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Mamotreto XLII

Cómo, estando la Lozana sola, diciendo lo que le convenía hacer para tratar y platicar en esta tierra sin servir a nadie, entró el autor callando, y disputaron los dos; y dice el autor

[AUTOR.-] Si está en casa la Lozana, quiero verla y demandarle un poco de algalia para mi huéspeda que está sorda. En casa está. ¡Dame! ¿Con quién habla? ¡Voto a mí, que debe de estar enojada con cualque puta! Y ahora todo lo que dice será nada, que después serán amigas antes que sea noche, porque ni ella sin ellas, ni ellas sin ella no pueden vivir. Saberlo tengo, que cualque cosa no le han querido dar, y por esto son todas estas braverías o braveaduras. «¿Quién mató la leona?, ¿quién la mató? ¡Matola vuestro yerno, marido de vuestra hija!». Así será esta quistión. Su criado habrá muerto cualque ratón, y pensará que sea leona. ¡Otra cosa es, ahora la entiendo! ¿Qué dice de sueños? También sabe de agüeros, y no sé qué otra cosa dijo de urracas y de tordos que saben hablar y que ella sabría vivir. ¿El Persio, ha oído? ¡Oh, pese a san, con la puta astuta! ¡Y no le bastaba Ovidio, sino Persio! Quiero subir, que no es de perder, sino de gozar de sus disparates, y quiero atar bien la bolsa antes que suba, que tiene mala boca, y siempre mira allí. Creo que sus ojos se hicieron de bolsa ajena, aunque yo siempre oí decir que los ojos de las mujeres se hicieron de la bragueta del hombre, porque siempre miran allí, y ésta a la bolsa: de manera que para con ella «no basta un ñudo en la bolsa y dos gordos en la boca», porque huele los dineros donde están. Señora Lozana, ¿tiene algo de bueno a que me convide?, que vengo cansado, y pareciome que no hacía mi deber si no entraba a veros, que, como vos sabéis, os quiero yo mucho por ser de hacia mi tierra. Bien sabéis que los días pasados me hiciste pagar unas calzas a la Maya, y no quería yo aquello, sino cualque viuda que me hiciese un hijo y pagarla bien, y vos que no perdieseis nada en avisarme de cosa limpia sobre todo, y haremos un depósito que cualquier mujer se contente, y vos primero.

LOZANA.- Señor, «a todo hay remedio sino a la muerte». Asentaos, y haremos colación con esto que ha traído mi criado, y después hablaremos. Va por vino. ¿Qué dices? ¡Oh, buen grado haya tu agüelo! ¿Y de dos julios no tienes cuatrín? ¡Pues busca, que yo no tengo sino dos cuatrinos!

AUTOR.- Dejá estar: toma, cambia, y trae lo que has de traer.

LOZANA.- ¡Por mi vida, no le deis nada, que él buscará! De esa manera no le faltará a él qué jugar. ¡Caminá pues! ¡Vení presto! ¿Sabéis, señor, qué he pensado? Que quizá Dios os ha traído hoy por aquí. A mí me ha venido mi camisa, y quiero ir esta tarde a la estufa, y como venga, que peguemos con ello, y yo soy de esta complexión, que como yo quiero, luego encajo, y mirá, llegar y pegar todo será uno. Y bástame a mí que lo hagáis criar vos, que no quiero otro depósito. Y sea mañana, y veníos acá, y comeremos un medio cabrito, que sé yo hacer apedreado.

AUTOR.- ¡Hi, hi! Veis, viene el vino, in quo est luxuria.

LOZANA.- Dame a beber, y da el resto del ducado a su dueño.

RAMPÍN.- ¿Qué resto? Veislo ahí, todo es guarnacha y malvasía de Candía, que cuesta dos julios el bocal, ¿y queréis resto?

LOZANA.- ¡Mirá el borracho! ¿Y por fuerza habéis vos de traer guarnacha? ¡Si trajerais corso o griego, y no expendiera tanto!

AUTOR.- Anda, hermano, que bien hiciste traer siempre de lo mejor. Toma, tráeme un poco de papel y tinta, que quiero notar aquí una cosa que se me recordó ahora.

LOZANA.- ¡Mirá, mancebo, sea ese julio como el ducado! ¡Hacé de las vuestras! Señor, si él se mete a jugar no torna acá hoy, que yo lo conozco.

AUTOR.- ¿En qué pasáis tiempo, mi señora?

LOZANA.- Cuando vino vuestra merced, estaba diciendo el modo que tengo de tener para vivir, que quien veza a los papagayos a hablar, me vezará a mí a ganar. Yo sé ensalmar y encomendar y santiguar cuando alguno está aojado, que una vieja me vezó, que era saludadera y buena como yo. Sé quitar ahítos, sé para lombrices, sé encantar la terciana, sé remedio para la cuartana y para el mal de la madre. Sé cortar frenillos de bobos y no bobos, sé hacer que no duelan los riñones y sanar las renes 6 , y sé medicar la natura de la mujer y la del hombre, sé sanar la sordera y sé ensolver sueños, sé conocer en la frente la fisonomía y la quiromancia en la mano, y pronosticar.

AUTOR.- Señora Lozana, a todo quiero callar, mas a esto de los sueños ni mirar en abusiones, no lo quiero comportar. Y pues sois mujer de ingenio, notá que el hombre, cuando duerme sin cuidado y bien cubierto y harto el estómago, nunca sueña y, al contrario, asimismo, cuando duerme el hombre sobre el lado del corazón, sueña cosas de gran tormento, y cuando despierta y se halla que no cayó de tan alto como soñaba, está muy contento, y si miráis en ello veréis que sea verdad. Y otras veces sueña el hombre que comía o dormía con la tal persona, que ha gran tiempo que no la vio, y otro día verala o hablarán de ella, y piensa que aquello sea lo que soñó, y son los humos del estómago que fueron a la cabeza, y por eso conforman los otros sentidos con la memoria. Así que, como dicen los maestros que vezan los niños en las materias, «muchas veces acaece que el muchacho sueña dineros y a la mañana se le ensuelven en azotes». También decís que hay aojados; esto quiero que os quitéis de la fantasía, porque no hay ojo malo, y si me decís cómo yo vi una mujer que dijo a un niño que su madre criaba muy lindo, y dijo la otra: «¡Ay, qué lindo hijo y qué gordico!», y alora el niño no alzó cabeza; esto no era mal ojo, mas mala lengua y dañada intención y venenosa malicia, como sierpe que trae el veneno en los dientes, que si dijera «¡Dios sea loado, que lo crió!», no le pudiera empecer. Y si me decís cómo aquella mujer lo pudo empecer con tan dulce palabra, digo que la culebra con la lengua hace caricias, y da el veneno con la cola y con los dientes. Y notá: habéis de saber que todas vosotras, por la mayor parte, sois más prestas al mal y a la envidia que no al bien, y si la malicia no reinase más en unas que en otras, no conoceríamos nosotros el remedio que es signarnos con el signo de la cruz contra la malicia y dañada intención de aquéllas, digo, que lícitamente se podrían decir miembros del diablo. A lo que de los agüeros y de las suertes decís, digo que si tal vos miráis, que hacéis mal, vos y quien tal cree, y para esto notá que muchos de los agüeros en que miran, por la mayor parte, son alimañas o aves que vuelan. A esto digo que es suciedad creer que una criatura criada tenga poder de hacer lo que puede hacer su Criador, que tú que viste aquel animal que se desperezó, y has miedo, mira que si quieres, en virtud de su Criador, le mandarás que reviente y reventará. Y por eso tú debes creer en el tu Criador, que es omnipotente, y da la potencia y la virtud, y no a su criatura. Así que, señora, la cruz sana con el romero, no el romero sin la cruz, que ninguna criatura os puede empecer, tanto cuanto la cruz os puede defender y ayudar. Por tanto, os ruego me digáis vuestra intención.