de la devastación de la Tierra. Introdujeron modificaciones genéticas en sí mismos y en su descendencia futura para que nosotros, al cabo de tantas generaciones, respondamos en los niveles cerebrales más profundos a los impulsos del Alma Suprema. Luego programaron el ordenador para interrumpir todo razonamiento, todo plan de acción que condujera a la alta tecnología, las comunicaciones instantáneas o el transporte rápido, de modo que el mundo fuera vasto e inabarcable, y las guerras sólo consistieran en conflictos locales.

—Hasta mi llegada —señaló Moozh.

—Tus conquistas han superado en gran medida los límites que normalmente permitiría el Alma Suprema.

—Porque yo no soy esclavo de Dios —dijo Moozh—. El poder que Dios, o del ordenador, si lo prefieres así, ejerce sobre otros hombres es más débil en mí, y yo lo he resistido y doblegado. Estoy aquí porque soy demasiado fuerte para Dios.

—Sí, el Alma Suprema nos advirtió que pensabas así. Pero en realidad la influencia del Alma Suprema es mayor en ti que en la mayoría de la gente. Quizá tan fuerte como en mí. Si no te resistieras, si escucharas su voz, el Alma Suprema podría hablarte y no sería preciso que yo te comunicara este mensaje.