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Latimer se arrellanó en una silla. ¡Muy bien! No llevaría mucho tiempo hacer una copia de ese texto. Oyó que el coronel hablaba con alguien por teléfono y le vio arrugar el ceño. Haki depositó el auricular en su sitio y se volvió hacia su huésped.

– ¿Me permite que me ocupe un instante de un asunto, ahora mismo?

– Por supuesto.

El coronel cogió un grueso sobre de papel manila y comenzó a sacar de él algunos documentos en los que se detenía atentamente. Por fin, eligió uno de aquellos documentos y se entregó a una lectura atenta. El silencio en la habitación se había hecho profundo.

Latimer, fingiendo un interés, que no sentía, por su cigarrillo, Observó al hombre sentado detrás del escritorio.

El coronel Haki pasaba con lentitud los folios del documento y en su rostro se advertía una expresión que Latimer no había visto antes. Era el aire de un experto que examina un asunto que conoce a fondo. En sus facciones se dibujaba una especie de reposo expectante que le hizo pensar a Latimer en un viejo y experimentado gato que estuviera observando a un joven e inexperto ratón.

En ese instante el escritor volvió a reconsiderar sus opiniones sobre el coronel Haki. Momentos antes había sentido una vaga compasión hacia él, tal como uno se compadece de una persona que, de manera inconsciente, hace el papel de tonto. Pero ahora comprendía que el coronel de ningún modo necesitaba esa compasión.

Mientras los largos y amarillos dedos de Haki volvían los folios de aquel documento, Latimer recordó las palabras de Collinson: «Se decía algo sobre el modo como torturaba a los prisioneros.»

Y entonces comprendió que sólo en ese momento comenzaba a ver, por primera vez, al verdadero y real coronel Haki. En ese instante, el coronel alzó sus pálidos ojos para posarlos, con una mirada pensativa, sobre el nudo de la corbata de Latimer.

Durante un segundo al ex catedrático le alarmó la sospecha de que aquel hombre sentado tras el escritorio, aun cuando al parecer observaba el nudo de su corbata, pudiera estar leyendo en su mente.

Al cabo de un minuto, los ojos del coronel se apartaron de su objetivo; una débil sonrisa le entreabría los labios y Latimer se sintió como quien ha sido sorprendido mientras comete un robo.

Haki dijo:

– Me pregunto, mister Latimer, si usted sentirá interés o no por verdaderos asesinos.

2. El «dossier» de Dimitrios

Latimer sintió que se ruborizaba. Su actitud de profesional condescendiente cambió, de pronto, a la de aficionado ridículo. Era algo desconcertante.

– Pues sí -respondió lentamente-. Creo que sí.

El coronel Haki frunció los labios.

– Sabe usted, mister Latimer -dijo-, pienso que el asesino de un roman policier es mucho más simpático que un asesino de verdad. En una novela hay un cadáver, numerosos sospechosos, un detective y la horca. Se trata de algo artístico. El asesino real no forma parte de una ficción artística. Yo, que soy una especie de policía, me atrevo a asegurárselo a usted rotundamente -Golpeó con el sobre en el escritorio-. Aquí hay un asesino de verdad. Estamos enterados de su existencia desde hace unos veinte años. Este es el dossier de ese individuo. Sabemos de un asesinato que tal vez haya cometido él. Sin duda tiene que haber otros muchos que desconocemos. Este hombre es un caso típico. Un tipo sucio, vulgar, cobarde, una escoria. Asesinato, espionaje, drogas: ésa es la historia. De la que también forman parte dos casos de asesinato.

– ¡Asesinato! Eso implica una cierta dosis de valor, ¿no es verdad?

El coronel dejó oír una risa desagradable.

– Mi querido amigo, Dimitrios jamás hubiera cometido un vulgar asesinato. ¡No! No pertenece a esa clase de individuos que arriesgan su piel por eso. Este tipo permanece entre las sombras. Son los profesionales, los entrepreneurs [5], los nexos entre los hombres de negocios, los políticos que desean obtener ciertos resultados pero les dan miedo los medios para lograrlos, y los fanáticos, los idealistas que están preparados para morir en aras de sus convicciones. En un asesinato o en un intento, lo importante no es saber quién ha disparado, sino quién ha pagado la bala. Las ratas como Dimitrios son las que mejor podrán decirle a usted esto. Siempre están dispuestos a hablar para ahorrarse los inconvenientes de una celda. Dimitrios ha sido igual a cualquier otro. ¡Valor! -Haki volvió a reír-. Sólo que Dimitrios debe de haber sido un poco más inteligente que algunos de los de su clase. Esto se lo puedo asegurar a usted. De acuerdo con los datos de que dispongo, ningún gobierno le ha podido echar el guante y en su dossier no hay fotografías. Pero aquí le conocemos muy bien y también le conocen en Sofía, en Belgrado, en París y en Atenas. Este Dimitrios ha sido un gran viajero.

– Habla usted como si se tratara de un muerto.

– Sí, ha muerto. -El coronel Haki esbozó con sus labios un gesto de evidente desprecio-. Un pescador sacó anoche su cadáver del Bósforo. Se cree que ha sido acuchillado y que su cadáver ha sido arrojado desde un barco. Como basura que ha sido, lo han encontrado flotando.

– Al menos -dijo Latimer- ha muerto de manera violenta. Eso parece ser un arreglo de cuentas.

– ¡Ah! -exclamó el coronel mientras se inclinaba hacia adelante-. Aquí tenemos al escritor: todo debe ser pulcro, artístico, como en un roman policier. ¡Muy bien! -acercó el dossier hacia sí, lo abrió-. Escuche, mister Latimer, escuche esto. Después me dirá si encuentra algo artístico aquí.

Al instante comenzó a leer:

– «Dimitrios Makropoulos» -se detuvo para alzar los ojos-. No hemos logrado averiguar nunca si éste era el apellido de la familia que lo adoptó o si se trataba de un alias. Normalmente todos le llaman Dimitrios -Haki le dio la vuelta a otro folio-. «Dimitrios Makropoulos. Nacido en 1881, en Larissa, Grecia. Se le encontró después de haber sido abandonado por sus padres, a quienes se desconoce. Madre rumana, tal vez. Registrado como súbdito griego y adoptado por una familia griega. Antecedentes criminales en poder de la policía griega. Los detalles no se han podido obtener.» -Haki miró a Latimer-. Esto es cuanto se sabe de él, del periodo anterior a lo que conocemos nosotros de ese individuo. Hemos tenido noticias de Dimitrios por primera vez en Izmir [6] en 1922, pocos días después de que nuestras tropas ocuparan la ciudad. Un deunme [7] llamado Sholem fue hallado en su habitación, degollado. Este hombre era prestamista y guardaba su dinero bajo la madera del piso. Las tablas aparecieron arrancadas y ya no había dinero debajo. En esos días, en Izmir, la violencia era moneda corriente y muy poco caso hacían de ella las autoridades militares. El asesinato podía haber sido cometido por alguno de nuestros soldados. Pero otro judío, amigo de Sholem, llamó la atención de las autoridades militares respecto a la conducta de un negro llamado Dhris Mohammed, que había ido por los cafés de la ciudad gastando dinero y proclamando que había conseguido que un judío le hiciera un préstamo sin cobrarle intereses. Se llevaron a cabo algunas investigaciones y el individuo llamado Dhris fue arrestado. Sus respuestas ante el tribunal militar fueron consideradas como poco satisfactorias y se le condenó a muerte. Entonces el reo hizo una amplia confesión. Dhris era empacador de higos y declaró que uno de sus compañeros, un hombre al que llamó Dimitrios, le había hablado del dinero que Sholem escondía bajo las tablas del piso de su habitación. Ambos habían planeado el robo y una noche fueron al cuarto de Sholem. Fue Dimitrios quien, según declaró el acusado, asesinó al judío. Dhris creía que Dimitrios, por poseer papeles de nacionalidad griega, había escapado después de comprar un pasaje en uno de los barcos para refugiados que partían desde lugares secretos de la costa.

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[5] En francés en el texto original. (N. del T.)

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[6] Esmirna.

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[7] Judío convertido al islamismo.