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LOZANA.- ¿Sí? Por demás lo tenían. ¿Putas y perdoneras?

RAMPÍN.- Van por recoger para la noche.

LOZANA.- ¿Qué es aquello? ¿Qué es aquello?

RAMPÍN.- Llévalas la justicia.

LOZANA.- Esperá, no os envolváis con esa gente.

RAMPÍN.- No haré. Luego vengo.

LOZANA.- ¡Mira ahora dónde va Braguillas! ¡Guayas si la sacó Perico el Bravo! ¿Qué era, por mi vida, hijo?

RAMPÍN.- No, nada, sino el tributo que les demandaban, y ellas han dado, por no ser vistas, quién anillo, quién cadena, y después enviará cada una cualque litigante por lo que dio, y es una cosa, que pagan cada una un ducado al año al capitán de Torre Sabela.

LOZANA.- ¿Todas?

RAMPÍN.- Salvo las casadas.

LOZANA.- Mal hacen, que no habían de pagar sino las que están al burdel.

RAMPÍN.- Pues por eso es la mayor parte de Roma burdel, y le dicen: «Roma putana».

LOZANA.- ¿Y aquéllas qué son, moriscas?

RAMPÍN.- ¡No, cuerpo del mundo, son romanas!

LOZANA.- ¿Y por qué van con aquellas almalafas?

RAMPÍN.- No son almalafas; son batículo o batirrabo, y paños listados.

LOZANA.- ¿Y qué quiere decir que en toda la Italia llevan delante sus paños listados o velos?

RAMPÍN.- Después acá de Rodriguillo español van ellas así.

LOZANA.- Eso quería yo saber.

RAMPÍN.- No sé más de cuanto lo oí así, y os puedo mostrar al Rodriguillo españolo de bronzo, hecha su estatua en Campidolio, que se saca una espina del pie y está desnudo.

LOZANA.- ¡Por mi vida, que es cosa de saber y ver, que dicen que en aquel tiempo no había dos españoles en Roma, y ahora hay tantos! Vendrá tiempo que no habrá ninguno, y dirán «Roma mísera», como dicen «España mísera».

RAMPÍN.- ¿Veis allí la estufa donde salieron las romanas?

LOZANA.- ¡Por vida de tu padre que vamos allá!

RAMPÍN.- Pues dejame llevar esto en casa de mi tía, que cerca estamos, y hallarlo hemos aparejado.

LOZANA.- Pues ¿dónde me entraré?

RAMPÍN.- Aquí, con esta lavandera milagrosa.

LOZANA.- Bueno será.

RAMPÍN.- Señora mía, esta señora se quede aquí, así Dios os guarde, a reservirlo hasta que torno.

LAVANDERA.- Intrate, madona; seate bien venuta.

LOZANA.- Beso las manos.

LAVANDERA.- ¿De dove siate?

LOZANA.- Señora, soy española; mas todo mi bien lo he habido de un ginovés que estaba para ser mi marido y, por mi desgracia, se murió; y ahora vengo aquí porque tengo de haber de sus parientes gran dinero que me ha dejado para que me case.

LAVANDERA.- ¡Ánima mía, Dios os dé mejor ventura que a mí, que aunque me veis aquí, soy española!

LOZANA.- ¿Y de dónde?

LAVANDERA.- Señora, de Nájara. Y soy estada dama de grandes señoras, y un traidor me sacó, que se había de casar conmigo, y burlome.

LOZANA.- No hay que fiar. Decime, ¿cuánto ha que estáis en Roma?

LAVANDERA.- Cuando vino el mal de Francia, y ésta fue la causa que yo quedase burlada. Y si estoy aquí lavando y fatigándome, es para me casar, que no tengo otro deseo, sino verme casada y honrada.

LOZANA.- ¿Y los aladares de pez?

LAVANDERA.- ¿Qué decís, señora?

LOZANA.- Que gran pena tenéis en mascar.

LAVANDERA.- ¡Ay, señora! La humildad de esta casa me ha hecho pelar la cabeza, que tenía unos cabellos como hebras de oro, y en un solo cabello tenía añudadas sesenta navidades.

LOZANA.- ¿Y la humildad os hace hundir tanto la boca?

LAVANDERA.- Es de mío, que todo mi parentado lo tiene, que cuando comen parece que mamillan.

LOZANA.- Mucho ganaréis a este lavar.

LAVANDERA.- ¡Ay, señora!, que cuando pienso pagar la casa, y comer, y leña, y ceniza, y jabón, y caldera, y tinas, y canastas, y agua, y cuerdas para tender, y mantener la casa de cuantas cosas son menester, ¿qué esperáis? Ningún amigo que tengáis os querrá bien si no le dais, cuándo la camisa, cuándo la capa, cuándo la gorra, cuándo los huevos frescos, y así de mano en mano, «donde pensáis que hay tocinos no hay estacas». Y con todo esto, a mala pena quieren venir cada noche a teneros compañía, y por esto tengo dos, porque lo que el uno no puede, supla el otro.

LOZANA.- Para tornar los gañivetes, éste que se va de aquí ¿quién es?

LAVANDERA.- Italiano es, canavario o botiller de un señor; siempre me viene cargado.

LOZANA.- ¿Y sábelo su señor?

LAVANDERA.- No, que es casa abastada. ¡Pues estaría fresca si comprase el pan para mí, y para todas esas gallinas, y para quien me viene a lavar, que son dos mujeres, y doyles un carlín, o un real y la despensa, que beben más que hilan! Y vino, que en otra casa beberían lo que yo derramo porque me lo traigan fresco, que en esta tierra se quiere beber como sale de la bota. ¿Veis aquí donde viene el otro mi amigo, y es español?

LOZANA.- A él veo engañado.

LAVANDERA.- ¿Qué decís?

LOZANA.- Que este tal mancebo quienquiera se lo tomaría para sí. ¡Y sobre mi cabeza, que no ayuna!

LAVANDERA.- No, a osados, señora, que tiene buen señor.

LOZANA.- No lo digo por eso, sino a pan y vos.

LAVANDERA.- Es como un ángel; ni me toma ni me da. ¿Qué quieres, a qué vienes, dónde eres estado hoy? ¡Guarda, no quiebres esos huevos!

ESPAÑOL.- ¿Quién era esa señora?

LAVANDERA.- Es quien es.

ESPAÑOL.- ¡Oh, pese a la grulla, si lo sabía, callaba, por mi honra! ¡Esa fruta no se vende al Puente!

LOZANA.- No, por mi vida, señor, que ahora pasé yo por allí y no la vi.

ESPAÑOL.- «Bofetón en cara ajena».

LAVANDERA.- ¿No te quieres ir de ahí? ¡Si salgo allá! ¿Qué os parece, señora? Otro fuera que se enojara. Es la misma bondad, y mirad que me ha traído cebada, que no tiene otra cosa, la que le dan a él para la mula de su amo.

LOZANA.- Otra cosa mejor pensé que os traía.

LAVANDERA.- ¡Andá, señora, «harto da quien da lo que tiene»!

LOZANA.- Sí, verdad es, mas no lo que hurta.

LAVANDERA.- Hablame alto, que me duele este oído.

LOZANA.- Digo que si laváis a españoles solamente.

LAVANDERA.- A todo hago por ganar, y también porque está aquí otra española, que me ha tomado muchas casas de señores, y lava ella a la italiana, y no hace tanta espesa como yo.

LOZANA.- ¿Qué diferencia tiene el lavar italiano?

LAVANDERA.- ¿Qué? ¡Grande! Nosotras remojamos y damos una mano de jabón y después encanastamos, y colamos, y se quedan los paños allí la noche, que cuele la lejía, porque de otra manera serían los paños de color de la lejía; y ellas al remojar no meten jabón y dejan salir la lejía, que dicen que come las manchas, y tornan la ceniza al fuego a requemar, y después no tiene virtud.

LOZANA.- Ahora sé lo que no pensé. ¿Quién es ésta que viene acá?

LAVANDERA.- Aquí junto mora, mi vecina.

VECINA.- Española, ¿por qué no atas aquel puerco? No te cures, será muerto.

LAVANDERA.- ¡Anda, vete, bésalo en el buz de la hierba!

VECINA.- Bien, yo te aviso.

LAVANDERA.- Pues mira, si tú me lo miras o tocas, quizá no seré puerco por ti. ¿Pensa tú que ho paura del tu esbirro? ¡A ti y a él os lo haré comer crudo!

VECINA.- Bien, espera.

LAVANDERA.- ¡Va de aquí, borracha, y aun como tú he lavado yo la cara con cuajares!

LOZANA.- ¿Qué, también tenéis cochino?

LAVANDERA.- Pues iré yo a llevar toda esta ropa a sus dueños y traeré la sucia. Y de cada casa, sin lo que me pagan los amos, me vale más lo que me dan los mozos: carne, pan, vino, fruta, aceitunas sevillanas, alcaparras, pedazos de queso, candelas de sebo, sal, presuto, ventresca, vinagre (que yo lo doy a toda esta calle), carbón, ceniza, y más lo que traigo en el cuerpo y lo que puedo garbear, como platos y escudillas, picheles, y cosas que el hombre no haya de comprar.