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—¿Trece para qué?

—Un viaje al desierto.

—El general Moozh te tiene bajo arresto domiciliario.

—Oh, el Alma Suprema se encargará de eso. No puedo hacerlo todo.

—Bien —asintió el oficial—. Un viaje al desierto para trece.

—Necesitaremos camellos y tiendas.

—¿Tiendas grandes o pequeñas?

—¿Qué significa grande y qué significa pequeña?

—Grande significa para doce personas, pero son difíciles de montar. Pequeña significa para dos.

—Pequeñas —decidió Rasa—. Todos dormirán en pareja, excepto Hushidh, Shedemei y yo, que ocuparemos una tienda de tres.

—¿Hushidh la descifradora? ¿Se marcha?

—Olvida los nombres, eso no te incumbe.

—No creo que Moozh desee que Hushidh se marche.

—Tampoco desea que yo me marche, por ahora. Espero que estés tomando nota de todo.

—Me acordaré.

—Bien. Camellos para montar, tiendas para dormir y camellos para transportar las tiendas, y también camellos para transportar provisiones durante… No recuerdo bien. Calculo que para diez días.

—Eso significa muchos camellos.

—Sí, qué se le va a hacer. Eres oficial, así que sabrás dónde y cómo conseguir camellos.

—En efecto.

—Ah, me olvidaba. Media docena de camellos más para transportar las cajas de almacenaje de Shedemei. Tal vez ya se haya encargado de ello. Tendrás que preguntárselo.

—¿Cuándo necesitarás todo esto?

—Enseguida —dijo Rasa—. Ignoro cuándo comenzará este viaje, pues ahora estamos bajo arresto domiciliario, como habrás oído…

—He oído.

—Pero debemos estar preparados para partir de inmediato, cuando llegue el momento.

—Rasa, no puedo hacer estas cosas sin autorización de Moozh. Él gobierna la ciudad, y yo ni siquiera soy comandante de la guardia.

—De acuerdo —asintió Rasa—. Te otorgo la autorización de Moozh.

—Tú no puedes otorgármela —objetó el oficial.

—Alma Suprema —dijo Rasa—, ¿no es hora de que intervengas?

Moozh apareció junto al oficial.

—Has estado hablando con Rasa —le dijo severamente.

—Fue ella quien vino a mí —se justificó el oficial.

—Está bien. Espero que hayas prestado atención a todo lo que te ha dicho.

—¿Entonces me autorizas para proceder?

—No puedo en este momento —dijo Moozh—. No puedo oficialmente, porque por ahora no sé si quiero que lo hagas. Así que tendrás que hacerlo con mucha discreción, para que ni siquiera yo me entere. ¿Comprendes?

—Espero que no me vea en apuros si me descubres.

—De ningún modo. No lo descubriré, a menos que te molestes en contármelo.

—Qué alivio.

—Cuando yo desee que comience este viaje, te ordenaré que hagas preparativos. Sólo tienes que decir: «Sí, señor, enseguida». No me avergüences comentando que ya lo tenías preparado desde el mediodía, o cualquier otra cosa que haga parecer que mis órdenes no son espontáneas. ¿Comprendido?

—Comprendido.

—No quiero tener que matarte, así que no me avergüences, ¿de acuerdo? Quizá te necesite después.

—Como desees, señor.

—Puedes marcharte.

El oficial de la guardia desapareció.

Moozh se transformó en el Alma Suprema.

—Creo que eso será suficiente, Rasa —dijo.

—Sí, eso creo —convino Rasa.

—Bien, entonces puedes despertar. El verdadero Moozh pronto llegará a tus puertas, y te conviene estar preparada para recibirlo.

—Muy bonito —dijo Rasa, irritada—. Apenas he dormido, y ya me haces despertar.

—No he sido responsable de la sincronización. Si Nafai no hubiera salido con tanto ímpetu de madrugada para pedir una entrevista con Moozh antes de que saliera el sol, podrías haber dormido hasta una hora razonable.

—¿Qué hora es?

—Despierta y mira el reloj.

El Alma Suprema desapareció, Rasa despertó y acto seguido miró el reloj. El alba despuntaba en el cielo, y no podría ver qué hora era sin levantarse y mirar de cerca. Con un resuello de fatiga, encendió una luz. Demasiado temprano para levantarse. Pero el sueño, a pesar de su extrañeza, contenía al menos algo de verdad: alguien llamaba a la puerta.

Las criadas sabían que a esas horas no podían abrir la puerta sin alertar primero a Rasa, pero se sorprendieron al verla llegar tan pronto.

—¿ Quién es ? —preguntó ella.

—Tu hijo, señora. Y el general…

—Abrid la puerta y retiraos.

El sonido de la campanilla no se oía en toda la casa, así que el vestíbulo estaba casi desierto. Cuando se abrió la puerta, Nafai y Moozh entraron juntos. Nadie más. Ningún soldado, aunque sin duda esperaban en la calle. Sin embargo, Rasa evocó inevitablemente la visita de otros dos hombres que creían gobernar la ciudad de Basílica. Gaballufix y Rashgallivak habían traído soldados con máscaras holográficas, menos para amedrentarla que para apuntalar su propia confianza. Era significativo que Moozh no necesitara custodia.

—No sabía que mi hijo vagabundeaba por las calles a estas horas —dijo Rasa—. Te agradezco que hayas sido tan amable de devolverlo a su casa.

—Ahora que está casado —señaló Moozh—, no vigilarás tanto sus idas y venidas, ¿verdad?

Rasa miró a Nafai con impaciencia. ¿Tenía que gritar a los cuatro vientos que acababa de casarse con la vidente? ¿No tema la menor discreción? No, claro que no, de lo contrario no lo habrían hallado los soldados de Moozh. ¿Acaso había intentado escapar?

Pero no, había algo… sí, en el sueño. El Alma Suprema había mencionado que Nafai había salido con mucho ímpetu, para solicitar una entrevista con Moozh.

—Espero que no te haya causado problemas.

—Algunos, debo admitir —dijo Moozh—. Esperaba que me ayudara a dar a Basílica la grandeza que esta ciudad merece, pero ha rechazado ese honor.

—Perdona mi ignorancia, pero no entiendo cómo podría contribuir mi hijo a traer grandeza a una ciudad que ya es leyenda en todo el mundo. ¿Aún queda en pie alguna ciudad que sea más antigua o más sagrada que Basílica? ¿Hay alguna otra que haya sido ciudad de la paz por tanto tiempo?

—Una ciudad solitaria, señora, una ciudad solitaria. Una ciudad para peregrinos. Pero espero que pronto se convierta en una ciudad para embajadores de los mayores reinos del mundo.

—Que sin ninguna duda navegarán hacia aquí en un mar de sangre.

—No, si las cosas funcionan bien. No, si cuento con colaboración.

—¿De quién? ¿De mí? ¿De mi hijo?

—Sé que soy inoportuno, pero me gustaría conocer a dos sobrinas tuyas. Una es la joven esposa de Nafai. La otra es su hermana soltera.

—No quiero que las conozcas.

—Pero ellas tal vez querrán conocerme, ¿no crees? Dado que Hushidh tiene dieciséis años, y la ley le permite recibir visitas, y Luet está casada, y cuenta con la misma libertad, es* pero que respetes tanto el derecho como la cortesía y les informes de que deseo conocerlas.

Rasa no pudo evitar admirarlo a pesar de su temor. En una circunstancia en que Gabya o Rash habrían vociferado o amenazado, Moozh recurría a la cortesía. No se molestaba en recordarle sus mil soldados, su poder en el mundo. Apelaba simplemente a sus buenos modales, y Rasa se quedó sin respuesta, pues no estaba segura de tener la razón.

—He despedido a la servidumbre. Esperaré aquí contigo, mientras Nafai va a buscarlas.

Moozh asintió y Nafai echó a andar hacia el ala de la casa donde los recién casados habían pasado la noche. Rasa se preguntó a qué hora se levantarían Elemak y Eiadh, Mebbekew y Dol, y qué pensarían de esa visita de Nafai al general Moozh. Tal vez debieran admirar el valor del muchacho, pero Elemak se enfadaría por esa costumbre de meterse en asuntos que no le incumbían. Rasa, en cambio, no reprochaba a Nafai su temeridad, aunque temía que se arriesgara más de la cuenta.