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– Te seguiré. No conozco el camino.

– Está bien.

Wiss se pasó al coche. Elkins encendió las luces, y los dos vehículos partieron a toda velocidad.

LIV

Parker sostenía la linterna mientras Handy trabajaba con la caja fuerte en el estudio de Buenadella. Toda la operación había durado menos de media hora. Fred Ducasse estaba muerto. Tom Hurley había sido herido levemente en un brazo y Nick Dalesia se lo había llevado. Dan Wycza, Ed Mackey y Stan Devers estaban arriba acomodando a Grofield en un colchón para transportarlo y sacarlo de la casa. Philly Webb y Mike Carlow habían salido a conseguir otros coches, para sustituirlos por los del parque, agujereados por las balas.

En el momento en que Handy abría la caja, entró Devers, precedido por su linterna.

– Acaba de llegar la ambulancia -informó.

– Bien.

Handy sacaba fajos de billetes de la caja.

– Parece haber bastante -dijo.

– Toma -le dijo Parker entregándole la linterna-. Enseguida vuelvo.

Parker y Devers se dirigieron a la entrada y salieron. Los coches seguían en el jardín, pero sus luces habían sido apagadas, de manera que la única iluminación ahora provenía de la ambulancia. La habían detenido precisamente junto a la puerta. Frank Elkins salió corriendo y dijo:

– Parece que os las arreglasteis sin mí.

– Pasamos como un viento frío -le contestó Devers.

Elkins había dejado el motor en marcha y las luces encendidas. Dio la vuelta, señaló a la ambulancia y dijo:

– ¿No es hermosa?

– Perfecta -aseguró Parker. Era un Cadillac, un automóvil largo y bajo, de los usados por las clínicas de pago; le había dicho específicamente a Elkins que no quería una de esas ambulancias grandes y altas de tipo oficial. Esta llamaría menos la atención en la carretera. Estaba pintada de blanco y el nombre del hospital estaba pintado en las puertas en letras azules.

– Tendré que hacer algo con el nombre -dijo Parker.

– ¿Cuánto te llevará llegar al sitio a donde lo llevas?

– Doce, catorce horas.

– ¡Mierda!, eso puede hacerse fácilmente. Al amanecer estarás fuera del límite del estado.

– Veré si encuentro algo de pintura -dijo Devers-. Tienen muebles de jardín, así que es probable que en algún lado de la casa haya un spray con pintura blanca. -Volvió a la casa.

– Fue divertido, Parker. Ralph me está esperando. Nos vemos.

– Está bien.

Elkins volvió a la calle, donde Wiss lo aguardaba en el coche. Parker abrió la puerta trasera de la ambulancia, vio que estaba bien equipada y levantó la vista al ver que venían Ed Mackey y Dan Wycza transportando a Grofield entre los dos. Habían sacado el colchón de una cama y sobre él había rescatado a Grofield. Así lo habían bajado. Parker ayudó a pasar a Grofield a la camilla de la ambulancia y a envolverlo, y en ese momento volvieron Carlow y Webb con los coches nuevos. Mackey y Wycza subieron en uno con Carlow y se fueron.

– ¿Falta alguien? -preguntó Webb.

– Devers y McKay.

– Es mejor que se den prisa. Empiezo a ponerme nervioso.

Webb tenía razón. Media hora era mucho tiempo. En cualquier momento podía aparecer la policía. Parker se volvió hacia la casa y Devers y Handy salieron juntos. Devers traía puesto un delantal blanco y había encontrado un spray con pintura blanca. Comenzó a tapar el nombre del hospital en la puerta, mientras Handy le daba a Parker una pequeña y ligera maleta azul.

– La encontré en un armario y metí el dinero dentro.

– ¿Lo contaste?

– Cincuenta y ocho mil.

Parker miró a su alrededor. Todo en sombra, excepto las linternas que ellos mismos sostenían.

– No es bastante -dijo.

– ¿Cuánto te debían? -preguntó Handy.

– Setenta y tres. -Parker miró hacia la casa. La explosión en la sala había hecho saltar todas las ventanas. Se encogió de hombros y dijo:

– Me las arreglaré.

Handy se rió.

– Escuchad -dijo Philly Webb-, ¿alguien quiere irse? No veo el momento de irme.

– Está bien -convino Handy-. Voy contigo.

Devers estaba dando la vuelta a la ambulancia para borrar las palabras escritas en la puerta trasera.

– ¿Vienes? -le preguntó Webb.

– ¿Puedo ir contigo? -le preguntó Devers a Parker.

Parker no veía la necesidad de tal cosa.

– ¿Para qué?

– ¿Te gusta mi delantal nuevo? Si hay algún problema, tú serás el conductor idiota y yo el médico brillante -dijo Devers sonriendo-. Tengo ganas de dar un paseo -dijo-. Nunca fui a ninguna parte en ambulancia.

– Entonces, ven -contestó Parker.

LV

Vibración.

Grofield abrió los ojos y nada de lo que vio tenía sentido para él. Un techo bajo, curvo, barras cromadas. Sintió una vibración bajo su espalda. Trató de mover la cabeza, pero le pesaba demasiado; cada parte de su cuerpo permanecía inmóvil y apenas podía moverse. Lentamente giró la cabeza a la izquierda y vio una ventana a menos de veinte centímetros. Era de día. El campo. «Estoy en un tren», pensó, y trató de recordar a dónde iba. Luego el vehículo en que viajaba adelantó a un coche más lento y comprendió que estaba en una carretera, en un camión, o una caravana, algo con una cama.

Volvió a girar la cabeza. Un techo metálico bajo. Barras cromadas. Un sonido vidrioso que se repetía.

¡Una maldita ambulancia!

«¿Y ahora qué?», pensó, y volvió a desvanecerse.

Cuando volvió en sí, la luz había cambiado, debía de ser por la tarde. La vibración seguía siendo la misma. Esta vez recordaba el despertar anterior, y entonces empezó a recordar más cosas: su nombre y que era dueño de un teatro de verano. Estaba en las últimas, como siempre, y el teatro, para su desesperación, iba nada más que normal. Había ido con Parker a un lugar llamado…

¿Por qué no se acordaba del nombre?

Casi volvió a desvanecerse tratando de recordar el nombre de la ciudad cuando, de pronto, recordó que había sido herido. Buenadella, los ventanales, el hombre oculto en el parque.

– El hijo de puta no me mató -murmuró.

– ¿Hola?

Una voz. Grofield miró a su alrededor, moviendo lentamente la cabeza, y el sujeto rubio y sonriente con delantal blanco apareció junto a él.

– Juraría que está despierto -dijo.

– Una sorpresa distinta para cada uno -susurró Grofield. Trataba de formar sonidos con la garganta, pero sus órganos estaban demasiado débiles.

– ¿Usted es médico?

El tipo se rió. Realmente parecía contento; pero a él no lo habían herido. Dijo:

– ¿Le gusta mi delantal? Me da un aspecto serio.

– Me hirieron una vez -murmuró Grofield-. Cuando me desperté, había una chica hermosa trepando por la ventana.

– Ah -dijo el sujeto-. Se siente desilusionado.

– Así fue como me desperté. El nombre de la chica era Elly.

– Exacto. Soy Stan Devers. Su amigo Parker conduce esta cosa.

Grofield trató de mirar hacia atrás; era imposible. ¿Parker conducía la ambulancia?

– ¿Qué diablos ha pasado? -susurró.

– Bueno -contestó Stan Devers-, es una larga historia.

Donald E. Westlake

***