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DIVICIA.- A casa de la Celidonia va.

LOZANA.- ¿Qué más Celidonia o Celestina que ella? Si todas las Celidonias o Celestinas que hay en Roma me diesen dos carlines al mes, como los médicos de Ferrara al Gonela, yo sería más rica que cuantas mujeres hay en esta tierra.

DIVICIA.- Decime eso de Gonela.

LOZANA.- Demandó Gonela al duque que los médicos de su tierra le diesen dos carlines al año; el duque, como vio que no había en toda la tierra arriba de diez, fue contento. El Gonela, ¿qué hizo? Atose un paño al pie y otro al brazo, y fuese por la tierra. Cada uno le decía: «¿Qué tienes?» Y él les respondía: «Tengo hinchado esto». Y luego le decían: «Va, toma la tal hierba, y tal cosa, y póntela y sanarás». Después, escribía el nombre de cuantos le decían el remedio, y fuese al duque y mostrole cuántos médicos había hallado en su tierra. Y el duque decía: «¿Has tú dicho la tal medicina al Gonela?» El otro respondía: «Señor, sí». «Pues pagá dos carlines, porque sois médico nuevo en Ferrara». Así querría yo hacer por saber cuántas Celidonias hay en esta tierra.

DIVICIA.- Yo os diré cuántas conozco yo. Son treinta mil putanas y nueve mil rufianas sin vos. Contadlas. ¿Sabéis, Lozana, cuánto me han apretado aquellas apretaduras? Hanme hecho lo mío como bolsico con cerraderos.

LOZANA.- ¿Pues qué si metieras de aquellas sorbas secas dentro? No hubiera hombre que te lo abriera por más fuerza que tuviera, aunque fuera micer puntiagudo, y al cabo como el muslo.

DIVICIA.- Yo querría, Lozana, que me rapases este pantano, que quiero salir a ver mis amigos.

LOZANA.- Espera que venga Rampín, que él te lo raerá como frente de calvo. No viene ninguna puta, que deben jabonar el bien de Francia. Dime, Divicia, ¿dónde comenzó o fue el principio del mal francés?

DIVICIA.- En Rapolo, una villa de Génova, y es puerto de mar, porque allí mataron los pobres de San Lázaro, y dieron a saco los soldados del rey Carlo cristianísimo de Francia aquella tierra y las casas de San Lázaro, y uno que vendió un colchón por un ducado, como se lo pusieron en la mano, le salió una buba así redonda como el ducado, que por eso son redondas. Después, aquél lo pegó a cuantos tocó con aquella mano, y luego incontinente se sentían los dolores acerbísimos y lunáticos, que yo me hallé allí y lo vi. Que por eso se dice: «el Señor te guarde de su ira», que es esta plaga, que el sexto ángel derramó sobre casi la mitad de la tierra.

LOZANA.- ¿Y las plagas?

DIVICIA.- En Nápoles comenzaron, porque también me hallé allí cuando dicen que habían enfecionado los vinos y las aguas. Los que las bebían luego se aplagaban, porque habían echado la sangre de los perros y de los leprosos en las cisternas y en las cubas, y fueron tan comunes y tan invisibles que nadie pudo pensar de adónde procedían. Muchos murieron, y como allí se declaró y se pegó la gente que después vino de España llamábanlo mal de Nápoles. Y éste fue su principio y este año de veinticuatro son treinta y seis años que comenzó. Ya comienza a aplacarse con el leño de las Indias Occidentales. Cuando sean sesenta años que comenzó, alhora cesará.

Mamotreto LV

Cómo la Lozana vio venir a un joven desbarbado, de dieciocho años, llamado Coridón, y le dio este consejo como supo su enfermedad

LOZANA.- Mi alma, ¿dónde bueno? Vos me parecéis un Absalón, y Dios puso en vos la hermosura del gallo. Vení arriba, buey hermoso. ¿Qué habéis, mi señor Coridón?, decímelo, que no hay en Roma quien os remedie mejor. ¿Qué traéis aquí? Para conmigo no era menester presente, pero porque yo os quiera más de lo que os quiero, vos, mi alma, pensáis que, por venirme cargado, lo tengo de hacer mejor. Pues no soy de esas, que más haré viéndoos penado, porque sé en qué caen estas cosas, porque no solamente el amor es mal que atormenta a las criaturas racionales, mas a las bestias priva de sí mismas; si no, vedlo por esa gata, que ha tres días que no me deja dormir, que ni come ni bebe ni tiene reposo. ¿Qué más hará un muchacho como vos, que os hierve la sangre, y más el amor que os tiene consumido? Decime vos a mí dónde y cómo y quién, y yo veré cómo os tengo de socorrer, y vos contándomelo aplacaréis y gozaréis del humo, como quien huele lo que otro guisa o asa.

DOMÉSTICA.- Señora Lozana, yo me vine de mi tierra, que es Mantua, por esta causa. El primero día de mayo, al hora cuando Jove el carro de Fetonte intorno giraba, yo venía en un caballo blanco y vestido de seda verde. Había cogido muchas flores y rosas y traíalas en la cabeza sin bonete, como una guirnalda, que quien me veía se enamoraba. Vi a una ventana de un jardín una hija de un ciudadano; ella de mí y yo de ella nos enamoramos, mediante Cupido, que con sus saetas nos unió haciendo de dos ánimos un solo corazón. Mi padre, sabiendo la causa de mi pena, y siendo par del padre de aquella hermosa doncella Polidora, demandola por nuera; su parentado y el mío fueron contentos, mas la miseria vana estorbó nuestro honrado matrimonio, que un desgraciado viejo, vano de ingenio y rico de tesoro, se casó con ella descontenta. Yo, por no verme delante mi mal, y por excusar a ella infelice pena y tristicia, me partí por mejor, y al presente es venido aquí un espión que me dice que el viejo va en oficio de senador a otra ciudad. Querría que vuestra señoría me remediase con su consejo.

LOZANA.- Amor mío, Coridón dulce, récipe el remedio: va, compra un veste de villana que sea blanca y unas mangas verdes, y vete descalzo y sucio y loqueando, que todos te llamarán loca, y di que te llamas Jaqueta, que vas por el mundo reprehendiendo las cosas mal hechas, y haz a todos servicios y no tomes premio ninguno, sino pan para comer. Y va muchas veces por la calle de ella, y coge serojas, y si su marido te mandare algo, hazlo, y viendo él que tú no tomas ni quieres salario, salvo pan, así te dejará en casa para fregar y cerner y jabonar. Y cuando él sea partido, limpia la casa alto y bajo y haz que seas llamada y rogada de cuantas amas tendrá en casa, por bien servir y a todas agradar con gentil manera. Y si te vieren solo con esa tu amante Polidora, haz vista que siempre lloras y si te demandare por qué, dile: «Porque jamás mi nación fue villana. Sabé que soy gentildona breciana, y que me vi que podía estar a par con Diana, y con cualquier otra dama que en el mundo fuese estada». Ella te replicará que tú le digas: «¿Por qué vas así, mi cara Jaqueta?» Tu le dirás: «Cara madona, voy por el mundo reprochando las cosas mal hechas. Sabed que mi padre me casó con un viejo como vuestro marido, calvo, flojo como un niño, y no me dio a un joven que me demandaba como doncella, el cual se fue desperado, que yo voy por el mundo a buscarlo». Si ella te quiere bien, luego lo verás en su hablar, y si te cuenta a ti lo mismo, dile cómo otro día te partes a buscarlo. Si ella te ruega que quedes, haz que seas rogada por sus amas que su marido le dejó, y así, cuando tú vieres la tuya y siendo seguro de las otras, podrás gozar de quien tanto amas y deseas penando.

DOMÉSTICA.- ¡Oh, señora Lozana! Yo os ruego que toméis todos mis vestidos, que sean vuestros, que yo soy contento con este tan remediable consejo que me habéis dado. Y suplícoos que me esperéis a esta ventana, que vendré por aquí, y veréis a vuestra Jaqueta cómo va loqueando a sus bodas, y reprehenderé mucho más de lo que vos habéis dicho.

LOZANA.- ¿Y a mí qué me reprehenderás?

DOMÉSTICA.- A vos no siento qué, salvo que diré que vivís arte et ingenio.

LOZANA.- ¡Coridón, mira que quiere un loco ser sabio! Que cuanto dijeres e hicieres sea sin seso y bien pensado porque, a mi ver, más seso quiere un loco que no tres cuerdos, porque los locos son los que dicen las verdades. Di poco y verdadero y acaba riendo, y suelta siempre una ventosidad, y si soltares dos, serán sanidad, y si tres, asinidad. ¿Y qué más? ¿Me dirás «celestial» sin tartamudear?

DOMÉSTICA.- Ce-les-ti-nal.