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Alma Suprema, tienes mucho que explicar. ¿Vale la pena tanto sacrificio? Mi hijo Nafai tiene apenas catorce años, pero por ti se ha manchado las manos de sangre, y ahora él y Luet comparten un lecho nupcial cuando a su edad deberían mirarse tímidamente, preguntándose si algún día el otro corresponderá a su amor.

Giró en la cama. La noche era oscura y calurosa. Habían despuntado las estrellas, pero la Luna apenas brillaba, y los faroles de la calle alumbraban poco esa ciudad donde imperaba el toque de queda. No veía casi nada en su habitación, pero no quiso encender la luz; una criada la vería y pensaría que necesitaba algo, y entraría discretamente a preguntar. Debo estar sola, pensó, y se quedó acostada en la oscuridad.

¿Qué te propones, Alma Suprema? Estoy arrestada, nadie puede entrar ni salir de mi casa. Moozh me ha aislado de tal modo que no sé en quién confiar, y debo aguardar aquí para observar el desarrollo de tus planes. ¿El triunfo será tuyo, Alma Suprema, o de los malévolas maquinaciones de Moozh?

¿Qué quieres de mi familia? ¿Qué harás con mi familia, con mis seres queridos? Acepto algunas cosas, aunque a regañadientes: acepto el matrimonio de Nyef y Lutya. En cuanto a Issib y Hushidh, cuando llegue el momento, me alegrará si Shuya está dispuesta, pues siempre soñé que Issib encontrara una mujer tierna que viera más allá de su fragilidad y descubriese al hombre que es, al esposo que podría ser. ¿Quién mejor que mi preciosa descifradora, mi callada y sabia Shuya?

Pero este viaje al desierto… No estamos preparados, y en esta casa no podemos prepararnos. ¿Lo has tenido en cuenta en tus planes? ¿O las cosas se te escapan de las manos? ¿Lo has previsto todo con antelación? Estas expediciones requieren un plan cuidadoso. Wetchik y sus hijos pudieron marcharse al desierto sin preparativos porque tenían el equipo necesario y cierta experiencia en camellos y tiendas. ¡Ojalá no esperes que mis hijas o yo podamos hacer semejante cosa!

Luego, un poco avergonzada por haber hablado con tanta brusquedad al Alma Suprema, Rasa pronunció una plegaria más humilde. Concédeme el descanso del sueño, rogó, hundiendo los dedos en el cuenco de agua sagrada que tenía junto a la cama. Déjame reposar esta noche, y si no es molestia, muéstrame alguna visión de tus planes. Besó el agua sagrada que le mojaba los dedos.

Más palabras le atravesaron la mente, como un descarado corolario. Mientras me cuentas tus planes, querida Alma Suprema, no temas pedirme consejo. Tengo cierta experiencia en esta ciudad, quiero y comprendo a la gente más que tú, y me parece que por ahora no has hecho nada bien.

Oh, perdóname, gritó en silencio, abochornada.

Y luego: Olvídalo. Se dio la vuelta para dormirse, mientras las tenues ráfagas que entraban por las ventanas le secaban los dedos.

Se durmió y soñó.

En su sueño viajaba en bote por el lago de las mujeres, y frente a ella —a popa— iba el Alma Suprema. Rasa jamás había visto al Alma Suprema, pero esto era un sueño, así que la reconoció de inmediato. El Alma Suprema se parecía a la difunta madre de Wetchik, una mujer severa pero bondadosa.

—Sigue remando —dijo el Alma Suprema. Rasa vio que ella empuñaba los remos.

—Pero no tengo fuerzas para esto.

—Te sorprenderías.

—Preferiría no hacerlo —objetó Rasa—. Preferiría ocupar tu puesto. Tú eres la deidad, tú posees poder infinito. Rema tú y yo llevaré el timón.

—Soy sólo un ordenador —replicó el Alma Suprema—. No tengo brazos ni piernas. Tú tendrás que remar.

—Veo tus brazos y piernas, y son más fuertes que los míos. Además, no sé adonde nos llevas. No veo adonde vamos porque estoy mirando hacia at rás.

—Lo sé —asintió el Alma Suprema—. Así has pasado toda tu vida: mirando hacia atrás. Tratando de reconstruir un pasado glorioso.

—Pues si no lo apruebas, ten la inteligencia, por no decir la decencia, de cambiar de lugar conmigo. Déjame escrutar el futuro mientras tú remas, para variar.

—Os habéis vuelto muy descarados. Comienzo a arrepentirme de haberos criado. Cuando os doy un poco de confianza, me perdéis el respeto.

—No es culpa nuestra. Mira, no podremos pasar de lado, pues el bote es demasiado estrecho y se volcará. Arrástrate entre mis piernas, para que conservemos el equilibrio.

El Alma Suprema gruñó mientras se arrastraba.

—¿Ves? Ni el menor respeto.

—Yo te respeto —declaró Rasa—. Pero no me hago la ilusión de que siempre tengas razón. Nafai e Issib dicen que eres un ordenador. Mejor dicho, un programa que vive en un ordenador. De modo que no eres más sabio que quienes te programaron.

—Quizá me programaron para adquirir sabiduría. Al cabo de cuarenta millones de años, es posible que haya recogido un par de buenas ideas.

—Oh, sin duda. Algún día debes mostrarme alguna, pues de momento no lo has hecho muy bien.

—Quizá tú ignores lo que he hecho.

Rasa se instaló en la popa del bote, con la mano en la borda, y comprobó satisfecha que el Alma Suprema empuñaba los remos y estaba dispuesta para dar una buena brazada.

El bote brincó hacia adelante, pero de repente se quedó quieto. Rasa miró alrededor y notó que no flotaban sobre el agua, sino que se encontraban en un páramo de arena arremolinada.

—Vaya, este cambio no me ha gustado nada —protestó Rasa.

—No has resultado ser buena timonel —dijo el Alma Suprema—. No creerás que puedo remar aquí.

—¿Y tengo yo la culpa? Fuiste tú quien nos trajo al desierto.

—¿Y tú lo habrías hecho mejor?

—Eso espero. Por ejemplo, ¿dónde están los camellos? Necesitamos camellos. ¡Y tiendas! Para bastantes personas. Elemak y Eiadh, Mebbekew y Dol, Nafai y Luet… y Hushidh, desde luego. Son siete. También estoy yo. Y será mejor que llevemos a Sevet y Kokor, y sus maridos, si vienen… con lo cual serán doce. ¿Me olvido de algo? Ah, claro, Shedemei y sus semillas y embriones… ¿Cuántas cajas? No lo recuerdo. Por lo menos seis camellos sólo para su equipo. ¿Y las provisiones? Ni siquiera sé cómo calcularlas. Trece personas no es una broma.

—¿Y por qué me lo dices a mí? ¿Crees que guardo camellos y tiendas binarias en mi memoria?

—Me lo temía. No has hecho ningún preparativo para el viaje. ¿No sabes que estas cosas no se pueden hacer de buenas a primeras? Si no puedes ayudarme, indícame a alguien que sepa cómo hacerlo.

El Alma Suprema la guió hacia un monte lejano.

—Eres muy prepotente —dijo—. Se supone que soy yo quien cuida a la humanidad, ten la amabilidad de recordarlo.

—De acuerdo, tú encárgate de ese trabajo, mientras yo me ocupo de mis seres queridos. ¿Quién cuidará mi casa cuando me haya ido? ¿No se te había ocurrido? Muchos niños y maestras dependen de mí.

—Volverán a sus casas. Encontrarán otras maestras u otros empleos. No eres imprescindible.

Habían llegado a lo alto de la colina. Como en todos los sueños, el desplazamiento era a veces muy rápido y a veces muy lento. En la cima del cerro, Rasa vio que estaba en la calle, frente a su casa. No sabía que podía bajar al desierto desde su propia casa. Miró para ver por dónde la había llevado el Alma Suprema, y se encontró frente a un soldado. No un gorayni, para su alivio. Era un oficial de la guardia basilicana.

—Dama Rasa —dijo él con respeto.

—Tengo un trabajo para ti —anunció ella—. El Alma Suprema ya debía haberte dicho todo esto, pero decidió que lo hiciera yo. Espero que no te moleste ayudar.

—Sólo deseo servir al Alma Suprema.

—Bien, espero que seas ingenioso y con recursos, porque no soy experta y tendré que librar muchos detalles a tu criterio. Ante todo, seremos trece personas.