Выбрать главу

– Sí -murmuró Lena-. Nadie tiene secretos para una buena médium, y ella era muy buena.

Pitt la miró, tratando de descifrar su cara, su mirada, intentando descubrir si sabía más de lo que sugerían sus escuetas palabras. A Maude Lamont le habría resultado difícil ocultar a su criada la existencia de un cómplice, tanto para amañar sus manifestaciones como para obtener información personal acerca de futuros clientes. La presencia de un amante también se habría revelado tarde o temprano, aunque solo fuera en la actitud de Maude. ¿Se guardaba esos secretos Lena Forrest por lealtad a la muerta, o por instinto de supervivencia, porque, si los sacaba a la luz, quién iba a contratarla entonces en el futuro para ejercer un empleo tan delicado? Y ella debía tenerlo en cuenta. Maude Lamont ya no estaba allí para dar buenas referencias de ella en lo relativo a su carácter o sus cualidades. Lena venía de una casa donde se había cometido un asesinato. Sus perspectivas eran, si no desesperadas, al menos muy poco halagüeñas.

– ¿Recibía visitas con regularidad, al margen de las sesiones de espiritismo? -preguntó Tellman-. Estamos buscando a las personas que le daban información sobre la gente a la que ella luego decía… las cosas que quería oír.

Lena bajó la vista, aparentemente avergonzada.

– No hace falta saber mucho. La gente se delata sola. Y a ella se le daba muy bien interpretar las caras, comprender lo que no decían. Adivinaba cosas con mucha rapidez. No sabe las veces que yo pensaba algo y ella sabía qué era antes de que se lo dijera.

– Hemos buscado agendas por toda la casa -dijo Tellman a Pitt-. No hemos encontrado nada aparte de listas de clientes. Debía de memorizarlo todo.

– ¿Qué pensaba usted de sus facultades, señorita Forrest? -preguntó Pitt de pronto-. ¿Cree en la capacidad de ponerse en contacto con los espíritus de los muertos? -La observó con atención. Ella había negado que hubiera ayudado a Maude Lamont, pero sin duda había recibido alguna ayuda, y allí no había nadie más.

Lena inspiró hondo y exhaló el aire en un suspiro.

– No lo sé. Como mi madre y mi hermana han muerto, me gustaría creer que están en alguna parte donde pudiera volver a hablar con ellas. -Su rostro se ensombreció, dominado por una emoción tan profunda que a duras penas podía controlarla. Era más que evidente que seguía sintiendo un gran vacío, y Pitt lamentó tener que avivar el dolor, y más delante de otras personas. Era un tema que requería privacidad.

– ¿Ha visto usted alguna manifestación? -preguntó. La respuesta al asesinato de Maude Lamont se escondía, al menos en parte, en aquella casa, y tenía que encontrarla, tanto si afectaba a Voisey o a las elecciones como si tenía otro tipo de implicaciones. No podía dejar que el asesinato quedara impune, independientemente de la víctima y el motivo.

– Eso creía -dijo ella vacilante-. Hace mucho tiempo. Pero cuando quieres algo desesperadamente, como hacía esa gente… -miró de reojo las sillas donde los clientes de Maude se habían sentado en las sesiones de espiritismo- tal vez lo veas de todos modos, ¿no?

– Sí, es posible -coincidió él-. Pero a usted no le interesaban los espíritus con los que esa gente quería ponerse en contacto. Piense en todo lo que oyó, todo lo que sabía que la señorita Lamont era capaz de inventar. Hemos oído hablar a otros clientes de voces, música, pero la levitación parece haber ocurrido solo aquí.

Ella parecía desconcertada.

– Elevarse en el aire -explicó Pitt, y vio un repentino destello de comprensión en su mirada-. Tellman, eche otro vistazo a la mesa -ordenó. Se volvió hacia Lena Forrest-. ¿Recuerda haber visto algo distinto la mañana siguiente a una sesión: alguna cosa fuera de lugar, un olor característico, polvos, cualquier cosa?

La mujer guardó silencio tanto tiempo que él se preguntó si se estaba concentrando en algo o sencillamente no tenía intención de responder.

Tellman estaba sentado en la silla que solía ocupar Maude. Lena tenía la vista clavada en él.

– ¿Movió alguna vez la mesa? -preguntó Pitt de pronto.

– No. Está clavada al suelo -respondió Tellman-. He tratado de moverla antes.

Pitt se levantó.

– ¿Y la silla? -Mientras lo decía se acercó a ella, y Tellman se puso de pie y la levantó. Con gran sorpresa, vio que había cuatro leves hendiduras en las tablas del suelo donde habían estado apoyadas las patas. Seguramente ni siquiera el uso continuado podría haberlas hecho. Se acercó a una de las otras sillas y la levantó. No había hendiduras. Alzó la vista rápidamente hacia Lena Forrest y advirtió en su cara que sabía algo.

– ¿Dónde está la palanca? -preguntó en tono grave-. Está en una situación muy precaria, señorita Forrest. No ponga en peligro su futuro mintiendo a la policía. -Detestaba las amenazas, pero no podía perder tiempo tratando de levantar el suelo de madera para encontrar el mecanismo, y necesitaba saber hasta qué punto estaba involucrada ella. Podía ser crucial más adelante.

Lena Forrest se levantó lívida y rodeó la silla. Se inclinó y tocó el centro de una de las flores talladas en el borde de la mesa.

– Apriétela -ordenó él.

La mujer le obedeció, y por un instante no pasó nada.

– ¡Vuelva a apretarla! -repitió él.

Ella se quedó totalmente inmóvil.

Poco a poco la silla empezó a levantarse, y al bajar la vista, Pitt vio que también se levantaban las tablas del suelo, pero solo las que soportaban las cuatro patas. Las demás permanecieron en su sitio. No se oyó ningún ruido. Cuando estuvieron unos veinte centímetros por encima de la otra parte del suelo, se detuvieron.

Pitt se quedó mirando a Lena Forrest.

– De modo que usted conocía al menos este truco.

– Lo he descubierto hace poco -dijo ella con voz temblorosa.

– ¿Cuándo?

– Después de su muerte. Empecé a buscar. No se lo dije porque parecía… -Bajó la vista y luego la levantó rápidamente-. Bueno, ahora está muerta. Supongo que ya no puede hacer nada. Ahora no sabe nada.

– Creo que será mejor que nos diga qué más ha descubierto, señorita Forrest.

– No sé nada más, solo lo de la silla. Yo… me enteré de lo que hacía a través de alguien que vino… con flores, para decirme lo mucho que lo sentía. De modo que miré. Yo nunca estuve en una sesión de espiritismo. ¡Nunca!

Pitt no logró sonsacarle nada más. Un minucioso examen de la silla y la mesa y una visita al sótano revelaron un mecanismo muy sofisticado y en perfecto estado, junto con varias bombillas para las lámparas eléctricas con las que estaba equipada la casa y que también funcionaban mediante un generador situado en el sótano.

– ¿Por qué hay tantas bombillas? -preguntó Pitt pensativo cuando regresaron al salón-. No hay electricidad en la mayor parte de la casa, solo en el salón y el comedor. El resto son lámparas de gas y carbón para las estufas.

– Ni idea -confesó Tellman-. Parece que utilizaba la electricidad sobre todo para los trucos. De hecho, ahora que lo pienso, solo hay tres lámparas eléctricas. ¿Tal vez se proponía instalar más?