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CORILLÓN.- ¿Quién es? Paso, paso, que no somos sordos. ¡Señora Lozana!, ¿y vos sois? Vengáis norabuena, y tan tarde que la señora quiere ir fuera.

LOZANA.- ¿Y dónde quiere ir su merced? ¿No esperará hasta que la afeite?

CORILLÓN.- No lo digo por eso, que ya está afeitada, que una jodía la afeitó y, si antes vinierais, la hallaríais aquí, para ahora se va a casa de la Pimpinela.

LOZANA.- ¡Mal año para ti y para ella, que no fuese más tu vida como dices la verdad! ¡La Pimpinela me tiene pagada por un año, mirá cómo se dejará afeitar de una jodía!, mas si la señora se ha dejado tocar y gastar, que no podía ser menos, ¡por la luz de Dios, ella se arrepentirá! Mas yo quiero ver esta afeitadura cómo está. Dime, ¿su merced está sola?

CORILLÓN.- Sí, que quiere ir en casa de monseñor, que ya está vestida de regazo y va a pie.

ALTOBELO.- Señora Lozana, sobí, que su merced os demanda, que os quiere hablar antes que se parta.

LOZANA.- ¿Dónde está la señora? ¿En la anticámara o en la recámara?

ALTOBELO.- Entrá allá a la loja, que allá está sola.

LOZANA.- Señora, ¿qué quiere decir que vuestra merced hace estas novedades? ¡Cómo, he yo servido a vuestra merced desde que viniste a Roma, y a vuestra madre hasta que murió, que era así linda cortesana, como en sus tiempos se vio, y, por una vuelta que me tardo llamáis a quien más presto os gasten la cara, que no adornen como hago yo! Mas no me curo, que no son cosas que duran, que su fin se traen como cada cosa. Esta me pondrá sal en la mollera, y a la jodía yo le daré su merecer.

JEREZANA.- Vení acá, Lozana, no os vais, que esos bellacos os deben haber dicho cualque cosa por enojaros. ¿Quién me suele a mí afeitar sino vos? Dejá decir, que, como habéis tardado un poco, os dijeron eso. No os curéis, que yo me contento. ¿Queréis que nos salgamos allá a la sala?

LOZANA.- Señora, sí, que traigo este paño listado mojado, y lo meteré a la finestra.

JEREZANA.- Pues sea así. ¿Qué es esto que traéis aquí en esta garrafeta?

LOZANA.- Señora, es un agua para lustrar la cara, que me la mandó hacer la señora Montesina, que cuesta más de tres ducados y yo no la quería hacer, y ella la pagó, y me prometió una carretada de leña y dos barriles de vino dulce para esta invernada.

JEREZANA.- ¿Tenéis más que ésta?

LOZANA.- Señora, no.

JEREZANA.- Pues ésta quiero yo. Y pagadla, veis aquí los dineros. Y enviá por una bota de vino, y hacé decir a los mulateros de monseñor que toda esta semana vayan a descargar a vuestra casa.

LOZANA.- ¡Ay, señora, que soy perdida, que me prometió que si era perfecta que me daría un sayo para mi criado!

JEREZANA.- Mirá, Lozana, sayo no tengo. Aquella capa de monseñor es buena para vuestro criado, tomadla y andá norabuena, y vení más presto otro día.

LOZANA.- Señora, no sé quién llama. Miren quién es, porque, cuando yo salga, no entre alguno.

JEREZANA.- Va, mirá quién es.

MONTOYA.- Señora, los dos señores jenízaros.

JEREZANA.- Di que no soy en casa.

LOZANA.- Haga, señora, que entren y contarán a vuestra merced cómo les fue el convite que hizo la Flaminia a cuantos fueron con ella, que es cosa de oír.

JEREZANA.- ¿Qué podía ser poco más o menos? Que bien sabemos sus cosas de ella.

LOZANA.- Mande vuestra merced que entren y oirá maravillas.

JEREZANA.- Hora, sús, por contentar a la Lozana, va, ábrelos.

Mamotreto LVIII

Cómo va la Lozana en casa de la Garza Montesina, y encuentra con dos rufianes napolitanos, y lo que le dicen

[RUFIÁN.-] ¡Pese al diablo con tanta justicia como se hace de los que poco pueden, que vos mía habíais de ser para ganarme de comer! Mas como va el mundo al revés, no se osa el hombre alargar, sino quitaros el bonete, y con gran reverencia poneros sobre mi cabeza.

LOZANA.- Quitaos allá, hermanos, ¿qué cosas son esas? Ya soy casada; no os cale burlar, que castigan a los locos.

RUFIÁN.- Señora, perdoná, que razón tenéis, mas en el bosque de Velitre os quisiera hacer un convite.

LOZANA.- Mirá si queréis algo de mí, que voy de prisa.

RUFIÁN.- Señora, somos todos vuestros servidores, y máxime si nos dais remedio para un accidente que tenemos, que toda la noche no desarmamos.

LOZANA.- Cortados y puestos al pescuezo por lómina, que esa es sobra de sanidad. A Puente Sisto te he visto.

RUFIÁN.- Ahí os querría tener para mi servicio por ganar la romana perdonanza. Decinos, señora Lozana, quién son ahora las más altas y más grandes señoras entre las cortesanas, y luego os iréis.

LOZANA.- ¡Mira qué pregunta tan necia! Quien más puede y más gana.

RUFIÁN.- Pues eso queremos saber, si es la Jerezana como más galana.

LOZANA.- Si miramos en galanerías y hermosura, ésa y la Garza Montesina pujan a las otras; mas decime, de favor o pompa, y fausto y riqueza, callen todas con madona Clarina, la favorida, y con madona Aviñonesa, que es rica y poderosa. Y vosotros, ladrones, cortados tengáis los compañones, y quedaos ahí.

RUFIÁN.- ¡Válgala el que lleva los pollos, y qué preciosa que es! Allá va, a casa de la Garza Montesina.

MONTESINA.- Señora Lozana, subí, que a vos espero. ¿Ya os pasabais? ¿No sabéis que hoy es mío? ¿Dónde ibais?

LOZANA.- Señora, luego tornara, que iba a dar una cosa aquí a una mi amiga.

MONTESINA.- ¿Qué cosa y a quién, por mi vida, si me queréis bien?

LOZANA.- No se puede saber. Asiéntese vuestra merced más acá a la lumbre, que me da el sol en los ojos.

MONTESINA.- ¡Por mi vida, Lozana, que no llevéis de aquí el canestico si no me lo decís!

LOZANA.- Paso, señora, no me derrame lo que está dentro, que yo se lo diré.

MONTESINA.- ¡Pues decímelo luego, que estoy preñada! ¿Qué es esto que está aquí dentro en este botecico de cristal?

LOZANA.- Paso, señora, que no es cosa para vuestra merced, que ya sois vos harto garrida.

MONTESINA.- ¡Mirá, Lozana, catá que lo quebraré si no me lo decís!

LOZANA.- ¡Pardiós, más niña es vuestra merced que su nietecica! Debe estar lo que no es para ella.

MONTESINA.- Ahora lo veréis; sacadlo de mi cofre, y sease vuestro.

LOZANA.- Sáquelo vuestra merced, que quiero ir a llevarlo a su dueño, que es un licor para la cara que quien se lo pone no envejece jamás, y madona Clarina, la favorida, ha más de cuatro meses que lo espera, y ahora se acabó de estilar, y se lo quiero llevar por no perder lo que me prometió por mi fatiga, que ayer me envió dos ducados para que lo acabase más presto.

MONTESINA.- ¿Y cómo, Lozana? ¿Soy yo menos, o puede pagarlo ella mejor que yo? ¿Quédaos algo en vuestra casa de este licor?

LOZANA.- Señora, no; que no se puede hacer si las culebras que se estilan no son del mes de mayo. Y soy perdida porque, como es tan favorida, si sabe que di a otra este licor habiendo ella hecho traer las culebras cervunas, y gobernádolas de mayo acá, y más el carbón que me ha enviado, y todo lo vendí cuando estuve mala, que si lo tuviera, dijera que las culebras se me habían huido, y como viera el carbón me creyera…

MONTESINA.- Dejá hacer a mí, que yo sabré remediar a todo. Ven aquí, Garparejo; va, di a tu señor que luego me envíe diez cargas de carbón muy bueno del salvático, y, mira, ve tú con el que lo trajere y hazlo descargar a la puerta de la Lozana. Esperá, Lozana, que otra paga será ésta que no la suya. Veis ahí seis ducados, y llamá los mozos que os lleven estos cuatro barriles o toneles a vuestra casa; éste es semulela, y éste de fideos secilianos, y éste de alcaparras alejandrinas, y éste de almendras ambrosinas. Y tomá, veis ahí dos cofines de pasas de Almuñécar que me dio el provisor de Guadix. Ven aquí, Margarita; va, descuelga dos presutos y dos somadas, y de la guardarropa dos quesos mallorquinos y dos parmesanos, y presto vosotras llevadselo a su casa.