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Se sacudió lo mejor que pudo el polvo y las manchas de musgo, y miró alrededor. Era la misma vista que se tenía desde la extensión de césped situada frente a la puerta vidriera del salón, pero contemplada desde el ángulo inverso.

– Quédese donde está. -Pitt hizo un ademán-. Si damos un par de pasos más, podrían vernos desde la casa.

– Entonces ¿qué estamos haciendo aquí exactamente? -replicó Narraway-. No vemos la puerta principal ni el salón. ¡Y ahora ni siquiera vemos la calle!

– Si caminamos pegados a esos arbustos, llegaremos a la parte trasera de la casa, y una vez que hayamos visto dónde está Lena Forrest, sabremos si va a abrir la puerta, y podremos entrar por detrás -respondió Pitt en voz baja. Mientras hablaba se acercó a los laureles para ponerse a cubierto, indicando a Narraway por señas que le siguiera-. Pero como Cartucho siempre ha entrado por la puerta lateral, creo que lo más probable es que venga por allí, si todavía tiene la llave.

– Entonces será mejor que nos aseguremos de que está atrancada -comentó Narraway, mirándola por encima del hombro-. ¡Y no lo está! -Se acercó rápidamente y con un solo movimiento levantó la tranca y la colocó en los soportes que la mantenían cerrada. Luego se puso a cubierto bajo los arbustos al lado de Pitt.

Pitt seguía dando vueltas a las ideas que se le habían ocurrido. Levantó la mirada hacia las ramas de los abedules plateados que había por encima de los laureles. Probablemente no había nada digno de mención, ni ninguna marca, pero no pudo evitar examinarlas.

– ¿Qué pasa? -inquirió Narraway enfadado-. ¡Dudo mucho que baje del cielo!

– ¿Puede ver alguna marca allí arriba, en el musgo o en la corteza? -preguntó Pitt en voz baja.

Las facciones del rostro de Narraway se tensaron, y en sus ojos brilló un destello de interés.

– ¿Como la quemadura que deja una cuerda? ¿Por qué?

– Podría ser una idea…

– ¡Por supuesto que es una idea! -replicó Narraway-. ¿Cuál?

– Puede que esté relacionado con la noche que mataron a Maude Lamont y los trucos, la ilusión óptica que podría haber creado.

– Hablaremos de ello mientras vigilamos a la mujer. Por muy brillante que sea su teoría, no nos servirá de nada si nos perdemos la llegada de Cartucho… suponiendo que venga.

Pitt obedeció a Narraway y empezó a avanzar a lo largo del muro, escondiéndose todo lo posible entre los distintos arbustos y matorrales hasta que estuvieron a quince pasos de la puerta que había en el muro, y solo a cuatro pasos de las ventanas de la antecocina y la puerta trasera. Vieron la figura imprecisa de Lena Forrest, que se movía por la cocina. Seguramente estaba preparándose el desayuno y se disponía a hacer los quehaceres de aquel día. El tiempo debía de pasar muy lento para ella, y debía de ser muy aburrido estar en la casa sin una señora a la que atender. No esperaban que se quedara allí mucho más tiempo.

– ¿Por qué está buscando marcas de cuerda? -preguntó Narraway con insistencia.

– ¿Ha visto alguna? -replicó Pitt.

– Sí, muy débil, más bien de un cordel que de una cuerda. ¿Qué colgaba de ella? ¿Tiene algo que ver con Cartucho?

– No.

Oyeron el ruido al mismo tiempo: el roce de una llave en la cerradura de la puerta del jardín. Se escondieron a la vez detrás del follaje, y Pitt se sorprendió a sí mismo conteniendo el aliento.

No se distinguió ningún otro ruido hasta que volvió a oírse la llave y el sonido metálico de la tranca al caer. No se escucharon pasos por el césped.

Se mantuvieron a la espera. Pasaron unos segundos. ¿Acaso el visitante también estaba esperando o había pasado por delante de ellos y ya estaba dentro?

Narraway se movió con cautela hasta ver el lateral de la casa.

– Ha entrado por la puerta vidriera -susurró-. Puedo verle en el salón. -Se irguió-. No hacemos nada aquí. Será mejor que rodeemos la casa hasta la parte trasera. Si nos encontramos con la mujer, tendremos que decírselo. -Y sin esperar la respuesta de Pitt, echó a correr por el espacio abierto hacia la puerta de la antecocina y se detuvo delante de ella.

Pitt se preguntó por un instante si no deberían haber situado a un agente delante de la puerta principal, por si Cartucho trataba de escapar por allí. Pero si hubiera visto a alguien en la calle, tal vez no se habría arriesgado a entrar, y toda la operación habría sido inútil.

Otra alternativa era que uno de ellos esperara en el jardín, pero si Cartucho o Lena decían algo, haría falta más de un testigo. Cruzó corriendo la extensión de césped y se reunió con Narraway junto a la puerta de la antecocina.

Narraway miró con cautela por la ventana.

– No hay nadie dentro -dijo-, empujando la puerta. Era una habitación pequeña y ordenada llena de cestos de verduras, cubos de basura, un saco de patatas y varias cazuelas y sartenes, así como el habitual fregadero y un barreño bajo para lavar la ropa.

Subieron el escalón para entrar en la cocina, pero siguieron sin ver a nadie. Lena debía de haber oído al intruso y había ido al salón. Pitt y Narraway recorrieron de puntillas el pasillo y se detuvieron a escasa distancia de la puerta, que estaba entreabierta. Llegaban voces de dentro. La primera era de hombre, profunda y melodiosa, con un ligero matiz agudo de la emoción. Aun así, su dicción era perfecta.

– Sé que hay otros papeles, señorita Forrest. No trate de engañarme.

Entonces la voz de Lena respondió, sorprendida y ligeramente nerviosa.

– La policía ya se ha llevado todo lo relacionado con sus citas. Aquí ya no queda nada, aparte de las facturas de la casa y los balances de cuentas, y solo las que llegaron la semana pasada. Los abogados tienen todas las antiguas. Forma parte del legado de la señorita.

Esta vez en la voz del hombre se percibía miedo y cólera.

– Si cree que puede dedicarse a lo que la señorita Lamont hacía, y chantajearme, está totalmente equivocada, señorita Forrest. No voy a permitirlo. No pienso hacer nada más bajo coacción, ¿me oye? Ni una sola palabra más, escrita o hablada.

Hubo un momento de silencio. Narraway estaba enfrente de Pitt, impidiéndole ver a través de la rendija que había entre la puerta y la jamba. Tenía el ojo a la altura de la parte superior del gozne.

– ¡Ella le hacía chantaje! -exclamó Lena con una tremenda indignación-. Le asusta tanto la idea de que ella supiera quién era usted que prefiere llevarse sus papeles para bien o para mal a dejar que se descubra su identidad.

– ¡Eso ya no importa, señorita Forrest! -Había una nota frenética en la voz del hombre, como si por un momento hubiera perdido el control.

Pitt se puso rígido. ¿Corría peligro la mujer? Tal vez Cartucho había asesinado a Maude Lamont por ese chantaje, y si Lena le presionaba demasiado, volvería a matar en cuanto supiera dónde estaban los papeles. Y ella no podía decírselo porque no existían.

– Entonces ¿por qué está aquí? -preguntó Lena-. ¡Ha venido por algo!

– Solo he venido a por las notas en las que aparece escrito quién soy -replicó él-. Está muerta. Ya no puede decir nada más, y será mi palabra contra la suya. -Su tono de voz revelaba una mayor confianza-. Está muy claro a quién de los dos creerán, de modo que no se engañe y trate de hacerme chantaje usted también. Deme los papeles y no volveré a molestarla.

– No me está molestando -señaló ella-. Y no he hecho chantaje a nadie en toda mi vida.

– ¡Menudo sofisma! -se burló él-. Usted la ayudaba. No sé si hay alguna diferencia legal, pero moralmente no la hay.

– ¡Yo la creía! -Se percibía verdadera indignación en su voz; temblaba con algo parecido a la cólera-. ¡Llevaba cinco años trabajando en esta casa cuando me enteré de que era una impostora! -Se atragantó al emitir un sollozo y se quedó sin aliento. Bajó tanto la voz que Pitt se inclinó hacia delante para oírla-. Y no fue hasta después de que otra persona le obligara a hacer chantaje a ciertas personas cuando me enteré de sus trucos… con los polvos de magnesio en los cables de las bombillas… y esa mesa. Nunca los había utilizado antes… que yo sepa.