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LOZANA.- Cuanto vos me habéis dicho es santo y bueno, mas mirá bien mi respuesta, y es que, para ganar de comer, tengo que decir que sé mucho más que no sé, y afirmar la mentira con ingenio por sacar la verdad. ¿Pensáis vos que si yo digo a una mujer un sueño, que no le saco primero cuanto tiene en el buche? Y dígole yo cualque cosa que veo yo que allí tiene ella ojo, y tal vuelta el ánima apasionada no se acuerda de sí misma, y yo dígole lo que ella otra vez ha dicho, y como ve que yo acierto en una cosa, piensa que todo es así, que de otra manera no ganaría nada. Mirá el pronóstico que hice cuando murió el emperador Maximiliano, que decían quién será emperador. Dije «yo oí aquel loco que pasaba diciendo: oliva de España, de España, de España, que más de un año duró, que otra cosa no decían sino de España, de España». Y ahora que ha un año que parece que no se dice otro sino carne, carne, carne salata, yo digo que gran carnicería se ha de hacer en Roma.

AUTOR.- Señora Lozana, yo me quiero ir, y estó siempre a vuestro servicio. Y digo que es verdad un dicho que muchas veces leí, que, quidquid agunt homines, intentio salvat omnes. Donde se ve claro que vuestra intención es buscar la vida en diversas maneras, de tal modo que otro cría las gallinas y vos coméis los pollos sin perjuicio ni sin fatiga. Felice Lozana, que no habría putas si no hubiese rufianas que las injiriesen a las buenas con las malas.

Mamotreto XLIII

Cómo salía el autor de casa de la Lozana, y encontró una fantesca cargada y un villano con dos asnos cargados, uno de cebollas y otro de castañas, y después se fue el autor con un su amigo, contándole las cosas de la Lozana

AUTOR.- ¿Qué cosa es esto que traéis, señoreta?

JACOMINA.- Bastimento para la cena, que viene aquí mi señora y un su amigo notario, y ahora vendrá su mozo, que trae dos cargas de leña. Señor, ¿es vuestra merced de casa? Ayúdeme a descargar, que se me cae el bote de la mostaza.

AUTOR.- Sube, que arriba está la Lozana. ¿Qué quieres tú? ¿Vendes esas cebollas?

VILLANO.- Señor, no, que son para presentar a una señora que se llama la Fresca, que mora aquí, porque me sanó a mi hijo del ahíto.

AUTOR.- Llama, que ahí está. Esas castañas son para que se ahíte ella, y tú con sus pedos.

VILLANO.- Micer, sí.

AUTOR.- ¡Pues voto a Dios, que no hay letrado en Valladolid que tantos cliéntulos tenga! Pues aquellas ocultas allá van, que por ella demandan, y no me partiré de aquí sin ver el trato que esta mujer tiene. Allá entra la una, y otra mujer con dos ánades. Aquélla no es puta, sino mal de madre; yo lo sabré al salir. Ya se va el villano. Ya viene la leña para la cena; milagros hace, que la quiere menuda. Ya van por más leña; dice que sea seca. Al mozo envía que traiga especias y azúcar, y que sean hartas y sin moler, que traiga candelas de sebo de las gordas, y que traiga hartas, por su amor, que será tarde, que han de jugar. Yo me maravillaba si no lo sabía decir, a mi fidamani, que ella cene más de tres noches con candelas de notario y a costa de cualque monitorio. ¿Veis dónde sale la de los anadones? Quiero saber qué cosa es. Decime, madre, ¿cómo os llamáis?

VITORIA.- Fijo, Vitoria, enferma de la madre, y esta señora española me ha dado aqueste cerote para poner al ombligo.

AUTOR.- Decime, señora, ¿qué mete dentro, si viste?

VITORIA.- Yo os lo diré. Gálbano y armoníaco, que consuma la ventosidad. Y perdóname, que tengo prisa.

AUTOR.- Ándate en buen hora. Yo me quiero estar aquí y ver aquel palafrenero a qué entra allá, que no estará mucho, que ya viene el notario, o novio que será. ¡Cardico y mojama le trae el ladrón! Bueno, pues entra, que aquí te quiero yo; que mejor notario es ella que tú, que ya está matriculada. Ya sale el otro; italiano es, más bien habla español y es mi conocido. ¡A vos, Penacho! ¿Qué se dice? ¿Sois servicial a la señora Lozana? ¿Qué cosa es eso que lleváis?

PENACHO.- ¡Juro a Dios, cosas buenas para el rabo! Guarda que tú no lo dices a otro. Que esto es para la hemorroide que tiene monseñor mío. Adío.

AUTOR.- Va norabuena, que aquí viene quien yo deseaba. Si vuestra merced viniera más presto viera maravillas, y entre las otras cosas oyera un remedio que la señora Lozana ha dado para cierta enfermedad.

SILVANO.- Pues de eso me quiero reír, que os maravilléis vos de sus remedios sabiendo vos que remedia la Lozana a todos de cualquier mal o bien. A los que a ella venían, no sé ahora cómo hace, mas en aquel tiempo que yo la conocí embaucaba las gentes con sus palabras y, por cierto, que dos cosas le vi hacer: la una a un señor que había comido tósigo, y ella majó presto un rábano sin las hojas, y metiolo en vinagre fuerte, y púsoselo sobre el corazón y pulsos; y cuando fue la peste, ella en Velitre hizo esto mismo en vino bueno, y que tomase siempre placer, y que no se curase de otras píldoras ni purgas. Cada mes de mayo come una culebra; por eso está gorda y fresca la traidora, aunque ella de suyo lo era.

AUTOR.- ¿No veis qué prisa se dan a entrar y salir putas y notarios?

SILVANO.- Vámonos, que ya son vacaciones, pues que cierran la puerta.

Mamotreto XLIV

Cómo fue otro día a visitarla este su conocido Silvano, y las cosas que allí contaron

SILVANO.- Señora Lozana, no se maraville, que «quien viene no viene tarde», y el deseo grande vuestro me ha traído, y también por ver si hay pájaros en los nidos de antaño.

LOZANA.- Señor, nunca faltan palomas al palomar. Y a quien bien os quiere no le faltarán palominos que os dar.

SILVANO.- No sean de camisa, que todo cuanto vos me decís os creo. ¡Dios os bendiga, qué gorda estáis!

LOZANA.- Hermano, como a mis espesas, y sábeme bien, y no tengo envidia al Papa, y gánolo, y esténtolo y quiéromelo gozar y triunfar, y mal año para putas, que ya las he dado de mano, que, por la luz de Dios, que si me han menester, que vienen cayendo, que ya no soy la que solía. ¡Mirá qué casa y en qué lugar, y qué paramentos y qué lecho que tengo! Salvo que ese bellaco me lo gasta cada noche, que no duerme seguro y yo que nunca estoy queda; y vos que me entendéis, que somos tres. ¡Hi, hi! ¿Acordaisos de aquellos tiempos pasados cómo triunfábamos, y había otros modos de vivir, y eran las putas más francas, y los galanes de aquel tiempo no compraban oficios ni escuderatos como ahora, que todo lo expendían con putas y en placeres y convites? Ahora no hay sino maullantes, overo, como dicen en esta tierra, «fotivento, que todo el año hacen hebrero», y así se pasan. No como cuando yo me recuerdo, que venía yo cada sábado con una docena de ducados ganados en menos tiempo que no ha que viniste, y ahora, cuando traigo doce julios, es mucho. Pues Sábado Santo me recuerdo venir tan cansada, que estaba toda la Pascua sin ir a estaciones ni ver parientas ni amigas, y ahora este Sábado Santo con negros ocho ducadillos me encerré, que me maravillo cómo no me ahorqué. ¡Pues las Navidades de aquel tiempo, los aguinaldos y las manchas que me daban! Como ahora, cierto nunca tan gran estrechura se vio en Cataluña ni en Florencia como ahora hay en Roma; y si miráis en ello, entonces traían unas mangas bobas, y ahora todos las traen a la perladesca. No sé, por mí lo digo, que me maravillo cómo pueden vivir muchas pobres mujeres que han servido esta corte con sus haciendas y honras, y puesto su vida al tablero por honrar la corte y pelear y batallar, que no las bastaban puertas de hierro, y ponían sus copos por broquel y sus oídos por capacetes, combatiendo a sus espesas y a sus acostamientos de noche y de día. Y ahora, ¿qué mérito les dan?, salvo que unas, rotos brazos, otras, gastadas sus personas y bienes, otras, señaladas y con dolores, otras, paridas y desmamparadas, otras que siendo señoras son ahora siervas, otras, estacioneras, otras, lavanderas, otras, estableras, otras, cabestro de símiles, otras, alcahuetas, otras, parteras, otras, cámara locanda, otras, que hilan y no son pagadas, otras, que piden a quien pidió y sirven a quien sirvió, otras que ayunan por no tener, otras por no poder, así que todas esperan que el senado las provea a cada una según el tiempo que sirvió y los méritos que debe haber, que sean satisfechas. Y según piensan y creen que harán una taberna meritoria como antiguamente solían tener los romanos y ahora la tienen venecianos, en la cual todos aquellos que habían servido o combatido por el senado romano, si venían a ser viejos o quedaban lisiados de sus miembros por las armas, o por la defensión del pueblo, les daban la dicha taberna meritoria en la cual les proveían de vito e vestito. Esto alhora era bueno, que el senado cobraba fama y los combatientes tenían esta esperanza, la cual causaba en ellos ánimo y lealtad, y no solamente entonces, mas ahora se espera que se dará a las combatientes, en las cuales ha quedado el arte militar, y máxime a las que con buen ánimo han servido y sirven en esta alma ciudad, las cuales, como dije, pusieron sus personas y fatigas al carro del triunfo pasado por mantener la tierra y tenerla abastada y honrada con sus personas viniendo de lejos y luengas partidas de diversas naciones y lenguajes, que si bien se mira en ello, no hay tantos lenguajes en Babilonia, adonde yo soy estada en mi juventud. Así que, si esto se hiciese, muchas más vendrían, y sería como en las batallas cuando echan delante la gente armada, y a la postre, cuando van faltando éstos, los peones y hombres de armas, y esles fuerza pelear a ellos y a los otros que esperaban seguir vitoria que si bien vencen el campo, no hay quien lo regocije como en la de Rávena, ni quien favorezca el placer que consiguen por ser pocos y solos, que no tienen quien los ayude a levantar, y así esperan la luna de Boloña, que es como el socorro de Scalona. Así que, tornando al propósito, quiero decir que, cuando a las personas lisiadas y pobres y en senectud constitutas, no les dan el premio o mérito que merecen, serán causa que no vengan muchas que vinieron a relevar a las naturales las fatigas y cansancios y combates, y esto causará la ingratitud que con las pasadas usaron, y de aquí redundará que los galanes requieran a las casadas y a las vírgenes de esta tierra, y ellas darán de sus casas joyas, dinero y cuanto tendrán a quien las encubra y a quien las quiera, de modo que quedarán los naturales ligeros como ciervos asentados a la sombra del alcornoque, y ellas contentas y pobres, porque se quiere dejar hacer tal oficio a quien lo sabe manear.