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PAJE.- Esta y no más, que me duele el frenillo.

MADALENA.- ¿Os he hecho yo mal?

PAJE.- No, sino la Lozana.

MADALENA.- Dejadla torne la encrucijada.

Mamotreto XXVI

Cómo la Lozana va a su casa, y encuentra su criado y responde a cuantos la llaman

LOZANA.- ¿Es posible que yo tengo de ser faltriquera de bellacos? ¿Venís, azuaga? ¿Es tiempo? ¿No sabéis dar vuelta por donde yo estoy? Andá allí adonde yo he estado, y decid a Madalena que os dé las mangas que dijo que le dio el paje, que yo se las guardaré; no se las vea su ama, que la matará. Y venid presto.

RAMPÍN.- Pues caminá vos, que está gente en casa.

LOZANA.- ¿Quién?

RAMPÍN.- Aquel canónigo que sanaste de lo suyo, y dice que le duele un compañón.

LOZANA.- ¡Ay, amarga! ¿Y por qué no se lo vistes vos si era peligroso?

RAMPÍN.- ¿Y qué sé yo? No me entiendo.

LOZANA.- ¡Mirá qué gana tenéis de saber y aprender! ¿Cómo no miraríais como hago yo?, que estas quieren gracia y la melecina ha de estar en la lengua, y aunque no sepáis nada, habéis de fingir que sabéis y conocéis para que ganéis algo, como hago yo, que en decir que Avicena fue de mi tierra, dan crédito a mis melecinas. Sólo con agua fría sanará, y si él viera que se le amansaba, cualque cosa os diera. Y mirá que yo conozco al canónigo, que él vendrá a vaciar los barriles, y ya pasó solía que, por mi vida, si no viene cayendo, que ya no hago credencia, y por eso me entraré aquí y no iré allá, que si es mal de cordón o cosón, con las habas cochas en vino, puestas encima bien deshechas, se le quitará luego. Por eso, andá, decídselo, que allí os espero con mi compadre.

MARIO.- Señora Lozana, acá y hablaremos de cómo las alcahuetas son sutiles.

LOZANA.- Señor, por ahora me perdonará, que voy de prisa.

GERMÁN.- ¡Ojo, adiós, señora Lozana!

LOZANA.- Andá, que ya no os quiero bien, porque dejaste a la Dorotea, que os hacía andar en gresca, por tomar a vuestra Lombarda, que es más dejativa que menestra de calabaza.

GERMÁN.- ¡Pues pese al mundo malo! ¿Habían de turar para siempre nuestros amores? Por vida del embajador, mi señor, que no pasaréis de aquí si no entráis.

LOZANA.- No me lo mande vuestra merced, que voy a pagar un par de chapines allí, a Batista chapinero.

GERMÁN.- Pues entrá, que buen remedio hay. Ven acá, llama tú a aquél chapinero.

SURTO.- Señor, sí.

GERMÁN.- ¡Oh, señora Lozana, qué venida fue esta! Sentaos. Ven acá, sacá aquí cualque cosa que coma.

LOZANA.- No, por vuestra vida, que ya he comido, sino agua fresca.

GERMÁN.- Va, que eres necio. Sácale la conserva de melón que enviaron ayer las monjas lombardas, y tráele de mi vino.

LOZANA.- Por el alma de mi padre, que ya sé que sois Alijandro, que si fueseis español, no seríais proveído de melón, sino de buenas razones. Señor, con vos estaría toda mi vida, salvo que ya sabéis que aquella señora quiere barbiponientes y no jubileos.

GERMÁN.- ¿Qué me decís, señora Lozana? Que más caricias me hace que si yo fuese su padre.

LOZANA.- Pues mire vuestra merced, que ella me dijo que quería bien a vuestra merced porque parecía a su abuelo, y no le quitaba tajada.

GERMÁN.- Pues veis ahí, mirá otra cosa, que cuando como allá si yo no le meto en boca no come, que para mí no me siento mayor fastidio que verla enojada, y siempre cuando yo voy, su fantesca y mis mozos la sirven mal.

LOZANA.- No se maraville vuestra merced, que es fantástica, y querría las cosas prestas, y querría que vuestra señoría fuese de su condición, y por eso ella no tiene sufrimiento.

GERMÁN.- Señora, concluí que no hay escudero en toda Guadalajara más mal servido que yo.

LOZANA.- Señor, yo tengo que hacer; suplícole no me detenga.

GERMÁN.- Señora Lozana, ¿pues cuándo seréis mía todo un día?

LOZANA.- Mañana; que no lo sepa la señora.

GERMÁN.- Soy contento, y a buen tiempo, que me han traído de Tívuli dos truchas, y vos y yo las comeremos.

LOZANA.- Beso sus manos, que si no fuera porque voy a buscar a casa de un señor un pulpo, que sé yo que se los traen de España, y tollo y oruga, no me fuera, que aquí me quedara con vuestra señoría todo hoy.

GERMÁN.- Pues tomá, pagadlo, y no vengáis sin ello.

LOZANA.- Bésole las manos, que siempre me hace mercedes como a servidora suya que soy.

Mamotreto XXVII

Cómo va por la calle y la llaman todos, y un portugués que dice

[PORTUGUÉS.-] Las otras beso.

LOZANA.- Y yo las suyas, una y boa.

PORTUGUÉS.- Señora, sí. ¡Rapá la gracia de Deus, soy vuestro!

LOZANA.- ¿De eso comeremos? Pagá si queréis, que no hay coño de balde.

CANAVARIO.- ¿A quién digo, señora Lozana? ¿Tan de prisa? Soy furrier de aquélla.

LOZANA.- Para vuestra merced no hay prisa, sino vagar y como él mandare.

GUARDARROPA.- Me encomiendo, mi señora.

LOZANA.- Señor sea vuestra merced de sus enemigos.

CANAVARIO.- ¿De dónde, por mi vida?

LOZANA.- De buscar compañía para la noche.

GUARDARROPA.- Señora, puede ser, mas no lo creo, que «quien menea la miel, panales o miel come».

LOZANA.- ¡Andá, que no en balde sois andaluz, que más ha de tres meses que en mi casa no se comió tal cosa! Vos, que sois guardarropa y tenéis mil cosas que yo deseo, y tan mísero sois ahora como antaño, ¿pensáis que ha de durar siempre? No seáis fiel a quien piensa que sois ladrón.

GUARDARROPA.- Señora, enviame aquí a vuestro criado, que no seré mísero para serviros.

LOZANA.- Viváis vos mil años, que burlo, por vuestra vida. ¿Veis? Viene aquí mi mozo, que parece, y que fue pariente de Algecira.

GUARDARROPA.- Alegre viene; parece que ha tomado la paga. Caminá, pariente, y enfardélame esas quijadas, que entraréis donde no pensaste.

LOZANA.- Señor, pues yo os quedo obligada.

GUARDARROPA.- Andá, señora, que, si puedo, yo vendré a deciros el sueño y la soltura.

LOZANA.- Cuando mandareis.

PIERRETO.- Cabo de escuadra de vuestra merced, señora Lozana. Adío, adío.

LOZANA.- A Dios va quien muere.

SOBRESTANTE.- Señora, una palabra.

LOZANA.- Diciendo y andando, que voy de prisa.

SOBRESTANTE.- Señora, ¡cuerpo del mundo! ¿por qué no queréis hacer por mí pues lo puedo yo pagar mejor que nadie?

LOZANA.- Señor, ya lo sé; mas voy ahora de prisa. Otro día habrá, que voy a comprar para esa vuestra favorida una cinta napolitana verde, por hacer despecho al cortecero, que ya lo ha dejado.

SOBRESTANTE.- ¿Es posible? Pues él era el que me quitaba a mí el favor. Tomá y comprá una para ella y otra para vos. Y más os pido de merced: que os sirváis de esta medalla y hagáis que se sirva ella de mí, pues que está sede vacante, que yo, señora Lozana, no os seré ingrato a vuestros trabajos.

LOZANA.- Señor, vení a mi casa esta tarde que ella viene ahí, que ha de pagar un mercader, y allí se trabajará en que se vea vuestro estrato.

SOBRESTANTE.- Sea así, me encomiendo.

LOZANA.- Si sois comendador, sedlo en buen hora, aunque sea de Córdoba.

COMENDADOR.- Señora Lozana, ¿por qué no os servís de vuestros esclavos?

LOZANA.- Señor, porque me vencéis de gentileza y no sé qué responda, y no quise bien en este mundo sino a vuestra merced, que me tira el Sagre.

COMENDADOR.- ¡Oh, cuerpo de mí! ¿Y por ahí me tiráis? «Soy perro viejo y no me dejo morder», pero si vos mandáis, sería yo vuestro por servir de todo.