Выбрать главу

MÉDICO.- No puedo pensar qué remedio tener para cabalgar una mi vecina lombarda, porque es casada y está preñada.

LOZANA.- Dejá hacer a mí.

MÉDICO.- Si hacéis como a la otra, mejor os pagaré.

LOZANA.- Esto será más fácil cosa de hacer, porque diré que a la criatura le faltan los dedos y que vuestra merced los hará.

MÉDICO.- Yo lo doy por hecho, que no es ésta la primera que vos sabéis hacer.

LOZANA.- Yo os diré: son lombardas de buena pasta; fuime esta semana a una y díjele: «¿Cuándo viene vuestro marido, mi compadre?» Dice: «Mañana». Digo yo: «¿Por qué no os vais al baño y os acompañaré yo?» Fue, y como era novicia, apañele los anillos y dile a entender que le eran entrados en el cuerpo. Fuime a un mi compadre, que no deseaba otra cosa, y dile los anillos y di orden que se los sacase uno a uno. Cuando fue al último, ella le rogaba que le sacase también un caldero que le había caído en el pozo; y en esto, el marido llamó. Dijo ella al marido: «En toda vuestra vida me sacaste una cosa que perdiese, como ha hecho vuestro compadre, que si no vinierais, me sacara el caldero y la cadena que se cayó el otro día en el pozo». Él, que consideró que yo habría tramado la cosa, amenazome si no le hacía cabalgar la mujer del otro. Fuime allá diciendo que era su parienta muy cercana, a la cual demandé que cuánto tiempo había que era preñada, y si su marido estaba fuera. Dijo que de seis meses; yo, astutamente, como quien ha gana de no verse en vergüenza, le di a entender la criatura no tener orejas ni dedos. Ella, que estimaba el honor, rogome que si lo sabía o podía que le ayudase, que sería de ella pagada. «Aquí está», digo yo, «el marido de la tal, que por mi amor os servirá, y tiene excelencia en estas cosas». Finalmente, que hizo dedos y orejas, cosa por cosa. Y venido su marido, ella lo reprehende haber tan poca advertencia, antes que se partiera, a no dejar acabada la criatura. De esta manera podemos servirnos, máxime que, diciendo que sois físico eximio, pegará mejor nuestro engrudo.

MÉDICO.- No quería ir por lana, y que hicieseis a mi mujer hallar una saya que este otro día perdió.

LOZANA.- ¡Por el sacrosanto saco de Florencia, que quiero otro que saya de vuestra merced!

Mamotreto LXII

Cómo la señora Imperia, partido el médico, ordenó de ir a la estufa ella y la Lozana, y cómo encontraron a uno que decía «Oliva, oliva de España», el cual iba en máscara, y dice la Imperia al médico

[IMPERIA.-] ¿Qué se dice, maestro Arresto? ¿Retozabais a la Lozana o veramente hacéis partido con ella que no os lleve los provechos? Ya lo hará si se lo pagáis; por eso, antes que se parta, sed de acuerdo con ella.

MÉDICO.- Señora, entre ella y mí el acuerdo será que partiésemos lo ganado y participásemos de lo por venir, mas Rampín despriva a muchos buenos que querían ser en su lugar. Mas si la señora Lozana quiere, ya me puede dar una expectativa en forma común para cuando Rampín se parta que entre yo en su lugar, porque, como ella dice, no esté lugar vacío, la cual razón conviene con todos los filósofos que quieren que no haya lugar vacuo; y, después de esto, vendrá bien su conjunción con la mía que, como dicen: «según que es la materia que el hombre manea, así es más excelente el maestro que la opera». Porque cierta cosa es que más excelente es el médico del cuerpo humano racional que no el albéitar, que medica el cuerpo irracional, y más excelente el miembro del ojo que no el dedo del pie, y mayor milagro hizo Dios en la cara del hombre o de la mujer que no en todo el hombre ni en todo el mundo, y por eso no se halla jamás que una cara sea semejante a otra en todas las partículas, porque, si se parece en la nariz no se parece en la barba, y así de singulis. De manera que yo al cuerpo, y ella a la cara, como más excelente y mejor artesana de caras que en nuestros tiempos se vio, estaríamos juntos, y ganaríamos para la vejez poder pasar, yo sin récipe y ella sin hic et hec et hoc, el alcohol, y amigos, como de antes. Y beso las manos a vuestra merced, y a mi señora Lozana la boca.

LOZANA.- Yo la vuestra enzucarada. ¿Qué me decís? Cuando vos quisierais regar mi manantío, está presto y a vuestro servicio, que yo sería la dichosa.

IMPERIA.- «Más vale asno que os lleve que no caballo que os derroque». De Rampín hacéis vos lo que queréis, y sirve de todo, y dejá razones, y vamos a la estufa.

LOZANA.- Vamos, señora, mas siempre es bueno saber. Que yo tres o cuatro cosas no sé que deseo conocer: la una, qué vía hacen o qué color tienen los cuernos de los hombres; y la otra, querría leer lo que entiendo; y la otra, querría que en mi tiempo se perdiese el temor y la vergüenza, para que cada uno pida y haga lo que quisiere.

IMPERIA.- Eso postrero no entiendo, de temor y vergüenza.

LOZANA.- Yo, señora, yo os lo diré. Cierto es que si yo no tuviese vergüenza, que cuantos hombres pasan querría que me besasen, y si no fuese el temor, cada uno entraría y pediría lo vedado; mas el temor de ser castigados los que tal hiciesen, no se atreven, porque la ley es hecha para los transgresores, y así de la vergüenza, la cual ocupa que no se haga lo que se piensa, y si yo supiese o viese estas tres cosas que arriba he dicho, sabría más que Juan de Espera en Dios, de manera que cuantas putas me viniesen a las manos, les haría las cejas a la chancilleresca, y a mi marido se los pondría verdes, que significan esperanza, porque me metió el anillo de cuerno de búfalo. Y la cuarta que penitus iñoro es: ¿de quién me tengo de empreñar cuando alguno me empreñe? Señora, vaya Jusquina delante y lleve los aderezos. Vamos por aquí, que no hay gente. Señora, ya comienzan las máscaras. ¡Mire vuestra merced cuál va el bellaco de Hércules enmascarado! ¡Y oliva, oliva de España, aquí vienen y hacen quistión, y van cantando! ¡Ahora me vezo sonar de recio! Entre vuestra merced y salgamos presto, que me vendrán a buscar más de cuatro ahora que andan máscaras, que aquí ganaré yo cualque ducado para dar la parte a maestro Arresto: él debe trala, que medicó el asno y meritó la albarda. ¡Pues vaya a la horca, que no me ha de faltar hombre, aunque lo sepa hurtar!

Mamotreto LXIII

Cómo la Lozana fue a su casa y envió por un sastre, y se vistió del paño que le dieron en casa del coronel, y lo que pasó con una boba. Y dice la Lozana

[LOZANA.-] ¿Dónde metéis esa leña? ¿Y el carbón? ¿Está abajo? ¿Miraste si era bueno? ¿Subiste arriba los barriles, los presutos y quesos? ¿Contaste cuántas piezas de tela vinieron? ¿Viste si el olio está seguro que no se derrame? ¡Pues andá, llamá a maestro Gil, no sea para esa otra semana! Y mirá que ya comienzan las máscaras a andar en torno; estas carrastollendas tenemos de ganar. Torná presto porque prestéis esos vestidos a quien os los pagare. Veis, viene madona Pelegrina, la simple, a se afeitar; aunque es boba, siempre me da un julio; y otro que le venderé de solimán, serán dos. Entrá, ánima mía cara. ¿Y con este tiempo venís, ánima mía dulce, saporida? ¡Mirá qué ojos y qué dientes; bien parece que sois de buena parte! Bene mío, asentaos, que venís cansada, que vos sois española, por la vida, y podría ser, que los españoles por donde van siembran, que viente años ha que nos los tenéis allá por esa Lombardía. ¿Estáis grávida, mi señora?

PELEGRINA.- Señora, no, mas si vos, señora Lozana, me supieseis decir con qué me engravidase, yo os lo satisfaría muy bien, que no deseo en este mundo otro.