– Sí, no tiene por qué ser tan gráfico, inspector -dijo Wetron, cortante-. Llamaré a la prensa y hablare con ella. Usted siga buscando las pruebas que necesita. -Se inclinó hacia el papel que había estado leyendo antes de que lo interrumpieran. Era su forma de despedirle.
– Sí, señor. -Tellman se puso en posición de firmes y giró sobre sus talones. No exhaló ningún suspiro de alivio ni permitió que su cuerpo abandonara la tensión y el estremecimiento hasta que estuvo en mitad de las escaleras.
Capítulo 13
Pitt volvió inmediatamente a casa de Vespasia, pero esta vez escribió una nota que entregó a la doncella mientras esperaba en el salón de las mañanas. Creía que Vespasia se abstendría de juzgar el papel que había desempeñado él en la muerte de "Wray, pero no podía darlo por sentado sin antes haber hablado con ella. Esperó dando vueltas por la estancia con las manos sudadas y la respiración agitada.
Cuando se abrió la puerta del salón, se volvía rápidamente esperando que fuera la doncella, que le diría si lady Vespasia iba a recibirlo o no. Pero era Vespasia en persona. Entró y cerró la puerta detrás de ella, dejando fuera a los criados y, a juzgar por su expresión, al resto del mundo.
– Buenos días, Thomas. Supongo que has venido porque tienes un plan de acción, y yo juego un papel en él. Será mejor que me digas cuál es. ¿Vamos a luchar solos o tenemos aliados?
Emplear el plural fue lo más alentador que podría haber hecho. No debería haber dudado de ella, pese a lo que había publicado la prensa o los elementos que pudieran tener en su contra. No era modestia por su parte, sino falta de fe.
– Sí, el subcomisario Cornwallis y el inspector Tellman.
– Bien, ¿y qué podemos hacer? -Vespasia se sentó en una de las grandes butacas rosas y señaló otra para él.
Pitt le contó el plan, tal como lo habían formulado alrededor de la mesa de su cocina. Ella escuchó en silencio hasta que él hubo terminado.
– Una autopsia -dijo ella por fin-. No va a ser fácil. Era un hombre no solo venerado, sino querido. Nadie, aparte de Voisey, querrá que se le considere un suicida, aunque eso sea lo que todos suponen. Imagino que la Iglesia intentará por todos los medios evitar que se establezca con exactitud la causa de la muerte, y sostendrá, al menos tácitamente, que fue alguna clase de accidente, convencida de que cuanto menos se diga, antes se olvidará todo. Y es un hecho de bastante discreción y bondad. -Le miró fijamente-. ¿Estás preparado para aceptar que se quitó realmente la vida, Thomas?
– No -dijo él con sinceridad-. Pero lo que yo sienta no va a cambiar la verdad, y creo que necesito saberla. Realmente no creo que se quitara la vida, pero admito que es posible. Creo que Voisey se las ingenió para matarlo utilizando a su hermana, seguramente sin que ella lo supiera.
– ¿Y crees que una autopsia lo demostrará? Tal vez tengas razón. De todos modos, y como sin duda estarás de acuerdo, disponemos de poca cosa más. -Vespasia se levantó con rigidez-. Yo no tengo la influencia para conseguirlo, pero creo que Somerset Carlisle sí la tiene. -Esbozó una sonrisa que iluminó sus ojos gris plata-. Seguramente lo recordarás de la absurda tragedia entre matones en Resurrection Row. -No mencionó el extraño papel que él había desempeñado en ella. Era algo que ninguno de los dos olvidaría. Si había algún hombre en el mundo que estaría dispuesto a poner en peligro su reputación por una causa en la que creía, ese era Carlisle.
Pitt le devolvió la sonrisa; el recuerdo hizo que por un instante desapareciera el presente. El tiempo había atenuado el horror de aquellos sucesos, y de ellos solo quedaba el humor negro y la pasión que había impulsado a aquel hombre extraordinario a actuar como lo había hecho.
– Sí -asintió con fervor-. Sí, se lo pediremos.
A Vespasia le gustaba el teléfono. Era uno de los inventos que por lo general se habían vuelto accesibles para las personas que tenían medios para pagarlo, y era bastante útil. En menos de un cuarto de hora se cercioró de que Carlisle estaba en su club de Pall Mall, donde naturalmente no se admitían mujeres, pero se marcharía inmediatamente de allí para dirigirse al hotel Savoy, donde les recibiría en cuanto llegaran.
En realidad, en el estado en que se hallaba el tráfico en esos momentos, tuvo que pasar casi una hora hasta que Pitt y Vespasia fueron conducidos a la salita privada que Carlisle había reservado para la ocasión. Se levantó en cuanto les hicieron pasar, elegante aunque algo demacrado, con aquellas cejas tan poco comunes que todavía le conferían una expresión ligeramente burlona.
Tan pronto como estuvieron sentados y hubieron pedido los refrescos apropiados, Vespasia fue directa al grano.
– Seguramente ha leído los periódicos y está al corriente de la situación de Thomas. Es posible que no se haya hecho cargo de que ha sido amañado de forma cuidadosa y muy inteligente por un hombre cuyo deseo más vehemente es vengarse de una reciente y muy grave derrota. No puedo decirle de qué se trata, solo que es un hombre poderoso y peligroso, y que ha logrado rescatar de las ruinas de su preciada ambición una pretensión poco menos ruinosa para el país.
Carlisle no preguntó cuál era. Estaba muy familiarizado con la necesidad de discreción absoluta. Observó a Pitt con una mirada penetrante, detectando tal vez bajo la superficie el cansancio y las huellas de la desesperación.
– ¿Qué quieren de mí? -preguntó con mucha seriedad.
Fue Vespasia quien respondió.
– Una autopsia del cadáver del pastor Francis Wray.
Carlisle tragó saliva. Por un instante se quedó desconcertado.
Vespasia esbozó una pequeña sonrisa.
– Si fuera fácil, querido, no necesitaría su ayuda. El pobre hombre va a ser considerado un suicida, aunque la Iglesia, naturalmente, nunca permitirá que se diga con todas las letras. Hablará de accidentes desafortunados y lo enterrará como es debido. Pero la gente seguirá creyendo que se quitó la vida, y eso es lo que necesitaba desesperadamente nuestro enemigo para vengarse de forma efectiva de Thomas.
– Entiendo -afirmó Carlisle-. Nadie puede haberle inducido al suicidio a no ser que uno considere que se ha producido tal cosa. La gente supondrá que la Iglesia lo está encubriendo por lealtad, y probablemente estará en lo cierto. -Se volvió hacia Pitt-. ¿Qué cree que pasó?
– ¿Creo que lo asesinaron -respondió Pitt-. Me cuesta creer que se produjera un accidente a la hora exacta, de forma que encajara con sus propósitos. No sé si una autopsia lo demostrará o no, pero es la única posibilidad que tenemos.
Carlisle reflexionó en silencio unos minutos, sin que Pitt y Vespasia le interrumpieran en lo más mínimo. Se cruzaron una mirada y esperaron.
Carlisle levantó la vista.
– Si está preparado para atenerse a los resultados, sean cuales sean, creo que sé cómo persuadir al juez de instrucción de ese lugar de la necesidad de tomar esa medida. -Esbozó una sonrisa ligeramente amarga-. Eso implicará abordar la verdad con cierta flexibilidad, pero ya he demostrado anteriormente mi habilidad en ese terreno. Thomas, creo que cuanto menos sepa usted sobre ello, mejor. Nunca ha tenido talento en ese sentido. De hecho, me preocupa bastante que la Brigada Especial esté tan desesperada como para haberle contratado. Es usted la persona menos adecuada para esa clase de trabajo. He oído decir que tal vez le han reclutado solo para que les dé una imagen más respetable.