—Si el Alma Suprema te ha dicho que es más fuerte en mí que en la mayoría de la gente, tu ordenador miente —declaró Moozh.
—No, mira, el Alma Suprema no se interesa en la vida de los individuos, salvo por el hecho de que está ejecutando una especie de programa de crianza para tratar de engendrar personas como yo, y como tú. No me gustó cuando me enteré de ello, pero es la razón por la cual vivo, o al menos la razón por la cual se unieron mis padres. El Alma Suprema manipula a la gente. Es su función. Te ha manipulado desde el principio.
—Sé que lo ha intentado. Yo la llamaba Dios, para ti es el Alma Suprema, pero no me ha controlado.
—En cuanto advirtió que intentabas resistirte, se limitó a invertir el proceso —prosiguió Nafai—. Te prohibía hacer lo que deseaba que hicieras. Luego se aseguraba de que lo recordaras, e infaliblemente obedecías.
—Pamplinas —jadeó Moozh.
Nafai se sorprendió al ver cómo las emociones dominaban a ese hombre. El general no estaba acostumbrado a experimentar sentimientos que no podía controlar; tal vez conviniera calmarlo antes de seguir.
—¿Te encuentras bien? —preguntó Nafai.
—Adelante —dijo ácidamente Moozh—. Puedo oír cualquier cosa que diga un muerto.
Esa frase revelaba tanta debilidad que Nafai sintió repulsión.
—¿Crees que voy a cambiar mi historia porque me amenazas con la muerte? Si tuviera miedo de morir, ¿habría venido aquí?
Nafai notó un cambio en Moozh, como si hiciera un esfuerzo por contenerse.
—Me disculpo —dijo el general—. Por un instante me he comportado como la clase de hombre que más desprecio, profiriendo amenazas para alterar el mensaje de un mensajero que cree decir la verdad. Te prometo que me controlaré. Si mueres hoy, no será por las palabras que hayas dicho. Continúa, por favor.
—Escúchame bien —dijo Nafai—. Si el Alma Suprema desea que olvides algo, lo olvidarás. Mi hermano Issib y yo nos creíamos muy listos cuando franqueamos las barreras. Pero no las franqueamos. Simplemente, resistirse a nosotros resultó más problemático de lo conveniente. El Alma Suprema prefirió darnos a conocer sus planes en vez de manipularnos. Por eso estoy aquí: porque la hermana de mi esposa vio en un sueño cuan fuerte es tu vínculo con el Alma Suprema, y cómo te esfuerzas en un vano intento por resistir. He venido a decirte que el único modo de liberarte de ese control es prestarte a su plan.
—¿El camino de la victoria es la rendición? —rezongó Moozh.
—El camino de la libertad es dejar de resistirse y comenzar a hablar. El Alma Suprema es la servidora de la humanidad, no su amo. Es posible persuadirla. Es capaz de escuchar. A veces necesita nuestra ayuda. Te necesitamos, general, si estás dispuesto a venir con nosotros.
—¿Ir con vosotros?
—Mi padre fue llamado al desierto como primera etapa de un gran viaje.
—Tu padre escapó al desierto debido a las intrigas de Gaballufix. He hablado con Rashgallivak y no podrás engañarme.
—¿De verdad crees que hablar con Rashgallivak es un modo de evitar que te engañen?
—Si me mintiera, yo lo sabría.
—¿Y si él creyera en lo que dice, y sin embargo no fuera verdad?
Moozh aguardó en silencio.
—Te digo que, al margen de las circunstancias inmediatas que nos obligaron a partir a una hora determinada de un día concreto, el propósito del Alma Suprema era llevarnos a Padre, a mis hermanos y a mí al desierto, como primera etapa de un viaje.
—Pero ahora estás en la ciudad.
—Te he dicho que esta noche me he casado. También mis hermanos se han casado.
—Elemak, Mebbekew e Issib.
Nafai sintió asombro y temor al comprobar que Moozh sabía tanto sobre ellos. Pero había decidido atenerse a la verdad, y eso haría.
—Issib está con Padre. Él quería venir, y yo también quería que viniera, pero Elemak no lo permitió, y Padre respetó su voluntad. Vinimos a buscar esposa. Y a la esposa del Padre. Cuando llegamos, Madre se rió y dijo que jamás iría al desierto siguiendo los descabellados proyectos de Wetchik. Pero luego la arrestaste y difundiste esos rumores sobre ella. La aislaste de Basílica, y ahora ella ha comprendido que aquí no le queda nada y ha resuelto venir con nosotros al desierto.
—¿Estás diciendo que lo que hice formaba parte del plan del Alma Suprema para que tu madre se reuniera con su esposo en una tienda del desierto?
—Estoy diciendo que tus propósitos se acomodaron a los planes del Alma Suprema. Siempre será así, general. Siempre ha sido así.
—¿Y si no permito que tu madre abandone su casa? ¿Y si mantengo a tus hermanos y sus esposas bajo arresto domiciliario? ¿Y si envío soldados para impedir que Shedemei junte semillas y embriones para ese viaje?
Nafai se quedó atónito. ¿El general sabía lo de Shedemei? Imposible. Ella no se lo habría contado a nadie. ¿De qué era capaz Moozh, si podía entrar en una ciudad extraña y ponerse tan pronto al corriente de las cosas como para entender que las semillas de Shedemei guardaban alguna relación con el exilio de Wetchik?
—Como ves —prosiguió Moozh—, el Alma Suprema no ejerce poder donde yo mando.
—Puedes hacernos arrestar. Pero cuando el Alma Suprema decida que es hora de irnos, descubrirás una razón de peso para soltarnos; y nos dejarás ir.
—Si el Alma Suprema desea que te vayas, muchacho, ten la seguridad de que no te irás.
—No lo comprendes. Aún no te he contado lo principal. Al margen de la guerra que crees estar librando con eso que llamas Dios, lo que importa es tu sueño. El sueño de las bestias voladoras y las ratas gigantes.
Moozh aguardó y Nafai advirtió que estaba profundamente perturbado.
—El Alma Suprema no envió ese sueño. El Alma Suprema no lo comprendió.
—Ya. Entonces fue un sueño sin sentido, un sueño más.
—En absoluto, pues mi esposa también soñó con esas criaturas, y lo mismo le ocurrió a su hermana. Los tres tuvisteis esos sueños, que no son sueños comunes. Los tres sentisteis que eran importantes. Tú supiste que significaba algo. Sin embargo, no procedía del Alma Suprema.
De nuevo Moozh aguardó.
—Hace cuarenta millones de años que los seres humanos abandonaron la Tierra después de devastarla —explicó Nafai—. Ha sido tiempo suficiente para que la Tierra haya sanado, para que la vida haya crecido de nuevo, para que allí haya un sitio para la humanidad. Muchas especies se han perdido, y por eso Shedemei está juntando semillas y embriones para el viaje. Nosotros somos los que tenemos el don de hablar fácilmente con el Alma Suprema. Somos los que el Alma Suprema ha reunido en Basílica, este día, a esta hora, para iniciar el viaje que nos conducirá de regreso a la Tierra.
—Aparte de que la Tierra, siempre que exista, es un planeta que gira en órbita de una estrella remota, adonde los pájaros no pueden llegar volando, aún no me has aclarado qué tiene que ver ese viaje con mi sueño.
—No lo sabemos. Sólo tenemos conjeturas, pero el Alma Suprema también cree que puede ser cierto. El Guardián de la Tierra nos está llamando. Su mensaje ha atravesado los años luz que nos separan de la Tierra para pedirnos que regresemos. Por lo que sabemos, tal vez alteró la programación del Alma Suprema y le ordenó que nos reunirá. El Alma Suprema creía saber por qué lo hacía, pero no averiguó el auténtico motivo hasta hace poco. Tal como tú sólo ahora comprendes el motivo de todo lo que has hecho en tu vida.
—¿Un mensaje en un sueño, y procede de alguien que está a miles de años luz de aquí? Entonces el sueño fue enviado treinta generaciones antes de mi nacimiento. No me hagas reír, Nafai. Eres demasiado inteligente para creer en esto. ¿No has pensado que tal vez el Alma Suprema te esté manipulando a ti?