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SAGÜESO.- ¡Por vida del gran maestro de Rodas, que me convidéis a comer sólo por entrar debajo de vuestra bandera!

LOZANA.- ¿Por qué no? Entrá en vuestra casa y mía, y de todos los buenos, que más ventura tenéis que seso; pero entrá cantando: «¿Quién mayor que la Celidonia?: Lozana y Rampín en Roma».

SAGÜESO.- Soy contento, y aun bailar como oso en colmenar, alojado a discreción.

LOZANA.- ¡Calla, loco, cascos de agua, que está arriba madona Divicia, y alojarás tu caballo!

SAGÜESO.- Beso las manos de sus alfardillas que, voto a Dios, que os arrastra la caridad como gramalla de luto.

LOZANA.- Y a ti la ventura, que naciste de pies.

SAGÜESO.- ¡Voto a mí que nací con lo mío delante!

LOZANA.- Bien se te parece en ese remolino. Cierra la puerta y sube pasico, y ten discreción.

SAGÜESO.- Así goce yo de vos, que esta mañana me la hollé, que me sobra y se me cae a pedazos.

Mamotreto LIII

Lo que pasa entre todos tres, y dice la Lozana a Divicia

[LOZANA.-] ¡Ay, cómo vienes fresca, puta! ¿Haste dado solacio y buen tiempo por allá? Y los dientes de plata, ¿qué son de ellos?

DIVICIA.- Aquí los traigo en la bolsa, que me hicieron éstos de hueso de ciervo, y son mejores, que como con ellos.

LOZANA.- ¡Por la luz de Dios, que se te parece la feria! ¿Chamelotes son esos o qué?

DIVICIA.- Mira, hermana, más es el deseo que traigo de verte que cuanto gané. Siéntate y comamos, que por el camino coheché estas dos liebres. Dime, hermana, ¿quién es éste que sube?

LOZANA.- Un hombre de bien, que comerá con nosotras.

SAGÜESO.- Esté norabuena esta galán compañía.

LOZANA.- ¡Mira, Sagüeso, qué pierna de puta y vieja!

DIVICIA.- ¡Está queda, puta Lozana, que no lo conozco, y quieres que me vea!

LOZANA.- ¡Mira qué ombligo! ¡Por el siglo de tu padre, que se lo beses! ¡Mira qué duro tiene el vientre!

SAGÜESO.- Como hierba de cien hojas.

LOZANA.- ¡Mira si son sesenta años éstos!

DIVICIA.- Por cierto que paso, que cuando vino el rey Carlo a Nápoles, que comenzó el mal incurable el año de mil cuatrocientos ochenta y ocho, vine yo a Italia, y ahora estoy consumida de cabalgar, que jamás tengo ya de salir de Roma sino para mi tierra.

LOZANA.- ¡Andá, puta refata! ¿Ahora quieres ir a tu tierra a que te digan puta jubilada? Y no querrán que traigas mantillo sino bernia. Gózate, puta, que ahora viene lo mejor; y no seas tú como la otra que decía, después de cuarenta años que había estado a la mancebía: «si de aquí salgo con mi honra, nunca más al burdel, que ya estoy harta».

SAGÜESO.- Ahora está vuestra merced en la adolescencia, que es cuando apuntan las barbas, que en vuestra puericia otra gozó de vos, y ahora vos de nos.

DIVICIA.- ¡Ay, señor, que tres enfermedades que tuve siendo niña me desmedraron! Porque en Medina ni en Burgos no había quien se me comparase; pues en Zaragoza más ganaba yo que puta que fuese en aquel tiempo, que por excelencia me llevaron al públique de Valencia, y allí combatieron por mí cuatro rufianes y fui libre; y desde entonces tomé reputación y, si hubiese guardado lo ganado, tendría más riquezas que Feliciana.

SAGÜESO.- Harta riqueza tenéis, señora, en estar sana.

LOZANA.- ¡Yo quería saber cuánto tiempo ha que no comí salmorejo mejor hecho!

SAGÜESO.- ¡De tal mano está hecho! ¡Y por Dios, que no me querría morir hasta que comiese de su mano una capirotada o una lebrada! Aunque en esta tierra no se toma sabor en el comer ni en el joder, que en mi tierra es más dulce que el cantar de la serena.

DIVICIA.- Pues yo os convido para mañana.

SAGÜESO.- Mi sueño ensuelto.

LOZANA.- ¿Quiéreslo vender?

SAGÜESO.- ¡No, voto a Dios!

LOZANA.- Guarda, que tengo buena mano, que el otro día vino aquí un escobador de palacio y dijo que soñó que era muerto un canónigo de su tierra, y estaba allí un solicitador, e hice yo que se lo comprase, y que le dijese el nombre del canónigo que soñó, y fue el solicitador y demandó este canonigado, y diéronselo, y al cabo de quince días vino el aviso al escobador, y teníalo ya el otro y quedose con él, y yo con una caparela.

SAGÜESO.- Déjame beber y después hablaremos.

LOZANA.- Siéntate para beber, que te temblarán las manos.

SAGÜESO.- ¿Y de eso viene el temblar de las manos? No lo sabía. Y cuando tiembla la cabeza, ¿de qué viene?

LOZANA.- Eso viene de hacer aquella cosa en pie.

SAGÜESO.- ¡Oh, pese a tal! ¿Y si no puede haberlo el hombre de otra manera?

LOZANA.- Dime, Sagüeso, ¿por qué no estás con un amo, que te haría bien?

SAGÜESO.- ¿Qué mejor amo que tenerlos a todos por señores, y a vos y a las putas por amas que me den leche, y yo a ellas suero? Yo, señora Lozana, soy gallego y criado en mogollón, y quiero que me sirvan a mí, y no servir a quien cuando esté enfermo me envíe al hospital. Que yo me sé ir sin que me envíen. Yo tengo en Roma sesenta canavarios por amigos, que es revolución por dos meses.

LOZANA.- Mira cómo se te durmió Divicia encima de la pierna.

SAGÜESO.- Mirá la mano donde la tiene.

LOZANA.- Fuésele ahí; es señal de que te quiere bien. Tómala tú y llévala a esa otra cámara y échala sobre el lecho, que su usanza es dormir sobre el pasto. Espera, te ayudaré yo, que pesa.

SAGÜESO.- ¡Oh, pese a mí; y pensáis que no me la llevaré espetada, por más pesada que sea! Cuanto más que estoy tan usado que se me antoja que no pesa nada. ¿Cómo haré, señora Lozana, que me duermo todo? ¿Queréis que me entre en vuestra cámara?

LOZANA.- Echate cabe ella, que no se espantará.

SAGÜESO.- Mirá que me llaméis, porque tengo de ir a nadar, que tengo apostado que paso dos veces el río sin descansar.

LOZANA.- Mira no te ahogues, que este Tíber es carnicero como Tormes, y paréceme que tiene éste más razón que no el otro.

SAGÜESO.- ¿Por qué éste más que los otros?

LOZANA.- Has de saber que esta agua que viene por aquí era partida en muchas partes, y el emperador Temperio quiso juntarla y que viniese toda junta, y por más excelencia quiso hacer que jamás no se perdiese ni faltase tan excelente agua a tan magnífica ciudad. E hizo hacer un canal de piedras y plomo debajo, a modo de artesa, e hizo que de milla a milla pusiesen una piedra, escrita de letras de oro su nombre, Temperio, y andaban dos mil obreros en la labor cada día. Y como los arquimaestros fueron a la fin, que llegaban a Ostia Tiberina, antes que acabasen, vinieron que querían ser pagados. El emperador mandó que trabajasen fin a entrar en la mar; ellos no querían porque, si acababan, dubitaban lo que les vino, y demandaron que se les diese su hijo primogénito, llamado Tiberio, de edad de dieciocho años, porque de otra manera no les parecía estar seguros. El emperador se lo dio y por otra parte mandó soltar las aguas, y así el agua con su ímpetu los ahogó a maestros y laborantes y al hijo, y por esto dicen que es y tiene razón de ser carnicero Tíber a Tiberio. Por eso, guárdate de nadar, no pagues la manifactura.

SAGÜESO.- Eso que está escrito no creo que lo leyese ningún poeta, sino vos, que sabéis lo que está en las honduras, y Lebrija, lo que está en las alturas, excepto lo que estaba escrito en la fuerte Peña de Martos, y no alcanzó a saber el nombre de la ciudad que fue allí edificada por Hércules, sacrificando al dios Marte, y de allí le quedó el nombre de Martos a Marte fortísimo. Es esta peña hecha como un huevo, que ni tiene principio ni fin; tiene medio como el planeta que se le atribuye estar en medio del cielo, y señorear la tierra, como al presente, que no reina otro planeta en Italia. Mas vos que sabéis, decime: ¿qué hay debajo de aquella peña tan fuerte?