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LOZANA.- ¡Ésta sacó de pila a la doncella Teodor!

Mamotreto L

Cómo la Lozana va a ver a este gentilhombre, y dice subiendo

[LOZANA.-] «Más sabe quien mucho anda que quien mucho vive», porque quien mucho vive cada día oye cosas nuevas, y quien mucho anda ve lo que ha de oír. ¿Es aquí la estancia?

HERJETO.- Señora, sí, entrá en aquella cámara, que está mi amo en el lecho.

LOZANA.- Señor mío, no conociéndoos quise venir por ver gente de mi tierra.

TRUJILLO.- Señora Lozana, vuestra merced me perdone, que yo había de ir a humillarme delante de vuestra real persona, y la pasión corporal es tanta que puedo decir que es interlineal. Y por esto me atreví a suplicarla me visitase malo porque yo la visite a ella cuando sea bueno, y con su visitación me sane. ¡Va, tú, compra confites para esta señora!

LOZANA.- ¡Nunca en tal me vi! Mas veré en qué paran estas longuerías castellanas.

TRUJILLO.- Señora, alléguese acá y le contaré mi mal.

LOZANA.- Diga, señor, y en lo que dijere veré su mal, aunque debe ser luengo.

TRUJILLO.- Señora, más es ancho que luengo. Yo, señora, oí decir que vuestra casa era aduana y, para despachar mi mercancía, quiero ponerla en vuestras manos para que entre esas señoras, vuestras contemporáneas, me hagáis conocer para desempachar y hacer mis hechos; y como yo, señora, no estoy bueno muchos días ha, habéis de saber que tengo lo mío tamaño y, después que viniste, se me ha alargado dos o tres dedos.

LOZANA.- ¡En boca de un perro! Señor, si el mal que vos tenéis es natural, no hay ensalme para él, mas si es accidental, ya se remediará.

TRUJILLO.- Señora, querría aduanarlo por no perderlo; meté la mano y veréis si hay remedio.

LOZANA.- ¡Ay, triste! ¿de verdad tenéis esto malo? ¡Y cómo está valiente!

TRUJILLO.- Señora, yo he oído que tenéis vos muy lindo lo vuestro y quiérolo ver por sanar.

LOZANA.- ¡Mis pecados me metieron aquí! Señor, si con verlo entendéis sanar, veislo aquí; mas a mí porque vine, y a vos por cuerdo, nos habían de escobar.

TRUJILLO.- Señora, no hay que escobetear, que mi huéspeda escobeteó esta mañana mi ropa. Lléguese vuestra merced acá, que se vean bien, porque el mío es tuerto y se despereza.

LOZANA.- Bien se ven si quieren.

TRUJILLO.- Señora, bésense.

LOZANA.- Basta haberse visto.

TRUJILLO.- Señora, los tocos y el tacto es el que sana, que así lo dijo Santa Nefija, la que murió suave.

Mamotreto LI

Cómo se fue la Lozana corrida, y decía muy enojada

[LOZANA.-] Esta venida a ver este guillote me pondrá escarmiento para cuanto viviere. «Nunca más perro a molino», porque era más el miedo que tenía yo que no el gozo que hube, que no osaba ni sabía a qué parte me echase. Este fue el mayor aprieto que en mi vida pasé; no querría que se supiese por mi honra. ¡Y dicen que vienen de España muy groseros! ¡A fe, éste más supo que yo! Es trujillano, por eso dicen: «perusino en Italia y trujillano en España, a todas naciones engaña». Este majadero ha querido descargar en mí por no pagar pontaje, y veréis que a todas hará de esta manera, y a ninguna pagará: yo callaré por amor del tiempo. ¡La vejez de la pimienta le venga! Engañó a la Lozana, como que fuera yo Santa Nefija, que daba a todos de cabalgar en limosna. ¡Pues no lo supiera así urdir Hernán Centeno! Si yo esto no lo platicase con alguno, no sería ni valdría nada si no lo celebrásemos al dios de la risa, porque yo sola me sonrío toda de cómo me tomó a manos. Y mirá que si yo entendiera a su criado, bien claro me lo dijo, que bien mirado, ¿qué me podía a mí dar uno que es estado en la posada del señor don Diego, sino fruta de hospital pobre? En fin, «la codicia rompe el saco». Otro día no me engañaré, aunque bien me supo; mas quisiera comer semejante bocado en placer y en gasajo. Pedro de Urdemalas no supiera mejor enredar como ha hecho este bellacazo, desflorador de coños. Las paredes me metió adentro. Así me vea yo gran señora, que pensé que tenía mal en lo suyo, y dije: «aquí mi ducadillo no me puede faltar», y él pensaba en otro. No me curo, que en él va el engaño, pues me quedan las paredes enhiestas. Quiero pensar qué diré a mi criado para que mire por él, mas no lo vi vestido. ¿Qué señas daré de él, salvo que a él le sobra en la cara lo que a mí me falta?

RAMPÍN.- Caminá, que es venida madona Divicia, que viene de la feria de Requenate y trae tantos cuchillos que es una cosa de ver.

LOZANA.- ¿Qué los quiere hacer?

RAMPÍN.- Dice que gratis se los dieron, y gratis los quiere dar.

LOZANA.- ¿Veis aquí?, «lo que con unos se pierde con otros se gana».

Mamotreto LII

Cómo la Lozana encontró, antes que entrase en su casa, con un vagamundo llamado Sagüeso, el cual tenía por oficio jugar y cabalgar de balde, y dice

SAGÜESO.- Si como yo tengo a Celidonia, la del vulgo, de mi mano, tuviese a esta traidora colmena de putas, yo sería duque del todo, mas aquel acemilón de su criado es causa que pierda yo y otros tales el susidio de esta alcatara de putas y alcancía de bobas y alambique de cortesanas. Juro a Dios que la tengo de hacer dar a los leones, que quiero decir que Celidonia sabe más que no ella, y es más rica y vale más, aunque no es maestra de enjambres.

LOZANA.- ¿Dónde vais vos por aquí? ¿Hay algo que malsinar o que baratar? Ya es muerto el duque Valentín, que mantenía los haraganes y vagabundos.

SAGÜESO.- Señora Lozana, siempre lo tuviste de decir lo que queréis. Es porque demostráis el amor que tenéis a vuestros servidores, máxime a quien os desea servir hasta la muerte. Vengo que me arrastran estas cejas.

LOZANA.- Ahora te creo menos. Yo deseo ver dos cosas en Roma antes que muera: y la una es que los amigos fuesen amigos en la prosperidad y en la adversidad, y la otra, que la caridad sea ejercitada y no oficiada, porque, como veis, va en oficio y no en ejercicio, y nunca se ve sino escrita o pintada o por oídas.

SAGÜESO.- En eso y en todo tenéis razón. Mas ya me parece que la señora Celidonia os sobrepuja casi en el todo porque en el vulgo no hay casa tan frecuentada como la suya, y está rica que no sabe lo que tiene, que ayer solamente, porque hizo vender un sueño a uno, le dieron de corretaje cuatro ducados.

LOZANA.- ¿Sabes con qué me consuelo? Con lo que dijo Rampín, mi criado: que en dinero y en riquezas me pueden llevar, mas no en linaje ni en sangre.

SAGÜESO.- Voto a mí que tenéis razón, mas para saberlo cierto será menester sangrar a las dos, para ver cuál es mejor sangre. Pero una cosa veo: que tiene gran fama, que dicen que no es nacida ni nacerá quien se le pueda comparar a la Celidonia, porque Celestina la sacó de pila.

LOZANA.- De eso me querría yo reír, de la puta cariacochillada en la cuna, que no me fuese a mí tributaria la puta vieja octogenaria. Será menester hacer con ella como hicieron los romanos con el pópulo de Jerusalén.

SAGÜESO.- ¿Qué, por vuestra vida, señora Lozana?

LOZANA.- Cuando los romanos vencieron y señorearon toda la tierra de Levante, ordenaron que, en señal de tributo, les enviasen doce hijos primogénitos, los cuales, viniendo muy adornados de joyas y vestidos, traían sus banderas en las manos y por armas un letrero que decía en latín: Quis mayor unquam Israel?, y así lo cantaban los niños hierosolimitanos. Los romanos, que sintieron la canción, hicieron salir sus niños vestidos a la antigua y con las banderas del Senado en las manos y como los romanos no tenían sino una cruz blanca en campo rojo, que Constantino les dio por armas, hacen poner debajo de la cruz una S y una Pque y una R, de manera que, como ellos decían, ¿quién fue jamás mayor que el pueblo israelítico? Estos otros les respondieron con sus armas diciendo: «Senatus Populusque Romanus». Así que, como vos decís, que quién se halla mayor que la Celidonia, yo digo: Lozana y Rampín en Roma.