Выбрать главу

TRIGO.- Mirá, que está parida y no os dejará venir a dormir a casa.

LOZANA.- No me curo, que tragamallas dormirá aquí, y tomaremos una casa más cerca.

TRIGO.- ¿Para qué, si ella os da casa y lecho y lo que habréis de menester?

LOZANA.- Andá, que todavía mi casa y mi hogar cien ducados val. Mi casa será como faltriquera de vieja, para poner lo mal alzado y lo que se pega.

TRIGO.- «Con vos me entierren», que sabéis de cuenta. «Ve donde vas y como vieres, así haz, y como sonaren, así bailarás».

Mamotreto XXIII

Cómo fue la Lozana en casa de esta cortesana, y halló allí un canónigo, su mayordomo, que la empreñó

LOZANA.- Paz sea en esta casa.

ESCLAVA.- ¿Quién está ahí?

LOZANA.- Gente de paz, que viene a hurtar.

ESCLAVA.- Señora, ¿quién sois? para que lo diga a mi ama.

LOZANA.- Decí a su merced que está aquí una española, a la cual le han dicho que su merced está mala de la madre, y le daré remedio si su merced manda.

ESCLAVA.- Señora, allí está una gentil mujer, que dice no sé qué de vuestra madre.

CORTESANA.- ¿De mi madre? ¡Vieja debe ser, porque mi madre murió de mi parto! ¿Y quién viene con ella?

ESCLAVA.- Señora, un mozuelo.

CORTESANA.- ¡Ay, Dios! ¿Quién será? Canónigo, por vuestra vida, que os asoméis y veáis quién es.

CANÓNIGO.- ¡Cuerpo de mí, es más hábil, a mi ver, que santa Nefija, la que daba su cuerpo por limosna!

CORTESANA.- ¿Qué decís? Esa no se debía morir. Andá, mirá si es ella que habrá resucitado.

CANÓNIGO.- Mándela vuestra merced subir, que poco le falta.

CORTESANA.- Suba. Va tú, Penda, que esta marfuza no sabe decir ni hacer embajada.

ESCLAVA.- Xeñora llamar.

LOZANA.- ¡Oh, qué linda tez de negra! ¿Cómo llamar tú? ¿Comba?

ESCLAVA.- No, llamar Penda de xeñora.

LOZANA.- Yo dar a ti cosa bona.

ESCLAVA.- Xeñora, xí. Venir, venir, xeñora decir venir.

LOZANA.- Beso las manos, mi señora.

CORTESANA.- Seáis la bien venida. Daca aquí una silla, pónsela, que se siente. Decime, señora, ¿conociste vos a mi madre?

LOZANA.- Mi señora, no; la conoceré yo para servir y honrar.

CORTESANA.- Pues, ¿qué me enviaste a decir que me queríais dar nuevas de mi madre?

LOZANA.- ¿Yo, señora? Corrupta estaría la letra, no sería yo.

CORTESANA.- Aquella marfuza me lo ha dicho ahora.

LOZANA.- Yo, señora, no dije sino que me habían dicho que vuestra merced estaba doliente de la madre y que yo le daría remedio.

CORTESANA.- No entiende lo que le dicen. No curéis, que el canónigo tiene la culpa, que no quiere hacer a mi modo.

MAYORDOMO.- ¿Qué quiere que haga? Que ha veinte días que soy estado para cortarme lo mío, tanto me duele cuando orino, y, según dice el médico, tengo que lamer todo este año, y a la fin creo que me lo cortarán. ¿Piensa vuestra merced que se me pasarían sin castigo ni ella ni mi criado, que jamás torna donde va? Ya lo he dicho a vuestra merced, que busque una persona que mire por casa, pues que ni vuestra merced ni yo podemos, que cuando duele la cabeza todos los miembros están sentibles, y vuestra merced se confía en aquel judío de Trigo, y mire cómo tornó con sí o con no.

LOZANA.- Señor, lo que Trigo prometió yo no lo sé, mas sé que él me dijo que viniese acá.

MAESTRO DE CASA.- ¡Oh, señora!, ¿y sois vos la señora Lozana?

LOZANA.- Señor, sí, a su servicio y por su bien y mejoría.

CANÓNIGO.- ¿Cómo, señora? ¡Seríaos esclavo!

LOZANA.- Mi señor, prometeme de no darlo en manos de médicos, y dejá hacer a mí, que es miembro que quiere halagos y caricias, y no crueldad de médico codicioso y bien vestido.

CANÓNIGO.- Señora, desde ahora lo pongo en vuestras manos, que hagáis vos lo que, señora, mandareis, que él y yo os obedeceremos.

LOZANA.- Señor, hacé que lo tengáis limpio, y untadlo con populeón, que de aquí a cinco días no tendréis nada.

CANÓNIGO.- Por cierto que yo os quedo obligado.

CORTESANA.- Señora, y a mí, para la madre, ¿qué remedio me dais?

LOZANA.- Señora, es menester saber de qué y cuándo os vino este dolor de la madre.

CORTESANA.- Señora, como parí, la madre me anda por el cuerpo como sierpe.

LOZANA.- Señora, sahumaos por abajo con lana de cabrón, y si fuere de frío o que quiere hombre, ponedle un cerote sobre el ombligo, de gálbano y armoníaco y encienso y simiente de ruda en una poca de grana, y esto la hace venir a su lugar, y echar por abajo y por la boca toda la ventosidad. Y mire vuestra merced que dicen los hombres y los médicos que no saben de qué procede aquel dolor o alteración. Metedle el padre y peor es, que si no sale aquel viento o frío que está en ella, más mal hacen hurgándola. Y con este cerote sana, y no nuez moscada y vino, que es peor. Y lo mejor es una cabeza de ajos asada y comida.

CORTESANA.- Señora, vos no os habéis de partir de aquí, y quiero que todos os obedezcan, y miréis por mi casa y seáis señora de ella, y a mi tabla y a mi bien y a mi mal, quiero que os halléis.

LOZANA.- Beso las manos por las mercedes que me hará y espero.

Parte II

Mamotreto XXIV

Cómo comenzó a conversar con todos, y cómo el autor la conoció por intercesión de un su compañero, que era criado de un embajador milanés, al cual ella sirvió la primera vez con una moza no virgen, sino apretada

Aquí comienza la Parte segunda

SILVIO.- ¡Quién me tuviera ahora, que a aquella mujer que va muy cubierta no le dijera cualque remoquete, por ver qué me respondiera y supiera quién es! ¡Voto a mí, que es andaluza! En el andar y meneo se conoce. ¡Oh, qué pierna! En verlas se me desperezó la complexión. ¡Por vida del rey, que no está virgen! ¡Ay, qué meneos que tiene! ¡Qué voltar acá! Siempre que me vienen estos lances, vengo solo. Ella se para allí con aquella pastelera; quiero ir a ver cómo habla y qué compra.

AUTOR.- ¡Hola! ¡Acá, acá! ¿Qué hacéis? ¿Dónde vais?

SILVIO.- Quiero ir allí a ver quién es aquella que entró allí, que tiene buen aire de mujer.

AUTOR.- ¡Oh, qué renegar tan donoso! ¡Por vida de tu amo, di la verdad!

COMPAÑERO.- ¡Hi, hi! Diré yo como de la otra, que «las piedras la conocían».

AUTOR.- ¿Dónde está? ¿Qué trato tiene? ¿Es casada o soltera? Pues a vos quiero yo para que me lo digáis.

COMPAÑERO.- ¡Pese al mundo con estos santos sin aviso! Pasa cada día por casa de su amo, y mirá qué regatear que tiene, y porfía que no la conoce. Miradla bien, que a todos da remedio de cualquier enfermedad que sea.

AUTOR.- Eso es bueno. Decime quién es y no me habléis por circunloquios, sino «decime una palabra redonda, como razón de melcochero». ¡Dímelo, por vida de la Corceta!

COMPAÑERO.- Soy contento. Esta es la Lozana, que está preñada de aquel canónigo que ella sanó de lo suyo.

AUTOR.- ¿Sanolo para que la empreñase? Tuvo razón. Decime, ¿es cortesana?

COMPAÑERO.- No, sino que tiene ésta la mejor vida de mujer que sea en Roma. Esta Lozana es sagaz y ha bien mirado todo lo que pasan las mujeres en esta tierra, que son sujetas a tres cosas: a la pensión de la casa y a la gola y al mal que después les viene de Nápoles; por tanto, se ayudan cuando pueden con ingenio, y por esto quiere ésta ser libre. Y no era venida cuando sabía toda Roma y cada cosa por extenso; sacaba dechados de cada mujer y hombre, y quería saber su vivir, y cómo y en qué manera, de modo que ahora se va por casas de cortesanas, y tiene tal labia que sabe quién es el tal que viene allí, y cada uno nombra por su nombre, y no hay señor que no desee echarse con ella por una vez. Y ella tiene su casa por sí, y cuanto le dan lo envía a su casa con un mozo que tiene, siempre se le pega a él y a ella lo mal alzado, de modo que se saben remediar. Y ésta hace embajadas y mete en su casa mucho almacén, y sábele dar la maña, y siempre es llamada señora Lozana, y a todos responde, y a todos promete y certifica, y hace que tengan esperanza, aunque no la haya. Pero tiene esto, que quiere ser ella primero referendada, y no perdona su interés a ninguno, y si no queda contenta, luego los moteja de míseros y bien criados, y todo lo echa en burlas; de esta manera saca ella más tributo que el capitán de Torre Sabela. Veisla allí, que parece que le hacen mal los asentaderos, que toda se está meneando, y el ojo acá, y si me ve, luego me conocerá, porque sabe que sé yo lo que pasó con mi amo el otro día, que una muchacha le llevó. Cinco ducados se ganó ésta, y más le dio la muchacha de otros seis, porque veinte le dio mi amo, y como no tiene madre, que es novicia, ella le sacaría las coradas, que lo sabe hacer. Y no perdona servicio que haga, «y no le queda por corta ni por mal echada», y guay de la puta que le cae en desgracia, que más le valdría no ser nacida, porque dejó el frenillo de la lengua en el vientre de su madre, y si no la contentasen, diría peor de ellas que de carne de puerco, y si la toman por bien, beata la que la sabe contentar. Va diciendo a todos qué ropa es debajo paños, salvo que es boba y no sabe. Condición tiene de ángel, y el tal señor la tuvo dos meses en una cámara, y dice por más encarecer: «Señor, sobre mí, si ella lo quiere hacer, que apretéis con ella, y a mí también lo habéis de hacer, que de tal encarnadura soy que si no me lo hacen, muerta soy, que ha tres meses que no sé qué cosa es, mas con vos quiero romper la jura». Y con estas chufletas gana. La mayor embaidora es que nació, pues pensaréis que come maclass="underline" siempre come asturión o cualque cosa. Come lo mejor, mas también llama quien ella sabe, que lo pagará más de lo que vale. Llegaos allá, y yo haré que no la conozco, y ella veréis que conocerá a vos y a mí, y veréis cómo no miento en lo que digo.