Выбрать главу

TRINCHANTE.- ¡Voto a Dios que tuvo razón, que por mí ha pasado, que las putas no se quieren contentar con tres julios por una vez, como que no fuese plata! ¡Pues, voto a Dios, que oro no lo tengo de dar sino a quien lo mereciere a ojos vistas! Poned mientes que esas tales vienen a cuatro torneses o a dos sueldos, o diez cuatrines, o tres maravedís. Señora, yo siento rumor en vuestra casa.

LOZANA.- ¡Ay, amarga! ¿Si vino alguien por los tejados y lo mata mi criado? ¡Subid, señor!

TRINCHANTE.- ¿Qué cosa, qué cosa? ¡Subid, señora, que siento llamar, y no sé dónde!

LOZANA.- ¡Ay de mí! Ahora subió mi criado; ¿dónde está? ¡Escuchá! ¿Dónde estáis? ¡Adalí, Fodolí!

TRINCHANTE.- ¡Para el cuerpo de mí, que lo siento! Señora, mirá allá dentro.

LOZANA.- Señor, ya he mirado y no está en toda la cámara, que aquí está su espada.

TRINCHANTE.- Pues, ¡voto a Dios que no se lo comió la Papa Resolla, que yo lo siento! ¡Mirá, cuerpo de Dios, está en la privada y andámoslo a buscar! ¡Sorbe, no te ahogues! Dad acá una cuerda. ¿Estás en la mierda?

RAMPÍN.- ¡Tirá, tirá más!

TRINCHANTE.- ¡Ásete, pese a tal contigo, que ahora saliste de prisión y viniste a caer en la mierda!

RAMPÍN.- ¡Así, bien! ¿Qué hacéis? ¡Tirá, tirá!

TRINCHANTE.- ¡Tira tú como bellaco, tragatajadas! Vení acá, señora, ayudame a tirar este puerco.

RAMPÍN.- ¡Tirá más, que me desvaro! ¡Tirá bien, no soltéis!

TRINCHANTE.- ¡Va allá! ¡Pese a tal con quien te parió, que no te lavarás en cuanta agua hay en Tíber! Dadle en qué se envuelva el Conde de Carrión.

LOZANA.- ¿Cómo caíste?

RAMPÍN.- Por apartarme de una rata grande caí.

TRINCHANTE.- ¡Señora, voto a Dios que esto vale mil ducados! Salir de prisión y caer en la melcocha, por no morir malogrado a las uñas de aquella leona.

LOZANA.- Señor, es desgraciado y torpe el malaventurado.

TRINCHANTE.- Yo me voy. Váyase a lavar al río.

LOZANA.- Vení, señor, y tomá un poco de letuario.

TRINCHANTE.- No puedo, que tengo que trinchar a mi amo.

LOZANA.- ¡Buen olor lleváis vos para trinchar! ¡Vais oliendo a mierda perfecta! Trinchá lo que vos quisierais. Por eso no dejo de ser vuestra.

TRINCHANTE.- Yo, de vuestra merced, y acuérdese.

LOZANA.- Soy contenta. ¿Veisla? Está a la celosía. Cara de rosa, yo quiero ir aquí a casa de una mi parroquiana; luego torno.

SALAMANQUINA.- Por mi vida, Lozana, que no paséis sin entrar, que os he menester.

LOZANA.- Señora, voy de prisa.

SALAMANQUINA.- Por vida de la Lozana, que vengáis para tomar un consejo de vos.

LOZANA.- Si entro me estaré aquí más de quince días, que no tengo casa.

SALAMANQUINA.- Mira, puta, qué compré, y más espero. Siéntate, y estáme de buena gana, que ya sé que tu criado es salido, que no te costó nada, que el abad lo sacó. Que él pasó por aquí y me lo dijo, y le pesó porque no estaba por otra cosa más, para que vieras tú lo que hiciera.

LOZANA.- A vos lo agradezco, mas no queda por eso, que más de diez ducados me cuesta la burla.

SALAMANQUINA.- Yo te los sacaré mañana cuando jugaren, al primer resto. ¡Sús, comamos y triunfemos, que esto nos ganaremos! De cuanto trabajamos, ¿qué será? «Ellos a joder y nosotras a comer», como soldados que están alojados a discreción. El despachar de las bulas lo pagará todo, o cualque minuta. Ya sabes, Lozana, cómo vienen los dos mil ducados de la abadía, los mil son míos y el resto poco a poco.

Mamotreto XXXIV

Cómo va buscando casa la Lozana

ESCUDERO.- ¿Qué buscáis, señora Lozana? ¿Hay en qué pueda el hombre servir a vuestra merced? Mirá por los vuestros, y servíos de ellos.

LOZANA.- Señor, no busco a vos, ni os he menester, que tenéis mala lengua vos y todos los de esa casa, que parece que os preciáis en decir mal de cuantas pasan. Pensá que sois tenidos por maldicientes, que ya no se osa pasar por esta calle por vuestras malsinerías, que a todas queréis pasar por la maldita, reprochando cuanto llevan encima, y todos vosotros no sois para servir a una, sino a usanza de putería, el dinero en la una mano y en la otra el tú me entiendes, y ojalá fuese así. Cada uno de vosotros piensa tener un duque en el cuerpo, y por eso no hay puta que os quiera servir ni oír. Pensá cuánta fatiga paso con ellas cuando quiero hacer que os sirvan, que mil veces soy estada por dar con la carga en tierra, y no oso por no venir en vuestras lenguas.

ESCUDERO.- Señora Lozana, ¿tan cruel sois? ¿Por dos o tres que dicen mal, nos metéis a todos vuestros servidores? Catad que la juventud no puede pasar sin vos, porque la pobreza la acompaña, y es menester ayuda de vecinos.

LOZANA.- No digan mal, si quieren coño de balde.

ESCUDERO.- ¡Señora, mirá que se dice que a nadie hace injuria quien honestamente dice su razón! Dejemos esto. ¿Dónde se va, que gocéis?

LOZANA.- A empeñar estos anillos y estos corales, y buscar casa a mi propósito.

ESCUDERO.- ¿Y por qué quiere vuestra merced dejar su vecindad?

LOZANA.- Señor, «quien se muda, Dios lo ayuda».

ESCUDERO.- No se enmohecerán vuestras baratijas, ni vuestras palomas fetarán.

LOZANA.- No me curo, que no soy yo la primera. Las putas cada tres meses se mudan por parecer fruta nueva.

ESCUDERO.- Verdad es, mas las favoridas no se mudan.

LOZANA.- Pues yo no soy favorida, y quiero buscar favor.

ESCUDERO.- Señora Lozana, buscáis lo que vos podéis dar. ¿Quién puede favorecer al género masculino ni al femenino mejor que vos? Y podéis tomar para vos la flor.

LOZANA.- Ya pasó solía y vino tan buen tiempo que se dice «pesa y paga»: éste es todo el favor que os harán todas las putas. Hállase que en ellas se expenden ciento mil ducados, y no lo toméis en burla, que un banquero principal lo dio por cuenta a Su Santidad.

ESCUDERO.- Son prestameras holgadas, no es maravilla: para ellas litigamos todo el día por reposar la noche. Son dineros de beneficio sin cura.

LOZANA.- Y aun pensiones remotadas entre putas.

ESCUDERO.- ¿A qué modo se les da tanto dinero, o para qué?

LOZANA.- Yo os diré. En pensiones o alquiler de casas la una ha envidia a la otra, y dejan pagada aquélla por cuatro o cinco meses, y todo lo pierden por mudar su fantasía, y en comer, y en mozos, y en vestir y calzar, y leña y otras provisiones, y en infantescas, que no hay cortesana, por baja que sea, que no tenga su infantesca. Y no pueden mantenerse así, y todavía procuran de tenerla, buena o mala; y las siervas, como son o han sido putas, sacan por partido que quieren tener un amigo que cada noche venga a dormir con ellas y así roban cuanto pueden.

ESCUDERO.- Señora, el año de veintisiete ellas serán fantescas a sus criadas, y perdoname que os he detenido, porque no querría jamás carecer de vuestra vista. Mirá que allí vi yo esta mañana puesta una locanda, y es bonica casa, aparejada para que cuando pasen puedan entrar sin ser vistas vuestras feligresas.

LOZANA.- ¡Callá, malsín! ¡Queríais vos allí para que entrasen por contadero! ¡Yo sé lo que me cumple!

ESCUDERO.- ¡Oh, qué preciosa es este diablo! Yo quería despedir gratis, mas es taimada andaluza, y si quiere hacer por uno, vale más estar en su gracia que en la del gran Soldán. ¡Mirá cuál va su criado tras ella! ¡Adiós, zarpilla!

RAMPÍN.- Me recomiendo, caballero… «el caballo no se comprará hogaño». Piensan estos puercos revestidos de chamelotes, hidalgos de Cantalapiedra, villanos, atestados de paja cebadaza, que porque se alaben de grandes caramillos, por eso les han de dar de cabalgar las pobres mujeres. ¡Voto a San Junco, que a éstos yo los haría pagar mejor! Como dijo un loco en Porcuna: «este monte no es para asnos».