– Buenos días, señora Serracold -dijo Pitt tras el silencio inicial-. Lamento importunarla sin haber avisado, pero las trágicas circunstancias de la muerte de la señorita Maude Lamont no me han permitido concertar una cita. Comprendo que debe de estar muy ocupada con las elecciones parlamentarias, pero se trata de un asunto que no puede esperar. -Su tono no admitía discusión.
Ella se quedó extrañamente inmóvil, sin volverse siquiera para reparar en Tellman, aunque resultaba difícil que no le hubiera visto, pues se hallaba a unos pasos de ella. Se quedó mirando fijamente a Pitt. Era imposible determinar si ya se había enterado de la muerte de Maude Lamont o no. Cuando por fin habló, lo hizo en voz muy baja.
– Desde luego. ¿Y exactamente qué cree que puedo decirle que le sea de ayuda, señor… Pitt? -Era evidente que recordaba su nombre porque se lo había dicho el mayordomo, pero tuvo que hacer un esfuerzo. No era su intención ser grosera; sencillamente, él no formaba parte de su mundo.
– Usted fue una de las últimas personas que la vio con vida, señora Serracold -respondió Pitt-. Y también vio a las otras personas que estuvieron presentes en la sesión de espiritismo, y debe de saber qué ocurrió.
Tellman tenía curiosidad por ver cómo iba a abordar Pitt a aquella mujer para sacarle la mayor cantidad de información provechosa. No habían hablado de ello, y sabía que el motivo era que Pitt no estaba seguro. Ella guardaba relación con su nuevo papel en la Brigada Especial. Su marido iba a presentarse al Parlamento. Pitt no iba a revelarle cuál era exactamente su misión, pero Tellman supuso que era protegerla del escándalo, o si eso resultaba imposible, tratar el asunto con discreción y rapidez. No envidiaba su situación. Resolver un asesinato era sencillo comparado con aquello.
Rose Serracold arqueó ligeramente sus elegantes cejas.
– No sé cómo murió, señor Pitt, o si alguien fue responsable o pudo hacer algo para impedirlo. -Habló con voz serena, pero estaba muy pálida y tan inmóvil que el dominio de sus emociones podía reconocerse por la ausencia de cualquier señal. No se atrevía a dejar que aflorasen.
Tellman percibió el ligero perfume que desprendía, y reparó en que si ella se movía, oiría el susurro de las sedas, como había ocurrido cuando ella había entrado. Era la clase de mujer que le alarmaba e inquietaba. Era plenamente consciente de su presencia, y no comprendía nada en absoluto de su vida, sus sentimientos o creencias.
– Alguien es responsable de ello. -La voz de Pitt se abrió paso a través de sus pensamientos.
Ella no hizo ningún ademán para indicarles que se sentaran.
– La asesinaron -terminó Pitt.
La mujer inspiró hondo y exhaló el aire con un suspiro apenas audible.
– ¿Entró alguien? -Vaciló un segundo-. ¿Tal vez olvidó cerrar la puerta lateral que da a Cosmo Place? La última persona entró por allí en lugar de hacerlo por la puerta principal.
– No le robaron nada -respondió Pitt-. Nadie rompió nada. -La observaba con mucha atención, sin apartar los ojos de ella-. Y la mataron por motivos personales.
Ella pasó por su lado y se dejó caer en una de las sillas rojas; su falda se hinchó alrededor de ella con el débil frufrú del roce de la seda. Estaba tan pálida que Tellman creyó que por fin había comprendido las palabras de Pitt.
¿La habían sorprendido? ¿O ya lo sabía, y estaba recordando o asimilando el hecho de que otros lo supieran, concretamente la policía?
¿ O al revelarle que había sido asesinada por motivos personales le había descubierto quién era el responsable?
– No sé si quiero saber los detalles, señor Pitt -se apresuró a decir. Había recuperado totalmente el dominio de sí misma-. Solo puedo decirle lo que vi. Me pareció una velada totalmente normal. Por lo que yo vi, no hubo peleas, ni resentimientos de ninguna clase. Y créame, si hubiera habido algo extraño lo habría visto. A pesar de lo que dice, no puedo creer que fuera uno de nosotros. Desde luego yo no… -Al llegar a ese punto se le quebró un poco la voz-. Yo… estaba en deuda con su don. Ella me… caía bien. -Parecía a punto de añadir algo, pero cambió de opinión y miró a Pitt, esperando que continuara.
Él se cansó de esperar a que le invitaran a sentarse y lo hizo frente a ella, dejando libertad a Tellman para que hiciera lo que quisiera.
– ¿Puede describirme cómo fue la noche, señora Serracold?
– Eso creo. Llegué poco antes de las diez. El soldado ya estaba en la habitación. Yo no sabía nada de él, ¿comprende?, pero estaba interesado sobre todo en lo relacionado con batallas. Todas sus preguntas giraban en torno a África y la guerra, de modo que deduzco a partir de ese detalle y de su porte que es soldado, o lo fue. -En su rostro se traslució una compasión momentánea-. Supuse que había perdido a un ser querido.
– ¿Y la tercera persona? -inquirió Pitt.
– Oh. -La mujer se encogió de hombros-. El ladrón de tumbas. Fue el último en llegar.
Pitt parecía sorprendido.
– ¿Cómo dice?
Ella hizo una mueca, una expresión de aborrecimiento.
– Le llamo así porque creo que es un escéptico y trata de menoscabar nuestra fe en la resurrección del espíritu. Sus preguntas eran… académicas, de una manera cruel, como si hurgara en una herida. -Escudriñó los ojos de Pitt, tratando de ver hasta qué punto le entendía, si era capaz de hacerse al menos una idea de lo que describía, o se estaba exponiendo a un bochorno innecesario.
Tellman tuvo una repentina revelación, como si la viera con un vestido corriente como el que llevaría su madre o Gracie, y la crujiente seda se vio oscurecida por una luz más clara. Ella necesitaba creer en los poderes de Maude Lamont. Buscaba algo que la había impulsado a ir allí, que la había obligado, y ahora que Maude se había muerto, estaba perdida. Detrás de aquellos ojos pálidos y brillantes había desesperación.
Luego ella volvió a hablar e interrumpió aquel momento. El oyó su dicción perfecta, notó su fragilidad, y un abismo volvió a abrirse entre los dos.
– O tal vez fueron imaginaciones mías -dijo ella con una sonrisa-. Apenas le vi la cara. Podría haber tenido miedo a la verdad, ¿no? -Curvó los labios como si lo único que le impidiera reír fuera lo inapropiado de la situación-. Entró y salió por la puerta del jardín. Tal vez sea un personaje destacado que ha cometido un crimen terrible y quiere saber si los muertos le traicionarán. -Elevó la voz movida por la fantasía-. Le estoy dando una idea, señor Pitt. -Le miró con fijeza sin prestar atención a Tellman, con una expresión serena, llena de vida, casi desafiante.
– Ya lo había pensado, señora Serracold -respondió Pitt con cara inexpresiva-. Pero me parece interesante que a usted también se le haya ocurrido. ¿ Cree que Maude Lamont podría haber utilizado tal información?
A Rose Serracold le temblaron los párpados, y se le tensaron los músculos del cuello y la mandíbula.
Pitt permaneció a la espera.
– ¿Para qué? -preguntó ella con un tono ligeramente áspero-. ¿Se refiere a alguna clase de… chantaje? -Su rostro reflejaba una sorpresa tal vez excesiva.
Pitt esbozó una ligerísima sonrisa, como si pensara muchas más cosas de las que podía decir.
– La asesinaron, señora Serracold. Se había ganado al menos un enemigo desesperado y con motivos muy personales.
Ella se quedó tan lívida que Tellman creyó que iba a desmayarse. Sabía con absoluta certeza que era ella quien preocupaba a Pitt. Su presencia en la sesión de espiritismo era lo que había hecho que la Brigada Especial interviniera en el caso y se lo arrebatara a la policía, a él. ¿Tenía Pitt alguna razón secreta para creer que ella era culpable? Tellman le miró, pero a pesar del tiempo que habían trabajado juntos, y de las tragedias en las que habían estado involucrados, no supo interpretar los sentimientos de Pitt.