»Lenôtre y Galindo, durante las primeras reuniones, habían informado que, para servir a todos los clientes que conocían necesitaban abastecerse de morfina y cocaína, además de la heroína que les proporcionábamos.
»Los adictos a la morfina no siempre se habitúan a consumir heroína y los adictos a la cocaína la rechazan, siempre que logran obtener su droga predilecta. De modo que me tocaba comprar morfina y cocaína.
»El problema de la morfina tenía una solución fácil, porque me la proporcionarían las mismas personas que me vendían la heroína y los embarques de ambas drogas se harían al mismo tiempo. Pero la cocaína implicaba entrar en otro campo de acción.
»Había que viajar a Alemania. De modo que tenía mucho trabajo entre manos.
»Teníamos nuestros problemas, por supuesto. Por lo general, provenían de mi área de acción. Para al cabo de un año de nuestro negocio, ya había planeado yo varios posibles conductos para introducir los suministros en Francia.
»Además de la carretera de Génova, atendida por Lamare y utilizada para la heroína y la morfina, contacté con un camarero del Expreso Oriente.
»Este hombre recibía la droga en Sofía y la entregaba cuando el tren se encontraba fuera de servicio en alguna vía muerta, en París. Esta vía no era verdaderamente segura y me vi obligado a adoptar muchas precauciones para quedar a cubierto en el caso de que se produjeran inconvenientes, pero era una manera rápida de enviar la droga.
»La cocaína, en cambio, llegaba dentro de las cajas de maquinaria que provenían de Alemania. También habíamos comenzado a recibir cargamentos de heroína enviados por una factoría de Estambul. Estos cargamentos llegaban por barco y quedaban flotando, en envases anclados, fuera del puerto de Marsella. Lamare los recogía por la noche.
»Se produjeron entonces, en el lapso de unos pocos días, varios desastres. Durante la última semana de junio de 1929, fueron descubiertos quince kilogramos de heroína en el Expreso Oriente y la policía arrestó a seis de mis hombres, incluido el camarero que trataba el negocio conmigo.
»Aquello, de por sí, constituía un grave problema. Además, durante esa misma semana, Lamare tuvo que abandonar un cargamento de cuarenta kilos de heroína y morfina cerca de Sospel. El pudo escapar.
»Nos encontrábamos, pues, ante serias dificultades, porque la pérdida de cincuenta y cinco kilos de droga significaba que no teníamos más de ocho kilos para servir un pedido de más de cincuenta. Durante muchos días, el barco proveniente de Estambul no trajo nada. Estábamos desesperados. Lenôtre, Galindo y Werner pasaron unos días terribles. Dos de los clientes de Galindo se suicidaron y en uno de los bares se produjo una pelea de la que Werner salió con una herida en la cabeza.
»Yo, por mi parte, hice todos los esfuerzos posibles. Viajé a Sofía y regresé con diez kilos escondidos dentro de un baúl. Pero esa cantidad no bastaba. Dimitrios, debo decirlo, no me reprochó nada. En realidad, hubiera sido injusto hacerlo. Pero parecía irritado. En ese momento decidiría que, en el futuro, mantendríamos reservas importantes de drogas.
»Poco tiempo después de aquella catastrófica semana compró estas casas. Hasta ese día nos habíamos reunido en un salón que estaba encima de un café cercano a la Porte d'Orléans. Pero a partir de la compra, nos dijo que estas casas serían nuestro cuartel general. Ninguno de los siete habíamos sabido nunca dónde vivía Dimitrios y no podíamos ponernos en contacto con él, a menos que 61 mismo decidiera telefonearnos, a uno u otro de los siete.
»Más tarde descubriríamos que esta ignorancia de sus señas nos ponía en una desastrosa situación de desventaja. Pero antes de que hiciéramos ese descubrimiento habrían de suceder muchas otras cosas.
»La tarea de hacer una reserva me correspondía aún. Y no era una tarea fácil. Si queríamos conseguir una reserva y seguir los pedidos al mismo tiempo, debíamos aumentar la cantidad de droga en los cargamentos. Esto significaba que también aumentarían los riesgos de ser descubiertos y arrestados.
»Al mismo tiempo, necesitábamos hallar nuevos métodos para introducir los cargamentos en el país. Por otra parte, las cosas se complicaron aún más porque el Gobierno de Bulgaria había cerrado la factoría de Radomir, nuestra abastecedora de la cantidad más importante que negociábamos. Muy pronto esa misma factoría se abrió en otro lugar de Bulgaria; sin embargo, hubo demoras, inevitables. Y así nos veíamos obligados a depender, cada día más, de los embarques provenientes de Estambul.
»Aquellos días fueron una dura prueba. En dos meses nos fueron descubiertos y confiscados cargamentos que totalizaban noventa kilos de heroína, veinte de morfina y cinco de cocaína. Pero, a pesar de estos altibajos, nuestras reservas aumentaban considerablemente. A finales del año 1930, bajo las maderas de los pisos de estas dos casas contiguas, teníamos doscientos cincuenta kilos de heroína, algo más de doscientos de morfina, noventa kilos de cocaína y una pequeña cantidad de opio turco preparado.
Peters sirvió un último sorbo de café y apagó el infiernillo. Después cogió un cigarro, humedeció un extremo con la lengua, lo colocó entre sus labios y lo encendió.
– ¿Ha conocido usted a algún drogadicto, mister Latimer?-preguntó de pronto.
– No, creo que no.
– Ah, usted cree que no. No lo sabe con certeza. Bueno, es posible que un adicto a las drogas pueda ocultar su debilidad durante un corto tiempo. Pero un hombre (y en especial una mujer) no puede ocultarlo por tiempo indefinido, sabe usted.
»En líneas generales, el proceso es siempre el mismo. En un principio se trata sólo de simple experiencia nueva. Tal vez se inhala medio gramo. Es posible que esa primera vez produzca un cierto malestar, pero la persona en cuestión lo probará una segunda vez y entonces todo resultará como debe resultar. Una sensación deliciosa, cálida, brillante. El tiempo se detiene; pero tu mente se mueve a pasos agigantados y te parece que lo hace con una eficacia increíble. Si te considerabas un estúpido, te conviertes en una persona de elevada inteligencia. Si eras desdichado, te liberas de todos los problemas. Lo que no te agrada, lo olvidas. Lo que te resulta placentero lo sientes con una intensidad tal que te hace alcanzar un goce jamás soñado antes. Tres horas de permanencia en el Paraíso.
»Lo que viene después no es tan malo; ni siquiera tan malo como la resaca después de haber bebido demasiado champaña. Sólo quieres estar en silencio; te sientes sólo un poco enfermo. Y eso es todo. Muy pronto vuelves a ser tú mismo. Nada te ha sucedido, pero has podido gozar, experimentar un placer muy intenso.
»Si la persona en cuestión no quiere volver a tomar la droga, se dice a sí misma que no necesitará hacerlo: tiene inteligencia suficiente para ser más fuerte que la droga. O sea, que no existe ninguna razón lógica para no volver a gozar de ese placer, ¿verdad? ¡Claro que no la hay! Y vuelve a tomarla. Pero esta vez la experiencia no es muy satisfactoria. Ese medio gramo ya no basta.
»Hay que luchar por las propias satisfacciones. Por esto, todos se dicen que vagarán una vez más por el Paraíso antes de decidirse a rechazar para siempre la droga. Un poco más, pues; casi un gramo, quizá. Otra vez el Paraíso y lo que sigue tampoco es tan malo. Y ya que no pasa nada malo, ¿por qué no continuar?
»De todo el mundo es sabido que la droga, a la larga, causa problemas graves. Pero en cuanto detectas algo de esto, te dices, dejarás de tomarla, tú dejarás de tomarla. Sólo los tontos se convierten en adictos. Un gramo y medio, pues. Es algo que te comunica con otro tipo de vida. Tres meses atrás eras una persona tan triste, pero ahora… Dos gramos.
»Como es lógico suponer, como cada vez tomas un poco más, te irás sintiendo poco a poco algo más enfermo, deprimido. Ya han pasado cuatro meses. Dentro de poco tiempo renunciarás a la droga. Dos gramos y medio. Tu nariz y tu garganta están resecas. Todo el mundo te cae mal, ahora, te pone los nervios de punta. Quizá es porque duermes muy mal. El ruido que hacen los demás es insoportable, hablan a gritos. ¿Y qué dicen? Sí, ¿qué? Van diciendo cosas acerca de ti, mentiras gordísimas. Si ya lo veo en sus caras, otros peligros. Tienes que tener mucho cuidado. La comida te sabe muy mal, no puedes recordar lo que debes hacer, por importante que sea. Y, aun en el caso de que lograras recordar todo eso, hay tantas otras preocupaciones que debes afrontar, aparte de lo asqueroso que resulta vivir.