Выбрать главу

Mamotreto XLV

Una respuesta que hace este Silvano, su conocido de la Lozana

[SILVANO.-] ¡Por mi vida, señora Lozana, que creo que si fuerais vos la misma teórica no dijerais más de lo dicho! Mas quiero que sepáis que la taberna meritoria para esas señoras ya está hecha archihospital, y la honra, ayuda y triunfo que ellas dan al senato es como el grano que siembran sobre las piedras, que como nace se seca. Y si oíste decir que antiguamente, cuando venía un romano o emperador con vitoria, lo llevaban en un carro triunfante por toda la ciudad de Roma, y esto era en gran honra, y en señal de fortaleza una corona de hojas de roble, y él asentado encima, y si alguna señal tenía de las heridas que en las batallas y combates hubiese recibido, la mostraba públicamente, de manera que entonces el carro y la corona y las heridas eran su gloria, y después su renombre, fama y gloria. ¿Qué mejor ni más largo os lo puedo yo dar a entender, señora Lozana, de lo que vos misma podéis ver? Que como se hacen francesas o grimanas, es necesario que, en muerte o en vida, vayan a Santiago de las Carretas, y allí el carro y la corona de flores y las heridas serán su mérito y renombre a las que vendrán, las cuales tomarán audibilia pro visibilia. Así que, señora Lozana, a vos no os ha de faltar sin ellas de comer, que ayer, hablando, con un mi amigo, hablamos de lo que vos alcanzáis a saber, porque me recordé cuando nos rompiste las agallas a mí y a cuantos estábamos en el banco de ginoveses.

LOZANA.- Y si entonces las agallas, ahora los agallones. Y oídme dos razones.

Mamotreto XLVI

Respuesta que da la Lozana en su laude

[LOZANA.-] Aquél es loado que mira y nota y a tiempo manifiesta. Yo he andado en mi juventud por Levante, soy estada en Nigroponte, y he visto y oído muchas cosas, y entonces notaba, y ahora saco de lo que entonces guardé. ¿No se os acuerda, cuando estaba por ama de aquel hijo de vuestro amo, qué concurrencia tenía de aquellos villanos que me tenían por médica, y venían todos a mí, y yo les decía: «andaos a vuestra casa y echaos una ayuda», y sanaban? Aconteció que una vieja había perdido una gallina que muchos días había que ponía huevos sobre una pared, y como se encocló, echose sobre ellos, y vino la vieja a mí que le dijese de aquella gallina, y yo estaba enojada, y díjele: «Andá, id a vuestra casa y traeme la yerba canilla que nace en los tejados». Y díjeselo porque era vieja, pensando que no subiría; en fin, subió y halló la gallina, y publicome que yo sabía hacer hallar lo perdido. Y así un villano perdió una borrica; vino a mí que se la encomendase, porque no la comiesen lobos. Mandele que se hiciese un cristel de agua fría, y que la fuese a buscar; él hízolo, y entrando en un higueral a andar del cuerpo, halló su borrica, y de esta manera tenía yo más presentes que no el juez. Decime, por mi vida, ¿quién es ese vuestro amigo que decís que ayer hablaba de mí? ¿Conózcolo yo? ¿Reísos? Quiérolo yo mucho porque me contrahace tan natural mis meneos y autos, y cómo quito las cejas, y cómo hablo con mi criado, y cómo lo echo de casa, y cómo le decía cuando estaba mala, «andá por esas estaciones y mirá esas putas cómo llevan las cejas», y cómo bravea él, por mis duelos, y cómo hago yo que le hayan todos miedo, y cómo lo hago moler todo el día solimán. Y el otro día no sé quién se lo dijo, que mi criado hacía quistión con tres, y yo, porque no los matase, salí y metilo en casa y cerré la puerta; y él metiose debajo del lecho a buscar la espada, y como yo estaba afanada porque se fuesen antes que él saliese, entré y busquelo, y él tiene una condición, que cuando tiene enojo, si no lo desmuele, luego se duerme, y como lo veo dormido debajo de la cama, me alegré y digo: «en este medio, los otros huirán». Y cómo lo halago que no se me vaya; y cómo reñimos porque metió el otro día lo suyo en una olla que yo la tenía media de agua de mayo y, como armó dentro por causa del agua, traía la olla colgada, y yo quise más perder la olla y el agua, que no que se le hiciese mal. Y el otro día que estaban aquí dos muchachas como hechas de oro, parece que el bellaco armó, y tal armada que todas dos agujetas de la bragueta rompió, que eran de gato soriano. Y cómo yo lo hago dormir a los pies, y él cómo se sube poco a poco, y otras mil cosas que, cuando yo lo vi contrahacerme, me parecía que yo era. Si vos lo vierais aquí cuando me vino a ver que estaba yo mala, que dije a ese cabrón de Rampín que fuese aquí a una mi vecina, que me prestase unos manteles, dijo que no los tenía; dije yo simplemente: «¡Mira qué borracha, que está ella sin manteles! Toma, ve, cómprame una libra de lino, que yo me los hilaré y así no la habré menester». Señor, yo lo dije, y él lo oyó; no fue menester más, como él a tiempo, cuando yo no pensaba en ello, me contrahízo, que quedé espantada.