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—Pues el Alma Suprema te ha engañado de nuevo, y quizás esta vez mueras por ello — declaró Moozh.

—El Alma Suprema nunca me ha engañado. El Alma Suprema no miente a quienes le siguen voluntariamente.

—O para ser más exactos, no se deja pillar en sus mentiras.

—¡No! —exclamó Nafai—. No. El Alma Suprema no me miente porque… porque todas sus promesas se han cumplido. Todas.

—O te ha hecho olvidar las que no se hicieron realidad.

—Si quisiera dudar, podría dudar hasta el cansancio. Pero en algún momento una persona debe dejar de cuestionar para empezar a actuar, y en ese punto es preciso confiar en alguna verdad. Debes actuar como si algo fuera cierto, así que escoges aquello en lo que más crees, vives en el mundo en el cual depositas más esperanzas. Yo sigo al Alma Suprema, creo en el Alma Suprema, porque quiero vivir en el mundo que ella me ha mostrado.

—Sí, la Tierra —dijo Moozh desdeñosamente.

—No me refiero a un planeta. Hablo de vivir en la realidad que el Alma Suprema me ha mostrado. Donde las vidas tienen sentido y propósito. Donde hay un plan digno de seguir. Donde la muerte y el sufrimiento no son vanos porque de ellos nacerá una buena voluntad.

—Sólo estás diciendo que deseas engañarte.

—Estoy diciendo que la historia que me cuenta el Alma Suprema concuerda con lo que veo. Tu historia, en la cual soy víctima de incesantes engaños, también puede explicar lo que veo. No tengo modo de demostrar que tu versión no es cierta, pero tú tampoco tienes modo de saber si mi versión es la errónea. Así que escogeré la que prefiero. Escogeré aquello que, de ser cierto, hará que esta realidad sea digna de ser vivida. Actuaré como si la vida a la cual aspiro fuese la vida real, y la vida que me repugna (tu vida, tu visión de la vida) fuese la mentira. Y es una mentira. Ni siquiera tú crees en ella.

—¿No ves, muchacho, que me cuentas la misma historia que yo te he contado? ¿Que el Alma Suprema me ha engañado continuamente? Lo único que he hecho fue volver contra ti ese cuento descabellado que esgrimías contra mí. Lo cierto es que el Alma Suprema nos ha tomado a los dos por tontos, y sólo nos queda buscar lo mejor para nosotros en este mundo. Si crees que lo mejor para ti y tu nueva esposa es gobernar Basílica bajo mi mandato, participar en la creación del imperio más grandioso que haya conocido Armonía, entonces te lo ofrezco, y te seré tan leal como tú a mí. Decídelo ahora.

—Ya está decidido. No habrá gran imperio. El Alma Suprema no lo consentirá. Y aunque existiera tal imperio, no significaría nada para mí. El Guardián de la Tierra nos llama. Te lo pido de nuevo, general Vozmuzhalnoy Vozmozhno, renuncia a esta insensata búsqueda de un imperio, la venganza o a lo que hayas aspirado durante todos estos años. Acompáñanos al mundo donde nació la humanidad. Consagra tu grandeza a una causa que sea digna de ti. Acompáñanos.

—¿Acompañaros? No iréis a ninguna parte. —Moozh se levantó, se dirigió a la puerta y la abrió—. Llevad a este joven a casa de su madre.

Aparecieron dos soldados, como si hubieran estado esperando detrás de la puerta. Nafai se levantó y caminó hacia Moozh. Se miraron fijamente. Nafai aún veía una furia hirviente en esos ojos, pero también un miedo que no había advertido antes.

Moozh levantó la mano como para abofetearlo. Nafai no intentó esquivarlo. Moozh titubeó, y el golpe cayó en el hombro de Nafai. El general sonrió. Nafai oyó en la mente la voz del Alma Suprema: Un bofetón en el rostro era la señal para que los soldados te asesinaran. Ejerzo un poder en la mente de este hombre rebelde. He transformado su bofetón en una sonrisa. Pero en lo más hondo, él desea tu muerte.

—No somos enemigos, muchacho —dijo Moozh—. No cuentes a nadie lo que te he dicho hoy.

—Señor —dijo Nafai—, contaré a mi esposa, mis hermanas, mi madre y mis hermanos todo lo que sé. Allí no hay secretos. Y aunque no se lo contara, el Alma Suprema lo haría por mí; si guardara secretos, sólo conseguiría perder su confianza.

Ante esa negativa, los soldados se pusieron tensos, dispuestos a atacarlo. Pero la señal que aguardaban no llegó.

Moozh sonrió de nuevo.

—Un hombre débil habría prometido guardar silencio, y luego habría hablado. Un timorato prometería guardar silencio, y luego callaría. Pero tú no eres débil ni timorato.

—El general me alaba en exceso —dijo Nafai.

—Sería una lástima tener que matarte —advirtió Moozh.

—Sería una lástima morir —replicó Nafai, sin creer que hubiera respondido con tanto desparpajo.

—Crees de verdad que el Alma Suprema te protegerá.

—Hoy el Alma Suprema me ha salvado la vida —asintió Nafai.

Dio media vuelta para marcharse, con un soldado delante y otro detrás.

—Espera —lo llamó Moozh.

Nafai se detuvo, se dio la vuelta. Moozh se le acercó.

—Te acompañaré —dijo.

Por el nerviosismo de los soldados, Nafai comprendió que esto era imprevisto. No formaba parte del plan.

Bien, pensó Nafai. Tal vez no haya logrado mi propósito. Tal vez no haya convencido a Moozh de que venga con nosotros a la Tierra. Pero ha habido cambio. Las cosas han cambiado porque vine aquí.

Espero que para bien.

Y el Alma Suprema le respondió en la mente: Yo también lo espero.

7. HIJAS

EL SUEÑO DE LA DAMA

Rasa durmió mal después de las ceremonias nupciales. Como buena maestra basilicana, había callado sus temores, pero le resultó desgarrador entregar a su querida y débil Dol-ya a un hombre que le disgustaba tanto como Mebbekew. Era un joven atractivo y encantador — Rasa no era ciega— y en circunstancias normales no le habría molestado que fuera el primer esposo de Dolya, pues ella no era tonta y al cabo de un año optaría por no renovar el contrato. Pero eso sería imposible una vez que se internaran en el desierto. Adondequiera los llevase ese viaje —la Tierra, como sugería Nafai, o un destino más probable en Armonía—, las displicentes costumbres matrimoniales de Basílica ya no tendrían vigencia, y aunque ella se lo había advertido más de una vez, sabía que Meb y Dolya no prestaban la menor atención a esas advertencias.

Rasa sabía que Meb no pensaba marcharse de Basílica. Ahora que estaba casado con Dolya, tenía derecho a la ciudadanía, y se burlaría de cualquier intento de sacarlo de la ciudad. De no ser por los soldados gorayni que vigilaban la casa, Meb se habría marchado con Dolya aquella misma noche, sin volver a aparecer aunque ellos abandonaran la ciudad. Sólo el arresto domiciliario de Rasa le impedía marcharse. Bien, que así fuera. El Alma Suprema ordenaría las cosas a su gusto, y Mebbekew no era el más capacitado para frustrar sus planes.

Meb y Dolya, Elya y Edhya… Bien, ya había visto a otras sobrinas contraer matrimonios desdichados. Sus propias hijas no habían tenido mayor suerte. Aunque, en realidad, era Kokor quien se había casado mal. Obring era un hombre más moral que Mebbekew sólo porque era demasiado débil, tímido y estúpido para engañar y explotar a las mujeres de ese modo. Sevet, en cambio, se había casado bastante bien, y la conducta de Vas en los últimos días había impresionado a Rasa. Era un buen hombre, y ahora que Sevet estaba privada de la voz era posible que el dolor la transformara en una buena mujer. Cosas más extrañas habían ocurrido.

Pero cuando Rasa se acostó después de la ceremonia, no pudo conciliar el sueño. Lo que más la preocupaba era el matrimonio entre su hijo Nafai y su querida sobrina Luet. La muchacha era demasiado joven, y también Nafai. ¿Cómo podían afrontar tan pronto su condición de varón y mujer, cuando aún no habían salido de la infancia? A los dos los habían privado de algo precioso. Y la ternura con que se comportaban, el empeño con que procuraban enamorarse, sólo desalentaba más a Rasa.