—Tía Rasa —dijo al fin Hushidh—, espero que me perdones por defraudar a tu hijo.
—No te dejes intimidar —protestó Rasa—. El Alma Suprema jamás le permitirá ejecutar a Nafai. Es pura fanfarronería.
—El Alma Suprema es un ordenador —señaló Hushidh—, No es omnipotente.
—Hushidh, hay visiones que te unen a Issib. El Alma Suprema ha resuelto uniros.
—Tía Rasa —dijo Hushidh—, sólo puedo rogarte que guardes silencio y respetes mi decisión. Pues he visto hebras que antes no imaginaba, y me conectan con este hombre. Al oír que su nombre era Moozh, no sospeché que yo sería la mujer que tendría derecho a usar ese nombre.
—Hushidh —intervino Moozh—, decidí pedir tu mano por motivos políticos, pues nunca te había visto. Pero sabía que eras prudente, y descubrí al instante que eras encantadora. Ahora he visto tu modo de pensar y he oído tus palabras, y sé que no sólo puedo brindarte el poder y la gloria, sino también la ternura de un auténtico esposo.
—Y yo te brindaré la devoción de una auténtica esposa —aseguró Hushidh. Se levantó y caminó hacia él. Moozh se le acercó, y Hushidh aceptó su tierno abrazo y un beso en la mejilla.
Rasa estaba atónita.
—¿Podrá mi tía Rasa realizar la ceremonia? —preguntó Hushidh—. Supongo que, por motivos políticos, querrás que la boda se celebre pronto.
—Pronto, pero no puede ser Rasa. Su reputación no es demasiado buena ahora, aunque sin duda esta lamentable situación se aclarará después de la boda.
—¿Puedo pasar un día más con mi hermana?
—Es tu boda, no tu funeral. Después podrás pasar muchos días con tu hermana, pero la boda debe celebrarse hoy. Al mediodía. En la Orquesta, con toda la ciudad por testigo. Y tu hermana Luet celebrará la ceremonia.
Era terrible. Moozh sabía muy bien cómo volcar esto en su favor. Si Luet presidía la ceremonia, la adornaría con su prestigio. Moozh sería plenamente aceptado como un noble ciudadano de Basílica, y no necesitaría que ningún entrometido fuera su títere. Él mismo podría ser cónsul, y Hushidh sería su consorte, la primera dama de Basílica. Cumpliría gloriosamente ese papel, y sería plenamente digna de él, pero no serviría de nada porque Moozh destruiría Basílica con su ambición.
Destruiría Basílica…
—¡Alma Suprema! —exclamó Rasa—. ¿Es esto lo que planeabas desde el principio?
—Claro que sí —dijo Moozh—. Como Nafai mismo me ha dicho, Dios me condujo aquí. ¿Con qué propósito, si no el de encontrar esposa? —Se volvió nuevamente hacia Hushidh, quien aún lo miraba, aún lo tocaba, aún le apoyaba la mano en el hombro—. Querida dama, ¿quieres acompañarme?
Mientras tu hermana se prepara para realizar la ceremonia, hay muc has cosas de las que debemos hablar, y debes estar conmigo cuando anunciemos nuestra boda al consejo de la ciudad.
Luet se levantó y avanzó un paso.
—No he aceptado desempeñar ningún papel en esta farsa abominable.
—Lutya —dijo Nafai.
—¡No puedes obligarla! —exclamó Rasa triunfalmente. Pero fue Hushidh, no Moozh, quien respondió:
—Hermana, si me quieres, si alguna vez me has querido, te ruego que vayas a la Orquesta dispuesta a celebrar este enlace. —Hushidh miró a todos—. Tía Rasa, debes venir. Y también tus hijas y sus esposos. Nafai, trae a tus hermanos y sus esposas. Traed a todas las maestras y estudiantes de esta casa, incluso los que viven lejos. ¿Los traeréis para que sean testigos? ¿Me haréis este favor, en memoria de mis años felices en esta dichosa morada?
La formalidad del discurso y la circunspección de sus modales conmovieron a Rasa, que aceptó entre sollozos. Luet prometió realizar la ceremonia.
—Les permitirás salir para la boda, ¿verdad? —le preguntó Hushidh a Moozh. Él sonrió tiernamente.
—Serán escoltados hasta la Orquesta —asintió—, y luego otra vez hasta su casa.
—No pido nada más —dijo Hushidh. Y se marchó del pórtico del brazo de Moozh.
Cuando se fueron, Rasa se desplomó en el banco y lloró amargamente.
—¿Para qué le hemos servido en todos estos años? —preguntó—. No somos nada para ella. ¡Nada!
—Hushidh nos quiere —declaró Luet.
—No está hablando de Hushidh —dijo Nafai.
—¡El Alma Suprema! —exclamó Rasa. Luego gritó la palabra, como si se la arrojara al sol naciente—: ¡Alma Suprema!
—Si has perdido la fe en el Alma Suprema —dijo Nafai—, al menos ten fe en Hushidh. ¿No comprendes que ella aún tiene esperanzas de volcar esta situación a nuestro favor? Ha aceptado el ofrecimiento de Moozh porque vio en ello algún plan. Tal vez el Alma Suprema le dijo que aceptara, ¿no lo has pensado?
—Yo lo pensé —terció Luet—, pero no puedo creerlo. El Alma Suprema no nos había dicho nada sobre esto.
—Entonces, en vez de hablar entre nosotros y de sentir resentimiento —señaló Nafai—, quizá debamos escuchar. Tal vez el Alma Suprema sólo quiera que le dediquemos cierta atención para explicarnos qué está ocurriendo.
—Entonces aguardaré —accedió Rasa—. Pero más vale que sea un buen plan.
Esperaron, cada cual con sus propios interrogantes.
Los rostros de Nafai y Luet revelaron que ellos recibieron primero su respuesta.
Rasa siguió esperando, pero comprendió que ella no recibiría ninguna.
—¿Has oído? —preguntó Nafai.
—Nada —dijo Rasa—. No he oído nada.
—Tal vez no oyes nada porque estás demasiado furiosa con el Alma Suprema —apuntó Luet.
—O tal vez me esté castigando. ¡Máquina rencorosa! ¿Qué os ha dicho?
Nafai y Luet se miraron pensativamente. Al parecer la noticia no era alentadora.
—El Alma Suprema no controla esto —dijo al fin Luet.
—Es culpa mía —dijo Nafai—. Mi visita al general precipitó las cosas. Moozh ya planeaba casarse con una de ellas, pero lo habría estudiado al menos un día más.
—¡Un día! Pues menuda diferencia.
—El Alma Suprema ignora si podrá ejecutar su mejor plan tan pronto —dijo Luet—. Pero tampoco podemos culpar a Nafai. Moozh es impulsivo e inteligente y habría actuado prontamente aunque Nafai no hubiera sido tan…
—Estúpido —sugirió Nafai.
—Audaz —dijo Luet.
—¿ Conque estamos condenados a permanecer aquí como herramientas de Moozh? — preguntó Rasa—. Bien, no podría tratarnos con mayor desprecio que el Alma Suprema.
—Madre —dijo Nafai con cierta dureza—, el Alma Suprema no nos ha tratado con desprecio. Emprenderemos nuestro viaje, haya boda o no. Si Hushidh acaba siendo la esposa de Moozh, usará su influencia para liberarnos. El general no nos necesitará cuando haya afianzado su posición en la ciudad.
—¿Liberarnos? ¿A quiénes?
—A todos los que hemos planeado este viaje, incluida Shedemei.
—¿Y qué hay de Hushidh? —preguntó Rasa.
—El Alma Suprema no podrá hacer nada —respondió Luet —. Si no puede impedir la boda, Hushidh se quedará.
—Odiaré al Alma Suprema para siempre —se indignó Rasa—. Si le hace esto a la dulce Hushidh, nunca más le serviré, ¿me oyes?
—Cálmate, madre —aconsejó Nafai—. Si Hushidh lo hubiera rechazado, yo habría aceptado ser cónsul, y Luet y yo nos hubiéramos quedado. Tenía que suceder de un modo u otro.
—¿Crees que eso me consuela? —preguntó Rasa amargamente.
—¿Consolarte? —preguntó Luet—. ¿Consolarte a ti, Rasa? Hushidh es mi hermana, mi única pariente. Tú tendrás contigo a todos los hijos que pariste, y a tu esposo. ¿Qué estás perdiendo, comparado con lo que yo estoy dispuesta a ceder? ¿Y acaso me ves llorar?
—Pues deberías estar llorando. ;