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Latimer se lo explicó.

– ¿Cuál es su profesión?-preguntó-. No sé qué quieren decir estos uniformes.

Collinson se encogió de hombros.

– Bueno… he oído decir, a personas bien enteradas, que Haki es el jefe de la policía secreta, pero quizá eso no sea más que otro cuento. Esto es lo peor de este lugar: no puedes creer ni una palabra de todo lo que digan en el Club. Mire usted, precisamente el otro día…

Con algo más de entusiasmo que el que había abrigado días antes, Latimer se encaminó al día siguiente hacia la cita. Había juzgado al coronel Haki una especie de rufián y la vaga información de Collinson parecía confirmar ese juicio.

El coronel llegó con veinte minutos de retraso, y deshaciéndose en excusas, remolcó, de inmediato, a su invitado hasta el restaurante.

– Tomémonos un whisky con soda ahora mismo -anunció antes de pedir en voz alta una botella de «Johnnie».

Durante la mayor parte de la comida, Haki habló de las novelas policíacas que había leído, de la impresión que le habían producido, de sus opiniones acerca de los personajes y de su preferencia por los asesinos que mataban a sus víctimas a tiros.

Por último, con una botella de whisky casi vacía pegada a su codo y con un helado de fresas ante sí, Haki se inclinó hacia adelante, por encima de la mesa.

– Mister Latimer -volvió a decir-, creo que puedo ayudarle.

Por un segundo asaltó a Latimer la descabellada idea de que tal vez el coronel estaba a punto de ofrecerle un cargo en el servicio secreto de Turquía. A pesar de todo, consiguió responder:

– Oh, es usted muy amable.

– Ambicioné -prosiguió el coronel Haki- escribir yo mismo una buena novela policíaca. A menudo pienso que podría hacerlo de disponer del tiempo necesario. Este es el problema… el tiempo. Yo lo veo así. Pero… -el coronel hizo una solemne pausa.

Latimer aguardaba. Siempre se había encontrado con personas que estaban convencidas de ser capaces de escribir una novela detectivesca, en el caso de disponer del tiempo necesario.

– Sin embargo -repitió el coronel-, ya tengo planeado el argumento. Y me agradaría regalárselo a usted.

Latimer le aseguró que ese gesto era verdaderamente generoso.

El coronel rechazó con un ademán las palabras de agradecimiento.

– Sus libros me han colmado de placer, mister Latimer. Me hace feliz ofrecerle una idea para otro libro. No tengo tiempo para elaborarla yo mismo, y en cualquier caso -añadió con tono magnánimo-, estoy seguro de que usted la aprovechará mejor de lo que yo podría hacerlo.

Latimer farfulló alguna incoherencia.

– El escenario del relato -prosiguió el coronel, sus ojos grises clavados en el rostro de Latimer- es una casa de campo inglesa que pertenece a lord Robinson, un hombre de gran riqueza. En esa casa se desarrolla una típica reunión inglesa de fin de semana. Una noche, es descubierto el cadáver de lord Robinson, sentado en la biblioteca, ante su escritorio, con un disparo en la sien. La herida tiene los bordes chamuscados. Se ha formado un charco de sangre sobre el escritorio y ha empapado un papel. El papel es el nuevo testamento que lord Robinson estaba a punto de firmar. En el testamento anterior había dividido sus riquezas, en partes iguales, entre las seis personas, parientes y amigos, que están presentes en la casa. El nuevo testamento que no ha sido firmado porque lo ha impedido el disparo, lega todos sus bienes a uno solo de sus familiares. Por lo tanto -Haki apuntó con la cucharilla del helado, con gesto acusador, a su invitado antes de proseguir-, uno de los cinco invitados restantes ha de ser el culpable. Es lo lógico, ¿verdad?

Latimer abrió la boca, volvió a cerrarla y asintió con un movimiento de cabeza.

El coronel Haki abrió sus facciones a una sonrisa de triunfo:

– Allí está la trampa.

– ¿La trampa?

– Lord Robinson no ha sido asesinado por ninguno de los sospechosos, sino por el mayordomo, cuya esposa había sido seducida por el lord. ¿Qué le parece? Buena, ¿verdad?

– Una idea muy ingeniosa.

Haki se echó hacia atrás en la silla y estiró los pliegues de su guerrera.

– Oh, no es más que una pequeña trampa, pero me alegra que le guste. Por supuesto, he elaborado cada una de las partes de la trama con el mayor detalle posible. El poli es un importante inspector de Scotland Yard, que se enamora de una de las sospechosas, una mujer guapísima, y para ahuyentar de ella las sospechas se decide a esclarecer el caso. Tiene gran valor literario. En fin, de todos modos, como ya le he dicho, tengo todo el argumento y los detalles escritos.

– Me interesaría muchísimo -dijo Latimer sinceramente- leer sus apuntes.

– Esperaba que me dijera eso. ¿Tiene prisa?

– No, ninguna.

– Pues entonces iremos a mi despacho y le enseñaré lo que tengo hecho. Lo he escrito en francés.

Latimer dudó tan sólo durante una fracción de segundo. En realidad no tenía ninguna otra cosa más interesante que hacer y podía ser una excelente experiencia ver el despacho del coronel Haki.

– Me encantará acompañarle -dijo, por último.

El despacho del coronel estaba situado en la parte superior de lo que quizá alguna vez fuera un hotel de segunda o tercera categoría; pero el edificio, por dentro, era una inconfundible oficina pública de Gálata. La puerta del despacho -una habitación grande- se abría en el extremo de un pasillo. Cuando entraron, un hombre vestido de uniforme se hallaba sentado ante el escritorio. Al ver al coronel, se puso en pie, hizo resonar sus tacones y dijo algo en turco. Haki le respondió y con un gesto le ordenó salir.

El coronel le señaló una silla a Latimer, le ofreció un cigarrillo y comenzó a rebuscar dentro de un cajón. Por fin, extrajo un par de folios mecanografiados y se los alargó a su visitante.

– Aquí está, mister Latimer. La clave del testamento ensangrentado. Este es el título que le he puesto, aunque aún no estoy seguro de que sea el mejor. Todos los títulos más sugerentes ya han sido utilizados, según creo haber descubierto. Pero ya pensaré en otras posibilidades. Léalo y no vacile en decirme con toda franqueza qué opina del tema y de la trama. Si estima necesario modificar algunos detalles, lo haré.

Latimer cogió los folios y empezó a leer, mientras el coronel, sentado en una esquina del escritorio, balanceaba una de sus piernas, larga y reluciente.

Latimer leyó los folios dos veces antes de dejarlos a un lado. No podía evitar un sentimiento de vergüenza: varias veces, durante la lectura, había sentido unas enormes ganas de echarse a reír. Pensó que había cometido un error al ir al despacho de Haki; pero ya que estaba allí, lo mejor sería marcharse lo antes posible.

– De momento no puedo sugerirle ningún cambio -dijo pausadamente-. Por supuesto que habrá que pensarlo todo con calma; es muy fácil cometer errores en este tipo de problemas. Hay mucho material que requiere cierta investigación. Las cuestiones que plantea el procedimiento legal británico, por ejemplo…

– Sí, sí, comprendo -El coronel Haki se escabulló del escritorio y ocupó su silla-. Pero, ¿cree usted que podrá servirle esta historia?

– De veras le estoy profundamente agradecido por su generosidad -afirmó Latimer, con intención evasiva.

– Oh, de nada. Ya me enviará un ejemplar de la novela cuando la publiquen. -Hizo girar su silla y cogió el teléfono-. Haré que le preparen una copia para usted.