Ella se deslizó por la trampilla y se sentó en la oscuridad, atenta a cada palabra que se pronunciaba arriba. No vio la cara del médico, pero no le gustaba el sonido de su voz, que era estridente y nasal. No hacía más que preguntar de dónde había salido Rachel y dónde la habían encontrado. Era insistente y testarudo, pero Jules le respondió con voz tranquila que era la hija de un vecino que se había ido un par de días a París.
Empero, la muchacha sospechaba, por el tono de su voz, que el médico no creía una palabra de lo que Jules le estaba diciendo. Tenía una risa muy desagradable, y no dejaba de hablar sobre ley y orden, sobre el mariscal Pétain y su nueva visión de Francia y sobre lo que la Kommandantur pensaría de esta misteriosa niña delgaducha.
Por fin, se oyó un portazo en la entrada.
Luego oyó de nuevo la voz de Jules. Parecía abatido.
– Geneviève -se lamentó-, ¿qué hemos hecho?
Quiero preguntarle algo que no está relacionado con mi artículo, monsieur Lévy.
Me miró y volvió a sentarse en su silla.
– Por supuesto. Adelante, por favor.
Me incliné sobre la mesa.
– Si le facilitase una dirección concreta, ¿podría ayudarme a seguir la pista de una familia a la que arrestaron en París el 16 de julio de 1942?
– ¿Una familia del Vel' d'Hiv'? -inquirió.
– Sí -le respondí-. Es importante.
Se quedó mirando mi cara cansada y mis ojos hinchados. Sentí como si pudiera leer mi mente y descubrir en ella el nuevo sufrimiento con el que cargaba. Como si pudiera adivinar todo lo que yo había averiguado sobre el apartamento, todo lo que había en mí en ese mismo momento en que estaba sentada frente a él.
– Miss Jarmond, durante los últimos cuarenta años he seguido el rastro de cada uno de los judíos deportados desde este país entre 1941 y 1942. Ha sido un proceso largo y doloroso, pero necesario. Sí, creo que puedo darle el apellido de esa familia. Está todo aquí mismo, en este ordenador. Podemos averiguar ese apellido en un par de segundos. Pero ¿le importa decirme por qué quiere información sobre esa familia en particular? ¿Es simplemente la curiosidad natural de una periodista, o se trata de algo más?
Sentí cómo se me encendían las mejillas.
– Es personal -le respondí-, y no resulta fácil de expresar.
– Inténtelo -me instó.
Con ciertos titubeos, le expliqué la historia del piso de la calle Saintonge, lo que me había contado Mamé y las palabras de mi suegro. Después, ya con más fluidez, le confesé que estaba obsesionada con aquella familia judía. Necesitaba saber quiénes eran y qué les había ocurrido. Él me escuchaba, asintiendo de vez en cuando. Después, me dijo:
– A veces, miss Jarmond, bucear en el pasado puede ser delicado. Se encuentran sorpresas desagradables. La verdad es más dura que la ignorancia.
Asentí.
– Ya me he dado cuenta de eso -admití-, pero necesito saber.
Me miró fijamente.
– Le daré el apellido. Pero lo sabrá usted y sólo usted. No debe aparecer en su revista. ¿Me da su palabra?
– Sí -respondí, impresionada por su solemnidad.
Él se volvió hacia el ordenador.
– Dígame la dirección, por favor.
Se la dicté.
Sus dedos teclearon con rapidez y el ordenador emitió un leve chasquido. El corazón me latía con fuerza. Entonces la impresora chirrió y escupió una hoja. Franck Lévy me la entregó sin decir una palabra. Leí:
«Calle de Saintonge, 26.
75003 París»
STARZYNSKI
Wladyslaw, nacido en Varsovia en 1910. Arrestado el 16 de julio de 1942. Taller mecánico en la calle Bretagne. Vel' d'Hiv'. Beaune-la-Rolande. Convoy número 15, 5 de agosto de 1942.
Rywka, nacida en Okuniev en 1912. Arrestada el 16 de julio de 1942. Taller mecánico en la calle Bretagne. Vel' d'Hiv'. Beaune-la-Rolande. Convoy número 15, 5 de agosto de 1942.
Sarah, nacida en el distrito XII de París en 1932. Arrestada el 16 de julio de 1942. Taller mecánico en la calle Bretagne. Vel' d'Hiv'. Beaune-la-Rolande.
La impresora emitió un nuevo chirrido.
– Una fotografía -anunció Franck Lévy.
La observó antes de dármela.
Era una niña de diez años. Leí el pie de foto: junio de 1942. Se la habían hecho en el colegio, en la calle Blancs-Manteaux, justo al lado de la calle Saintonge.
La niña tenía los ojos rasgados, de color claro. Podían ser azules o verdes. El pelo, también claro, le llegaba a los hombros, y llevaba un lazo un poco torcido. Su sonrisa era bonita y algo tímida, y tenía la cara ovalada en forma de corazón. Estaba sentada en su pupitre del colegio, con un libro abierto, y en el pecho llevaba cosida la estrella.
Sarah Starzynski. Un año menor que Zoë.
Volví a mirar la lista de nombres. No necesitaba preguntar a Franck Lévy adónde se dirigía el convoy número 15 que salió de Beaune-la-Rolande. Sabía que su destino había sido Auschwitz.
– ¿Qué hay de ese taller de la calle Bretagne? -le pregunté.
– Allí fue donde reunieron a la mayoría de los judíos que vivían en el distrito III antes de llevarlos a la calle Nélaton, al Velódromo.
Me di cuenta de que detrás del nombre de Sarah no se mencionaba ningún convoy. Se lo señalé a Franck Lévy.
– Eso significa que no estaba en ninguno de los trenes que salió para Polonia. Al menos, que sepamos.
– ¿Pudo haber escapado?-pregunté.
– Es difícil saberlo. Unos cuantos niños se escaparon de Beaune-la-Rolande, y fueron rescatados por los granjeros franceses de los alrededores. A otros niños, que eran mucho más pequeños que Sarah, los deportaron sin molestarse en aclarar su identidad. En ese caso aparecen en la lista como: «Un niño, Pithiviers». Por desgracia, no puedo contarle lo que le ocurrió a Sarah Starzynski, miss Jarmond. Todo cuanto estoy en condiciones de asegurarle es que, al parecer, no llegó a Drancy con los demás niños de Beaune-la-Rolande y Pithiviers, pues no consta en los archivos del campo.
Volví a mirar aquel rostro hermoso e inocente.
– ¿Qué le pasaría? -murmuré.
– La última pista sobre ella está en Beaune. A lo mejor la rescató alguna familia de las inmediaciones, y permaneció escondida durante la guerra con otro nombre.
– ¿Ocurría a menudo?
– Sí. Hubo un buen número de niños judíos que sobrevivieron gracias a la ayuda y la generosidad de algunas familias francesas o de instituciones religiosas.
Me quedé mirándole.
– ¿Cree que Sarah Starzynski se salvó? ¿Cree que logró sobrevivir?
Él bajó la mirada y contempló la fotografía de aquella niña adorable y sonriente.
– Espero que sí -repuso-, pero al menos usted ya sabe lo que quería, quién vivía en su apartamento.
– Sí -contesté-. Muchas gracias. Pero aún me pregunto cómo la familia de mi marido pudo vivir allí después del arresto de los Starzynski. No consigo entenderlo.
– No debe juzgarlos con tanta dureza -me advirtió Franck Lévy-. Sin duda, una gran cantidad de parisinos se mostraron indiferentes, pero no olvide que la ciudad estaba ocupada y la gente temía por sus vidas. Eran tiempos muy distintos.
Al salir de la oficina de Franck Lévy, me sentí frágil de pronto, al borde del llanto. Había sido un día difícil, agotador. Mi mundo se cerraba en torno a mí, presionándome por los cuatro costados. Bertrand, el bebé, la decisión imposible que debía tomar. La conversación que iba a tener con mi marido esa misma noche.