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»Yo había recogido a ese hombre en el arroyo, messieurs. Eso fue en diciembre. ¡Jesús, qué frío hacía! En las provincias del oriente la gente moría más de prisa que si les hubieran ametrallado… y yo he visto morir gente ametrallada. En aquella época yo no tenia un lugar como esta casa, ya me comprenderán ustedes. Desde luego que era una niña, entonces. A menudo recibía propuestas para posar para alguna fotografía. Una de esas fotografías era mi favorita. Llevaba una sencilla túnica de terciopelo blanco, ceñida a la cintura por un lazo, y una corona de pequeñas flores blancas. En mi mano derecha, que descansaba… así… sobre una bonita columna blanca sostenía una rosa roja… La han utilizado para una tarjeta postal, pour les amoureux [23], y el fotógrafo había pintado la rosa y también había hecho imprimir unos versos muy bonitos al pie de la fotografía.

Los párpados oscuros y húmedos de madame Preveza habían caído sobre sus ojos mientras ella recitaba con voz suave:

Je veux que mon coeur vous serve d'oreiller,

Et à votre bonheur je saurai veiller. [24]

– Muy bonito, ¿verdad?-la sombra de una sonrisa le iluminaba los labios-. Oh, quemé todas mis fotografías hace años. A veces me he lamentado por ello, pero creo que he hecho bien. No es bueno estar recordando siempre el pasado. Por eso, messieurs, me he enfadado esta noche, cuando ustedes me hablaron de Dimitrios: porque él es el pasado. Y tienes que pensar en el presente y en el futuro.

»Pero Dimitrios no era un hombre al que se pueda olvidar con facilidad. He conocido a muchos hombres pero sólo he temido a dos en toda mi vida. Uno fue el hombre con quien me casé. El otro, Dimitrios. A veces te engañas a ti misma, ya me entienden ustedes. A veces piensas que quieres ser comprendida, cuando lo que quieres es que te comprendan a medias. Y si una persona te comprende de verdad, le temes. Mi marido me comprendía, porque me amaba y yo le temía por eso. Pero en cuanto él se cansó de amarme, me pude reír de él y dejé de temerle. Pero Dimitrios era distinto. Dimitrios me comprendió mejor que yo misma. Pero no me amaba. No creo que haya amado a nadie en ninguna ocasión.

»También pensé que un día yo sería capaz de reírme de el… pero ese día no llegó… jamás. Nadie podía reírse de Dimitrios. Lo he comprendido. Le odiaba y me he dicho a mí misma que era porque me debía aquellos mil francos. Y por eso lo he anotado en mi libreta. Pero me estaba mintiendo a mí misma. Me debía más de mil francos, mucho más. Siempre me había estafado con el dinero. Le odiaba porque le temía y no era capaz de comprenderle como él me comprendía a mí.

»En ese tiempo yo vivía en un hotel. Un lugar repugnante, lleno de escombros. El patrón era un gigantón asqueroso, pero mantenía buenas relaciones con la policía. Y mientras pagaras tu habitación estabas a salvo: aunque tus papeles no estuvieran en regla.

»Una tarde, mientras descansaba, oí que el patrón insultaba a alguien en el cuarto contiguo. Las paredes eran muy delgadas, de modo que pude oírlo todo. En un primer momento no presté atención, porque ese tío siempre le estaba gritando a alguien, pero al cabo de unos minutos escuché lo que decían, porque hablaban en griego y yo sé hablarlo. El patrón amenazaba con llamar a la policía si no recibía el pago de la habitación. No podía oír las respuestas, porque el otro hombre hablaba con una voz muy baja. Por último, el patrón se fue y se hizo el silencio. Ya me había adormilado cuando de pronto oí que el pomo de la puerta se movía. La puerta estaba cerrada con llave. Observé que el pomo giraba con lentitud hasta volver a su posición. Entonces alguien golpeó a la puerta.

»Pregunté quién era, pero no hubo respuesta. En ese instante pensé que tal vez se tratara de alguno de mis amigos y que quizá no había oído mi pregunta, de modo que fui hasta la puerta y la abrí. Fuera estaba Dimitrios.

»Me preguntó en griego si le permitía pasar. Le pregunté qué quería y me respondió que quería hablar conmigo. Le pregunté cómo sabía que yo hablaba griego, pero permaneció sin contestar. Y comprendí que ese hombre era mi vecino de habitación. Le había visto una o dos veces en la escalera y siempre me había parecido muy correcto y un tanto nervioso cuando me cedía el paso. Pero en ese instante no se le veía nervioso. Le dije que estaba descansando, que pasara más tarde si quería hablar conmigo. Pero Dimitrios sonrió, empujó la puerta para entrar, una vez dentro del cuarto, se apoyó contra la pared.

»Le dije que si no se iba llamaría al patrón; él sonrió apenas y siguió sin moverse. Me preguntó después si había oído lo que el patrón había hablado con él; le respondí que no. En uno de los cajones de mi mesa guardaba una pistola y me acerqué para cogerla. Tal vez Dimitrios adivinó mi intención: con disimulo se acercó hasta la mesa y se apoyó en ella, como si fuera el dueño del cuarto. Entonces me pidió que le prestara dinero.

»Nunca he sido tonta. Tenía un billete de mil leva cosido a la cortina, muy cerca del techo y sólo unas pocas monedas en mi bolso. Y le dije que no tenía dinero. No hizo ningún caso de mis palabras y comenzó a decirme que no había comido nada desde el día anterior, que no tenía ni un céntimo y que se encontraba mal. Pero mientras hablaba, durante todo ese tiempo, sus ojos no dejaron de moverse, mirando cada una de las cosas que había en el cuarto. Como si ahora mismo estuviera viéndole… Su cara era suave y ovalada, de piel pálida y ojos muy castaños, ansiosos, que te recordaban los ojos de un doctor cuando te está haciendo algo que ha de dolerte. Ese hombre me daba miedo. Le dije otra vez que no tenía dinero, pero que podía darle un trozo de pan, si él quería. Y me respondió: "Dame el pan."

»Saqué un trozo de pan de un cajón y se lo di. Se lo comió lentamente, apoyado siempre contra la mesa. Cuando hubo terminado con el pan, me pidió un cigarrillo. Se lo di. Entonces me aseguró que yo necesitaba un protector. Me pidió que escribiera una nota que él mismo me dictaría. Estaba dirigida a un hombre cuyo apellido yo jamás había oído y sencillamente le pedía cinco mil leva.

»Pensé que Dimitrios estaba loco y escribí la nota; firmé "Irana", nada más. Antes de irse me dijo que nos veríamos esa noche, en un café.

»Por supuesto, no acudí a la cita. A la mañana siguiente, Dimitrios volvió a golpear a mi puerta. Esta vez no quise abrirle. Se enfadó muchísimo y me gritó que tenía dos mil quinientos leva para mí. Desde luego que no le creí. Pero vi que por debajo de la puerta se deslizaba un billete de mil y oí la voz de Dimitrios advirtiéndome que tendría el resto cuando le abriese la puerta. O sea que le dejé pasar. En seguida me entregó los mil quinientos leva restantes. Le pregunté de dónde había sacado ese dinero y me respondió que había entregado, él en persona, la nota que yo había escrito a aquel hombre, quien le había dado el dinero sin rechistar.

»Siempre he sido una mujer discreta. Nunca me he interesado por conocer los verdaderos nombres de mis amigos. Dimitrios había seguido a uno de ellos hasta su casa, había averiguado cómo se llamaba y qué hacía (resultó ser un hombre importante) y días después, con mi nota en la mano le había amenazado con revelar nuestras relaciones a la mujer y a las hijas de aquel hombre, a menos que él le entregara esa suma de dinero.

»Me sentí llena de ira; le dije que por dos mil quinientos leva acababa de perder a uno de mis buenos amigos.

»Dimitrios me aseguró que él me conseguiría amigos más ricos que ése. Y también me hizo advertir que me había dado el dinero para demostrarme su seriedad, porque bien hubiera podido escribir él mismo la nota y ver después a mi amigo sin decírmelo.

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[23] En francés en el texto original; «para los novios». (N. del T.)

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[24] En francés en el texto original; «quiero que mi corazón te sirva de almohada / mientras yo vele por tu felicidad». (N. del T.)