– ¿Por qué no en la suya?
– Porque no la tenía. Trabajaba en un cuartito que le había cedido ese compañero. Cuando llegué, el compañero ya se había ido y Michela aún no había llegado. Angelo me ofreció un zumo de naranja amargo. Me lo bebí y todo empezó a parecerme borroso, confuso, no podía moverme ni reaccionar… Recuerdo que Angelo llevaba puesta la bata y… -Siguió haciendo un esfuerzo por contarlo hasta que Montalbano la interrumpió.
– He comprendido. No siga.
Se encendió un cigarrillo. Teresa se enjugó los ojos con un pañuelo.
– ¿Qué recuerda después?
Tengo recuerdos muy vagos. Michela con bata blanca como si fuese una enfermera y Angelo que decía algo… Después recuerdo que estaba en el coche con Angelo… Me encuentro en casa de Anna, una prima mía que lo sabía todo de mí… Dormí en su casa… Anna había llamado a mis padres diciéndoles que yo pasaría la noche con ella… Al día siguiente sufrí una terrible hemorragia, me llevaron al hospital y tuve que contárselo todo a papá. Y papá presentó una denuncia contra Angelo.
– ¿O sea que usted jamás vio al compañero de Angelo?
– Jamás.
– Gracias, señora. Eso es todo -dijo Montalbano levantándose.
Ella dio la impresión de estar sorprendida y aliviada. Le tendió la mano para despedirse. Pero el comisario, en lugar de estrechársela, se la besó.
13
Llegó con un poco de adelanto a su cita con el comandante Laganà.
– Lo veo muy bien -dijo el comandante, mirándolo.
Montalbano se inquietó. Últimamente le ocurría que aquella frase le sonaba mal. Si alguien te dice que te ve bien, eso significa de modo implícito que esperaba verte peor. ¿Y por qué lo esperaba? Porque has llegado a una edad en que lo peor puede pasarte de la noche a la mañana. Sólo por poner un ejemplo: hasta cierto día de tu vida, resbalas, caes, te levantas y no te has hecho nada, pero después llega un día en que resbalas, caes y ya no puedes levantarte porque te has roto el fémur. ¿Qué ha sucedido? Ha sucedido que has traspasado el confín invisible de una edad a otra.
– Yo a usted también lo veo muy bien -mintió con cierta satisfacción.
A sus ojos, Laganà había envejecido considerablemente desde la última vez que lo viera.
– Estoy a su disposición -declaró el comandante.
Montalbano le habló del homicidio de Angelo Pardo y le dijo que el periodista Nicolò Zito, en el transcurso de una conversación privada, había suscitado en él la sospecha de que el móvil del asesinato pudiera estar relacionado con el trabajo que desempeñaba Pardo. Se lo estaba tomando con calma, pero Laganà lo comprendió todo al vuelo y lo interrumpió:
– ¿Compadreo?
– Podría ser una hipótesis -dijo precavido.
Y le habló de los regalos muy superiores a sus ingresos que le hacía a su amante, de la desaparición de la caja fuerte blindada, de la cuenta corriente que debía de tener en algún banco que él no había conseguido localizar. Y al final sacó del bolsillo las cuatro hojas impresas del ordenador y el librito-clave, y los depositó en la mesa.
– No puede decirse que la transparencia fuera muy del gusto de este señor -fue el comentario del comandante tras haberlo examinado todo.
– ¿Puede ayudarme?
– Pues claro, pero no espere un resultado rápido. No obstante, para actuar necesito algunos datos elementales pero esenciales. ¿Por cuenta de qué empresas trabajaba Pardo? ¿Con qué médicos y farmacias estaba en contacto?
– Tengo en el coche una gruesa agenda suya, de la cual se puede obtener buena parte de lo que a usted le interesa.
Laganà lo miró sorprendido.
– ¿Y por qué la ha dejado en el coche?
– Primero quería asegurarme de que la cosa le interesaba. Voy por ella.
– Bien, entretanto yo hago una fotocopia de estas hojas y del cancionero.
O sea que, recapituló mientras regresaba a Vigàta, la señora, perdón, la señorita Michela Pardo no sólo le había contado de la misa la media con respecto al aborto practicado a Teresa Cacciatore, sino que, además, había omitido también el papel que ella desempeñó como coprotagonista. Para Teresa debió de ser una escena de película de terror, primero el engaño y la trampa, después, in crescendo, el novio que se convierte en carnicero y empieza a hurgar en su interior, mientras ella, tumbada en cueros sobre la camilla, ni siquiera consigue abrir la boca, y la futura cuñada enfundada en una bata blanca prepara los instrumentos…
Pero ¿qué relaciones de complicidad había entre Angelo y Michela? ¿Desde qué retorcido instinto fraterno habían surgido y se habían consolidado? ¿Hasta qué extremo habían llegado a estrechar sus vínculos? Y si les daba igual una cosa que otra, ¿de qué otras barbaridades habían sido capaces?
Aunque, bien mirado, ¿todo eso qué tenía que ver con la investigación? De las palabras de Teresa, que no cabía duda de que decía la verdad, se deducía que Angelo era un canalla, y eso Montalbano ya hacía tiempo que lo pensaba, y que la hermanita no habría vacilado en matar con tal de complacer al hermanito también lo pensaba desde hacía tiempo. Lo que le había contado Teresa era una confirmación de la clase de personas que eran los Pardo, pero no le permitía avanzar ni un milímetro en la investigación.
– ¡Dottori, ah, dottori! -gritó Catarella desde su trastero-. ¡Tingo que dicirli una cosa de importancia!
– ¿Has derrotado al tercer guardia de paso?
– Todavía no, siñor dottori. Es complicado. Quería dicirle que ha tilifoniado el dottori Arquaraquà.
¿Qué ocurría? ¿Lo llamaba el jefe de la Científica? Se abren las tumbas, los muertos se levantan… como decía el himno de Garibaldi.
– Arquà, Catarè, se llama Arquà.
– Si llama como si llama, dottori, total, usía lo entiende lo mismo.
– ¿Y qué quería?
– No me lo ha dicho, dottori. Mi ha dejado dicho que si usía lo llamaba cuando volviera a la vuelta.
– ¿Está Fazio?
– Mi parece que está.
– Búscalo y dile que vaya a mi despacho.
Mientras esperaba, llamó a la Científica de Montelusa.
– Arquà, ¿me buscabas? -No se caían bien; por consiguiente, de común y tácito acuerdo, cuando se veían y hablaban, prescindían de los saludos.
– Puede que sepas que el doctor Pasquano ha encontrado entre los dientes de Angelo Pardo dos hilos de tejido.
– Sí.
– Hemos analizado los dos hilos y hemos identificado el tejido. Se trata de crilicon.
– ¿Viene de Krypton?
Le había salido la broma imbécil. Arquà, que evidentemente no leía cómics e ignoraba la existencia de Superman, se quedó perplejo.
– ¿Qué has dicho?
– No, nada, déjalo. ¿Por qué te parece importante el detalle?
– Porque es un tejido especial que se utiliza principalmente para una prenda muy concreta.
– ¿Cuál?
– Bragas de mujer.
Arquà colgó, pero Montalbano se quedó petrificado con el auricular en la mano.
¿Otra película de cine negro? Colgó mientras se imaginaba la escena.
AZOTEA CON CUARTO. Exterior-interior noche.
Desde la azotea, la ce encuadra a través de la puerta abierta el interior del antiguo lavadero. Angelo está sentado en el brazo del sillón. La mujer, de espaldas pero de cara a él, deposita una bolsa encima de la mesa y, con movimientos muy lentos, se quita primero la blusa y después el sujetador. Estrechamiento del campo de la ce en el interior.
(música sensual)
Angelo contempla con deseo a la mujer, que se desabrocha la falda y la deja caer al suelo. Angelo resbala del brazo del sillón, se hunde en el asiento y casi se tumba en él.