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SIETECOÑICOS.- Mirá qué, norabuena, «algún ciego me querría ver».

LOZANA.- Anda, que pareces a Francisca la Fajarda. Entra, que has de cantar aquel cantar que dijiste cuando fuimos a la viña a cenar, la noche de marras.

SIETECOÑICOS.- ¿Cuál? ¿Vayondina?

LOZANA.- Sí, y el otro.

SIETECOÑICOS.- ¿Cuál? ¿Bartolomé del Puerto?

LOZANA.- Sí, y el otro.

SIETECOÑICOS.- Ya, ya. ¿Ferreruelo?

LOZANA.- Ese mismo.

SIETECOÑICOS.- ¿Quién está arriba? ¿Hay putas?

LOZANA.- Sí, mas mira que está allí una que presume.

SIETECOÑICOS.- ¿Quién es? ¿La de Toro? Pues razón tiene, «puta de Toro y trucha de Duero».

LOZANA.- Y la Sevillana.

SIETECOÑICOS.- Las seis veces villana, señores, con perdón.

AUTOR.- Señora, no hay error. ¡Subí vos, alcuza de santero!

LOZANA.- Señores, no se partan, que quiero mirar qué es lo que le dan los padrinos, que me va algo en ello.

AUTOR.- Decime, ¿qué dan los padrinos?

COMPAÑERO.- Es una usanza en esta tierra que cada uno da a la madre según puede, y hacen veinte padrinos, y cada uno le da.

AUTOR.- Pues no iban allí más de dos con la criatura. ¿Cómo hacen tantos?

SILVIO.- Mirad, aquella garrafa que traen de agua es la que sobró en el bacín cuando se lavaron los que tienen la criatura, y traenla a casa, y de allí envíanla al tal y a la tal, y así a cuantos quieren, y dicen que por haberse lavado con aquel agua son compadres, y así envían, quién una cana de raso, quién una de paño, quién una de damasco, quién un ducado o más, y de esta manera es como cabeza de lobo para criar la criatura hasta que se case o se venda, si es hija. Pues notá otra cláusula que hacen aquí las cortesanas: prometen vestirse de blanco o pardillo, y dicen que lo han de comprar de limosnas. Y así van vestidas a expensas del compaño; y esto de los compadres es así.

AUTOR.- No se lo consentirían, esto y otras mil supersticiones que hacen, en España.

SILVIO.- Pues por eso es libre Roma, que cada uno hace lo que se le antoja ahora, sea bueno o malo, y mirá cuánto, que, si uno quiere ir vestido de oro o de seda, o desnudo o calzado, o comiendo o riendo, o cantando, siempre vale por testigo y no hay quien os diga mal hacéis ni bien hacéis, y esta libertad encubre muchos males. ¿Pensáis vos que se dice en balde por Roma, Babilón, sino por la mucha confusión que causa la libertad? ¿No miráis que se dice Roma meretrice, siendo capa de pecadores? Aquí, a decir la verdad, los forasteros son mucha causa, y los naturales tienen poco del antiguo natural, y de aquí nace que Roma sea meretrice y concubina de forasteros y, si se dice, guay quien lo dice. «Haz tú y haré yo y mal para quien lo descubrió». Hermano, ya es tarde; vámonos y haga y diga cada uno lo que quisiere.

AUTOR.- Pues «año de veintisiete deja a Roma y vete».

COMPAÑERO.- ¿Por qué?

AUTOR.- Porque será confusión y castigo de lo pasado.

COMPAÑERO.- ¡A huir quien más pudiere!

AUTOR.- Pensá que llorarán los barbudos y mendigarán los ricos, y padecerán los susurrones, y quemarán los públicos y aprobados o canonizados ladrones.

COMPAÑERO.- ¿Cuáles son?

AUTOR.- Los registros del jure cevil.

Mamotreto XXV

Cómo el autor, dende a pocos días, encontró en casa de una cortesana favorida a la Lozana y la habló

AUTOR.- ¿Qué es esto, señora Lozana? ¿Así me olvidáis? Al menos, mandanos hablar.

LOZANA.- Señor, hablar y servir. Tengo que hacer ahora, mandame perdonar, que esta señora no me deja, ni se halla sin mí, que es mi señora, y mire Vuestra Merced, por su vida, qué caparela que me dio nueva, que ya no quiere su merced traer paño y su presencia no es sino para brocado.

AUTOR.- Señora Lozana, decime vos a mí cosas nuevas, que eso ya me lo sé y soyle yo servidor a esa señora.

LOZANA.- ¡Ay, ay, señora! ¿Y puede vuestra merced mandar a toda Roma y no se estima más? Por vida de mi señora, que ruegue al señor doctor cuando venga que le tome otras dos infantescas, y un mozo más, que el mío quiero que vaya a caballo con vuestra merced, pues vuestra fama vale más que cuanto las otras tienen. Mirá, señora, yo quiero venir cada día acá y miraros toda la casa, y vuestra merced que se esté como señora que es, y que no entienda en cosa ninguna.

CORTESANA.- Mira quién llama, Madalena, y no tires la cuerda si no te lo dice la Lozana.

LOZANA.- ¡Señora, señora! ¡Asomaos! ¡Asomaos, por mi vida! ¡Guayas, no; él, él, el traidor! ¡Ay qué caballadas que da! Él es que se apea. ¡Por mi vida y vuestra, abre, abre! ¡Señor mío de mi corazón! Mirá aquí a mi señora, que ni come ni bebe, y si no vinierais se moría. ¿Vuestra señoría es de esa manera? Luego vengo, luego vengo, que yo ya me sería ida, que la señora me quería prestar su paño listado, y por no dejarla descontenta, esperé a vuestra señoría.

CABALLERO.- Tomá, señora Lozana, comprá paño y no llevéis prestado.

LOZANA.- Bésole las manos, que señor de todo el mundo le tengo de ver. Bésela vuestra señoría y no llorará, por su vida, que yo cierro la cámara. ¿Oyes, Madalena? No abras a nadie.

MADALENA.- Señora Lozana, ¿qué haré, que no me puedo defender de este paje del señor caballero?

LOZANA.- ¿De cuál? ¿De aquél sin barbas? ¿Qué te ha dado?

MADALENA.- Unas mangas me dio por fuerza, que yo no las quería.

LOZANA.- Calla y toma, que eres necia. Vete tú arriba y déjamelo hablar, que yo veré si te cumple. A vos, galán, una palabra.

PAJE.- Señora Lozana, y aun dos.

LOZANA.- Entrá y cerrá pasico.

PAJE.- Señora, mercedes son que me hace. Siéntese, señora.

LOZANA.- No me puedo sentar, porque yo os he llamado, que quiero que me hagáis un servicio.

PAJE.- Señora, mándeme vuestra merced, que mucho ha que os deseo servir.

LOZANA.- Mirá, señor, esta pobreta de Madalena es más buena que no os lo puedo decir, y su ama le dio un ducado a guardar y unos guantes nuevos con dos granos almizcle, y todo lo ha perdido, y yo no puedo estar de cosas que hace la mezquina. Querríaos rogar que me empeñaseis esta caparela en cualque amigo vuestro, que yo la quitaré presto.

PAJE.- Señora, el ducado veislo aquí, y esas otras cosas yo las traeré antes que sea una hora, y vuestra merced le ruegue a Madalena de mi parte que no me olvide, que la deseo mucho servir.

LOZANA.- ¡Hi, hi, hi! ¿Y con qué la deseáis servir? Que sois muy muchacho y todo lo echáis en crecer.

PAJE.- Señora, pues de eso reniego yo, que me crece tanto que se me sale de la bragueta.

LOZANA.- Si no lo pruebo no diré bien de ello.

PAJE.- Como vuestra merced mandare, que mercedes son que recibo, aunque sea sobre mi capa.

LOZANA.- ¡Ay, ay, que me burlaba! ¡Parece píldora de Torre Sanguina, que así labora! ¿Es lagartija? ¡Andar, por donde pasa moja! Esta es tierra que «no son salidos del cascarón y pían». ¡Dámelo, barbiponiente, si quieres que me aproveche! Entraos allá, deslavado, y callá vuestra boca. ¡Madalena, ven abajo, que yo me quiero ir! El paje del señor caballero está allí dentro, que se pasea por el jardín. Es carideslavado; si algo te dijere, súbete arriba y dile que si yo no te lo mando, que no lo tienes de hacer. Y deja hacer a mí, que mayores secretos sé yo tener que este tuyo.

PAJE.- Señora Madalena, ¡cuerpo de mí!, siempre me echáis unos encuentros como broquel de Barcelona. Mirá bien que esta puta güelfa no os engañe, que es de aquellas que dicen: «Marica, cuécelo con malvas».

MADALENA.- ¡Estad quedo, así me ayude Dios! Más me sobajáis vos que un hombre grande. Por eso los pájaros no viven mucho. ¿Qué hacéis? ¿Todo ha de ser eso? Tomá, bebeos estos tres huevos, y sacaré del vino. Esperá, os lavaré todo con este vino griego que es sabroso como vos.