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LOZANA.- Yo lo creo, y aun una ciudad, aunque fuese el Caire o Millán.

VIEJA.- ¿Esta casa habéis tomado? Sea en buen punto con salud. Mal ojo tiene: moza para Roma y vieja a Benavente. Allá la espero.

TRIGO.- Subí, señora, en casa vuestra. Veisla aderezada y pagada por seis meses.

LOZANA.- Eso no quisiera yo, que ya no me puede ir bien en esta casa, que aquella puta vieja, santiguadera, se desperezó a la puerta y dijo «afán, mal afán venga por ella». Y yo, por dar una coz a un perro que estaba allí, no miré y metí el pie izquierdo delante, y mirá qué nublo tornó en entrando.

JODÍO.- No curéis, que Aben-Ruiz y Aben-Rey serán en Israel. Y por vuestra vida y de quien bien os quiere, porque soy yo el uno, que iré y enviaré quien pague la casa y la cena. Y vos, pariente, aparéjame esos dientes. No os desnudéis, sino estaos así, salvo el paño listado, que no lo rompáis; y si alguno viniere, hacé vos como la de Castañeda, que «el molino andando gana».

Mamotreto XIX

Cómo, después de ido Trigo, vino un maestresala a estar la siesta con ella, y después un macero, y el valijero de Su Señoría

LOZANA.- Por mi vida que me meo toda, antes que venga nadie.

RAMPÍN.- Hacé presto que ¿veis? allí uno viene que yo lo conozco.

LOZANA.- ¿Y quién es?

RAMPÍN.- Un maestresala de secreto, hombre de bien. Vuestros cinco julios no os pueden faltar.

MAESTRESALA.- Decí, mancebo, ¿está aquí una señora que es venida ahora poco ha?

RAMPÍN.- Señor, sí, mas está ocupada.

MAESTRESALA.- Decidla que Trigo me mandó que viniese a hablarla.

RAMPÍN.- Señor, está en el lecho, que viene cansada; si queréis esperar, ella le hablará desde aquí.

MAESTRESALA.- ¡Andá! ¿Véola yo la mano y está en el lecho? ¡Pues ahí la querría yo! Decí que no la quite, que de oro es, y aun más preciosa. ¡Oh, pese a tal con la puta, y qué linda debe de ser! Si me ha entendido aquel harbadanzas, ducado le daré. ¿Qué dice esa señora? ¿Quiere que muera aquí?

RAMPÍN.- Luego, señor.

MAESTRESALA.- Pues vení vos abajo, mirá qué os digo.

RAMPÍN.- ¿Qué es lo que manda vuestra merced?

MAESTRESALA.- Tomá, veis ahí para vos, y solicitá que me abra.

RAMPÍN.- Señor, sí. ¡Tiri, tiritaña: mirá para mí! ¿Abrirele?, que se enfría.

LOZANA.- Asomaos allí primero, mirá qué dice.

MAESTRESALA.- ¡Hola! ¿Es hora?

RAMPÍN.- Señor, sí; que espere vuestra merced, que quiere ir fuera, y ahí la hablará.

MAESTRESALA.- ¡No, pese a tal, que me echáis a perder! Si no ahí, en casa, que luego me salgo.

RAMPÍN.- Pues venga vuestra excelencia.

MAESTRESALA.- Beso las manos de vuestra merced, mi señora.

LOZANA.- Yo las de vuestra merced, que deséome quita de un mi hermano.

MAESTRESALA.- Señora, para serviros, más que hermano. ¿Qué le parece a vuestra merced de aquesta tierra?

LOZANA.- Señor, diré como forastera: «la tierra que me sé, por madre me la he». Cierto es que hasta que vea, ¿por qué no le tomaré amor?

MAESTRESALA.- Señora, vos sois tal y haréis tales obras, que no por hija, mas por madre quedaréis de esta tierra. Vení acá, mancebo, por vuestra vida, que me vais a saber qué hora es.

LOZANA.- Señor, ha de ir conmigo a comprar ciertas cosas para casa.

MAESTRESALA.- Pues sea de esta manera. Tomá, hermano; veis ahí un ducado. Id vos solo, que hombre sois para todo, que esta señora no es razón que vaya fuera a estas horas. Y vení presto, que quiero que vais conmigo para que traigáis a esta señora cierta cosa que le placerá.

RAMPÍN.- Señor, sí.

MAESTRESALA.- Señora, por mi fe, que tengo que ser vuestro, y vos mía.

LOZANA.- Señor, merecimiento tenéis para todo. Yo, señor, vengo cansada, ¿y vuestra merced se desnuda?

MAESTRESALA.- Señora, puédolo hacer, que parte tengo en la cama, que dos ducados di a Trigo para pagarla, y más ahora que soy vuestro yo y cuanto tengo.

LOZANA.- «Señor, dijo el ciego que deseaba ver».

MAESTRESALA.- Esta cadenica sea vuestra, que me parece que os dirá bien.

LOZANA.- Señor, vos, estos corales al brazo, por mi amor.

MAESTRESALA.- Estos pondré yo en mi corazón, y quede con Dios, y cuando venga su criado, vaya a mi estancia, que bien la sabe.

LOZANA.- Sí hará.

MAESTRESALA.- Este beso sea para empresa.

LOZANA.- Empresa con rescate de amor fiel, que vuestra presencia me ha dado, seré siempre leal a conservarlo. ¿Venís, calcotejo? Subí. ¿Qué traéis?

RAMPÍN.- El espejo que os dejasteis en casa de mi madre.

LOZANA.- Mostrá, bien habéis hecho. ¿No me miráis la cadenica?

RAMPÍN.- ¡Buena, por mi vida, hi, hi, hi que es oro! ¿Veis aquí donde vienen dos?

LOZANA.- Mirá quién son.

RAMPÍN.- El uno conozco, que lleva la maza de oro y es persona de bien.

MACERO.- ¡A vos, hermano! ¡Hola! ¿Mora aquí una señora que se llama la Lozana?

RAMPÍN.- Señor, sí.

MACERO.- Pues decidla que venimos a hablarla, que somos de su tierra.

RAMPÍN.- Señores, dice que no tiene tierra, que ha sido criada por tierras ajenas.

MACERO.- ¡Juro a tal, que a dicho bien, que «el hombre nace y la mujer donde va»! Decí a su merced que la deseamos ver.

RAMPÍN.- Señores, dice que otro día la veréis que haga claro.

MACERO.- ¡Voto a san, que tiene razón! Mas no tan claro como ella lo dice. Decí a su señoría que son dos caballeros que la desean servir.

RAMPÍN.- Dice que no podéis servir a dos señores.

MACERO.- ¡Voto a mi, que es letrada! Pues decidle a esa señora que nos mande abrir, que somos suyos.

RAMPÍN.- Señores, que esperen un poco, que está ocupada.

MACERO.- Pues vení vos abajo.

RAMPÍN.- Que me place.

MACERO.- ¿Quién está con esa señora?

RAMPÍN.- Ella sola.

MACERO.- ¿Y qué hace?

RAMPÍN.- Está llorando.

MACERO.- ¿Por qué, por tu vida, hermano?

RAMPÍN.- Es venida ahora y ha de pagar la casa, y demándanle luego el dinero, y ha de comprar baratijas para la casa, y no se halla con mil ducados.

MACERO.- Pues tomá vos la mancha y rogá que nos abra, que yo le daré para que pague la casa, y este señor le dará para el resto. Andad, sed buen trujamante.

RAMPÍN.- Señor, sí. Luego torno. Señora, mirá qué me dio.

LOZANA.- ¿Qué es eso?

RAMPÍN.- La mancha. Y dará para la casa. ¿Queréis que abra?

LOZANA.- Asomaos y decí que entre.

RAMPÍN.- Pues mojaos los ojos, que les dije que llorabais.

LOZANA.- Sí haré.

RAMPÍN.- Señores, si les place entrar…

MACERO.- ¡Oh, cuerpo de mí, no deseamos otra cosa! Besamos las manos de vuestra merced.

LOZANA.- Señores, yo las vuestras. Siéntense aquí, sobre este cofre, que, como mi ropa viene por mar y no es llegada, estoy encogida, que nunca en tal me vi.

MACERO.- Señora, vos en medio, porque sea del todo en vos la virtud, que la lindeza ya la tenéis.

LOZANA.- Señor, yo no soy hermosa, mas así me quieren en mi casa.