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– Por supuesto -asintió y después, con una extraña nota de urgencia en la voz, dijo-: pero si usted puede ir a París, no dejará de enviarme esa nota, ¿verdad? Ya le he causado tantas molestias, que me gustaría compensárselo de algún modo, práctico, palpable. Medio millón de francos es una suma que merece tenerse en consideración, ¿no cree? Y le garantizo que la recibirá. Pero hemos de confiar el uno en el otro. Eso es lo más importante. -Peter tendió su mano-. Buenas noches, mister Latimer. No quiero decirle «adiós».

Latimer estrechó la mano tendida hacia éclass="underline" seca y muy suave.

– Buenas noches.

Peters se detuvo junto a la puerta.

– Medio millón de francos, mister Latimer. Con ese dinero podrá conseguir muchas cosas buenas. Espero que nos veamos pronto en París. Buenas noches.

– También yo lo espero así. Buenas noches.

La puerta se cerró. Peters se había marchado. Pero para la imaginación sobreexcitada de Latimer, la sonrisa del visitante, como la sonrisa del gato de Cheshire, había quedado tras él, flotando en el aire.

Se apoyó contra la puerta y observó sus maletas deshechas. Fuera comenzaba a alborear. Miró su reloj. Las cinco en punto. Ya ordenaría el cuarto más tarde. Se desvistió y se metió en la cama.

8. Grodek

A las once en punto, Latimer, después de haber permanecido adormilado durante un cuarto de hora, se decidió a abrir los ojos finalmente. Allí, sobre la mesita de noche, estaban los tres papeles que le entregara Peters. Ellos le traían el desagradable recuerdo de que debía reflexionar y adoptar después algunas decisiones. De no haber sido por esos papeles y por el hecho de que su habitación, a la luz de la mañana, había tomado el aspecto del almacén de una trapería, bien habría echado al olvido sus recuerdos de aquella visita, considerándolos tan sólo como parte de los malos sueños que habían alterado su reposo. También hubiera deseado olvidar esos sueños.

En cuanto a Peters, con su misterio, sus absurdas alusiones a medio millón de francos, sus amenazas y sugerencias, no veía cómo dejarlo fácilmente de lado. Ese hombre…

Latimer se sentó en la cama y cogió los tres papeles.

El primero, tal como Peters se lo había dicho, llevaba escrita una dirección de Ginebra.

WLADYSLAW GRODEK

Villa Acacias

Chambésy

(a 7 km de Ginebra)

Aquella caligrafía era airosa, muy florida y difícil de leer.

El número siete tenía una barra que lo atravesaba en el centro del trazo descendente, a la francesa.

Cogió la carta, con la esperanza de saber algo más. Eran sólo seis líneas, escritas en un idioma y con un alfabeto que le resultaron demasiado desconocidos. Al cabo de un instante, dedujo que tal vez era polaco. Por lo que pudo apreciar, la nota comenzaba sin el «Estimado Grodek» preliminar y terminaba con una inicial indescifrable. En la mitad de la segunda línea, descubrió su propio apellido, escrito con lo que parecía ser una «y» en lugar de una «i».

Latimer suspiró. Sin duda podía llevar ese texto a algún lugar para que se lo tradujeran; sin embargo, Peters tenía que haber pensado en esa posibilidad y no era demasiado probable que obtuviera por ese camino la respuesta de tantas preguntas que él, Latimer, quería que le formularan casi a cualquier precio: ¿quién y qué era Peters?

Examinó la segunda dirección:

MISTER PETERS

c/ Caillé

3, Impasse des Huits Anges

París 7

Y con esto sus pensamientos volvieron de nuevo al punto de partida. ¿Por qué motivo, pensándolo razonablemente, podía estar interesado Peters en que él fuera a París? ¿Qué información era la que valía tanto dinero? ¿Qué persona pagaría por esa información?

Intentó recordar en qué momento de la entrevista, con exactitud, Peters había cambiado su táctica de manera tan repentina. Tenía la vaga impresión de que el cambio se había producido después de que él afirmara que había visto el cadáver de Dimitrios en el depósito. Pero eso, sin duda, no podía tener ningún significado especial. Quizá había sido su alusión al «tesoro» de Dimitrios lo que…

Latimer hizo crujir sus dedos. ¡Pues claro que sí! ¡Qué tonto había sido por no haberlo pensado antes! Había desestimado un hecho importante. Dimitrios no había muerto de muerte natural. Dimitrios había sido asesinado.

Las dudas del coronel Haki referentes a la posibilidad de descubrir al asesino y su preocupación personal por el pasado de aquel hombre le habían hecho olvidarse del hecho en sí, le habían impulsado a ver aquel asesinato como el final lógico de una historia desagradable.

Latimer había hecho caso omiso de dos hechos evidentes; en primer término, el asesino estaba todavía en libertad (y probablemente vivo); en segundo lugar, tenía que haber existido un móvil para el crimen.

Un asesino y un motivo. El motivo tendría que ser el dinero. ¿Qué dinero? El dinero obtenido con la venta de drogas en París, por supuesto; aquel dinero que había desaparecido de modo tan inexplicable.

El medio millón de francos prometido por Peters con tanta insistencia no parecía algo tan fantástico, cuando no miraba el asunto desde ese ángulo. Y el asesino… ¿por qué no podía ser Peters?

Latimer frunció en seguida el entrecejo ante la idea. Dimitrios había sido acuchillado. Comenzó a reconstruir mentalmente la imagen de Peters dándole cuchilladas a alguien. La escena no surgía con nitidez. No era fácil imaginar a Peters blandiendo un cuchillo. Y esa dificultad hizo que volviera a reflexionar sobre el tema.

No existía ninguna razón para sospechar de mister Peters y endilgarle el asesinato. Y aun cuando tal causa existiera, que Peters hubiera asesinado a Dimitrios no era un hecho que bastase para explicar la posible conexión (si es que existía una conexión) entre ese dinero y el medio millón de francos (si es que existía ese medio millón). Y fuera como fuese, ¿cuál era esa misteriosa información que, al parecer, poseía?

Latimer se veía enfrentado con un problema de álgebra con muchas incógnitas que despejar, para lo cual sólo disponía de una ecuación de cuarto grado. Claro que ignoraba si sería capaz de despejar las incógnitas…

¿Por qué, pues, se mostraba Peters tan interesado porque fuera a París? Porque era obviamente más sencillo pensar obtener aquellos recursos casi inagotables desde la misma ciudad de Sofía, significara lo que significase aquello de la «fuente de recursos».

¡Maldito Peters! Latimer saltó de la cama para dirigirse hacia el lavabo.

Sentado en el agua caliente y algo amarilla que llenaba casi la bañera, redujo sus conjeturas a lo que le parecía más esencial.

Podía elegir dos caminos a seguir.

Podía regresar a Atenas, dedicarse a trabajar en su nuevo libro y olvidarse de Dimitrios, de Marukakis, de Peters y de aquel Grodek. O bien podía ir a Ginebra, entrevistarse con Grodek (si es que existía una persona con ese apellido) y posponer la decisión sobre lo que le había propuesto Peters.

Sin duda, lo primero era lo más sensato que podía hacer. Después de todo, la búsqueda de datos sobre la vida anterior de Dimitrios estaba justificada por su deseo de llevar a cabo un experimento impersonal como investigador. Ese experimento no debía dejar que se convirtiera en una obsesión. Había descubierto ya algunas cosas interesantes acerca del hombre. Su orgullo quedaba satisfecho y a salvo. Y ya se había retrasado con respecto a la fecha de iniciar su libro. Tenía que trabajar para ganarse la vida y ninguna cantidad, por grande que fuera, de información acerca de Dimitrios y Peters, o cualquier otra persona, podría paliar una cuenta bancaria sin fondos al cabo de seis meses.