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LOZANA.- Señora, no os maravilléis que solamente en oíros hablar me alegré.

NAPOLITANA.- Así es, que no en balde se dijo: «por donde fueres, de los tuyos halles». Quizá la sangre os tira. Entrá, mi señora, y quitaos de ese sol. ¡Ven acá, tu! Sácale aquí a esta señora con qué se refresque.

LOZANA.- No hace menester que, si ahora comiese, me ahogaría del enojo que traigo de aquesas vuestras vecinas. Mas, si vivimos y no nos morimos, a tiempo seremos. La una porque su hijo me venía a mostrar a vuestra casa, y la otra porque demandé de vuestra merced.

NAPOLITANA.- ¡Hi, hi!, son envidiosas y por eso mirá cuál va su hija el domingo afeitada de mano de Mira, la jodía, o como las que nosotras afeitamos, ni más ni ál 5 . Señora mía, «el tiempo os doy por testigo». La una es de Sogorbe y la otra mallorquina y, como dijo Juan del Encina, que «cul y cap y feje y cos echan fuera a voto a Dios».

LOZANA.- ¡Mirá si las conocí yo! Señora mía, ¿son doncellas estas vuestras hijas?

NAPOLITANA.- Son y no son; sería largo de contar. Y vos, señora, ¿sois casada?

LOZANA.- Señora sí; y mi marido será ahora aquí, de aquí a pocos días, y en este medio querría no ser conocida y empezar a ganar para la costa. Querría estar con personas honestas por la honra, y quiero primero pagaros que me sirváis. Yo, señora, vengo de Levante y traigo secretos maravillosos que, máxime en Grecia, se usan mucho las mujeres, que no son hermosas, procurar de sello y, porque lo veáis, póngase aquesto vuestra hija, la más morena.

NAPOLITANA.- Señora, yo quiero que vos misma se lo pongáis y, si eso es, no habíais vos menester padre ni madre en esta tierra, y ese vuestro marido que decís, será rey. ¡Ojalá fuera uno de mis dos hijos!

LOZANA.- ¿Qué, también tenéis hijos?

NAPOLITANA.- Como dos pimpollos de oro; traviesos son, mas no me curo, que para eso son los hombres. El uno es rubio como unas candelas, y el otro crespo. Señora, quedaos aquí y dormiréis con las doncellas y, si algo quisiereis hacer para ganar, aquí a mi casa vienen moros y jodíos que, si os conocen, todos os ayudarán; y mi marido va vendiendo cada día dos, tres y cuatro cestillas de esto que hacemos, y «lo que basta para una persona, basta para dos».

LOZANA.- Señora, yo lo doy por recibido. Dad acá si queréis que os ayude a eso que hacéis.

NAPOLITANA.- Quitaos primero el paño y mirá si traéis ninguna cosa que dar a guardar.

LOZANA.- Señora, no, sino un espejo para mirarme; y ahora veo que tengo mi pago, que solía tener diez espejos en mi cámara para mirarme, que de mí misma estaba como Narciso, y ahora como Tisbe a la fontana, y si no me miraba cien veces, no me miraba una, y he habido el pago de mi propia merced. ¿Quién son estos que vienen aquí?

NAPOLITANA.- Así goce de vos, que son mis hijos.

LOZANA.- Bien parecen a su padre, y si son éstos los pinos de oro, a sus ojos.

NAPOLITANA.- ¿Qué decís?

LOZANA.- Señora, que parecen hijos de rey, nacidos en Badajoz. Que veáis nietos de ellos.

NAPOLITANA.- Así veáis vos de lo que pariste.

LOZANA.- Mancebo de bien, llegaos acá y mostrame la mano. Mirá que señal tenéis en el monte de Mercurio y uñas de rapina. Guardaos de tomar lo ajeno, que peligraréis.

NAPOLITANA.- A este otro bizarro me mirá.

LOZANA.- Ese barbitaheño, ¿cómo se llama? Vení, vení. Este monte de Venus está muy alto. Vuestro peligro está señalado en Saturno, de una prisión, y en el monte de la Luna, peligro por mar.

RAMPÍN.- «Caminar por donde va el buey».

LOZANA.- Mostrá esa otra mano.

RAMPÍN.- ¿Qué queréis ver?, que mi ventura ya la sé. Decime vos, ¿dónde dormiré esta noche?

LOZANA.- ¿Dónde? Donde no soñaste.

RAMPÍN.- No sea en la prisión, y venga lo que viniere.

LOZANA.- Señora, este vuestro hijo más es venturoso que no pensáis. ¿Qué edad tiene?

NAPOLITANA.- De diez años le sacamos los bracicos y tomó fuerza en los lomos.

LOZANA.- Suplícoos que le deis licencia que vaya conmigo y me muestre esta ciudad.

NAPOLITANA.- Sí hará, que es muy servidor de quien lo merece. Andá, meteos esa camisa y serví a esa señora honrada.

Mamotreto XII

Cómo Rampín le va mostrando la ciudad y le da ella un ducado que busque donde cenen y duerman, y lo que pasaron con una lavandera

LOZANA.- Pues hacé una cosa, mi hijo, que, por donde fuéramos, que me digáis cada cosa qué es y cómo se llaman las calles.

RAMPÍN.- Esta es la Ceca, donde se hace la moneda, y por aquí se va a Campo de Flor y al Coliseo, y acá es el puente, y éstos son los banqueros.

LOZANA.- ¡Ay, ay! No querría que me conociesen, porque siempre fui mirada.

RAMPÍN.- Vení por acá y mirá. Aquí se venden muchas cosas, y lo mejor que en Roma y fuera de Roma nace se trae aquí.

LOZANA.- Por tu vida, que tomes este ducado y que compres lo mejor que te pareciere, que aquí jardín me parece más que otra cosa.

RAMPÍN.- Pues adelante lo veréis.

LOZANA.- ¿Qué me dices? Por tu vida, que compres aquellas tres perdices, que cenemos.

RAMPÍN.- ¿Cuáles, aquéstas? Estarnas son, que el otro día me dieron a comer de una en casa de una cortesana, que mi madre fue a quitar las cejas y yo le llevé los afeites.

LOZANA.- ¿Y dónde vive?

RAMPÍN.- Aquí abajo, que por allí habemos de pasar.

LOZANA.- Pues todo eso quiero que vos me mostréis.

RAMPÍN.- Sí haré.

LOZANA.- Quiero que vos seáis mi hijo, y dormiréis conmigo. Y mirá no me lo hagáis, que ese bozo de encima demuestra que ya sois capón.

RAMPÍN.- Si vos me probaseis, no sería capón.

LOZANA.- ¡Por mi vida! ¡Hi, hi! Pues comprá de aquellas hostias un par de julios, y acordá dónde iremos a dormir.

RAMPÍN.- En casa de una mi tía

LOZANA.- ¿Y vuestra madre?

RAMPÍN.- ¡Que la quemen!

LOZANA.- Llevemos un cardo.

RAMPÍN.- Son todos grandes.

LOZANA.- ¿Pues qué se nos da? Cueste lo que costare, que, como dicen: «ayunar o comer trucha».

RAMPÍN.- Por esta calle hallaremos tantas cortesanas juntas como colmenas.

LOZANA.- ¿Y cuáles son?

RAMPÍN.- Ya las veremos a las celosías. Aquí se dice el Urso. Más arriba veréis muchas más.

LOZANA.- ¿Quién es éste? ¿Es el obispo de Córdoba?

RAMPÍN.- ¡Así viva mi padre! Es un obispo espigacensis de mala muerte.

LOZANA.- Más triunfo lleva un mameluco.

RAMPÍN.- Los cardenales son aquí como los mamelucos.

LOZANA.- Aquéllos se hacen adorar.

RAMPÍN.- Y éstos también.

LOZANA.- Gran soberbia llevan.

RAMPÍN.- El año de veintisiete me lo dirán.

LOZANA.- Por ellos padeceremos todos.

RAMPÍN.- «Mal de muchos, gozo es». Alzá los ojos arriba, y veréis la manifactura de Dios en la señora Clarina. Allí me mirá vos. ¡Aquélla es gentil mujer!

LOZANA.- Hermano, «hermosura en puta y fuerza en bastajo».

RAMPÍN.- Mirá esta otra.

LOZANA.- ¡Qué presente para triunfar! Por eso se dijo: «¿Quién te hizo puta? El vino y la fruta».

RAMPÍN.- Es favorida de un perlado. Aquí mora la Galán portuguesa.

LOZANA.- ¿Qué es, amiga de algún ginovés?

RAMPÍN.- «Mi abuelo es mi pariente, de ciento y otros veinte».

LOZANA.- ¿Y quién es aquella andorra que va con sombrero tapada, que va culeando y dos mozas lleva?

RAMPÍN.- ¿Ésa? Cualque cortesanilla por ahí. ¡Mirá qué traquinada de ellas van por allá, que parecen enjambre, y los galanes tras ellas! A estas horas salen ellas disfrazadas.

LOZANA.- ¿Y dónde van?

RAMPÍN.- A perdones.