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OLIVERO.- ¡A vos, mancebo! ¿Qué hace la señora Lozana?

RAMPÍN.- Señor, quiere ir fuera.

COMPAÑERO.- Y vos ¿dónde vais?

RAMPÍN.- A comprar ciertas berenjenas para hacer una pimentada.

OLIVERO.- Pues no sea burla que no seamos todos en ella.

RAMPÍN.- Andad acá, y compradme vos las especias y los huevos, y vení a tiempo, que yo sé que os placerán. Veislas allí buenas: ¿cuántas das?

OLIVERO.- Compralas todas.

RAMPÍN.- Quanto voi de tuti?

PECIGEROLO.- Un carlín.

RAMPÍN.- Un groso.

FRUTAROLO.- ¿No quieres?

RAMPÍN.- Seis bayoques.

PECIGEROLO.- Señor, no, lasa estar.

RAMPÍN.- ¿Quién te toca?

PECIGEROLO.- Mete qui quese.

RAMPÍN.- ¡Va borracho, que no son tuyas, que yo las traía!

PECIGEROLO.- ¡Pota de santa Nula, tú ne mente per la cana de la gola!

RAMPÍN.- ¡Va da qui, puerco! ¿Y rásgame la capa? ¡Así vivas tu como son tuyas!

PECIGEROLO.- ¡Pota de mi madre! ¿Io no te vidi? ¡Espeta, verai, si lo diró al barrachelo!

BARRACHELO.- ¡Espera, espera, español, no huyas! Tómalo y llévalo en Torre de Nona. ¿De aqueste modo compras tú y robas al pobre hombre? ¡Va dentro, no te cures! Va, di tú al capitán que lo meta en secreta.

ESBIRRO.- ¿En qué secreta?

BARRACHELO.- En la mazmorra o en el forno.

GALINDO.- Hecho es.

Mamotreto XXXII

Cómo vino el otro su compañero corriendo, y avisó la Lozana, y va ella radiando, buscando favor

COMPAÑERO.- Señora Lozana, vuestro criado llevan en prisión.

LOZANA.- ¡Ay!, ¿qué me decís? ¡Que no se me había de ensolver mi sueño! ¿Y cuántos mató?

COMPAÑERO.- Señora, eso no sé yo cuántos ha él muerto. Por un revendedor creo que le llevan.

LOZANA.- ¡Ay, amarga de mí, que también tenía tema con regateros! Es un diablo travieso, infernal, que si no fuese por mí, ciento habría muerto; más como yo lo tengo limpio, no encuentra con sus enemigos. No querría que nadie se atravesase con él, porque no cata ni pone, sino como toro es cuando está conmigo. Mirá qué hará por allá fuera; es que no es usado a relevar. Si lo supiste el otro día cuando se le cayó la capa, que no le dejaron cabello en la cabeza y guay de ellos si le esperaran, aunque no los conoció, con la prisa que traía, y si yo no viniera, ya estaba debajo la cama buscando su espada. Señor, yo voy aquí en casa de un señor que lo haga sacar.

OLIVERO.- Pues mire vuestra merced, si fuere menester favor, a monseñor mío pondremos en ello.

LOZANA.- Señor, ya lo sé; salen los cautivos cuando son vivos. ¡Ay, pecadora de mí! Bien digo yo: a mi hijo lozano no me lo cerquen cuatro.

MALSÍN.- Mirá cómo viene la trujamana de la Lozana. ¡Voto a Dios, no parece sino que va a informar auditores, y que vienen las audiencias tras ella! ¿Qué es eso, señora Lozana? ¿Qué rabanillo es ese?

LOZANA.- Tomá, que noramala para quien me la tornare. ¿No miráis vos como yo vengo, amarga como la retama, que me quieren ahorcar a mi criado?

MALSÍN.- Tenéis, señora, razón, tal mazorcón y cétera, para que no estéis amarga si lo perdieseis. Allá va la puta Lozana; ella nos dará que hacer hoy. ¿Veis, no lo digo yo? Monseñor quiere cabalgar. Para putas sobra caridad; si fuera un pobre, no fuéramos hasta después de comer. ¡Oh, pese a tal con la puta que la parió, que la mula me ha pisado! ¡Ahorcado sea el barrachelo, si no lo ahorcare antes que lleguemos! No parará nuestro amo hasta que se lo demande al senador. Caminad, que desciende monseñor y la Lozana.

MONSEÑOR.- Señora Lozana, perdé cuidado, que yo lo traeré conmigo, aunque sean cuatro los muertos.

LOZANA.- Monseñor, sí, que yo voy a casa de la señora Velasca para que haga que vaya el abad luego a Su Santidad, porque si fueren más los muertos que cuatro, que a mi criado yo lo conozco, que no se contentó con los enemigos, sino que si se llegó alguno a departir, también los llevaría a todos por un rasero.

POLIDORO.- Señora Lozana, ¿qué es esto, que vais enojada?

LOZANA.- Señor, mi criado me mete en estos pleitos.

POLIDORO.- ¿En qué, señora mía?

LOZANA.- Que lo quieren ahorcar por castigador de bellacos.

POLIDORO.- Pues no os fatiguéis, que yo os puedo informar mejor lo que sentí decir delante de Su Santidad.

LOZANA.- ¿Y qué, señor? Por mi vida que soy yo toda vuestra, y os haré cabalgar de balde putas honestas.

POLIDORO.- Soy contento. El arzobispo y el abad y el capitán que envió la señora Julia, demandaban al senador de merced vuestro criado, y que no lo ahorcasen. Ya su excelencia era contento que fuese en galera, y mandó llamar al barrachelo, y se quiso informar de lo que había hecho, si merecía ser ahorcado. El barrachelo se rió. Su excelencia dijo: «Pues ¿qué hizo?» Dijo el barrachelo que, estando comprando merenzane o berenjenas, hurtó cuatro. Y así todos se rieron, y su excelencia mandó que luego lo sacasen; por eso, no estéis de mala voluntad.

LOZANA.- Señor, «¡guay de quien poco puede!» Si yo me hallara allí, por la leche que mamé, que al barrachelo yo le hiciera que mirara con quién vivía mi criado. Soy vuestra; perdóneme, que quiero ir a mi casa, y si es venido mi criado lo enviaré al barrachelo que lo bese en el trancahilo él y sus zafos.

Mamotreto XXXIII

Cómo la Lozana vio venir a su criado, y fueron a casa; y cayó él en una privada por más señas

LOZANA.- ¿Saliste, chichirimbache? ¿Cómo fue la cosa? ¡No me queréis vos a mí creer! Siempre lo tuvo el malogrado ramazote de vuestro agüelo. Caminá, mudáos, que yo vendré luego.

RAMPÍN.- Venid a casa. ¿Dónde queréis ir? ¿Fuiste a la judería?

LOZANA.- Sí que fui, mas estaban en pascua los judíos; ya les dije que mala pascua les dé Dios. Y vi la mula parida, lo que parió muerto.

TRINCHANTE.- Señora Lozana, ¿qué es eso? ¡Alegre viene vuestra merced!

LOZANA.- Señor, veislo aquí, que cada día es menester hacer paces con tres o con dos, que a todos quiere matar, y sábeme mal mudar mozos, que de otra manera no me curaría.

TRINCHANTE.- ¡El bellaco Diego Mazorca, cómo sale gordo!

LOZANA.- Señor, la gabia lo hizo. Eran todos amigos míos, por eso se dice «el tuyo allégate a la peña mas no te despeña». Entrá y mirá la casa, que con este señor quiero hablar largo, y tan largo que le quiero contar lo que pasó anoche el embajador de Francia con una dama corsaria que esta mañana, cuando se levantaba, le puso tres coronas en la mano, y ella no se contentaba, y él dijo: «¿Cómo, señora? ¿Sírvese al rey un mes por tres coronas, y vos no me serviréis a mí una noche? ¡Dámelas acá!»