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– Tu teólogo -dijo ella con tristeza-. Si acudió a una médium con la intención de demostrar que era una impostora y desenmascararla delante de sus clientes, a Voisey no le habría agradado demasiado. Creo que debemos suponer que quiere vengarse, tal vez presionándole mucho.

Era imposible rebatir aquellas palabras. Pitt recordó la mirada de Voisey cuando se habían cruzado en la Cámara de los Comunes. No olvidaba ni perdonaba nada. De nuevo se sorprendió sintiendo frío a pesar de estar sentado al sol.

Vespasia tenía el entrecejo fruncido.

– ¿Qué ocurre? -preguntó él.

Vio que había una sombra de preocupación en sus ojos de color gris plateado, y que no solo tenía el cuerpo erguido en la disciplinada postura adquirida durante décadas de autodominio, sino que sus hombros estaban rígidos por la tensión.

– He pensado mucho en ello, Thomas, y sigo sin entender por qué te han despedido por segunda vez de Bow Street.

– ¡Voisey! -exclamó él con una amargura que le sorprendió. Creía que podía controla su cólera, la violenta reacción que le provocaba semejante injusticia, pero en ese momento se sintió de nuevo azotado por una ola que le ahogaba.

– No -dijo ella, casi sin aliento-. Por mucho que te odie, Thomas, nunca hará nada que vaya en contra de su propio interés. Esa es su mayor virtud. Su mente manda siempre sobre su corazón. -Miró fijamente al frente-. Y no le interesa tenerte en la Brigada Especial, que es a donde debió de suponer que volverías si te despedían de nuevo de Bow Street. Para la policía, a menos que él cometa un crimen, sus asuntos quedan fuera de tu jurisdicción. Si te metes con él, puede acusarte de acoso y hacer que te encierren. En cambio, en la Brigada Especial tus obligaciones son mucho menos concretas. La Brigada Especial es secreta, no responde ante el público. -Se volvió hacia él-. Mantén siempre a tus enemigos donde puedas verlos. Voisey no es tan estúpido como para haberlo olvidado.

– Entonces ¿por qué lo harías? -preguntó Pitt, confundido por la lógica de ella.

– Tal vez no fuese Voisey -dijo Vespasia con mucha cautela.

– Entonces ¿quién? -preguntó él-. ¿Quién, aparte del Círculo Interior, tendría poder para actuar a espaldas de la reina deshaciendo lo que ella ha hecho? -Era una idea oscura y aterradora. No sabía de nadie a quien hubiera ofendido, ni de otras sociedades secretas con tentáculos que alcanzaran el corazón del gobierno.

– Thomas, ¿has pensado detenidamente en el efecto que ha tenido en el Círculo Interior la concesión del título de sir a Voisey, y la razón de ello? -preguntó Vespasia.

– Yo esperaba que acabara con su liderazgo -respondió él con sinceridad. Trató de contener la ira y la bilis que le generaba su decepción-. Me duele que no lo haya hecho.

– No hay muchos idealistas entre ellos -respondió Vespasia con tristeza-. Pero ¿te has parado a pensar en que podría haber supuesto una fractura del poder en el seno del Círculo? ¿Que podría haber surgido un líder rival que se hubiera llevado consigo una parte suficiente del viejo Círculo para formar uno nuevo?

Pitt no había pensado en ello, y a medida que la idea tomaba forma en su mente, vislumbró toda clase de posibilidades, peligrosas para Inglaterra pero también sumamente peligrosas para el mismo Voisey. Sabría quién era su rival, pero ¿estaría alguna vez seguro de la lealtad que podía esperar de los demás?

Vespasia leyó sus pensamientos al observar el rostro de Pitt.

– No cantes victoria aún -le advirtió ella-. Si estoy en lo cierto, se trata de un rival muy poderoso que no siente por ti más aprecio que por Voisey. No siempre se cumple eso de que «los enemigos de mis enemigos son mis amigos». ¿No es posible que fuera él quien te sacó de Bow Street, porque cree que en la Brigada Especial serás una espina clavada para Voisey, y que posiblemente con el tiempo hasta destruyas a Voisey por él? ¿O bien porque le interesa más tener al superintendente Wetron al mando de Bow Street que a ti?

– ¿Wetron en el Círculo Interior?

– ¿Por qué no?

No había ningún motivo para ello. Cuánto más pensaba en aquella cuestión, más se aclaraba el panorama a los ojos de Pitt. Sentía emoción, el pulso acelerado ante la idea de peligro, pero también miedo. Cuando dos hombres poderosos luchaban abiertamente, dejaban tras de sí una estela repleta de víctimas.

Pitt seguía considerando las implicaciones de aquel asunto cuando apareció en la puerta la criada con expresión alarmada.

– ¿Sí?

– Señora, hay un tal señor Narraway que quiere ver al señor Pitt. Ha dicho que esperaría, pero que debía interrumpirles. -No se disculpó con palabras, pero sí empleando los gestos y la voz.

– ¿De veras? -Vespasia se irguió en su silla-. Entonces será mejor que le hagas pasar.

– Sí, señora. -Hizo una leve inclinación y se retiró, obediente.

Pitt miro a Vespasia a los ojos. Cientos de ideas se cruzaron entre ambos, todas silenciosas y marcadas por el miedo.

Narraway apareció un momento después. Tenía el rostro sombrío por la consternación y la derrota. Aun estando erguido, la cabeza le pesaba sobre los hombros.

Pitt se levantó muy despacio y vio que le temblaban las piernas. En su cabeza se agolpaban pensamientos terribles. El más funesto y persistente de todos, capaz de desplazar al resto, era que le había ocurrido algo a Charlotte. Tenía los labios secos, y cuando trató de hablar no le salió la voz.

– Buenos días, señor Narraway -dijo Vespasia con frialdad-. Le ruego que se siente y nos diga qué le ha hecho venir personalmente a mi casa para hablar con Thomas.

El siguió de pie.

– Lo siento, lady Vespasia -dijo él en voz muy baja y sin apenas mirarla, antes de volverse hacia Pitt-. Han encontrado a Francis Wray muerto esta mañana.

Por un momento Pitt no entendió lo que aquello significaba. Estaba mareado, todo giraba a su alrededor. No tenía nada que ver con Charlotte. Ella estaba a salvo. ¡Todo iba bien! Sus temores no se habían hecho realidad. Casi temió echarse a reír de pura histeria a causa del alivio. Tuvo que hacer un gran esfuerzo por dominarse.

– Lo siento -dijo. Y efectivamente lo sentía, al menos en parte. Wray le había caído bien. Pero teniendo en cuenta lo sumido que estaba en su dolor, la muerte tal vez no era tan terrible; solo una forma de reencuentro.

La expresión de Narraway permaneció imperturbable, a excepción del músculo que se movió ligeramente cerca de su boca.

– Por lo visto ha sido un suicidio -dijo con esperanza-. Anoche ingirió veneno, y su criada lo ha encontrado esta mañana.

– ¡Suicidio! -Pitt estaba horrorizado. Se negaba a creerlo. No podía imaginar a Wray haciendo algo que consideraba totalmente contrario a la voluntad de Dios, en quien tenía puesta toda su confianza: el único camino para reencontrarse con sus seres queridos-. ¡No… tiene que haber otra explicación! -protestó con voz áspera y fuerte.

Narraway parecía impaciente, como si una temible cólera se ocultara detrás de su aparente dominio de sí mismo.

– Dejó una nota -dijo con amargura-. Un poema de Matthew Arnold. -Y sin esperar, lo citó de memoria:

¡Acuéstate sigiloso en tu angosto lecho y que no te diga nada más!

¡ Vana es tu arremetida! Todo se mantiene firme.

Tú mismo te desmoronarás por fin.

¡Que cese la larga contienda!

Las ocas son cisnes, los cisnes son ocas.

¡Que se haga su voluntad!

Los que están cansados, mejor que no se muevan.

Narraway no apartó la mirada de Pitt.

– Se parece bastante a lo que la mayoría de la gente entiende por una nota de suicidio -murmuró-. Y la hermana de Voisey, Octavia Cavendish, que era amiga de Wray desde hacía tiempo, fue a verlo justo cuando usted se marchaba ayer por la tarde. Lo encontró algo agitado. En su opinión había estado llorando. Usted se había dedicado a hacer preguntas sobre él por el pueblo.