Выбрать главу

MOZOS.- ¿Venís, señora Lozana? ¡Caminá, cuerpo de mí, que mi amo se desmaya y os espera, y vos todavía queda! Sin vos no valemos nada, porque mi amo nunca se ríe sino cuando os ve, y por eso mirá por nosotros y sednos favorable ahora que le son venidos dineros, antes que se los huelan las bagasas, que, voto a Dios, con putas y rufianas y tabaquinas no podemos medrar. Por eso, ayúdenos vuestra merced y haga cuenta que tiene dos esclavos.

LOZANA.- Callá, dejá hacer a mí, que yo lo pondré del lodo a dos manos. Vuestro amo es como el otro que dicen: «cantar mal y porfiar». Él se piensa ser Pedro Aguilocho, y no lo pueden ver putas más que al diablo. Unas me dicen que no es para nada, otras que lo tiene tan luengo que parece anadón, otras que arma y no desarma, otras que es mísero, y aquí firmaré yo, que primero que me dé lo que le demando, me canso, y al cabo saco de él la mitad de lo que le pido, que es trato cordobés. Él quiere que me esté allí con él, y yo no quiero perder mis ganancias que tengo en otra parte; y mirá qué tesón ha tenido conmigo, que no he podido sacar de él que, como me daba un julio por cada hora que estoy allí, que me dé dos. Que más pierdo yo en otras partes, que no vivo yo de entrada, como el que tiene veinte piezas, las mejores de Cataluña, y no sé en qué se las expende, que no relucen, y siempre me cuenta deudas. ¡Pues mándole yo que putas lo han de comer a él y a ello todo! No curéis, que ya le voy cayendo en el rastro. ¿Veis el otro mozo dónde viene?

MARZOCO.- ¿Qué es eso? ¿Dónde vais, señora?

LOZANA.- A veros.

MARZOCO.- Hago saber a vuestra merced que tengo tanta penca de cara de ajo.

LOZANA.- Esa sea la primera alhaja que falte en tu casa, y aun como a ti llevó la landre. ¡Tente allá, bellaco! ¡Andando se te caiga!

MARZOCO.- Señor, ya viene la Lozana.

PATRÓN.- «Bien venga el mal si viene solo», que ella siempre vendrá con cualque demanda.

LOZANA.- ¿Qué se hace, caballeros? ¿Háblase aquí de cosas de amores o de mí o de cualque señora a quien sirvamos todos? ¡Por mi vida, que se me diga! Porque si es cosa a que yo pueda remediar, lo remediaré, porque mi señor amo no tome pasión, como suele por demás, y por no decir la verdad a los médicos. ¿Qué es eso? ¿No me quiere hablar? Ya me voy, que así como así aquí no gano nada.

MOZOS.- Vení acá, señora Lozana, que su merced os hablará y os pagará.

LOZANA.- No, no, que ya no quiero ser boba, si no me promete dos julios cada hora.

MARZOCO.- Vení, que es contento, porque más merecéis, máxime si le socorréis que está amorado.

LOZANA.- ¿Y de quién? ¡Catá que me corro si de otra se enamoró! Mas como todo es viento su amor, yo huelgo que ame y no sea amado.

MARZOCO.- ¿Cómo, señora Lozana, y quién es aquel que ama y no es amado?

LOZANA.- ¿Quién? Su merced.

MARZOCO.- ¿Y por qué?

LOZANA.- Eso yo me lo sé; no lo diré sino a su merced solo.

MARZOCO.- Pues ya me voy. Vuestras cien monedas ahora, Dios lo dijo.

LOZANA.- Andá, que ya no es el tiempo de Maricastaña.

PATRÓN.- Dejá decir, señora Lozana, que no tienen respeto a nadie. Entendamos en otro; yo muero por la señora Angélica, y le daré seis ducados cada mes, y no quiero sino dos noches cada semana. Ved vos si merece más, y por lo que vos dijereis me regiré.

LOZANA.- Señor, digo que no es mucho, aunque le dieseis la mitad de vuestro oficio de penitencería. Mas ¿cómo haremos? Que si vuestra merced tiene ciertos defectos que dicen, será vuestra merced perder los ducados y yo mis pasos.

PATRÓN.- ¿Cómo, señora Lozana? ¿Y suelo yo pagar mal a vuestra merced? Tomá, veis ahí un par de ducados, y hacé que sea la cosa de sola signatura.

LOZANA.- Soy contenta, mas no me entiende vuestra merced.

PATRÓN.- ¿Qué cosa?

LOZANA.- Digo que si vuestra merced no tiene de hacer sino besar, que me bese a mí.

PATRÓN.- ¿Cómo besar? ¡Que la quiero cabalgar!

LOZANA.- ¿Y adónde quiere ir a caballar?

PATRÓN.- ¡Andá, para puta zagala! ¿Burláis?

LOZANA.- ¡No burlo, por vida de esa señora honrada a quien vos queréis cabalgar, y armar y no desarmar!

PATRÓN.- ¡Oh, pese a tal! ¿Y eso decís? ¡Por vida de tal que lo habéis de probar, porque tengáis que contar!

LOZANA.- ¡Ay, ay, por el siglo de vuestro padre, que no me hagáis mal, que ya basta!

PATRÓN.- ¡Mal le haga Dios a quien no os lo metiere todo, aunque sepa ahogaros, y veréis si estoy ligado! ¡Y mirá cómo desarmo!

LOZANA.- ¡Tal frojolón tenéis! Esta vez no la quisiera perder, aunque supiera hallar mi anillo que perdí ahora cuando venía.

PATRÓN.- Tomá, veis aquí uno que fue de monseñor mío, que ni a mí se me olvidará, ni a vos se os irá de la memoria de hablar a esa señora, y decidle lo que sé hacer.

LOZANA.- ¡Por mi vida, señor, que como testigo de vista, diré el aprieto en que me vi! ¡Ay, ay! ¿Y de esos sois? Desde aquí voy derecha a contar a su merced vuestras virtudes.

PATRÓN.- Sí, mas no ésta, que tomará celos su porfía.

LOZANA.- Mucho hará a vuestro propósito, aunque estáis ciego; que según yo sé y he visto, esa señora que pensáis, que es a vuestra vista hermosa, no se va al lecho sin cená.

PATRÓN.- ¿Cómo?, ¡por vida de la Lozana!

LOZANA.- Que su cara está en mudas cada noche, y las mudas tienen esto, que si se dejan una noche de poner, que no valen nada. Por eso se dice que cada noche daba de cená a la cara.

PATRÓN.- Y esas mudas, ¿qué son?

LOZANA.- Cerillas hechas de uvas asadas. Mas si la veis debajo de los paños, lagartija parece.

PATRÓN.- ¡Callá, señora Lozana, que tiene gracia en aquel menear de ojos!

LOZANA.- Eso yo me lo tengo, que no soy puta, cuanto más ella, que vive de eso.

PATRÓN.- «Quien a otra ha de decir puta, ha de ser ella muy buena mujer», como ahora vos.

Mamotreto XXXVIII

Cómo la Lozana entra en la batería de los gentiles hombres y dice

LOZANA.- Algo tengo yo aquí, que el otro día cuando vine, por no tener favor, con seis ducadillos me fui, de un resto que hizo el faraute, mi señor; mas ahora que es el campo mío, restos y resto mío serán.

OCTAVIO.- Señora Lozana, resto quejoso será el mío.

LOZANA.- ¡Andá, señor, que no de mí!

AURELIO.- Vení acá, señora Lozana, que aquí se os dará el resto y la suerte principal.

LOZANA.- ¡Viva esa cara de rosa, que con esa magnificencia las hacéis esclavas siendo libres! Que el resto dicen que es poco.

AURELIO.- ¿Cómo poco? ¡Tanto, sin mentir!

LOZANA.- Crezca de día en día, porque gocéis tan florida mocedad.

AURELIO.- Y vos, señora Lozana, gocéis de lo que bien queréis.

LOZANA.- Yo, señor, quiero bien a los buenos y caballeros que me ayudan a pasar mi vida sin decir ni hacer mal a nadie.

OCTAVIO.- Eso tal sea este resto, porque es para vos. Tomadlo, que para vos se ganó.

LOZANA.- Sepamos, ¿cuánto es?

OCTAVIO.- Andá, callá y cogé, que todos dicen amén, amén, sino quien perdió, que calla.

LOZANA.- Soy yo capellana de todos, y más de su señoría.

HORACIO.- Cogé, señora Lozana, que si los pierdo, en haberlos vos los gano, aunque el otro día me motejaste delante de una dama.

LOZANA.- Yo, señor, lo que dije entonces digo ahora, que ellas me lo han dicho, que dicen que tenéis un diablo que parece conjuro de sacar espíritus.

HORACIO.- ¡Oh, pese a tal! ¿Y eso dicen ellas? No saben bien la materia.

LOZANA.- Si no saben la materia, saben la forma.

HORACIO.- ¡No hay ninguno malo, mozas!

LOZANA.- Señor, no, sino que unos tienen más fuerza que otros.

MILIO.- Señora Lozana, hacé parte a todos de lo que sabéis. ¿De mí, qué dicen, que no me quieren ver ni oír?