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RAMPÍN.- Verdad decís, mas estuve poco.

AUTOR.- Eso, poco: allí os vi moliendo no sé qué.

RAMPÍN.- Sí, sí, verdad decís. ¡Oh, buena casa y venturosa! Más ganaba ella entonces allí, que ahora la meitad, porque pasaban ellas disimuladas, y se entraban allí, calla callando. ¡Mal año para la de los Ríos, aunque fue muy famosa! Mirá qué le aconteció: no ha cuatro días vino allí una mujer lombarda, que son bobas, y era ya de tiempo, y dijo que la remediase, que ella lo pagaría, y dijo: «Señora, un palafrenero que tiene mi amistad no viene a mi casa más ha de un mes. Quería saber si se ha envuelto con otra». Cuando ella oyó esto, me llamó y dijo: «Dame acá aquel espejo de alinde». Y miró y respondiole: «Señora, aquí es menester otra cosa que palabra; si me traéis las cosas que fueren menester, seréis servida.» La lombarda dijo: «Señora, ved aquí cinco julios». La Lozana dijo: «Pues andá vos, Rampín». Yo tomé mis dineros, y traigo un maravedí de plomo, y vengo y digo que no hay leña, sino carbón, y que costó más, y ella dijo que no se curaba. Yo hice buen fuego, que teníamos de asar un ansarón para cenar, que venía allí una putilla con su amigo a cená, y así la hizo desnudar, que era el mejor deporte del mundo, y le echó el plomo por debajo en tierra, y ella en cueros. Y mirando en el plomo, le dijo que no tenía otro mal sino que estaba detenido, pero que no se podía saber si era de mujer o de otra, que tornase otro día y veríalo de más espacio. Dijo ella: «¿Qué mandáis que traiga?» Lozana: «Una gallina negra y un gallo que sea de un año, y siete huevos que sean todos nacidos aquel día, y traéme una cosa suya». Dijo ella: «¿Traeré una agujeta o una cofia?» La Lozana: «Sí, sí». Y sorraba mi perrica. Y más contenta viene otro día cargada, y trajo otros dos julios, y metió ella la clara de un huevo en un orinal, y allí le demostró cómo él estaba abrazado con otra, que tenía una vestidura azul. E hicímosle matar la gallina y ligar el gallo con su estringa, y así le dimos a entender que la otra presto moriría, y que él quedaba ligado con ella y no con la otra, y que presto vendría. Y así se fue, y nosotros comimos una capirotada con mucho queso.

AUTOR.- A ésa me quisiera yo hallar.

RAMPÍN.- Vení a casa, que también habrá para vos.

AUTOR.- ¡Andá, puerco!

RAMPÍN.- «¡Tanto es Pedro de Dios…

AUTOR.-… que no te medre Dios!»

RAMPÍN.- Vení vos y veréis el gallo, que para otro día lo tenemos.

AUTOR.- Pues sea así, que me llaméis, y yo pagaré el vino.

RAMPÍN.- Sí haré. Saná presto. ¿No queréis vos hacer lo que hizo ella para su mal, que no cuesta sino dos ducados? Que por su fatiga no quería ella nada, que todo sería un par de calzas para esta invernada. Mirá, ya ha sanado en Velitre a un español de lo suyo, y a cabo de ocho días se lo quiso hacer, y era persona que no perdiera nada, y porque andaban entonces por desposarnos a mí y a ella, porque cesase la peste, no lo hizo.

AUTOR.- ¡Anda, que eres bobo! Que ya sé quién es y se lo hizo, y le dio un tabardo o caparela para que se desposase; ella misma nos lo contó.

RAMPÍN.- ¿Pues veis ahí por qué lo sanó?

AUTOR.- Eso pudo ser por gracia de Dios.

RAMPÍN.- Señor, no, sino con su ungüento. Son más de cuatro que la ruegan, y porque no sea lo de Faustina, que la tomó por muerta y la sanó y después no la quiso pagar, dijo que un voto que hizo la sanó, y diole el paga: ¡nunca más empacharse con romanescas!

AUTOR.- Ahora andad en buena hora y encomendámela, y a la otra desvirgaviejos, que soy todo suyo. ¡Válgaos Dios!

RAMPÍN.- No, que no caí.

AUTOR.- ¡Teneos bien, que está peligrosa esa escalera! ¿Caíste? ¡Válgate el diablo!

RAMPÍN.- ¡Ahora sí que caí!

AUTOR.- ¿Os hicisteis os mal? Poneos este paño de cabeza.

RAMPÍN.- Así me iré hasta casa que me ensalme.

AUTOR.- ¿Qué ensalme te dirá?

RAMPÍN.- El del mal francorum.

AUTOR.- ¿Cómo dice?

RAMPÍN.- «Eran tres cortesanas y tenían tres amigos, pajes de Franquilano: la una lo tiene público, y la otra muy callado; a la otra le vuelta con el lunario. Quien esta oración dijere tres veces a rimano, cuando nace sea sano, amén».

Mamotreto XVIII

Prosigue el autor, tornando al decimosexto mamotreto, que, viniendo de la judaica, dice Rampín

[RAMPÍN.-] Si aquel jodío no se adelantara, esta celosía se vende, y fuera buena para una ventana. Y es gran reputación tener celosía.

LOZANA.- ¿Y en qué veis que se vende?

RAMPÍN.- Porque tiene aquel ramico verde puesto, que aquí a los caballos o a lo que quieren vender le ponen una hoja verde sobre las orejas.

LOZANA.- Para eso mejor será poner el ramo sin la celosía y venderemos mejor.

RAMPÍN.- ¿Más ramo queréis que Trigo, que lo dirá por cuantas casas de señores hay en Roma?

LOZANA.- Pues veis ahí, a vos quiero yo que seáis mi celosía, que yo no tengo de ponerme a la ventana, sino cuando mucho asomaré las manos. ¡Oh, qué lindas son aquellas dos mujeres! Por mi vida, que son como matronas; no he visto en mi vida cosa más honrada ni más honesta.

RAMPÍN.- Son romanas principales.

LOZANA.- Pues ¿cómo van tan solas?

RAMPÍN.- Porque así lo usan. Cuando van ellas fuera, unas a otras se acompañan, salvo cuando va una sola, que lleva una sierva, mas no hombres, ni más mujeres, aunque sea la mejor de Roma. Y mirá que van sesgas; y aunque vean a uno que conozcan, no le hablan en la calle, sino que se apartan de ellos y callan, y ellas no abajan cabeza ni hacen mudanza, aunque sea su padre ni su marido.

LOZANA.- ¡Oh, qué lindas son! Pasan a cuantas naciones yo he visto, y aun a Violante la hermosa, en Córdoba.

RAMPÍN.- Por eso dicen: «Vulto romano y cuerpo senés andar florentín y parlar boloñés».

LOZANA.- ¡Por mi vida, que en esto tienen razón! Eso otro miraré después. Verdad es que las senesas son gentiles de cuerpo, porque las he visto que sus cuerpos parecen torres iguales. Mirá allá cuál viene aquella vieja cargada de cuentas y más barbas que el Cid Ruy Díaz.

VIEJA.- ¡Ay, mi alma, parece que os he visto y no sé dónde! ¿Por qué habéis mudado vestidos? No me recordaba. ¡Ya, ya! Decime, ¿y os habéis hecho puta? ¡Amarga de vos, que no lo podéis sufrir, que es gran trabajo!

LOZANA.- ¡Mirá qué vieja raposa! ¡Por vuestro mal sacáis el ajeno: puta vieja, cimitarra, piltrofera, soislo vos desde que naciste, y pésaos porque no podéis! ¡Nunca yo medre si vos decís todas esas cuentas!

VIEJA.- No lo digáis, hija, que cada día las paso siete y siete, con su gloria al cabo.

LOZANA.- Así lo creo yo, que vos bebedardos sois. ¿Por qué no estáis a servir a cualque hombre de bien, y no andaréis de casa en casa?

VIEJA.- Hija, yo no querría servir donde hay mujer, que son terribles de comportar; quieren que hiléis para ellas y que las acompañéis. Y «haz: aquí y toma allí, y esto no está bueno». Y «¿qué hacéis con los mozos?» «¡Comé presto y vení acá!» «¡Enjaboná y mirá no gastéis mucho jabón!» «¡Jaboná estos perricos!» Y aunque jabonéis como una perla, mal agradecido, y nada no está bien, y no miran si el hombre se vio en honra y tuvo quien la sirviese, sino que bien dijo quien dijo que «no hay cosa tan incomportable ni tan fuerte como la mujer rica». Ya cuando servís en casa de un hombre de bien, contento él y el canavario, contento todo el mundo. Y todos os dicen: «Ama, hiláis para vos». Podéis ir a estaciones y a ver vuestros conocientes, que nadie no os dirá nada, y si tornáis tarde, los mozos mismos os encubren, y tal casa de señor hay que os quedáis vos dona y señora. Y por eso me voy ahora a buscar si hallase alguno, que le tendría limpio como un oro, y miraría por su casa, y no querría sino que me tomase a salario, porque a discreción no hay quien la tenga, por mis pecados. Y mirá, aunque soy vieja, so para revolver una casa.