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[DIOMEDES.-] Mi señora Aldonza, ya vos veis que mi padre me manda que me vaya en Italia. Y como mi corazón se ha partido en dos partes, la una en vos, que no quise así bien a criatura, y la otra en vuestros hijos, los cuales envié a mi padre; y el deseo me tira, que a vos amo, y a ellos deseo ver; a mí me fuerza la obediencia suya, y a vos no tengo de faltar, yo determino de ir a Marsella, y de allí ir a dar cuenta a mi padre y hacer que sea contento que yo vaya otra vez en España, y allí me entiendo casar con vos. Si vos sois contenta, vení conmigo a Marsella, y allí quedaréis hasta que yo torne; y vista la voluntad de mi padre y el amor que tiene a vuestros hijos, haré que sea contento con lo que yo le dijere. Y así veremos en nuestro fin deseado.

LOZANA.- Mi señor, yo iré de muy buena voluntad donde vos, mi señor, me mandareis; que no pienso en hijos, ni en otra cosa que dé fin a mi esperanza, sino en vos, que sois aquélla; y por esto os demando de merced que dispongáis de mí a vuestro talento, que yo tengo siempre de obedecer.

Así vinieron en Marsella y, como su padre de Diomedes supo, por sus espías, que venía con su hijo Diomedes Aldonza, madre de sus hijos, vino él en persona, muy disimulado, amenazando a la señora Aldonza. Mas ya Diomedes le había rogado que fuese su nombre Lozana, pues que Dios se lo había puesto en su formación, que mucho más le convenía que no Aldonza, que aquel nombre, Lozana, sería su ventura para el tiempo por venir. Ella consintió en todo cuanto Diomedes ordenó. Y estando un día Diomedes para se partir a su padre, fue llevado en prisión a instancia de su padre, y ella, madona Lozana, fue despojada en camisa, que no salvó sino un anillo en la boca. Y así fue dada a un barquero que la echase en la mar, al cual dio cien ducados el padre de Diomedes, porque ella no pareciese; el cual, visto que era mujer, la echó en tierra y, movido a piedad, le dio un su vestido que se cubriese. Y viéndose sola y pobre, y a qué la había traído su desgracia, pensar puede cada uno lo que podía hacer y decir de su boca, encendida de mucha pasión. Y sobre todo se daba de cabezadas, de modo que se le siguió una gran jaqueca, que fue causa que le viniese a la frente una estrella, como abajo diremos. Finalmente, su fortuna fue tal, que vio venir una nao que venía a Liorna y, siendo en Liorna, vendió su anillo, y con él fue hasta que entró en Roma.

Mamotreto V

Cómo se supo dar la manera para vivir, que fue menester que usase audacia pro sapientia

Entrada la señora Lozana en la alma ciudad y proveída de súbito consejo, pensó: «Yo sé mucho; si ahora no me ayudo en que sepan todos, mi saber será ninguno». Y siendo ella hermosa y habladera, y decía a tiempo, y tenía gracia en cuanto hablaba, de modo que embaía a los que la oían. Y como era plática y de gran conversación, y habiendo siempre sido en compañía de personas gentiles, y en mucha abundancia, y viéndose que siempre fue en grandes riquezas y convites y gastos, que la hacían triunfar, decía entre sí: «Si esto me falta seré muerta, que siempre oí decir que el cebo usado es el provechoso». Y como ella tenía gran ver e ingenio diabólico y gran conocer, y en ver un hombre sabía cuánto valía, y qué tenía, y qué la podía dar, y qué le podía ella sacar. Y miraba también cómo hacían aquellas que entonces eran en la ciudad, y notaba lo que le parecía a ella que le había de aprovechar, para ser siempre libre y no sujeta a ninguno, como después veremos. Y, acordándose de su patria, quiso saber luego quién estaba aquí de aquella tierra y, aunque fuesen de Castilla, se hacía ella de allá por parte de un su tío, y si era andaluz, mejor, y si de Turquía, mejor, por el tiempo y señas que de aquella tierra daba, y embaucaba a todos con su gran memoria. Halló aquí de Alcalá la Real, y allí tenía ella una prima, y en Baena otra, en Luque y en la Peña de Martos, natural parentela. Halló aquí de Arjona y Arjonilla y de Montoro, y en todas estas partes tenía parientas y primas, salvo que en la Torredonjimeno que tenía una entenada, y pasando con su madre a Jaén, posó en su casa, y allí fueron los primeros grañones que comió con huesos de tocino. Pues, como daba señal de la tierra, halló luego quien la favoreció, y diéronle una cámara en compañía de unas buenas mujeres españolas. Y otro día hizo quistión con ellas sobre un jarillo, y echó las cuatro las escaleras abajo; y fuese fuera, y demandaba por Pozo Blanco, y procuró entre aquellas camiseras castellanas cualque estancia o cualque buena compañía. Y como en aquel tiempo estuviese en Pozo Blanco una mujer napolitana con un hijo y dos hijas, que tenía por oficio hacer solimán y blanduras y afeites y cerillas, y quitar cejas y afeitar novias, y hacer mudas de azúcar candi y agua de azofaifas y, cualque vuelta, apretaduras, y todo lo que pertenecía a su arte tenían sin falta, y lo que no sabían se lo hacían enseñar de las judías, que también vivían con esta plática, como fue Mira, la judía que fue de Murcia, Engracia, Perla, Jamila, Rosa, Cufa, Cintia y Alfarutia, y otra que se decía la judía del vulgo, que era más plática y tenía más conversación. Y habéis de notar que pasó a todas éstas en este oficio, y supo más que todas, y diole mejor la manera, de tal modo, que en nuestros tiempos podemos decir que no hay quien use el oficio mejor ni gane más que la señora Lozana, como abajo diremos, que fue entre las otras como Avicena entre los médicos. Non est mirum acutissima patria.

Mamotreto VI

Cómo en Pozo Blanco, en casa de una camisera, la llamaron

Una sevillana, mujer viuda, la llamó a su casa, viéndola pasar, y le demandó:

[SEVILLANA.-] Señora mía, ¿sois española? ¿Qué buscáis?

LOZANA.- Señora, aunque vengo vestida a la ginovesa, soy española y de Córdoba.

SEVILLANA.- ¿De Córdoba? ¡Por vuestra vida, ahí tenemos todas parientes! ¿Y a qué parte morabais?

LOZANA.- Señora, a la Cortiduría.

SEVILLANA.- ¡Por vida vuestra, que una mi prima casó ahí con un cortidor rico! ¡Así goce de vos, que quiero llamar a mi prima Teresa de Córdoba, que os vea! ¡Mencía, hija! Va, llama a tu tía y a Beatriz de Baeza y Marina Hernández, que traigan sus costuras y se vengan acá. Decime, señora, ¿cuánto ha que viniste?

LOZANA.- Señora, ayer de mañana.

SEVILLANA.- Y ¿dónde dormiste?

LOZANA.- Señora, demandando de algunas de la tierra, me fue mostrada una casa donde están siete o ocho españolas. Y como fui allá, no me querían acoger, y yo venía cansada, que me dijeron que el Santo Padre iba a encoronarse. Yo, por verlo, no me curé de comer.

SEVILLANA.- ¿Y vístelo, por mi vida?

LOZANA.- Tan lindo es, y bien se llama León décimo, que así tiene la cara.

SEVILLANA.- Y bien, ¿diéronnos algo aquellas españolas a comer?

LOZANA.- Mirá qué bellacas, que ni me quisieron ir a demostrar la plaza. Y en esto vino una que, como yo dije que era de los buenos de su tierra, fueme por de comer, y después fue conmigo a enseñarme los señores. Y como supieron quién yo y los míos eran, que mi tío fue muy conocido, que cuando murió le hallaron en las manos los callos tamaños, de la vara de la justicia, luego me mandaron dar aposento. Y envió conmigo su mozo, y Dios sabe que no osaba sacar las manos afuera por no ser vista, que traigo estos guantes, cortadas las cabezas de los dedos, por las encubrir.