Выбрать главу

RAMPÍN.- Vamos allá y lo veréis. Esta es sinagoga de catalanes, y ésta de abajo es de mujeres. Y allí son tudescos, y la otra franceses, y ésta de romanescos e italianos, que son los más necios judíos que todas las otras naciones, que tiran al gentílico y no saben su ley. Más saben los nuestros españoles que todos, porque hay entre ellos letrados y ricos y son muy resabidos. Mirá allá donde están. ¿Qué os parece? Ésta se lleva la flor. Aquellos dos son muy amigos nuestros, y sus mujeres las conozco yo, que van por Roma vezando oraciones para quien se ha de casar, y ayunos a las mozas para que paran el primer año.

RAMPÍN.- Yo sé mejor, que no ellas, hacer eso espeso con el plomo derretido. Por ahí no me llevarán, que las moras de Levante me vezaron engañar bobas. En una cosa de vidrio, como es un orinal limpio, y la clara de un huevo, les haré ver maravillas para sacar dinero de bolsa ajena diciendo los hurtos.

RAMPÍN.- Si yo sabía eso cuando me hurtaron unos guantes que yo los había tomado a aquel mi amo, por mi salario, fueran ahora para vos, que eran muy lindos. Y una piedra se le cayó a su amiga, y hallela (veisla aquí): que ha expendido dos ducados en judíos que adivinasen, y no le han sabido decir que yo la tenía.

LOZANA.- Mostrá. ¡Este diamante es! Vendámoslo, y diré yo que lo traigo de Levante.

RAMPÍN.- Sea así. Vamos al mismo judío, que se llama Trigo. ¿Veislo? allá sale; vamos tras él, que aquí no hablará si no dice la primera palabra «oro», porque lo tienen de buen agüero.

LOZANA.- «¡No es oro lo que oro vale!»

TRIGO.- ¿Qué es eso que decís, señora ginovesa? «El buen jodío, de la paja hace oro». Ya no me puede faltar el Dío, pues que de oro habló. Y vos, pariente, ¿qué buscáis? ¿Venís con esta señora? ¿Qué ha menester? Que ya sabéis vos que todo se remediará, porque su cara muestra que es persona de bien. Vamos a mi casa; entrá. ¡Tina! ¡Tina! ¡Ven abajo, daca un cojín para esta señora, y apareja que coman algo de bueno!

LOZANA.- No aparejéis nada, que hemos comido.

JODÍO.- Haga buen pro, como hizo a Jacó.

LOZANA.- Hermano, ¿qué le diremos primero?

RAMPÍN.- Decidle de la piedra.

LOZANA.- ¿Veis aquí? Querría vender esta joya.

JODÍO.- ¿Esto en la mano lo tenéis? Buen diamante fino parece.

LOZANA.- ¿Qué podrá valer?

JODÍO.- Yo os diré; si fuese aquí cualque gran señor veneciano que lo tomase, presto haríamos a despacharlo. Vos, ¿en qué precio lo tenéis?

LOZANA.- En veinte ducados.

JODÍO.- No los hallaréis por él, mas yo os diré. Quédeseme acá hasta mañana, y veremos de serviros que, cuando halláremos quien quiera desembolsar diez, será maravilla.

RAMPÍN.- Mirá, si los halláis luego, dadlo.

JODÍO.- Espérame aquí. ¿Traéis otra cosa de joyas?

LOZANA.- No ahora. ¿Veis que judío tan diligente?

RAMPÍN.- Veislo, aquí torna.

JODÍO.- Señora, ya se ha mirado y visto. El platero da seis solamente y, si no, veislo aquí sano y salvo, y no dará más, y aún dice que vos me habéis de pagar mi fatiga y corretaje. Y dijo que tornase luego; si no, que no daría después un cuatrín.

LOZANA.- Dé siete, y págueos a vos, que yo también haré mi débito.

JODÍO.- De esa manera, ocho serán.

LOZANA.- ¿A qué modo?

JODÍO.- Siete por la piedra, y uno a mí por el corretaje, caro sería, y el primer lance no se debe perder, que cinco ducados buenos son en Roma.

LOZANA.- ¿Cómo cinco?

JODÍO.- Si me pagáis a mí uno, no le quedan a vuestra merced sino cinco, que es el caudal de un judío.

RAMPÍN.- Vaya, déselo, que estos jodíos, si se arrepienten, no haremos nada. Andá, Trigo, dadlo, y mirá si podéis sacarle más.

JODÍO.- Eso, por amor de vos, lo trabajaré yo.

RAMPÍN.- Vení presto.

LOZANA.- Mirá qué casa tiene este judío. Este tabardo quiero que me cambie.

RAMPÍN.- Sí hará. ¿Veislo? Viene.

JODÍO.- Ya se era ido, hicísteme detener; ahora no hallaré quien lo tome sino fiado. ¡Tina! Ven acá, dame tres ducados de la caja, que mañana yo me fatigaré aunque sepa perder cualque cosilla. Señora, ¿dónde moráis, para que yo os lleve el resto? Y mirá qué otra cosa os puedo yo servir.

LOZANA.- Este mancebito me dice que os conoce y que sois muy bueno y muy honrado.

JODÍO.- Honrados días viváis vos y él.

LOZANA.- Yo no tengo casa; vos me habéis de remediar de vuestra mano.

JODÍO.- Sí, bien. ¿Y a qué parte la queréis de Roma?

LOZANA.- Donde veáis vos que estaré mejor.

JODÍO.- Dejá hacer a mí. Vení vos conmigo, que sois hombre. ¡Tina! Apareja un almofrej o matalace y un jergón limpio y esa silla pintada y aquel forcel.

TINA.- ¿Qué forcel? No os entiendo.

JODÍO.- Aquel que me daba dieciocho carlines por él la portuguesa que vino aquí ayer.

TINA.- ¡Ya, ya!

JODÍO.- ¿Queréis mudar vestidos?

LOZANA.- Sí, también.

JODÍO.- Dejame hacer, que esto os está mejor; volveos. Si para vos se hiciera, no estuviera más a propósito. Esperá. ¡Tina! Daca aquel paño listado que compré de la Imperia, que yo te la haré a esta señora única en Roma.

LOZANA.- No curéis, que todo se pagará.

JODÍO.- Todo os dice bien, si no fuese por esa picadura de mosca. Gracia tenéis vos, que vale más que todo.

LOZANA.- Yo haré de modo que cegará a quien bien me quisiere, que «los duelos con pan son buenos». Nunca me mataré por nadie.

JODÍO.- Procurá vos de no haber menester a ninguno, que como dice el judío, «no me veas mal pasar, que no me verás pelear».

LOZANA.- Son locuras decir eso.

JODÍO.- Mirá por qué lo digo, porque yo querría, si pudiese ser, que hoy en este día fueseis rica.

LOZANA.- ¿Es el culantro hervir, hervir?

JODÍO.- ¡Por vida de esa cara honrada, que más valéis que pensáis! Vamos a traer un ganapán que lleve todo esto.

RAMPÍN.- Veis allí uno, llamadlo vos, que la casa yo sé donde está. Tres tanto parecéis mejor de esa manera. Id vos delante, buen judío, que nosotros nos iremos tras vos.

JODÍO.- ¿Y dónde es esa casa que decís?

RAMPÍN.- A la Aduana.

JODÍO.- Bueno, así gocen de vos; pues no tardéis, que yo la pagaré. Y esta escoba para limpiarla con buena manderecha.

Mamotreto XVII

Información que interpone el autor para que se entienda lo que adelante ha de seguir

AUTOR.- «El que siembra alguna virtud coge fama; quien dice la verdad cobra odio». Por eso, notad: estando escribiendo el pasado capítulo, del dolor del pie dejé este cuaderno sobre la tabla, y entró Rampín y dijo: «¿Qué testamento es éste?» Púsolo a enjugar y dijo: «Yo venía a que fueseis a casa, y veréis más de diez putas, y quién se quita las cejas y quién se pela lo suyo. Y como la Lozana no es estada buena jamás de su mal, el pelador no tenía harta atanquía, que todo era calcina. Hase quemado una boloñesa todo el pegujar, y pusímosle butiro y dímosle a entender que eran blanduras; allí dejó dos julios, aunque le pesó. Vení, que reiréis con la hornera que está allí, y dice que trajo a su hija virgen a Roma, salvo que con el palo o cabo de la pala la desvirgó; y miente, que el sacristán con el cirio pascual se lo abrió».

AUTOR.- ¿Cómo? ¿Y su madre la trajo a Roma?

RAMPÍN.- Señor, sí, para ganar, que era pobre. También la otra vuestra muy querida dice que ella os sanará. Mirá que quieren hacer berenjenas en conserva, que aquí llevo clavos de gelofe, mas no a mis expensas, que también sé yo hacer del necio, y después todo se queda en casa. ¿Queréis venir? Que todo el mal se os quitará si las veis.

AUTOR.- No quiero ir, que el tiempo me da pena; pero decí a la Lozana que un tiempo fue que no me hiciera ella esos arrumacos, que ya veo que os envía ella, y no quiero ir porque dicen después que no hago sino mirar y notar lo que pasa, para escribir después, y que saco dechados. ¿Piensan que si quisiese decir todas las cosas que he visto, que no sé mejor replicarlas que vos, que ha tantos años que estáis en su compañía? Mas soyle yo servidor como ella sabe, y es de mi tierra o cerca de ella, y no la quiero enojar. ¿Y a vos no os conocí yo en tiempo de Julio segundo en Plaza Nagona, cuando servíais al señor canónigo?