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LOZANA.- ¡Ay, pecador, sobre que dicen que vuestra merced es el que mucho hizo!

SALUSTIO.- ¿Y yo, señora Lozana?

LOZANA.- Vuestra merced el que poco y bueno, como de varón.

CAMILO.- ¿A mí, señora Lozana, qué?

LOZANA.- Vos, señor, el que no hizo nada que se pareciese.

CAMILO.- Porque cayó en mala tierra, que son putas insaciables. ¿No le basta a una puta una y dos, y un beso, tres, y una palmadica, cuatro, y un ducado, cinco? Son piltracas.

LOZANA.- Sí para vos, mas no para nos. ¿No sabéis que uno que es bueno, para sí es bueno, mas mejor es si su bondad aprovecha a muchos?

CAMILO.- Verdad decís, señora Lozana, mas «el pecado callado, medio perdonado».

LOZANA.- Si por ahí tiráis, callaré, mas siempre oí decir que las cosas de amor avivan el ingenio, y también quieren plática. «El amor sin conversación es bachiller sin repetidor». Y voyme, que tengo que hacer.

AURELIO.- Mirá, señora Lozana, que a vos encomiendo mis amores.

LOZANA.- ¿Y si no sé quién son?

AURELIO.- Yo os lo diré si vos mandáis, que cerca están, y yo lejos.

LOZANA.- Pues dejame ahora, que voy a ver si puedo hallar quien me preste otros dos ducados para pagar mi casa.

AURELIO.- ¡Voto a Dios, que si los tuviera que os los diera! Mas dejé la bolsa en casa por no perder, y también porque se me quebraron los cerraderos. Mas sed cierta que esto y más os dejaré en mi testamento.

LOZANA.- ¿Cuándo? Soy vuestra sin eso y con eso. Véngase a mi casa esta noche y jugaremos castañas, y probará mi vino, que raspa. Sea a cena, haré una cazuela de peje, que dicen que venden unas acedías frescas vivas, y no tengo quién me vaya por ellas y por un cardo.

AURELIO.- Pues yo enviaré a mi mozo esta tarde con todo.

LOZANA.- Vuestra merced será muy bien venido. Nunca me encuentra Dios sino con míseros lacerados. Él caerá, que para la luz de Dios, que bobo e hidalgo es.

GUARDIÁN.- ¿Qué se dice, señora Lozana? ¿Dónde bueno?

LOZANA.- Señor, a mi casa.

GUARDIÁN.- Llegáos aquí al sol, y sácame un arador, y cuéntame cómo os va con los galanes de este tiempo, que no hay tantos bobos como en mis tiempos, y ellas creo que también se retiran.

LOZANA.- ¿Y cómo? Si bien supiese vuestra merced, no hay puta que valga un maravedí, ni dé de comer a un gato, y ellos, como no hay saco de Génova, no tienen sino el maullar, y los que algo tienen piensan que les ha de faltar para comer, y a las veces sería mejor joder poco que comer mucho. ¡Cuántos he visto enfermos de los riñones por miseria de no expender! Y otros que piensan que por cesar han de vivir más, y es al contrario, que semel in setimana no hizo mal a nadie.

ALCAIDE.- ¡Por mi vida, señora Lozana, que yo semel in mense y bis in anno!

LOZANA.- Andá ya, que ya lo sé, que vuestra merced hace como viejo y paga como mozo.

GUARDIÁN.- Eso del pagar, mal pecado, nunca acabó, porque cuando era mozo pagaba por entrar, y ahora por salir.

LOZANA.- Viva vuestra merced muchos años, que tiene del peribón. Por eso, dadme un alfiler, que yo os quiero sacar diez aradores.

ALCAIDE.- Pues sacá, que por cada uno os daré un grueso.

LOZANA.- Ya sé que vuestra merced lo tiene grueso, que a su puta beata lo oí, que le metíais las paredes adentro. Dámelo de argento.

ALCAIDE.- Por vida de mi amiga, que si yo los hubiese de comprar, que diese un ducado por cada uno, que uno que retuve me costó más de ciento.

LOZANA.- Cosa sería, ese no hace para mí. Quiérome ir con mi honra.

ALCAIDE.- Vení acá, traidora; sácame uno no más de la palma.

LOZANA.- No sé sacar de la palma ni del codo.

GUARDIÁN.- ¿Y de la punta de la picarazada?

LOZANA.- De ahí sí, buscadlo mas no hallarlo.

GUARDIÁN.- ¡Oh, cuerpo de mí, señora Lozana, que no sabéis de la palma y estáis en tierra que los sacan de las nalgas con putarolo, y no sabéis vos sacarlos al sol con buena aguja!

LOZANA.- Sin aguja los saco yo, cuando son de oro o de plata, que de otras suertes o maneras no me entiendo. Mejor hará vuestra merced darme un barril de mosto para hacer arrope.

GUARDIÁN.- De buena gana. Enviá por ello y por leña para hacerlo y por membrillos que cozáis dentro. Y mirá si mandáis más, que a vuestro servicio está todo.

LOZANA.- Soy yo suya toda.

ALCAIDE.- Y yo vuestro hasta las trencas.

Mamotreto XXXIX

Cómo la señora Terencia vio pasar a la Lozana y la manda llamar

[TERENCIA.-] Ves allí la Lozana que va de prisa. Migallejo, va, asómate y llámala.

MIGALLEJO.- ¡Señora Lozana! ¡Ah, señora Lozana! Mi señora le ruega que se llegue aquí.

LOZANA.- ¿Quién es la señora?

MIGALLEJO.- La del capitán.

LOZANA.- ¿Aquí se ha pasado su merced? Yo huelgo con tal vecina. Las manos, señora Terencia.

TERENCIA.- Las vuestras vea yo en la picota y a vos encorozada sin proceso, que ya sin pecado lo merece, mas para su vejez se le guarda. ¡Miradla cuál viene, que parece corralario de putas y jaraíz de necios! Dile que suba.

MIGALLEJO.- Subí, señora.

LOZANA.- ¡Ay, qué cansada que vengo y sin provecho! Señora, ¿cómo está vuestra merced?

TERENCIA.- A la fe, señora Lozana, enojada, que no me salen mis cosas como yo querría. Di a hilar, y hame costado los ojos de la cara porque el capitán no lo sienta, y ahora no tengo trama.

LOZANA.- Señora, no os maravilléis, que cada tela quiere trama. El otro día no quisiste oír lo que yo os decía, que de allí sacaríais trama.

TERENCIA.- Callá, que sale el capitán.

CAPITÁN.- ¿Qué es, señora?

LOZANA.- Señor, servir a vuestra merced.

CAPITÁN.- ¿Qué mundo corre?

LOZANA.- Señor, bueno, sino que todo vale caro, porque compran los pobres y venden los ricos. Duelos tienen las repúblicas cuando son los señores mercadantes y los ricos revenden. Este poco de culantro seco me cuesta un bayoque.

CAPITÁN.- ¡Hi, hi, hi! ¡Comprándolo vos, cada día se sube! Mas decime, ¿qué mercado hay ahora de putas?

LOZANA.- Bueno, que no hay hambre de ellas, mas todas son míseras y cada una quiere avanzar para el cielo. Señor, no quiero más putas, que harta estoy de ellas. Si me quisieren, en mi casa estaré, como hacía Galazo, que a Puente Sisto moraba, y allí le iban a buscar las putas para que las aconchase, y si él tenía buena mano, yo la tengo mejor; y él era hombre y mujer, que tenía dos naturas, la de hombre como muleto y la de mujer como de vaca. Dicen que usaba la una, la otra no sé; salvo que lo conocí, que hacía este oficio de aconchar, al cual yo le sabré dar la manera mejor, porque tengo más conversación que no cuantas han sido en esta tierra.

CAPITÁN.- Dejá eso. Decime cómo os va, que mucha más conversación tiene el Zopín que no vos, que cada día lo veo con vestidos nuevos y con libreas, y siempre va medrado. No sé lo que hace, que toda conversación es a Torre Sanguina.

LOZANA.- ¡Señor, maravíllome de vuestra merced, quererme igualar con el Zopín, que es fiscal de putas y barrachel de regantío y rufián magro, y el año pasado le dieron un treintón como a puta! No pensé que vuestra merced me tenía en esa posesión. Yo puedo ir con mi cara descubierta por todo, que no hice jamás vileza, ni alcagüetería, ni mensaje a persona vil, a caballeros y a putas de reputación. Con mi honra procuré de interponer palabras, y amansar iras, y reconciliar las partes, y hacer paces y quitar rencores, examinando partes, quitar martelos viejos, haciendo mi persona albardán por comer pan. Y esto se dirá de mí, si alguno que querrá poner en fábula: mucho supo la Lozana, más que no demostraba.

CAPITÁN.- Señora Lozana, ¿cuántos años puede ser una mujer puta?