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– Aun así, enterrarán a Wray como a un suicida -dijo Pitt, e incluso el hecho de tener que expresarlo con palabras le resultó doloroso-. Me… cuesta creer que lo hiciera… No es posible, después de haber soportado tanto dolor y… -Sin embargo, podía imaginárselo. Por valiente que fuera, ciertas penas se volvían insoportables en los momentos más oscuros de la noche. Tal vez lo había conseguido la mayor parte del tiempo, cuando había tenido a gente alrededor, algo que hacer, incluso la luz del sol, la belleza de las flores, o alguien a quien quería. Pero solo en la oscuridad, demasiado cansado para seguir luchando…

– Era profundamente admirado y querido. -Cornwallis se esforzaba por encontrar una respuesta mejor-. Tal vez tenía amigos en la Iglesia que utilizarán su influencia para impedir que sea considerado un suicida.

– ¡Pero tú no le acosaste! -protestó Tellman-. ¿Por qué iba a rendirse ahora? ¡Iba contra su fe!

– Fue una clase de veneno -dijo Pitt-. ¿Cómo iba a ser un accidente? Y tampoco fue por causas naturales. -Pero otra idea cobraba forma en su mente, una posibilidad disparatada-. Tal vez Voisey se dio cuenta de que no estaba aprovechando la oportunidad tan perfecta que se le brindaba, y asesinó a Wray o al menos hizo que lo asesinaran. Su venganza solo sería completa si Wray moría. Abatido, atormentado por los rumores y el miedo, acosado, yo parezco el malo. Pero si está muerto es mucho mejor. Entonces yo soy redimible. Seguro que no vacilaría en el último momento. No lo hizo en Whitechapel.

– ¿Y su hermana? -dijo Cornwallis con auténtico horror-. ¿La utilizó para envenenar a Wray?

– Puede que ella no tuviera ni idea de lo que hacía -señaló Pitt-. No había prácticamente ninguna posibilidad de que la pillaran. Ella considera que tan solo ha sido una testigo de mi crueldad con un anciano vulnerable.

– ¿Cómo lo demostramos? -dijo Tellman, con los labios apretados-. ¡No basta con que nosotros lo sepamos! ¡Si sabemos lo que pasó en realidad y no podemos hacer nada al respecto, solo lograremos que él saboree más la victoria!

– Una autopsia. -Pitt mencionó lo único que parecía una posible respuesta.

– No la harán. -Cornwallis sacudió la cabeza-. Nadie querrá que se haga. La Iglesia temerá que demuestre que fue un suicidio y hará todo lo posible por evitarla, y a Voisey le preocupará que revele que fue un asesinato, o que como mínimo lo plantee.

Pitt se levantó.

– Hay una manera. Yo me encargaré. Iré a ver a lady Vespasia. Si hay alguna persona capaz de hacer presión para que se haga, ella sabrá quién es y cómo encontrarla. -Miró a Cornwallis y luego a Tellman-. Gracias -dijo con una repentina gratitud que le abrumó-. Gracias por… venir.

Ninguno de los dos respondió, pues ambos estaban demasiado confusos para encontrar las palabras. No buscaban ni querían gratitud; solo pretendían ayudar.

* * * * *

Tellman volvió directamente a Bow Street. Eran las diez y cuarto de la mañana. El sargento de recepción le llamó, pero él apenas le oyó. Subió directamente las escaleras hasta la oficina de Wetron, que había pertenecido a Pitt. Resultaba increíble pensar que hacía solo unos pocos meses de aquello. Ahora era un lugar desconocido, y el hombre que la ocupaba, un enemigo. Habían llegado enseguida a esa conclusión. Se sorprendió al darse cuenta de que para él no había supuesto ningún esfuerzo cobrar conciencia de ello.

Llamó a la puerta y al cabo de unos instantes oyó la voz de Wetron, que le invitaba a pasar.

– Buenos días, señor -dijo cuando se encontró dentro y la puerta estuvo cerrada tras él.

– Buenos días, Tellman. -Wetron levantó la mirada desde su escritorio. A primera vista, parecía un hombre corriente, de mediana estatura y cabello castaño desvaído. Solo cuando uno le miraba a los ojos se daba cuenta de la fuerza que poseía, la voluntad firme de triunfar.

Tellman tragó saliva y empezó a mentir.

– He visto a Pitt esta mañana. Me ha dicho lo que realmente le dijo al señor Wray y por qué el anciano estaba tan agitado.

Wetron le miró con cara inexpresiva.

– Creo, inspector, que cuanto antes se desvinculen usted y la policía del señor Pitt, será mejor para todos. Prepararé una declaración para la prensa, e insistiré en que él no tiene nada que ver con la Policía Metropolitana y que no nos responsabilizamos de sus acciones. Es un problema de la Brigada Especial. Que se encarguen ellos de sacarle de esto, si pueden. Ese hombre es un desastre.

Tellman se quedó rígido, a punto de estallar de la rabia; cada injusticia que había presenciado formaba una neblina roja en su interior.

– No dudo que tenga razón, señor, pero creo que antes de que lo haga debería saber lo que él averiguó. -Hizo caso omiso de la impaciencia de Wetron, reflejada en sus dedos nerviosos y en el ceño fruncido-. Al parecer, el señor Wray sabía quién era la tercera persona que estuvo en casa de Maude Lamont la noche que la asesinaron. -Respiró tembloroso-. Porque era un conocido suyo. Otro sacerdote, creo.

– ¿Cómo? -De pronto, Wetron le estaba escuchando con suma atención, aunque no creía lo que él le contaba.

Tellman sostuvo su mirada sin parpadear.

– Sí, señor. Al parecer en las notas de la mujer, me refiero a la señorita Lamont, hay algo que podría demostrarlo, ahora que sabemos a qué se refería.

– ¿De qué se trata? -inquirió Wetron-. No se quede ahí hablando en clave.

– Eso es todo, señor. El señor Pitt no puede estar seguro hasta que vea los papeles de la casa de la señorita Lamont. -Se apresuró a continuar antes de que Wetron volviera a interrumpirle, obligándose a elevar la voz como si estuviera emocionado-. Aun así, va a ser difícil probarlo. Pero si dijéramos a la prensa que tenemos la información (por supuesto, no hace falta mencionar al señor Pitt, si no le parece buena idea), sea quien sea el hombre, y probablemente es quien la mató, puede que se delate a sí mismo yendo a Southampton Row.

– ¡Sí, sí, Tellman, no tiene que deletreármelo! -dijo Wetron con aspereza-. Entiendo lo que está insinuando. Deje que piense en ello.

– Sí, señor.

– Creo que dejaremos a Pitt al margen. Debe ir a Southampton Row. Después de todo, es su caso. -Hizo aquella aclaración pausadamente, observando la cara de Tellman.

Tellman se obligó a sonreír.

– Sí, señor. No sé por qué la Brigada Especial se ha mezclado en todo esto. A no ser, por supuesto, que sea a causa de sir Charles Voisey.

Wetron se quedó inmóvil en su silla.

– ¿Qué tiene que ver Voisey con esto? No creerá que el hombre que se esconde tras el cartucho es Voisey, ¿verdad?

Su voz reflejaba una gran sorna, y su sonrisa amarga estaba empañada por la burla y el pesar.

– Oh, no, señor -se apresuró a decir Tellman-. Estamos muy seguros de que Maude Lamont hizo chantaje por lo menos a varios de sus clientes. Sin duda, a los tres que estuvieron con ella la noche que la mataron.

– ¿A cambio de qué? -preguntó Wetron con cautela.

– De distintas cosas, pero no de dinero. Tal vez les exigía cierta conducta en la actual campaña electoral que ayudara a sir Charles Voisey.

Wetron abrió los ojos como platos.

– ¿De veras? Es una acusación bastante extraña, Tellman. Supongo que es consciente de quién es exactamente sir Charles.

– ¡Sí, señor! Es un juez del tribunal de apelación muy distinguido, que se presenta para un escaño del Parlamento. Su Majestad le otorgó recientemente el título de sir, pero no sé exactamente por qué. Corre el rumor de que fue por algo excepcionalmente valeroso. -Lo dijo con tono reverente, y vio cómo Wetron apretaba los labios, y cómo se le marcaban los músculos del cuello. ¿Tal vez las hipótesis que había hecho con Pitt y Cornwallis eran ciertas?

– ¿Y tiene Pitt alguna razón para creer todo eso? -preguntó Wetron.

– Sí, señor. -Mantuvo un tono desapasionado, no demasiado convencido-. Hay un vínculo muy claro. Todo tiene mucho sentido. ¡Estamos así de cerca de descubrirlo! -Levantó el índice y el pulgar, dejándolos separados por un par de centímetros-. Solo necesitamos hacer que ese hombre aparezca y podremos demostrarlo. El asesinato es un crimen horrible desde cualquier punto de vista, y este lo es especialmente. Asfixió a la mujer. Parece ser que fue él quien le puso la rodilla sobre el pecho y le metió a la fuerza esa cosa en la garganta hasta que murió.