– ¿Tiene usted familia, señorita Forrest? ¿Alguien a quien podamos avisar?
Ella sacudió la cabeza.
– Solo tenía a mi hermana Nell, que en paz descanse, y hace tiempo que murió -respondió ella, irguiéndose y respirando hondo. Hizo un gran esfuerzo por dominarse y lo logró-. Querrá saber quiénes eran los clientes que vinieron anoche. No puedo decírselo porque no lo sé, pero ella tenía una agenda en la que apuntaba todas esas cosas. Está en su escritorio. Seguramente estará cerrado con llave, pero encontrará la llave en una cadena que llevaba alrededor de su cuello. Si no quiere cogerla, puede romperlo con un cuchillo, pero sería una lástima. Es un bonito mueble de marquetería.
– Cogeré la llave. -Pitt se levantó-. Necesitaré hablar de nuevo con usted, señorita Forrest, pero por el momento dígame dónde está el escritorio y prepare té, al menos para usted. Tal vez el inspector y sus hombres también se lo agradezcan.
– Sí, señor. -Lena vaciló-. Gracias.
– ¿El escritorio? -le recordó él.
– ¡Oh, sí! Está en el estudio, la segunda puerta a la izquierda. -Se lo señaló con un ademán.
Él le dio las gracias, luego regresó al salón donde estaba el cadáver y vio a Tellman mirando por la ventana. El forense se había ido, pero en el pequeño jardín había un agente rodeado de camelias y de un largo rosal amarillo en plena floración.
– ¿Estaba atrancada por dentro la puerta del jardín? -preguntó Pitt.
Tellman asintió.
– Y no se puede salir a la calle por las puertaventanas. Tuvo que ser uno de los que ya estaban dentro -dijo desconsoladamente-. Debió de marcharse por la puerta principal, que se cierra sola. Y la criada ha dicho que no tenía ni idea cuando se lo he preguntado.
– No, pero ha dicho que Maude Lamont tenía una agenda en el escritorio del estudio, y que la llave está alrededor de su cuello. -Pitt señaló con la cabeza a la mujer muerta-. Podría haber escrito algo en él, tal vez incluso el motivo por el que acudían a verla. Ella seguramente lo sabía.
Tellman frunció el entrecejo.
– Pobres diablos -dijo con fiereza-. ¿Qué necesidad mueve a una persona a acudir a una mujer así en busca de la clase de respuesta que debería obtener de la iglesia o empleando el sentido común? Quiero decir… ¿qué es lo que preguntan? -El entrecejo fruncido confería un aire de severidad a su cara alargada-. ¿Dónde estás? ¿Cómo es eso? Ella podía decirles cualquier cosa… ¿Cómo iban a darse cuenta ellos? Es perverso cobrar por jugar con el dolor de una persona. -Le dio la espalda-. Y es una estupidez por parte de ellos pagar.
Pitt tardó unos momentos en pasar de un tema a otro, pero se dio cuenta de que Tellman luchaba con una cólera y una confusión interior, y de que había tratado de eludir la conclusión de que una de esas personas que él no podía evitar compadecer tenía que haber matado a la mujer sentada silenciosamente en la butaca a solo unos palmos de distancia, clavándole la rodilla en el pecho mientras ella luchaba por respirar y se ahogaba con la extraña sustancia que le obstruía la garganta. Trataba de imaginar la ira que le había llevado a hacer eso. Estaba soltero y no frecuentaba demasiado el trato con mujeres fuera del entorno policial formal. Confiaba en que fuera Pitt quien tocara el cuerpo y buscara la llave en cierta zona que a él le resultaría violento mirar.
Pitt se acercó y levantó con delicadeza el encaje de la parte delantera del vestido y palpó por debajo de los lados de la tela del corpiño. Encontró la fina cadena de oro y tiró de ella hasta tener la llave en las manos. La pasó con cuidado por la cabeza tratando de no despeinarla; una precaución a todas luces absurda. ¿Qué podía importar ahora? Pero hacía apenas unas horas estaba viva, y su rostro se hallaba avivado por la inteligencia y los sentimientos. Entonces habría sido impensable rozarle el cuello y el pecho de ese modo.
Le apartó la mano, aunque poco importaba ya si se la aplastaba. Fue un gesto mecánico. En ese momento reparó en el pelo largo atrapado en el botón de la manga, de un color muy distinto al suyo. Ella era morena, y aquel cabello brilló por un instante con un matiz pálido como la lana de vidrio. Cuando finalmente él se movió, volvió a hacerse invisible.
– ¿Qué tiene que ver esto con la Brigada Especial? -preguntó Tellman, con un repentino matiz de frustración en la voz.
– No tengo ni idea -respondió Pitt, irguiéndose y colocando la cabeza de la mujer muerta en la posición exacta en la que había estado.
Tellman le miró furioso.
– ¿Vas a dejarme ver su agenda? -preguntó, desafiante.
Era una decisión que Pitt no se había planteado. Respondió sin pensar, dolido por lo absurdo de aquella situación.
– ¡Por supuesto que sí! Espero sacar de ella mucho más que los nombres de las personas que estuvieron aquí anoche. Vamos a necesitar poco menos que un milagro para averiguar todo lo posible de esta mujer. Habrá que hablar con el resto de sus clientes. ¿Qué clase de gente acudía a ella, y por qué? ¿Cuánto le pagaban? ¿Ganaba lo suficiente para permitirse vivir en esta casa? -Recorrió mecánicamente la habitación con la mirada, con su sofisticado papel en la pared y los muebles orientales intrincadamente tallados. Sabía lo bastante para calcular el valor de al menos parte de ellos.
Tellman frunció el entrecejo.
– ¿Cómo sabía ella qué debía decir a esa gente? -preguntó, mordiéndose el labio inferior-. ¿Hacía averiguaciones primero y luego se lo inventaba basándose en unas suposiciones acertadas?
– Probablemente. Tal vez escogía a sus clientes con mucho cuidado; solo a aquellos de los que ya sabía algo o estaba segura de poder averiguar algo.
– He buscado por toda la habitación. -Tellman se quedó mirando las paredes, los brazos de la lámpara de gas, el alto armario lacado-. No se me ocurre cómo podía hacer sus trucos. ¿Qué se suponía que hacía? ¿Conseguía que aparecieran fantasmas, o que se oyeran voces? ¿Mostraba a gente flotando en el aire? ¿Qué? ¿Qué les hacía creer que eran espíritus, y no el producto de alguien que les decía lo que querían oír?
– No lo sé -respondió Pitt-. Pregunta a los otros clientes, pero ten cuidado, Tellman. Nunca te burles de la fe de nadie, por ridícula que te parezca. Casi todos necesitamos algo más que el presente; tenemos sueños que no se harán realidad aquí y necesitamos la eternidad. -Sin añadir nada ni esperar una respuesta, salió, dejando que Tellman siguiera registrando la habitación sin saber qué buscaba.
Se dirigió al estudio y abrió la puerta. Nada más entrar encontró el escritorio, un bonito mueble, como había dicho Lena Forrest, de madera dorada y con exquisitos detalles de marquetería de tonos oscuros y claros.
Introdujo la llave en la cerradura y la hizo girar. Se abrió fácilmente, dejando ver una superficie lisa de cuero. Había dos cajones y media docena de casilleros. En uno de los cajones encontró una agenda y la abrió por la página del día anterior. Vio dos nombres y sintió un frío en la boca del estómago al reconocerlos ambos: Roland Kingsley y Rose Serracold. De pronto comprendió exactamente por qué le había enviado Narraway.
Se quedó inmóvil, asimilando la información y todo lo que podía significar. ¿Era posible que el pelo largo y rubio que había visto en la manga de la mujer muerta fuese de Rose Serracold? No tenía ni idea porque nunca la había visto, pero tendría que averiguarlo. ¿Debía enseñárselo a Tellman o procurar investigar por su cuenta? ¿O lo habría dejado el médico al desnudar el cuerpo para la autopsia? Podía significar algo… o nada.
Tardó unos minutos en darse cuenta de que en la tercera línea no había un nombre sino una especie de dibujo, como los que hacían los antiguos egipcios para representar una palabra, un nombre. Tenía entendido que los llamaban «cartuchos». Aquel era redondo, y dentro tenía un semicírculo sobre una figura que parecía una efe minúscula del revés. Era muy sencilla y, al menos para él, no significaba nada en absoluto.