»Quizá ha sido porque he comido bien y me sentía un poco atontado, pero lo cierto es que, de pronto, he sentido el extraño deseo de saber más acerca de Dimitrios. Como usted sabe, soy escritor, escribo novelas policíacas. Me he dicho a mí mismo que si, por una vez siquiera en mi vida, intentara hacer alguna investigación por mí mismo, en lugar de escribir acerca de las pesquisas de otras personas, podría obtener algún resultado interesante. Mi idea ha sido rellenar algunas lagunas del dossier.
»Pero ésa ha sido una simple excusa. Y no tengo ningún reparo en confesarle que mi interés no guarda ninguna relación con la tarea de investigador. Es muy difícil explicarlo, pero ahora comprendo que mi curiosidad acerca de Dimitrios es más la del biógrafo que la del detective.
»Y también hay en todo esto un elemento emotivo. Me interesa explicarme a Dimitrios, dar cuenta de sus motivaciones, comprender su mentalidad. Ponerle un simple rótulo de desaprobación no me parece suficiente. No le he visto como a un cadáver en un depósito, sino como una unidad dentro de un sistema social que está en vías de desintegración.
Hubo una pausa.
– ¡Así es, Marukakis! Por esto he venido a Sofía y le estoy robando su tiempo con preguntas sobre lo que ocurrió quince años atrás. Me he propuesto reunir el material para una biografía que jamás se escribirá, en un momento en que se supone que debería estar escribiendo una novela policíaca. A mí me parece algo no demasiado sensato. A usted cosa digna de un loco, me imagino. Pero, en fin, ésta es mi explicación.
Se echó hacia atrás en la silla; le parecía estar representando el papel de un tonto. Hubiera sido mejor inventar una mentira con detalles bien pensados.
Marukakis permanecía con los ojos fijos en su té. Al cabo de un instante los alzó.
– ¿Cómo se explica usted, personalmente, su interés por este Dimitrios?
– Ya se lo he dicho.
– No. Creo que no. Usted se engaña a sí mismo. En el fondo, usted espera que, al racionalizar los móviles de Dimitrios, al explicar su personalidad también explicará este sistema social en vías de desintegración del que me ha hablado hace unos momentos.
– Oh, eso es muy ingenioso. Pero, si me perdona usted por decirlo, creo que es un planteamiento un tanto esquemático. No me resulta tan fácil aceptarlo.
Marukakis se encogió de hombros.
– Es lo que opino.
– Muy amable de su parte por creer en mis palabras.
– ¿Y por qué no habría de creer en ellas? Son demasiado absurdas para despertar dudas. ¿Qué sabe usted de lo que ha hecho Dimitrios en Bulgaria?
– Muy poca cosa. Me han dicho que era uno de los intermediarios en una conspiración para asesinar a Stambulisky. Lo que equivale a decir que no existen pruebas de que él mismo fuera el encargado de disparar.
»Hacia finales de noviembre de 1922 se había marchado de Atenas; le buscaba la policía bajo la acusación de robo e intento de asesinato. Eso lo he descubierto yo. También creo que llegó a Bulgaria por mar. La policía búlgara le conocía. Lo sé porque en 1924 la policía secreta de Turquía pidió informes sobre él, debido a otro caso. Aquí, la policía interrogó, entonces, a una mujer de la que se sabía que había estado relacionada con Dimitrios.
– Si esta mujer vive todavía, creo que puede ser interesante hablar con ella.
– Sí, claro que lo sería. He seguido la pista de Dimitrios en Esmirna y en Atenas, donde adoptó el nombre de Taladis, pero hasta el presente no he hablado con nadie que le haya visto vivo, siquiera una vez. Por desgracia, no sé el nombre de aquella mujer.
– Estará en los archivos de la policía. Si usted quiere, podré hacer alguna indagación.
– No puedo pedirle que se encargue de ello. Si yo quiero malgastar mi tiempo leyendo archivos policiales, nadie podrá impedírmelo, pero no hay ninguna razón para que se lo haga perder también a usted.
– Hay muchas cosas que le impedirán malgastar su tiempo en la lectura de los archivos policiales. En primer término, usted no lee búlgaro y, en segundo lugar, la policía le pondrá ciertas objeciones. Yo soy un periodista acreditado, Dios tenga piedad de mí, que trabajo para una agencia francesa de noticias. Y por lo tanto tengo ciertos privilegios. Además, por absurdo que parezca -una sonrisa entreabrió los labios de Marukakis-, su investigación me ha intrigado mucho. En los asuntos humanos lo intrincado despierta siempre el interés, ¿no cree usted?-Marukakis echó un vistazo a su alrededor. El restaurante estaba vacío; el camarero dormido, sentado en una silla y con los pies encima de una mesa; el periodista suspiró-: Tendremos que despertar al pobre diablo para pagarle.
Durante el tercer día de su estancia en Sofía, Latimer recibió una carta de Marukakis.
Estimado Mr. Latimer: (Escribía en francés)
Tal como le he prometido, aquí le adjunto un resumen de toda la información acerca de Dimitrios Makropoulos que he podido obtener de la policía. Como podrá comprobar, no está completa. Aun así, es interesante, ¿verdad? Si es posible o no encontrar a esa mujer, sólo podré decirlo cuando haya hecho algunos amigos más entre los oficiales de la policía. Tal vez nos veamos mañana.
Con la mayor cordialidad, saludo a usted,
N. MARUKAKIS
Adjunto a esa carta, iba el resumen:
ARCHIVOS POLICIALES, SOFÍA
1922-1924
Dimitrios Makropoulos. Nacionalidad: griega. Lugar de nacimiento: Salónica. Fecha: 1889. Profesión: se dice que empacador de higos. Entrada: Varna, 22 de diciembre de 1922, en el barco de bandera italiana Isola Bella. Pasaporte o carnet de identidad: tarjeta de identificación de la Comisión de Socorro, número T. 53462.
Durante una inspección de papeles en el café Spetzi, de la calle Perotska, el día 6 de junio de 1923, en Sofía, iba acompañado por una mujer llamada Irana Preveza, búlgara de origen griego. Se sabe que D.M. está relacionado con criminales extranjeros. Se ha dictado orden de extradición contra él el 7 de junio del año 1923. Se le ha exonerado de ella a petición de A. Vazoff, quien ha depositado la fianza correspondiente, el 7 de junio de 1923.
En setiembre de 1924 se recibió del Gobierno turco un pedido de información acerca de un empacador de higos llamado «Dimitrios», buscado bajo la acusación de asesinato. Se ha enviado la información precedente, al cabo de un mes. En el interrogatorio, Irana Preveza ha declarado haber recibido una carta de Makropoulos, enviada desde Adrianópolis. La mujer ha dado la siguiente descripción del individuo:
Estatura: 182 centímetros. Ojos: castaños. Piel: morena (afeitado). Cabello: oscuro y liso. Marcas de identificación: ninguna.